Contempla, cree, permanece. Tres verbos activos que resumen todo el mensaje del evangelio de Juan.
El apóstol amado les dice a sus lectores que escribió este libro con el propósito explícito de que ellos creyeran:
«Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengan vida en Su nombre». -Juan 20:31
Todo lo que Juan incluye en su evangelio—que parece tan distinto de los otros tres—tiene como objetivo alcanzar este propósito. Para ello, Juan expone la gloria de Jesús como el «Verbo hecho carne» (Jn. 1:14), para que sus lectores puedan contemplar Su identidad como Hijo de Dios y crean en Su nombre.
Sin embargo, Juan también muestra a sus lectores que no toda «creencia» es igual, demostrando que simplemente decir las palabras correctas no es suficiente (Ej: Judas Iscariote). Juan ofrece otros ejemplos (ver Jn. 6:60–66).
En última instancia, Juan escribe para que sus lectores puedan…
- Contemplar la gloria de Jesús.
- Creer en Su identidad como Salvador.
- Permanecer en esa realidad—el fruto y la cosecha inevitable de la fe.
Para lograr este propósito, el evangelio de Juan tiene elementos estructurales únicos. Por ejemplo, Juan relata exactamente siete milagros, algunos con relatos paralelos en los otros evangelios, pero varios que no aparecen en ningún otro lugar (como el de Lázaro). También incluye capítulos llenos de la enseñanza de Jesús que no se encuentran en los otros tres evangelios (como el discurso en el aposento alto en los capítulos 14–16). Dentro de estos bloques de enseñanza, Juan registra siete declaraciones que hizo Cristo de ser el «Yo Soy», cada una presentando una metáfora para ayudarnos en nuestro camino de contemplar, creer y permanecer.
En esta temporada de Adviento, mientras celebramos la primera venida de Cristo al mundo, contemplemos juntas estas declaraciones del Verbo para que podamos contemplar, creer y permanecer en el verdadero tesoro de la Navidad. En esta publicación, comenzaremos con las primeras tres.
«Yo soy el pan de vida» (Juan 6:22–59)
«Nadie da algo por nada». Probablemente hayas escuchado este dicho popular: siempre hay alguien que paga por lo que otros reciben sin costo. Sin embargo, al menos una vez en la historia sí existió algo verdaderamente gratuito: el día en que Jesús multiplicó los panes y los peces de un niño para alimentar a más de 5,000 personas hambrientas.
No es sorprendente que, tras recibir comida gratis, la gente quisiera hacer a Jesús su rey. ¿Quién no querría eso? ¿Un gobernante que puede alimentar a su pueblo sin que nadie tenga que trabajar? ¡Suena bastante bien para mí!
Sin embargo, Jesús evade a la multitud, y cuando finalmente lo alcanzan (al día siguiente), les muestra que tener el estómago lleno es una expectativa demasiado limitada.
«Yo soy el pan de vida», Jesús dice (Jn. 6:35, 48). A diferencia del «pan milagroso» que comieron el día anterior o incluso del maná que sus antepasados disfrutaron durante cuarenta años en el desierto, el Pan de Vida satisface para siempre: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo también daré por la vida del mundo es mi carne» (Jn. 6:51).
Al igual que los judíos que deseaban comida gratis, nos complacemos con demasiada facilidad. ¿Y qué mejor prueba de esto que la temporada navideña? El mes de diciembre se llena de eventos, fiestas, intercambios de regalos y compras. Ninguna de estas cosas está mal en sí misma, pero ninguna puede satisfacer realmente.
Este año, tómate el tiempo para deleitarte en el Pan de Vida, permitiéndole sostenerte, satisfacerte y llenarte. No busques sustitutos inferiores. Permanece en el evangelio esta Navidad, disfrutando del glorioso hecho de que no te perteneces a ti misma, sino que fuiste comprada por un precio (1 Cor. 6:20).
«Yo soy la luz del mundo». -Juan 8:12
Aunque es solo una estrella de tamaño promedio, el sol es el protagonista principal de nuestro sistema solar. Constituye alrededor del 99.9 % de la masa total del sistema. Para ponerlo en perspectiva, aproximadamente un millón de tierras podrían caber dentro del sol. A menos que encontremos la manera de resistir unos 10,000 grados y 37 octillones de lúmenes, nunca podremos visitar el sol. En cambio, seguiremos asombradas por su tamaño, calor y brillo. Sin embargo, por fascinante que sea el sol, llegará un día en que será obsoleto.
Cuando Cristo regrese y revele el nuevo cielo y la nueva tierra, el sol ya no será necesario:
«Ya no habrá más noche, y no tendrán la necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos». -Apocalipsis 22:5
Desde el trágico día en que Adán y Eva comieron del fruto prohibido, nuestro mundo ha estado sumido en la oscuridad y cegado por la tiniebla de la serpiente. Durante miles de años, toda la creación ha luchado, gemido y sufrido bajo la sombra de la maldición.
Pero cada año, al encender algunas velas extras, prender las luces parpadeantes y admirar un árbol iluminado, se nos recuerda que la Luz ha llegado. ¡La oscuridad ha sido derrotada!
«En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron» -Juan 1:4–5
Miedo, dolor, enfermedad, trastornos mentales, violencia, guerra, hambre, odio, abortos, depresión, discapacidades, distanciamiento—todas estas «victorias» de la oscuridad han sido redimidas por la Luz del Mundo.
Esta Navidad, contempla la belleza de la luz en el rostro de Emmanuel:
«Porque Dios, que dijo: “De las tinieblas resplandecerá la luz,” es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminar del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo». -2 Corintios 4:6
«Yo soy la puerta… Yo soy el buen pastor». -Juan 10:7–11
«¡Cierra la puerta!». Si eres como yo, probablemente hayas gritado estas palabras a tus hijos más veces de las que puedes contar. En verano, necesitamos mantener el aire fresco dentro y el calor fuera—¡sin mencionar los insectos! Y en invierno, procuramos lo contrario. Las puertas nos protegen de todo tipo de peligros, desde avispas, hasta el viento y visitantes no deseados.
Jesús les dice a la multitud que Él es la Puerta—duerme en la entrada del redil para proteger a las ovejas de depredadores y ladrones. También protege a las ovejas de sí mismas, asegurándose de que no se alejen. Él es el único camino de entrada y el único de salida.
Casi en la misma frase, Jesús dice que Él es el Buen Pastor. Cuida de Sus ovejas, llamándolas por su nombre, protegiéndolas de lobos y otros peligros mortales. Incluso llega al extremo de dar Su propia vida por Su rebaño. No lo hace porque deba. No es un asalariado trabajando para el rebaño de otro. Sacrifica Su propia seguridad e incluso Su vida por Sus ovejas únicamente porque son Suyas y las ama.
Todas sabemos que somos las ovejas desamparadas a lo largo de gran parte de las Escrituras. Las que se pierden o se sienten abatidas y no pueden enderezarse por sí mismas. No tenemos esperanza más que en el Pastor. Sin embargo, las Escrituras también hablan de muchos pastores corruptos, más preocupados por su propio beneficio que por el bienestar de sus ovejas.
Amigas, nuestro Pastor no es así. Él es bueno. Te protege de ti misma, te protege del maligno, te sostiene en la palma de Su mano y nada ni nadie te puede arrebatar de ahí.
Esta temporada navideña, medita en la maravilla del gran Yo Soy.
Regresa el próximo 17 de diciembre, para conocer las últimas cuatro declaraciones de «Yo Soy», echando un vistazo al evangelio de Juan.
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