¡Detente! ¡Me quiero desmontar!

Hace un tiempo, le solicité a las asistentes de una conferencia donde participé como charlista que escribieran en una tarjeta 3x5 por qué habían venido, qué esperaban que Dios hiciera en sus vidas durante ese fin de semana. Les pregunté: “¿Dónde te encontró Dios cuando empezamos esta conferencia?”

Luego, mientras leía sus respuestas a mi pregunta me sorprendí de cuan parecidas eran. Aquí un ejemplo de lo que esas mujeres expresaron:

  • “Siento a veces que estoy fuera de control con tantas presiones.”
  • “Enfrento muchas responsabilidades y stress.”
  • “Siento que me muevo en todas direcciones. Quiero que Dios me muestre cómo manejar exitosamente los diferentes sombreros —profesora, madre, esposa, hija— y todavía tener tiempo para la iglesia, para el trabajo y para mi.
  • “Tengo que dejar de preocuparme por todo. Trato de no hacerlo, y sé que no debo, pero mis preocupaciones me perturban el sueño y mis sueños.”
  • “Me he entregado al servicio por unos 24 meses, y siento que necesito tranquilizarme y renovarme, pues la vida se puede poner realmente frenética.”
  • “Con un nuevo bebé, necesito encontrar la paz del Señor y el descanso, tanto físico como emocional.”
  • “Siempre estoy ocupada y se me va el día sin hacer las cosas que más quisiera hacer”.
  • “Soy una persona soltera por un divorcio, y estoy realmente cansada.”
  • “He dejado un torbellino en casa, y necesito renovar mi espíritu para enfrentar todo lo que me espera en estas próximas semanas”.
  • “Quiero bajar el ritmo. Me siento como si estuviera en una caminadora a alta velocidad, y si trato de salirme de ella tropezaría y me caería.”
  • “Necesito ayuda con mi frenético estado de agotamiento.” “Tantas ocupaciones me han robado el gozo.”

¿Has tenido algunos de estos sentimientos? Creo que estas respuestas son muy comunes entre las personas que conozco. ¿Por qué vivimos una vida tan agitada?  ¿Es lo que Dios quiere para nosotras? ¿Entenderá Él porqué? Y finalmente, ¿será que lograremos bajarnos de esta caminadora a toda velocidad sin lastimarnos o lastimar a otros en el proceso?

Días ocupados

El primer capítulo del evangelio de Marcos, nos da una mirada a un día en la vida del Señor Jesús. En ciertos sentidos, ese día particular no fue diferente a los días que tú y yo experimentamos.

Comenzamos a ver el recuento en el verso 21:

Entraron en Capernaúm; y enseguida, en el día de reposo entrando Jesús en la sinagoga comenzó a enseñar. Y se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” (Marcos 1:21-22)

Si alguna vez has enseñado en la escuela dominical, dirigido un grupo pequeño o un estudio bíblico, sabrás uno simplemente no se presenta frente al grupo a enseñar la Palabra de Dios con poder y efectividad, sino que uno tiene que preparase previamente— no solo prepararse con notas y el material, sino también preparar el corazón y la vida.

Mis amigos pueden decirles que cada vez que me dispongo a hablar, paso por intenso “dolores de parto”. Agonizo tratando de determinar que es lo que el Señor quiere que enseñe; lucho con los pasajes relativos al mensaje buscando entender lo que las Escrituras realmente quieren transmitir; me esfuerzo en organizar el material de una forma que sea comprensible y significativa para los oyentes.

Durante ese proceso, le pido al Espíritu Santo que escudriñe mi corazón, y me muestre en qué áreas no estoy a la altura de la verdad que voy a proclamar. Antes de abrir mi boca para hablar, paso tiempo orando, suplicándole al Señor por unción de su Espíritu en mi vida y mis labios e intercediendo por los que van a escuchar el mensaje.

Luego, al momento de enseñar, hay un requerimiento de energía aun mayor —a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Estoy intensamente concentrada, sin dar tregua a mi objetivo, para que la palabra penetre cada corazón y para que cada individuo diga “sí” a Dios en cualquier asunto que Dios le está mostrando en su vida.

Cuando termino de hablar, la batalla no ha terminado, es aquí cuando el enemigo busca desanimarme con sentimientos de que soy inadecuada o de tentarme a buscar la alabanza de los hombres por mi ministerio.

De manera que cuando leí que Jesús comenzó ese día en particular enseñando en la sinagoga, supe que esto no había sido un esfuerzo casual de Su parte. Las personas lo escuchaban atentamente porque podían darse cuenta que esto no era un mensaje rutinario del día de reposo. A diferencia de los predicadores que estamos acostumbrados a escuchar, Jesús habló con autoridad y con poder. Sabemos que para que eso fuese posible, Él debió haber pasado tiempo de comunión cercana y de preparación con su Padre celestial. Mientras ministraba, Él se desgastaba en favor de los demás.

Enfrentando la maldad

Esto fue solo el comienzo del día para Jesús –Su trabajo no había aún terminado. Aun antes de terminar su mensaje, hubo una interrupción en el servicio. Continuemos leyendo Marcos 1:23-27:

“Y he aquí estaba en la sinagoga de ellos un hombre con un espíritu inmundo, el cual comenzó a gritar, diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Entonces el espíritu inmundo, causándole convulsiones, gritó a gran voz y salió de él. Y todos se asombraron de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva con autoridad! El manda aun a los espíritus inmundos y le obedecen.”

Aquí vemos a Jesús envuelto en una batalla entre el cielo y el infierno. Obviamente eso no fue un encuentro casual y relajado con el Enemigo. Esto fue una verdadera batalla.

Ahora bien, nosotros nunca hemos exorcizado un demonio. Y en el transcurrir de un día promedio, nosotros no tendremos encuentros visibles o audibles con los demonios. Pero Dios nos enseña que estamos en medio de una batalla contra “principados y potestades” —en este mismo momento se libra una batalla cósmica entre el cielo y el infierno. Muchas veces Dios nos envía al frente de la batalla. Muchas de las personas con las que lidiamos y nos encontramos, en el día a día, están en el medio de una batalla espiritual intensa que se libra por su alma, y muchas veces nos vemos atrapados en medio del fuego cruzado.

En el proceso de ser una compañera, una madre, amiga, empleada, te encontrarás en medio de dificultades, extenuantes, demandantes, donde tendrás que estar alerta a las maquinaciones de Satanás y equipada con la espada del Espíritu para resistir sus ataques. Esto te va a drenar, pero es parte de lo que implica ser un siervo de Dios en este tipo de situaciones. Jesús experimentó esos momentos de intensa confrontación con los poderes de las tinieblas.

Como un resultado de ese encuentro con el hombre endemoniado, la Escritura nos dice que “enseguida se extendió su fama por toda la región de Galilea” (v. 28). Trata de imaginar como esto “complicó” la vida de Jesús. De repente todo el mundo quería que Él fuera a hablar en sus sinagogas o banquetes, todos querían entrevistarlo, todo el mundo quería ser sanado por Él o que le sacara sus demonios. Más adelante en este pasaje, aprendemos que vino el momento cuando Jesús ni siquiera podía quedarse en una ciudad, sino que tenía que buscar sitios remotos y tranquilos, donde la multitud no lo encontrara, para así poder tiempo a solas con Su Padre. 

Tal vez has experimentado esto cuando has ministrado a alguien que necesita ser escuchado, o quizás cuando has ayudado en la Escuela dominical, o has preparado comida para una familia en crisis, ministrado a un adolescente hijo de alguna amiga, ofrecido consejería bíblica a una pareja que tiene un matrimonio tambaleante. Entonces se riega la voz que estas disponible para ayudar a la gente en necesidad y, de repente, tu teléfono no para de sonar, con personas esperando que le ayudes.

¡Todo el mundo me necesita!

Bueno, el servicio de la sinagoga finalmente termina y  sentimos un alivio cuando leemos el próximo versículo: “ Inmediatamente después de haber salido de la sinagoga, fueron a casa de Simón y Andrés, con Jacobo y Juan”. (Versículo 29)

¡Al fin! Jesús ha estado horas y horas dando de Si mismo a otros. Finalmente tiene el chance de apartarse con sus amigos, lejos de la gente necesitada. De manera que se va a su casa, se quita los zapatos, toma un buen libro y se relaja —quien sabe si hasta toma una siesta, verdad? ¡FALSO!

Sigue leyendo: “La madre y la suegra de Simón yacía enferma con fiebre; y enseguida le hablaron de ella” (V.30). Jesús finalmente está fuera de la vista del público, seguro en la casa de un amigo, y aun allí encuentra a alguien que lo necesita!

¿Has sentido que no hay lugar ni hora en la que te puedas escapar totalmente de las demandas de las demás personas? Si no son las personas en el trabajo; es tu compañero, sino tu hijo, sino el hijo de tu vecino, o el hijo de cualquier otra gente o tus suegros, o…

Pero como era de esperarse, el corazón servicial de Jesús se hace presente y Él se pone a disposición para ayudar en esa necesidad: “Jesús se le acercó, y tomándola de la mano la levantó, y la fiebre la dejó; y ella les servía” (V.31).

Finalmente, Jesús puede cerrar la puerta y acomodarse para pasar una agradable noche junto a sus amigos… “Martha, ve a ver quien toca la puerta!”

“A la caída de la tarde, después de la puesta del sol, le trajeron todos los que estaban enfermos y los endemoniados. Y toda la ciudad se había amontonado a la puerta” (v 31 y 32).

Recuerden, este es todavía el mismo día —Él comenzó temprano esa mañana, enseñando, echando fuera demonios, sanando a los enfermos y ahora, toda la ciudad se había amontonado a Su puerta esperando ayuda. 

¿Te has sentido alguna vez como si toda la ciudad se hubiese aglomerado a tu puerta? Tal vez como madre, es la puerta de tu baño, mientras tu estás allí solo tratando de tener tres minutos a solas sin tener que contestar preguntas— pero de repente alguien toca la puerta, o el timbre está sonando, o el teléfono o el timbre del horno comienza a pitar, tus niños parecen que fueran 33, sientes que la mitad del mundo está enfermo y todo el mundo te necesita al mismo tiempo.

Entras en pánico: “Simplemente no hay suficiente de mi para repartir”

Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque ellos sabían quién era El. (Marcos 1:34)

¿Cómo lo hizo?

Te preguntas, ¿como hizo todo eso?¿Cómo pudo Jesús llenar las necesidades de tanta gente sin desmoronarse?

Sabemos que Jesús era Dios. Pero Él también era un hombre.  Él se cansaba, sentía hambre, sabía lo que era tener las multitudes presionándolo todo el tiempo. Pero dejó que la multitudes entraran a Su vida. Continuó enseñando, sanando, confrontando los poderes de las tinieblas y nunca tuvo una palabra de impaciencia.

Nunca lució apresurado o abrumado con todo lo que había que hacer en un solo día. ¿Por qué no? Cómo manejaba el stress, y las responsabilidades sin perder el control?

Creo que el versículo 35 nos da la clave —no solo para la vida de Jesús, pero también para mi vida y la tuya, cualesquiera que sean nuestras responsabilidades y circunstancias. Este versículo comienza “Bien temprano en la mañana…..”

No sé para ti, pero cuando yo tengo un día largo y extenuante como el que leímos, yo sé exactamente lo que deseo hacer bien temprano a la mañana siguiente:  Nada —excepto dormir!

Ahora bien, no hay nada malo con dormir cuando nuestros cuerpos lo necesitan. Pero Jesús sabía que había algo que Él necesitaba para la mañana siguiente, y era mucho más urgente que dormir. Él se derramó a sí mismo para satisfacer las necesidades de los demás y su espíritu necesitaba renovarse. El sabía que no iba a lograrlo una vez la multitud se despertara, así que, ¿qué fue lo que hizo?

“Bien temprano en la mañana, mientras todavía era oscuro, Jesús se levantó….”

¡¡El se levantó!! Las Escrituras dicen que Jesús fue tentado en cada aspecto, así como nos pasa a nosotros; así que no tengo duda de que Jesús fue tentado a quedarse durmiendo. Pero Él decidió decir “no” a su cuerpo y “sí” a Su Padre. Se levantó, dejó la casa y “se fue a un lugar solitario”, donde se puso a orar” (v. 35). 

¿Por qué era tan crucial para el ministerio terrenal de Jesús esa cita con Su Padre?

Jesús sabía que cualquier poder o habilidad que pudiera tener para ministrar a otros era debido al hecho de que Él “era uno con su Padre”. Él sabía que esto era esencial para estar conectado con Su Padre, porque éste era su Fuente de vida, de gozo, de poder, de paz. Él no tenía otro propósito para estar en la tierra que el de hacer la voluntad de Su Padre, así que no tenía otra prioridad más alta que estar en intimidad y en comunión ininterrumpida con Su Padre, para así poder cumplir con Su Voluntad.

Para Jesús, el tiempo a solas con Dios no era una opción, no fue algo que Él añadió a una apretada agenda. Era su línea de vida con el Padre. No era algo de lo que podía prescindir. Era la prioridad mayor de Su vida —más importante que estar con Sus discípulos, más importante que predicar el evangelio, más importante que llenar las necesidades y demandas de las multitudes, más importante que cualquier otra cosa.

El evangelio de Lucas nos dice “Pero con frecuencia Él se retiraba a lugares solitarios y oraba” (Lucas 5:16). Este era el patrón de Su vida. Era allí donde obtenía las instrucciones para el día. Era el momento donde encontraba la voluntad de Dios para Su vida. Era allí donde se restauraba y renovaba cuando Sus fuerzas se agotaban ministrando las multitudes. Era en esos momentos donde Él obtenía los recursos para pelear la batalla contra Satanás —y ganar! Era allí donde Él se apartaba de la corrupción, del desorden y del clamor de este mundo, y podía obtener la habilidad de ver el mundo desde la perspectiva de Dios. Era allí donde Él recibía la gracia para amar aquello que no es fácil de amar y el poder para hacer lo imposible.

Y ese allí precisamente donde tú y yo frecuentemente  perdemos todo lo que Dios tiene para nosotras. A diferencia de Jesús, intentamos vivir la vida dependiendo de nuestras propias energías. Creemos que podemos mantenernos dando continuamente y sin reponernos. Entonces, cansadas y debilitadas por las demandas de la vida y del ministerio, nos volvemos impacientes e irritadas precisamente con aquellos a quienes Dios nos ha enviado a servir. En vez de mostrar gracia, calma y un espíritu gozoso, nos volvemos hombres y mujeres tensos, agotados, frenéticos, resentidos, en lugar de ser receptivos a las personas y oportunidades que Dios trae a nuestra vida.

¿Será realmente posible para nosotros manifestar el mismo espíritu de Jesús cuando enfrentaba la presión? Todo eso depende de si queremos tomar las mismas decisiones que Él tomó, adoptando Su prioridad número uno como nuestra primera prioridad en la vida:  “Bien temprano en la mañana, mientras todavía era oscuro, Jesús se levantó, dejó la casa y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.” (v. 35)

 

Usado con permiso. Tomado de libro “En la quietud de su presencia” (t) por Nancy Leigh DeMoss ).  www.AvivaNuestrosCorazones.com

 

Escritura: Marcos 1:23-35

Sobre el autor

Nancy DeMoss Wolgemuth

Nancy DeMoss Wolgemuth ha tocado las vidas de millones de mujeres a través del ministerio de Aviva Nuestros Corazones y del Movimiento de Mujer Verdadera, llamando a las mujeres a un avivamiento espiritual y a la feminidad bíblica. Su amor por Cristo y por Su Palabra es contagioso y permea todos sus alcances, desde sus conferencias hasta sus programas de radio.

Ha escrito veintidós libros, incluyendo Mentiras que las mujeres creen y la Verdad que las hace libres, En busca de Dios (junto a Tim Grissom), y Adornadas. Sus libros han vendido más de cuatro millones de copias y están llegando a los corazones de las mujeres alrededor del mundo. Nancy y su esposo, Robert, radican en Michigan.