¿Realmente puedo seguir haciendo esto y honrar al Señor?
La pregunta rebotaba en mi mente mientras abría lentamente la puerta de mi carro y me sentaba. Era pasado mi toque de queda, y ya había inventado demasiadas excusas a mi papá del por qué no había llegado aún a casa de la casa de mi novio. Suspiré y prendí el radio. No había nada bueno. Lo apagué. Algo dentro de mí me dijo que orara. Había pasado tanto tiempo desde que había clamado al Señor. Comencé a manejar por la carretera a mi casa, sabiendo que tenía cerca de treinta minutos antes de que llegara a mi casa y encontrara a mi frustrado papá esperando en la puerta. Definitivamente necesitaba orar.
“Padre, sé que estás conmigo y que me escuchas. . .”
Mi voz se quebró. Lágrimas brotaron de mis ojos. Intenté sacudir la emoción y seguir adelante.
“He venido ante Ti una y otra vez en noches como estas. Señor, no te he honrado en mi relación. Lo mismo sigue sucediendo. Siento que no voy a mejorar. ¿Por qué sigo cometiendo los mismos errores?”
En este punto, lágrimas estaban corriendo por mi cara. Todo dentro de mí se estaba deshaciendo. ¿Y qué si nunca seré capaz de vivir una vida piadosa? ¿Y qué si siempre estaré atrapada en este ciclo de querer seguir lo que Jesús dice sin nunca llegar allí realmente? ¿Y qué si la relación con mi novio se va poniendo peor y peor?
Para algunas de ustedes, esta situación pudiera ser familiar. Tal vez no han caído en pecado sexual con un novio, pero pudieron haber caído en pecado en alguna otra forma – pornografía, chisme, deshonrar a tus papás, etc. Sin importar cuál es el pecado específico, nuestra esperanza es la misma. El pecado no tiene que controlar tu vida. No tienes que caminar en los mismos errores, repetidamente venir al Señor quebrantada por el mismo pecado, y comenzar todo otra vez unos pocos días después. Esta no es la vida para la que fuiste creada. ¡Cristo murió para liberarte (Gal. 5:1)!
¿Pero vivimos en libertad, o vivimos como esclavas al pecado?
¿Estás contenta con la esclavitud?
Muchas de nosotras jamás diríamos honestamente, “No veo ningún daño en mi pecado”. Pero la realidad es que frecuentemente vivimos de esta manera. Tendemos a repetir los mismos pecados una y otra vez- Ignoramos las consecuencias, y aun así sentimos que estamos viviendo una vida cristiana “bastante” buena.
¿Es esto suficiente para nosotras?
¿Estamos contentas de sentarnos y permitir que nuestro pecado, lenta pero seguramente, nos ciegue a nuestra creciente pereza y obstaculizando nuestra relación con Cristo? ¿Vamos a justificar nuestro pecado y permitir que personas quienes no son creyentes nos observen vivir vidas en peligro?
Cada vez que regresamos al mismo pecado, estamos diciéndole a Jesús que Él no es suficiente. Pudiéramos creer en nuestros corazones y decir con nuestros labios que Él lo es, pero queridas amigas, ¡Él quiere que nuestra obediencia acompañe nuestra creencia! Decir que Él es el la satisfacción de nuestros corazones y escoger vivir contrario a esta verdad nos va a impedir verdaderamente permanecer en Él.
Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido. (1 Juan 3:4–6).
Hermanas, lean esto una y otra vez. Si te sientes redargüida dentro de ti, ¡alabado sea Dios! Cuando permaneces en Jesús, Él no te va a permitir continuar en tu pecado sin convicción o dolor. El hecho de que aún continúes leyendo esta publicación me dice que permaneces en Él y quieres obedecerle. Él quiere que pases cada día en relación cercana con Él, ininterrumpida por el pecado.
El resto de la historia
Algunas de ustedes pueden preguntarse cómo terminó mi historia. Yo no caminé en obediencia con el Señor por mucho tiempo. Yo sabía que necesitaba terminar mi relación con mi novio, pero continúe en ella. Como resultado, mi pecado escondido interrumpió mi comunicación con el Señor y me hizo apática a lo que el Espíritu Santo estaba intentando enseñarme.
¡Oh, cómo me arrepiento de todos esos días que pude haber estado morando en la Palabra de Dios y buscando Su rostro! Era como si estuviera encadenada en un calabozo, mirando a Jesús en desesperación, y Él estaba pacientemente esperando que yo me diera cuenta que mis cadenas habían sido desprendidas. Yo permanecí en la prisión por mi propia voluntad.
Sin embargo, ¡había esperanza para mí! El Señor me llevó a terminar esa relación. Fue doloroso. Pase noches de rodillas preguntándole por qué me estaba guiando por este camino. Mi corazón estaba roto, pero le seguí en obediencia.
¿Sabes que encontré cuando obedecí a Jesús? La más verdadera y profunda libertad. Libertad es lo que encontramos cuando rendimos nuestros deseos a Cristo, y Él nos llena con Él mismo.
El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en él verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado. En esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo. (1 Juan 2:4–6).
Él quiere nuestra obediencia. Lo amamos al obedecerlo, y a cambio ¡llegamos a ser más como Él! Nuestro pecado escondido nos puede impedir el llegar a ser más como nuestro Salvador – ¡que tragedia!
¿Qué te detiene de tu libertad? Eres una hija adoptada de Aquel quien manda las olas y da su canto a los pájaros. ¡La libertad ya es tuya en Jesús!
Regresa mañana y seguiremos viendo cómo caminar en obediencia a Jesús – a vivir la vida abundante que Él tiene para nosotras!
Mientras tanto, me encantaría escuchar ¿cómo has experimentado profunda intimidad con Jesús al obedecerle? Cuéntame en los comentarios.
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