¿Has tenido uno de esos días grises en los que todo te duele y sientes que nada vale la pena? Tu comida favorita pierde el sabor, los recuerdos tristes llegan como un batallón de soldados a una guerra, cualquier cosita mala que pase parece ENORME…
Si es así, ¡bienvenida al club! Como mujeres experimentamos una diversidad de emociones pero la tristeza sin duda es una de las más difíciles. Y ya sea que te sientas “un poco mal” o “¡FATAL!” es definitivamente una lucha enfrentar nuestras actividades diarias cuando nos sentimos así. Personalmente, es todo un reto no sentar a la tristeza en la salita de mi corazón y quiero compartir con ustedes hoy algo que en múltiples ocasiones me ha ayudado.
Ingredientes
1 libra de oración
2 frascos de Verdad
2 cucharadas grandes de gratitud
1 pizca de apoyo
2 tazas de dominio propio
¾ de taza de Servicio
Preparación
Limpia profundamente el corazón, quita todo egoísmo y cada pedacito del Yo que pueda quedar… Vierte ½ libra de oración lenta y continuamente y deja que el Señor termine la limpieza.
En la base, haz una masa uniforme con los dos frascos de Verdad que cubra cada pedazo sin que falte nada, completa la base con el resto de oración.
Agrega el dominio propio… y coloca encima la pizca de apoyo.
Usa las ¾ de taza de servicio como tope y adorna con la gratitud.
Deja todo bajo la luz del Evangelio hasta que pueda olerse el gozo de tu salvación.
Dicho de una forma un poco más directa, he aprendido que mientras más centradas estamos en nosotras mismas es mucho más fácil sentirnos tristes. Para los días tristes, el mandato para seguir a Jesús es el mismo:
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. (Lucas 9:23)
Muchas veces nuestra tristeza viene de cómo interpretamos algo que sucedió o que nos hicieron…¡Olvidate de ti! ¡Crucifica tu orgullo! Y en su lugar deja que la Palabra de Dios dirija tus acciones, obedece al Señor y no a tus emociones.
En otras ocasiones el desaliento nos nubla y necesitamos con urgencia centrarnos y “Dar gracias a Dios en todo”. La gratitud es antónimo de la tristeza. No dejes que tus emociones te controlen, si comes o no, si trabajas o no, si sonries o no… Ora por dominio propio y finalmente inverte tu tiempo, mente y energía en servir a otros, busca las necesidades a tu alrededor, las que van más allá de tus narices... Y deja que el Evangelio brille en tu vida y a través de tu vida.
¿Tienes alguna receta personal para combatir la tristeza? ¡Comparte con nosotras!
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