En el pasaje de Lucas 5:1-10 llama mi atención que en el versículo 3, Jesús al subir a una barca “…pidió que se separara de tierra un poco…” pudiendo haber exigido, ordenado o demandado que se hiciera Su Voluntad, Él no se impuso aprovechándose de Su autoridad.
¿Y nosotras? ¿y nuestra humildad al predicar el Evangelio? ¿Nos imponemos o pedimos ser escuchadas? ¿Tenemos amor y paciencia para exponer nuestras creencias o queremos imponernos a la fuerza? ¿Confiamos en nuestra propia sabiduría? ¿O dejamos que Su Espíritu nos dirija a defender nuestra fe “en sabia mansedumbre” como nos llama 1 Pedro 3:15? ¿Permitimos que Su Palabra penetre a quienes nos escuchan?
¿Cuál tribuna usó Jesús para su predicación? Una simple barca de madera “aromatizada” con olor de pescado; no se fue a un templo confortable…no!!! Sino a una embarcación sencilla de unos pobres pescadores. Una demostración de humildad.
¿Cuántos instrumentos necesitamos hoy para abrir nuestra boca en defensa del Evangelio? ¿Es que no confiamos en Aquel que hace la obra? ¿Pongo mi confianza en el descanso que yo misma me procuro: habitación lujosa, lista de necesidades, que me aseguren la tranquilidad, hotel costoso, internet, fotocopiadora, plantas de emergencia para garantizar la energía eléctrica, entre otras muchas demandas?
En cambio, Jesús en Su humilde barca de madera sin ninguna comodidad, habló y mostró Su Poder cuando las redes se rompieron por la carga de pescado que llevaban; me imagino que así mismo se habrán roto muchos corazones permitiendo que de allí saliera todo su pecado, haciendo de esas personas nuevas criaturas en El. Ni siquiera el apóstol Pedro se pudo contener y cayó rendido a Sus Pies diciéndole “¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!”
Esa escena me recuerda la del centurión cuando dijo a Jesús “Señor no soy digno de que entres en mi casa…” pues, estas son las actitudes correctas ante la santidad y el poder de Dios: de rodillas o a Sus Pies; dejando que Él nos use como Él lo quiera hacer.
El no necesita de listas ni exigencias para actuar a través de ti o de mí, o de cualquiera dispuesto a llevar Su Mensaje, con un poder directamente proporcional a nuestra entrega y humildad.
El único título que necesitaban aquellos pescadores para hablar en Su Nombre, era haber escuchado la voz de Su Maestro. Sin métodos ni programas; Su mandato era suficiente para convencerlos de soltar las redes y convertirse de pescadores de peces a pescadores de hombres.
Y nosotras, ¿qué estamos esperando para proclamar Su Verdad?
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