
La historia del Evangelio

La historia desde el inicio: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” A través de sus poderosas y creativas palabras, Dios habló que existiera el universo y todo cuanto en él hay. Esta verdad define todo, y sus implicaciones son enormes.
Tu vida no es accidente, un mero producto de la casualidad. Porque Dios es tu Creador, le perteneces a Él. Al igual que un escultor es dueño de su arcilla y del mismo modo que un inventor retiene los “derechos” de propiedad de su invención, Dios es dueño supremo del universo y de todo cuanto hay en él. Él creó y sostiene tu vida.
Creados para Su gloria
Fuiste creado para el placer y propósito de Dios y la intención fue que viviéramos para Su fama y gloria, para desplegar el valor de quien te diseño. Como a un espejo, fuiste creado para reflejar la belleza de otro: Dios.
Dios nos ha revelado cómo tenemos que reflejar Su gloria. Jesús lo resumió en estos dos grandes mandamientos:
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.”
Una vida completamente definida por amor—para Dios y para otros— es una vida que glorifica Dios.
Destrozada por el pecado
Pero no hemos amado a Dios o a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Hemos pecado y hemos sido destituidos de la gloria de Dios. Hemos amado y adorado ídolos iguales que nosotros, sexo, dinero, poder, prestigio y placer más que al Creador.
Nuestro problema no es meramente acciones pecaminosas, sino corazones pecaminosos:
“Pero lo que sale de la boca proviene del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias.”
Podemos haber vivido vidas respetables y moralmente aceptables para el estándar humano, pero a menudo esto es movido por sentimientos egoístas y contaminados con deseos pecaminosos. Las Escrituras nos recuerdan que “el que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todo” sólo se necesita una gota de cianuro para envenenar todo el vaso de agua, y sólo un pecado nos hace culpables ante un Dios santo.
Hemos cometido sublevación y traición contra el Dios creador. Estamos muertos en nuestros delitos y pecados; cegados por Satanás, el dios de este mundo; y esclavos de nuestros deseos y pasiones. A pesar de que el hombre es un espejo creado para reflejar el resplandor de la belleza y la gloria de Dios, el pecado ha roto el espejo.
El Dios de pacto
Pero el Dios creador es también un Dios de pactos, Aquél que hace promesas y las cumple. Aun ante un hombre pecador, Dios ha ideado un plan de rescate.Él reveló Su plan a un hombre llamado Abraham y prometió que a través de Abraham, todas las personas de la tierra serían bendecidas. Los descendientes de Abraham se conocen como la nación de Israel.
Dios escogió a Israel para que sea Su pueblo elegido. Más tarde Él hizo otro pacto con el rey David, le prometió un hijo que sería antes entronizado sobre el pueblo de Dios. La historia del Antiguo Testamento es la manifestación externa de las dos promesas: la historia de la gloria de Dios regresando a la tierra a través de pueblo elegido.
Esta historia culmina en Jesús, el cual fue descendiente de David y Abraham. Jesús nació de una virgen como cumplimiento de las promesas de Dios. Él fue la última revelación de Su gloria, la verdadera imagen de Dios en la tierra:
“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Jesús fue el mismo Dios en carne humana.
El Mesías crucificado y resucitado
Por treinta años, Jesús vivió una vida tranquilla. Luego Él apareció en el escenario público, proclamando el Evangelio (Buenas Nuevas) del Reino, el cumplimiento de las promesas de Dios a Su pueblo. Durante Su ministerio, Jesús reunió seguidores y demostró tanto la compasión como Su gran poder a través de los mucho milagros. Él enseñó con autoridad, apelando a la gente común y levantando sospecha entre los líderes religiosos y políticos. Él vino con un mensaje de esperanza, ofreciendo perdón y descanso a esos agobiados y cansados con el pecado. Él afirmó Su divinidad e igualdad con Dios, y modeló una vida de perfecto amor a Dios y al hombre, siempre honrando a Su padre y extendiendo misericordia y compasión a los quebrantados.
Pero Él afirmó ser uno con Dios y esto lo llevó a Su muerte. Jesús de Nazaret fue sentenciado a muerte mediante la crucifixión—la forma de castigo capital más denigrante y agonizante de ese tiempo. Un gobernador romano, Poncio Pilato, sancionó la ejecución de Jesús. El murió en las afueras de Jerusalén alrededor del 30 A.C y fue sepultado en una tumba prestada que pertenecía a José de Arimatea. Sus discípulos estaban desilusionados y desalentados y muchos de ellos lo negaron y lo abandonaron en las últimas horas de su vida.
Pero tres días después, los dolientes descubrieron que la tumba estaba vacía. ¡Jesús había vuelto a la vida y resucitado de entre los muertos! Por cuarenta días, Él se mantuvo apareciendo una y otra vez a sus discípulos y amigos cercanos, confrontándolos, comisionándolos y prometiéndoles la presencia poderosa del Espíritu Santo. Luego ascendió a los cielos, con la promesa de que un día regresaría.
Las buenas nuevas
Los apóstoles y seguidores de Jesús enfatizaron en las Escrituras no sólo el hecho que Jesús murió, pero también que resucitó. Él murió por nuestros pecados. Los apóstoles se dieron cuenta que la muerte de Jesús era el resultado no sólo de la trama maliciosa de hombres malvados, pero del plan eterno de Dios para rescatar al hombre de su pecado. Jesús mismo dijo que Él vino a dar Su vida en rescate de muchos.
La muerte y resurrección de Jesús fue el remedio divino para el problema del pecado. Dios trató Su hijo sin pecado, Jesús, como si Él hubiese vivido una vida de pecado, para el poder tratar a pecadores como si estos hubiesen vivido la vida sin pecado que Jesús vivió. A través de su crucifixión, Jesús absorbió la ira de Dios en contra del pecado, así que Dios podía ser justo en el pecado y perdonar pecadores declarándolos justos delante de Él. Al convertirse en una maldición para nosotros, Jesús nos libró de la maldición de la ley la cual habíamos roto. El justo (Jesús) murió por el injusto (nosotros), para que pudiéramos ser restaurados a una correcta relación con Dios.
La resurrección de Jesús fue una prueba de que Él había conquistado el pecado y la muerte de una vez y para siempre. La muerte no pudo retenerlo en sus garras. Jesús destruyó a Satanás, quien tenía el poder sobre la muerte, entregando aquellos que por temor de la muerte habían sido sometidos a una vida de esclavitud en el pecado.
Respondiendo a las buenas nuevas
Alguien una vez dijo que habían dos tipos de personas que iban al infierno: el injusto y el que se cree justo. Vivir una vida moral no te salvará del infierno, ni el bautismo, la confirmación, darle a los pobres o asistir a la iglesia. La religión es simplemente un sendero más respetable hacia la destrucción eterna. El único candidato para salvación es la persona que reconoce su absoluta impotencia para salvarse. La auto-salvación es totalmente imposible.
Pero lo que es imposible con el hombre es posible con Dios. El hombre —Dios, el Jesús de Nazaret, ha hecho por los pecadores lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. Cuando el carcelero le preguntó a Pablo y a sus acompañantes, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Ellos respondieron, “Cree en el Señor Jesús y serás salvo”.
Creer en Jesús es más que el reconocimiento del hecho de Su existencia o la veracidad de Sus afirmaciones. Creer en Jesús es confiar en Él. Alguien una vez definió fe de este modo: F.E. Abandonando todo, yo confío en Él. En las palabras del apóstol Pablo:
“Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe.”
Confiar en Jesús es el juramento de lealtad a una persona. Jesús dijo:
“Cualquiera que viene a mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque cualquiera que quiera salvar su vida la perderá, y cualquiera que perdiera su vida por causa de mí la salvará.”
La vida de fe es una vida de arrepentimiento. Confiar en Jesús involucra un cambio— cambio del pecado y la auto-justicia hacia Jesús el Señor y salvador.
Si fueras a ser rescatado del juicio de Dios por el pecado y la rebelión, debes pedirle al Señor Jesús que te salve. Todo aquel que clama el nombre del Señor será salvo. Esta es la promesa del Señor:
“Si confesares con tu boca que Jesucristo es el Señor y creyeres con tu corazón que Dios se levantó de los muertos, serás salvo.”
Arrepentirse del pecado y confiar en Jesús es tanto una invitación como un mandato de Dios: “Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan.
¿Obedecerás Su mandato?
La vida en la nueva creación
“Cualquiera que está en Cristo, nueva criatura es; mirad, lo nuevo ha venido.” Esta es la realidad para todos aquellos que han sido liberados del pecado a través de Jesús. Si te has arrepentido y creído en Jesús, ahora tienes una nueva relación con él. Esta relación es posible por la presencia del Espíritu de Dios el cual ahora vive en ti:
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Él. . .”
El Espíritu Santo te da el poder para seguir a Cristo, te proporciona acceso a la presencia del Dios a través de la oración, y te permite entender las Escrituras.
Esto, a su vez, nos lleva a una nueva relación con las Escrituras: “Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos.” La Biblia debe ser para ti lo que la leche significa para un recién nacido. La Palabra de Dios es comida espiritual, tu fuente de alimentación y gozo. En la medida que lees y meditas en la Biblia estarás más saludable y fuerte espiritualmente. En la medida que atesoras la Palabra de Dios en tu corazón, te mantendrás alejada del pecado. Como dijo alguien, “O el libro te alejará del pecado o el pecado te alejara del libro” la lectura y el estudio regular de las Escrituras es crucial para tu bienestar.
La tercera evidencia de tu nueva vida es la relación con los santos— otros seguidores de Jesús:
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte.”
Cuando Dios te rescató del pecado por medio de Jesús, Él te hizo parte de una nueva familia. Dios se convirtió en tu Padre, tú te convertiste en Su hija y otros creyentes en Jesús se convirtieron en tus hermanas y hermanos. Este nueva relación con otros te ofrece privilegios y responsabilidades especiales como son, adorar a Dios juntos, animarse los unos a los otros y aprender de Su palabra. Es tu responsabilidad el reunirte regularmente con otros para animarse y ayudarse en el caminar con Dios:
“Y consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca.”
Debe ser prioridad para un nuevo creyente formar parte de un gran grupo de personas que estén comprometidos a seguir a Jesús…
La historia aún no termina
La historia de la gloria de Dios aún no termina. Jesús ha completado el plan decisivo de Dios de salvar al mundo de la muerte y el pecado, pero aún falta más.
Jesús volverá nuevamente. Cuando Él venga, nuestra salvación será completada. El Nuevo Testamento nos recuerda que : “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aún para sujetar todas las cosas a Sí mismo.”
Dios también restaura el mundo. El mundo entero será reorganizado debajo del señorío de Jesucristo y Dios el Padre.
“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado. Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el y el mar ya no era más.”
En el transcurso del tiempo los creyentes tienen una misión de Jesús que deben completar:
“Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ensenándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
La tarea aún no se ha completado. Es un gran gozo y privilegio completarla, en la medida que compartirnos las Buenas Nuevas de lo que Jesucristo hizo por otros. Y algún día muy pronto,
“Para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para Gloria de Dios padre.”
®Revive Our Hearts/Aviva Nuestros Corazones. Usado con permiso. www.AvivaNuestrosCorazones.com