Muros derribados

Por Nancy Leigh DeMoss

No sé si ha habido un período en la historia de nuestra nación en el que se necesite tanto la oración como en este momento.

Las pantallas de nuestros televisores están inundadas de imágenes de destrucción y muerte:

- Desde escenas espeluznantes de bombardeos y refugiados que salen de todos los países del globo terraqueo;

- Devastaciones causadas por tormentas mortales y ciudades asoladas por las inundaciones.

- Hasta la matanza de niños y adultos secuestrados en lugares donde pensaban que estaban seguros.

A esto se añade el aluvión de agresiones que día tras día nos asaltan a través de las noticias y de toda forma de medios de comunicación y entretenimiento. Estamos sometidos a sórdidos detalles sexuales, obscenidades, violencia y variaciones interminables sobre el mal, que no se nos hace difícil ver que realmente necesitamos orar.

Aunque todavía existen muchas cosas maravillosas en esta tierra por las que debemos estar agradecidos, “América la Bella, tierra de la libertad y hogar de los valientes”, ésta también se ha convertido en la tierra de los egoístas, de los violentos y el hogar de temerosos y abusados.

A medida que atravesamos y filtramos los escombros de estas tragedias, muchos están buscando explicaciones y soluciones a nuestra situación nacional, pero creo que las respuestas definitivas se encuentran en la verdad eterna de la Palabra de Dios.

Recientemente, la historia de Nehemías en el Antiguo Testamento ha capturado mi atención. Un hombre que creció como un judío cautivo en la tierra de Babilonia. A Nehemías se le había dado el privilegio de ser el copero y confidente del rey de Persia Artxerxes. El estaba cómodamente resguardado en su posición hasta el día que uno de sus hermanos vino a Babilonia desde su tierra natal en Judá, donde años atrás se les había permitido regresar a un número determinado de judíos.

Nehemías dice en su relato, le pregunté (al hermano) por el remanente judío que sobrevivió al exilio y también por Jerusalén, y el me dijo: “Aquellos que sobrevivieron al exilio y se encuentran de nuevo en la provincia, están en serios problemas y desgracias. Los muros de Jerusalen se han caído y sus puertas han sido quemadas con fuego.”

Estas noticias fueron causa de gran preocupación, pues los muros y las puertas de las ciudades antiguas proveían la necesaria protección de los enemigos. Una comunidad cuyas puertas y murallas estuvieran destruidas estaba vulnerable e indefensa ante los ataques.

La respuesta inmediata de Nehemías a este reporte perturbador fue clamar al Señor, buscar Su perdón por los pecados que habían precipitado esta situación, y rogarle que le permitiera ir a Judá a ayudar a los judíos a reconstruir los muros. Aunque él vivía lejos de ese problema, éstos eran su pueblo, por lo que no podía quedarse de brazos cruzados e ignorar esta situación.

Cuatro meses después, en respuesta a las oraciones de Nehemías, el Rey Artaxerxes lo liberó para que hiciera ese viaje de 2 o 3 meses hacia Judá para ayudar a los judíos que estaban en apuros.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén, lo primero que hizo fue caminar alrededor de la ciudad y examinar sus muros y puertas, para poder determinar exactamente lo que debía hacerse. Lo que vió de primera mano lo agitó aún más profundamente que el informe que había escuchado por primera vez en Babilonia. La situación era verdaderamente crítica.

En los últimos 20 años he viajado a lo largo y ancho de este gran país, y he escuchado historias y lamentos de mujeres, hombres y jóvenes. Puedo dar fe que de lo que ellos están más seguros es de que los muros y las puertas espirituales de su tierra están en muy mal estado.

Cuando nuestra nación fue fundada, esos muros y puertas fueron cuidadosamente eregidos. Nuestros padres fundadores reconocieron que la mayor defensa de los Estados Unidos no descansaba en armas, municiones o estrategias militares, sino en la fortaleza espiritual y moral de su pueblo, en la estabilidad de sus hogares, comunidades e iglesias y en la voluntad de sus ciudadanos de auto-gobernarse por las leyes de Dios.

En nuestra época, en nombre del pluralismo, la tolerancia y la justicia política, hemos sido testigos del desmantelamiento sistemático de los muros y las puertas espirituales que formaban el sistema de defensa estratégico de nuestra nación.

Quiero llamar su atención sobre tres de nuestras puertas más importantes y vitales que han sido saqueadas.

La primera puerta que está en ruinas es nuestra visión de Dios. Casi sin excepción nuestros antepasados reconocían la existencia de un Dios soberano que creó la tierra y que tenía el derecho de gobernar sobre su creación. En sus vidas tanto públicas como privadas, ellos reverenciaban y temían al Señor.

Hoy adoramos un dios hecho a nuestra medida - un genio cósmico que existe para suplir nuestras necesidades, cuyo trabajo supremo es hacernos felices y confortables, y cuyas leyes están sujetas a los caprichos cambiantes de cada generación.

Que diferente es esta imagen a la del Dios verdadero, quien se ha revelado a sí mismo en las Escrituras como un Dios Santo, un Dios de verdades absolutas, un Dios que extiende misericordia y gracia a aquellos que se humillan y aceptan Sus términos de salvación, pero un Dios de juicio quien un día derramará su ira sobre los pecadores no arrepentidos. Como dice Dios en el libro de Isaías:

“Castigaré al mundo por su maldad y a los impíos por su iniquidad; también pondré fin a la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los despiadados”. (Isaías 13:11)

Nuestra sociedad ha marginado a Dios y lo ha sacado de la conciencia colectiva. Por supuesto, en tiempos de crisis, como las tragedias en Littleton, Oklahoma City y New York, podemos ser persuadidos a darle un guiño simbólico- por lo menos lo suficiente como para preguntar "¿Por qué? Hace más de 2500 años, el Viejo Testamento Judío hizo esa misma pregunta: ¿Por qué ha sido devastada y arruinada la tierra?

La respuesta de Dios es clara: “Es porque han abandonado Mi ley que puse delante de ellos, y no han obedecido Mi voz ni andado conforme a ella. En cambio, han andado tras la terquedad de sus corazones.” (Jeremías 9:12-14).

Cuando una sociedad rechaza a Dios y su autoridad, el resultado inevitable será puertas y muros derribados.

La segunda puerta que ha sido destruida es nuestra visión de la moralidad. Por supuesto, siempre han existido individuos inmorales en nuestra nación, pero en esos tiempos no arriesgabas tu reputación o tu trabajo al identificar los comportamientos inmorales como inmorales. Lo correcto era correcto; lo incorrecto era incorrecto. Nuestras leyes se basaban en la ley absoluta, en la moral inmutable de Dios y no teníamos que pedir perdón por expresarla. Pero todo eso ha cambiado en un mundo en el que se rechaza la noción de absoluto y reina el relativismo. Hubo un tiempo en que nuestros fundamentos morales incluían el concepto de responsabilidad personal por nuestras decisiones, rendición de cuentas a una ley superior a nosotros mismos, y las consecuencias inevitables de hacer lo incorrecto.

Ahora todo eso ha sido aniquilado en una mentalidad cultural de culpa y victimización. "No culpable" se ha convertido en nuestro mantra nacional.

La constante erosión de la moral nos ha dejado vulnerables e indefensos ante una multitud de atacantes, entre ellos, las enfermedades de transmisión sexual, trastornos mentales y emocionales crónicos y la violencia sin sentido.

Una sociedad que ha perdido su sentido del bien y el mal es una sociedad con puertas rotas, una sociedad que es vulnerable desde dentro y desde fuera.

Una tercera puerta que está en ruinas es nuestra visión de la familia. Tales virtudes esenciales como el honor, el deber, la lealtad, la obediencia, el sacrificio y la castidad se han perdido. En su lugar, hemos sustituido la indulgencia, la codicia, la conveniencia y la comodidad personal y la auto-gratificación.

Un "pegamento" crucial en las generaciones anteriores era un alto concepto de la alianza matrimonial. Por supuesto, no todas las personas fueron fieles a sus votos, pero la fidelidad marital todavía se consideraba correcto e importante.

Hoy en día nuestra cultura (asistido por las leyes de divorcio sin culpa) ha despojado a los votos matrimoniales de su significado y de su poder. No queremos estar obligados a cumplir nuestras promesas—simplemente queremos ser libres para perseguir nuestra felicidad personal, sin importar el costo para nuestros niños, nuestro futuro, o nuestro bienestar nacional.

Hablando de niños, ¿qué esperanza puede haber para la próxima generación si los padres de hoy abdican su responsabilidad de modelar de manera íntegra y veraz en sus hogares, con el fin de inculcar en sus hijos cualidades del caracter tales como la honestidad, la moderación, disciplina, diligencia, respeto a la autoridad, y desinterés, e insistir en que sus hijos cumplan con las reglas de la casa y de la tierra?

¿Hemos considerado las consecuencias de renunciar a valores tan antiguos como la responsabilidad de los padres de servir como protectores, proveedores y líderes de sus familias, y el alto llamado a las madres de ser portadoras y nutridoras de vida, guardianas de sus hogares?

¿Qué nos hace creer que nuestros hijos tendrán respeto por la vida si los educamos en una sociedad donde, en promedio, van a ver 200 mil actos de violencia y 8 mil asesinatos por televisión para el momento en que se gradúen de la escuela secundaria; en una cultura que legitima el aborto, el suicidio asistido y la eutanasia?

¿Qué nos hace pensar que nuestros hijos pueden escuchar grupos de heavy metal como Cradle of Filth (Cuna de Inmundicia), Rotting Christ (Cristo Podrido), Twin Obscenity (Obscenidad Gemela), Dying Fetus (Feto Moribundo) y Bludgeon to Death (Apaleado hasta la muerte) y luego tener alguna esperanza de que aprenderán a amar a su prójimo?

¿Cuánto tiempo vamos a ser capaces de sobrevivir a esta epidemia mortal de abuso físico y sexual, padres ausentes, embarazos en adolescentes, abortos, niños criados desde su nacimiento en guarderías o centros de cuidado infantil, divorcios en serie, adulterio, fornicación y sodomía?

Una sociedad que abandona a Dios y sus leyes, que rechaza la moral absoluta, y que está dispuesta a sacrificar a sus familias en el altar de la conveniencia, la carrera, y de su “yo”, es una sociedad cuyas puertas están derribadas.

El hecho de que los muros y las puertas estén en ruinas no es una sorpresa para la mayoría de nosotros. Lo que quiero saber es: "¿Hay algo que podamos hacer al respecto, cualquier cosa que realmente haga una diferencia?"

En la historia de Nehemías descubrimos un ejemplo inspirador de cómo responder ante puertas y muros derribados.

En primer lugar, cuando Nehemías se enteró de la difícil situación del remanente en Jerusalén, se lamentó y lloró. Su relato se lee:

Cuando me enteré de esto, me senté y lloré. Por unos días me lamenté, ayuné y oré delante del Dios de los cielos.

No es suficiente sentir remordimiento o lamentar nuestras heridas personales. Dios le dijo al profeta Oseas acerca de la gente de su tiempo: "Y no claman a mí de corazón cuando gimen en sus lechos”.

Una cosa es que nos sintamos molestos por la carnicería que vemos todas las noches en los medios de comunicación, que gimamos por las sombrías estadísticas que revelan nuestra enfermedad nacional, o que nos quejemos por las heridas causadas por cónyuges infieles o hijos rebeldes. Otra muy distinta es gritar con un corazón arrepentido, como lo hizo Nehemías, diciendo: "Oh Dios, hemos pecado contra ti. Hemos violado tus leyes. Por favor, ten piedad de nosotros".

En segundo lugar, Nehemías se preocupó lo suficiente como para involucrarse, y estaba dispuesto a pagar un precio por esa participación.

Recuerde que Nehemías tenía un trabajo seguro y bien pago en el palacio. ¿Quién lo criticaría por simplemente sentir compasión por los Judios que luchaban a 1500 millas de distancia en Jerusalén y dejarlos así—, por pensar que eso era problema de ellos? Pero no, Nehemías dijo: "Este es nuestro problema. Y yo voy a hacerlo mi problema".           

Este era el espíritu de las generaciones pasadas de estadounidenses. Muchos de los 56 firmantes de la Declaración de Independencia sacrificaron sus hogares, la inmensa riqueza personal, e incluso a sus familias. Ellos comprometieron mutuamente "sus vidas, sus fortunas y su honor sagrado", a fin de dar a luz a este gran experimento de libertad.

En su reciente libro, The Greatest Generation, Tom Brokaw honra a algunos de los héroes de la Segunda Guerra Mundial y dice:

Ellos respondieron al llamado para ayudar a salvar al mundo de dos de las máquinas militares más poderosas y crueles jamás concebidas… Se enfrentaron a grandes dificultades y a un largo retraso, pero no protestaron. En ese momento de sus vidas cuando sus días y noches deberían haber estado llenos de aventura inocente, amor y experiencia en un mundo laboral, ellos estaban luchando, a menudo mano a mano, en las condiciones más primitivas, en todo el ensangrentado paisaje de Francia, Bélgica, Italia y Austria.

Todavía tenemos una gran deuda con estos antepasados.

Pero ¿qué de nosotros hoy? Me pregunto, ¿debemos simplemente sentir empatía por la situación de los niños de nuestro país y los hogares y las escuelas, sus barrios y ciudades? O ¿Debemos reconocer que los problemas de nuestro país son nuestros problemas? ¿Estamos dispuestos a arriesgar nuestras posiciones, nuestra comodidad, conveniencia y seguridad para involucrarnos?

Yo no tengo hijos propios, pero al oir los informes de esta joven generación molesta, confundida y problemática, me doy cuenta de que este es nuestro problema —y que debo estar dispuesta a hacerlo mi problema. Debemos preocuparnos lo suficiente para llegar a sentir compasión y compartir el evangelio de Jesucristo, que es la única esperanza para esta cultura de muerte.

En tercer lugar, Nehemías estaba dispuesto a tomar posiciones atrevidas y valientes en defensa de la justicia, y en oposición al pecado. En estos días en que la tolerancia es la mayor virtud, necesitamos desesperadamente hombres y mujeres de convicción que defiendan lo correcto, independientemente de lo que pueda costar.

Esto debe comenzar en nuestras propias vidas y hogares, pues nuestra nación nunca será más recta que los individuos y las familias que la componen.

Tomar posición en favor de la rectitud significa, por ejemplo, ser fieles a nuestro cónyuge, "en las buenas o en las malas." Lo cual se refiere un compromiso a la abstinencia sexual fuera del matrimonio. Esto significa negarse a satisfacernos con el entretenimiento vulgar, lascivo, o insano; significa tener la voluntad de disciplinar nuestros hábitos en cuanto a lo que vemos y a lo que nos exponemos en la Internet.

Esto significa tener el valor de decirle a nuestros hijos, como hicieron mis padres a sus siete hijos: "Porque los amamos y queremos verlos experimentar todo lo que Dios tiene para sus vidas, habrán algunos lugares a los que no podrán ir, algunos niños con los cuales no podrán andar, alguna ropa que no podrán usar, alguna música que no deben escuchar y algunos juegos que no podrán jugar".

Ya sea en el hogar, en el trabajo o en la sociedad, algunas de las posiciones que debemos tomar serán impopulares y políticamente incorrectas. Puede que nos cueste nuestra reputación o nuestro sustento. Ese es un riesgo que debemos estar dispuestos a tomar.

Encontraremos oposición incluso como lo hizo Nehemías durante todo el tiempo que se tardó en reconstruir los muros de Jerusalén. Pero debemos seguir adelante, armados con la certeza de que la verdad de Jesucristo hace a los hombres libres, y que al final, la verdad se impondrá. Por que viene el día cuando "toda rodilla se doblará" en sumisión a Dios, y "toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor."

Finalmente, Nehemías se humilló y oró. El libro de Nehemías está lleno de referencias a la oración. A cada paso, la respuesta intuitiva de Nehemías era levantar los ojos al cielo y buscar la sabiduría y la ayuda del Señor. Sabía que la tarea a la que se le llamaba era mucho más grande que él, y que él no podía tener éxito sin la intervención divina y el favor de Dios.

Los problemas que enfrenta nuestra nación hoy en día son mucho más grandes que todo lo que nuestros programas y esfuerzos humanos puedan abordar. Ninguna cantidad de dinero que invirtamos en  estos problemas va a hacer que desaparezcan. Las soluciones no van a encontrarse en mejores escuelas, más policías, leyes más estrictas,  control de armas, o un mejor gobierno. La batalla que estamos luchando no es física, sino espiritual. Estamos presenciando el choque entre dos reinos: el reino de Dios y el reino de Satanás. Es una batalla por los corazones y las almas de los hombres. Nuestra única esperanza está en Dios. Por eso la oración es vital.

Nuestra nación no tuvo vergüenza para orar en el pasado. Una y otra vez, nuestros líderes y las personas se han inclinado ante el trono del cielo, reconociendo su gran necesidad de la ayuda de Dios.

Casi 400 años atrás, cuando los peregrinos desembarcaron por primera vez en esa orilla de Nueva Inglaterra, se arrodillaron y oraron al Dios Todopoderoso y dedicaron este continente para Su gloria.

En 1787, cuando la Convención Constitucional de Filadelfia llegó a un impasse crítico, Benjamin Franklin publicó una súplica conmovedora a los delegados para que oraran y buscaran la ayuda de Dios.

La imagen de George Washington arrodillado para rezar en Valley Forge está indeleblemente grabada en nuestras mentes.

En octubre de 1857, cuando una crisis bancaria dio lugar a que los empresarios perdieran sus fortunas de la noche a la mañana, ellos se dirigieron a Dios en oración. En pocas semanas, las iglesias de todo el país fueron inundadas día y noche, con hombres y mujeres clamando a Dios. Ese gran avivamiento de oración preparó al país para un período de agitación nacional y sufrimiento que le sobrevendría. En medio de la guerra que amenazaba a la unión de los estados, el presidente Abraham Lincoln habló de que a menudo era conducido a caer de rodillas sabiendo que no tenía a donde más recurrir.

En el apogeo de la Guerra Civil, el presidente Lincoln emitió una Proclamación Nacional, llamando a un día de ayuno, humillación y oración. Creo que sus palabras son tan relevantes hoy como lo fueron cuando se escribieron, hace 136 años (1863):

Hemos sido los destinatarios de mayor recompensa del cielo. Se nos ha conservado todos estos años, en paz y prosperidad. Hemos crecido en número, riqueza y poder, como ninguna otra nación ha crecido.

Pero nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la mano bondadosa que nos preservó en paz, nos multiplicó, nos enriqueció y nos fortaleció; nos hemos imaginado en vano, en el engaño de nuestra cabeza, que todas estas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría y virtud de nosotros.

Embriagados por el éxito ininterrumpido, hemos llegado a ser demasiado autosuficientes para  sentir la necesidad de la redención y  la gracia, demasiado orgullosos para orar al Dios que nos hizo.

Nos corresponde, luego de humillarnos ante el Poder que hemos ofendido, confesar nuestros pecados nacionales, y orar por misericorida y perdón.

Me gustaría hacer un llamamiento a que sigamos la propuesta del presidente Lincoln.

La Palabra de Dios promete que si nosotros que somos su pueblo, nos humillamos y oramos y buscaramos su rostro y nos volvieramos de nuestros malos caminos, El nos escuchará desde los cielos, perdonará nuestros pecados y sanará nuestra tierra (2 Crónicas 7:14)

¿Me acompañarías en oración, confesando nuestros pecados y pidiendo al Señor que tenga misericordia de nuestra tierra?

Mientras oramos, si puedes físicamente y si quieres, te invito a que te arrodilles como una expresión visible de reconocimiento a la soberanía de Dios y a la necesidad que tenemos de El. ¿Qué pudiera ser más apropiado que reverenciar al Dios del universo, como un día todos lo haremos?

Charla ofrecida el  26 de mayo de 1999.

© Revive Our Hearts. Usado con permiso. www.AvivaNuestrosCorazones.com

Sobre el autor

Nancy DeMoss Wolgemuth

Nancy DeMoss Wolgemuth ha tocado las vidas de millones de mujeres a través del ministerio de Aviva Nuestros Corazones y del Movimiento de Mujer Verdadera, llamando a las mujeres a un avivamiento espiritual y a la feminidad bíblica. Su amor por Cristo y por Su Palabra es contagioso y permea todos sus alcances, desde sus conferencias hasta sus programas de radio.

Ha escrito veintidós libros, incluyendo Mentiras que las mujeres creen y la Verdad que las hace libres, En busca de Dios (junto a Tim Grissom), y Adornadas. Sus libros han vendido más de cuatro millones de copias y están llegando a los corazones de las mujeres alrededor del mundo. Nancy y su esposo, Robert, radican en Michigan.