Kyle y yo estábamos cenando fuera, lejos de los niños, y aun así no podía relajarme ni disfrutar. Estaba distraída, y lo había estado de manera constante por semanas. Derrumbada sobre la mesa, lo miré fijamente e intenté explicarle cómo me sentía.
«Me siento invadida por pensamientos y emociones, muchos de ellos tristes y de descontento, que no logro descifrar. Siento que mi mente está siendo hundida en un millón de direcciones diferentes. ¿Qué me está pasando?».
Kyle, después de escuchar mi bola enredada de pensamientos por varios minutos, respondió: «Revisas mucho el correo. Estás mucho en el teléfono».
Mi bolso estaba a mi lado en el asiento, y dentro de él la luz verde parpadeante de mi celular me llamaba, incluso mientras él decía esas palabras. Tiene razón, pensé. De inmediato recordé una conversación que había tenido con unas amigas sobre la tecnología. ¿Qué fue lo que dijo una de ellas?
«Cuando las personas están en sus teléfonos, no están presentes en sus vidas. Están en otro lugar».
Bueno, eso prácticamente lo explicaba todo: el descontento, la comparación obsesiva con otras mujeres, la inseguridad y la consecuente búsqueda en línea de pruebas de que soy exitosa y/o amada, el deseo de lo que no tengo y me pregunto si algún día tendré, el orgullo. Solo había estado revisando mi teléfono en cada momento libre, pero parecía evidente que esos actos simples y aparentemente intrascendentes de deslizar y desplazar la pantalla no eran tan simples ni intrascendentes después de todo. Uf.
A la mañana siguiente abrí mi Biblia, le entregué este asunto al Señor y esperé. Sabía que Él me iba a hablar al respecto, y así lo hizo.
«Dios, ayúdame. He permitido que la tecnología me distraiga más allá de lo razonable. Me estoy causando un gran dolor».
Parecía como si Dios me dijera: «¿No te recuerda esto a algo que acabas de leer recientemente?».
Esto era lo que acababa de leer en 1 Timoteo 6:9–10:
«Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores».
De nuevo, parecía como si Él dijera: «Lo que estás haciendo es ser codiciosa. La tecnología y las redes sociales están dando a luz una nueva avaricia, y has caído en la trampa. Tu deseo de reconocimientos, invitaciones, relaciones con personas que no te he dado, seguidores y cualquier satisfacción que pienses obtener, en realidad es codicia y avaricia; y lo único que estás logrando es traspasarte a ti misma con muchos dolores. Lee más adelante».
«A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida». -1 Timoteo 6:17-19
Él me ayudó a entender al aplicar Su Palabra a mi vida:
«Tu codicia significa que estás confiando en riquezas inciertas y no en Mí. Además, fragmenta tu mente en un millón de pedazos, causándote estrés y sacándote de la vida que te he dado abundantemente para disfrutar. Ese estrés crea la ilusión de que no tienes tiempo para dar a otros; de que estás ocupada en formas que no lo estás; de que no tienes suficiente cuando en realidad tienes todo lo que necesitas; y de que debes ser tacaña contigo misma. Irte a otro lugar en tu mente roba el tiempo y la energía que podrían ser dedicados a las buenas obras justo frente a ti. Eres rica—en amor, en tiempo, en energía, en dones—pero actúas como si no lo fueras. Sigue leyendo».
«Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento…Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad. Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión en presencia de muchos testigos…». -1 Timoteo 6:6, 11-12,
El Señor siguió instruyéndome:
«Esto es lo que importa. Esta es la verdadera ganancia, no un aumento de seguidores en Instagram, ni un correo importante que está por llegar, ni ver cómo te comparas con las demás. Todo lo que realmente importa respecto al contentamiento sucede en el presente. Persigue la piedad y persigue el contentamiento en Mí. Esta es la gran ganancia».
Yo sabía que Dios tenía toda la razón, y me sentí tan tonta porque caigo tan fácilmente en la trampa de la codicia. Pero Dios me recordó que no es una tontería—es una lucha.
La nueva codicia. Esa frase seguía resonando en mis oídos mientras buscaba a Dios acerca de cómo pelear la buena batalla de la fe. La nueva codicia; vamos tras tantas cosas, y ahora se manifiesta en nuestros teléfonos, iPads, ropa, tendencias...
¿Por qué revisamos—por qué reviso—nuestros teléfonos tan seguido, desplazándonos por Instagram o Tik Tok? ¿Qué es exactamente lo que estamos buscando? ¿Por qué dejamos nuestra realidad presente que Dios nos ha dado tan ricamente para disfrutar para ir a otro lugar en nuestra mente, un lugar que a menudo se llama comparación o descontento? Es algo digno de reflexionar, porque enturbia las aguas de lo que tiene verdadero valor, y porque el lema de la codicia es que nunca tenemos suficiente.
Yo estoy ahora mismo en la realidad presente que Dios me ha dado ricamente para disfrutar. Tengo suficiente y estoy decidida a no dejarme atrapar por la sutil codicia y la avaricia.
¿Y tú?
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