Hacer discípulos no es opcional, es nuestro llamado. (Parte II)

Hoy continuamos con la segunda parte del blog, si no has leído la primera parte, te recomendamos hacerlo para que sigas el hilo del mensaje en su totalidad:

Inversión de vida

Quizás el elemento más fundamental en el arduo trabajo del amor es lo que Pablo dice en el versículo 8: «Teniendo así un gran afecto por ustedes, nos hemos complacido en impartirles no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegaron a ser muy amados para nosotros». 

Pablo invirtió voluntariamente todo de sí mismo en estos otros creyentes. El ministerio no era solo una parte de su vida; era su vida. Qué fácil es para nosotros relegar el discipulado a un solo horario de nuestra agenda: martes por la tarde de 6 a 8 o jueves por la mañana de 8 a 11. Pero aunque ese pueda ser el horario asignado, no es todo el discipulado.

El amor verdadero deja entrar a la otra persona, le permite que la otra persona te conozca de verdad, incluso cuando no estás en tu mejor momento, cuando tu cuarto no está arreglado. Responde preguntas difíciles y comparte luchas reales. Si no hay honestidad, lo demás se vuelve solo apariencia.

El trabajo de amar bien a otros requiere que bajemos la guardia y dejemos entrar a los demás, aunque no sea en el momento planeado.

Rinde tus derechos

Pablo y sus compañeros misioneros tenían todo el derecho de recibir pago por lo que hacían; sin embargo, a menudo elegían renunciar a ese derecho por el bien de aquellos a quienes ministraban.

«Porque recuerdan, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche para no ser carga a ninguno de ustedes, les proclamamos el evangelio de Dios». -1 Tesalonicenses 2:9

Pablo consideraba más importante no ser una carga para los tesalonicenses que exigir pago a estos creyentes recién convertidos. Voluntariamente renunció a ese derecho para poder amarlos y servirlos. ¿Qué derechos estás dispuesta a rendir por el bien de ministrar a otra persona?

  • ¿El derecho a una noche acogedora en casa con tu pijama?
  • ¿El derecho a que te den las gracias o ser reconocida?
  • ¿El derecho a tu «tiempo personal» o autocuidado?
  • ¿El derecho a evitar conversaciones incómodas?

Si vamos a involucrarnos en el arduo trabajo del amor, debemos estar dispuestas a soltar nuestros derechos.

Persigue la santidad

Imagina a un instructor de manejo que regresa de una clase práctica con un estudiante, se sube a su propio auto, gira la llave y sale disparado del estacionamiento, ignorando la señal de alto, sin abrocharse el cinturón de seguridad y dejando a su alumno tosiendo por el humo que dejaron las llantas al quemarse. Este estudiante, que acababa de regresar de una conducción cautelosa bajo la constante crítica de su instructor, sin duda perdería todo respeto por su maestro al verlo despreciar por completo las leyes de tránsito.

Lo mismo sucede con aquellos que buscan caminar junto a un creyente joven en Cristo. Parte del arduo trabajo del amor es buscar la santidad en tu propia vida, siendo un ejemplo para aquellos que te miran como modelo. Pablo lo dijo de esta manera: «Ustedes son testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con ustedes los creyentes» )1 Tes. 2:10).

Y a los corintios se los dijo de una forma más directa: «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» ( 1 Cor. 11:1).

Reconozco que esta es una montaña difícil de escalar, pero Pablo no estaba diciendo que había alcanzado la perfección sin pecado. Él no lo logró de este lado del cielo, y nosotras tampoco lo haremos. El punto es que no podemos guiar a otra persona a un lugar al que no estamos dispuestos a ir nosotras mismas. Amar a otros requiere que hagamos el arduo trabajo de buscar la santidad primero, y luego llamarlas a hacer lo mismo.

Por supuesto, no lo hacemos ni podemos hacerlo en nuestras propias fuerzas. Debemos depender de Dios, quien está obrando en nosotras para conformarnos a la imagen de Su Hijo (Flp. 2:13; Ro. 8:28–29).

Valentía para hablar lo que es difícil

Pablo no solo se compara con una madre en este pasaje, sino también con un padre —un padre dispuesto a tener una «plática de papá» con su hijo que ha tenido un mal día o ha tomado una mala decisión:

«Saben además de qué manera los exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de ustedes, como un padre lo haría con sus propios hijos,para que anduvieran como es digno del Dios que los ha llamado a Su reino y a Su gloria». -Tesalonicenses 2:11-12

El ejemplo de Pablo nos enseña que el arduo trabajo del amor requiere discernimiento. Pero, ¿estás dispuesta a hacer el trabajo difícil de decir lo que debe ser dicho cuando la otra persona necesita escucharlo?

Persevera

Pablo comenzó toda esta conversación con los tesalonicenses diciéndoles que no pensaran que su tiempo con ellos había sido en vano (v. 2:1). Sí, fue maltratado en Tesalónica, al igual que lo había sido en Filipos, pero no interpretó esa dificultad como una señal de que nunca debió haber ido en primer lugar.

Amar es un trabajo arduo, y como cualquier tarea difícil, viene con obstáculos, retrocesos, tropiezos y sufrimientos. Nada de eso significa necesariamente que nunca debiste haber comenzado. De hecho, puede ser una señal de que lo estás haciendo bien.

Cristo nos dejó un solo mandato: hacer discípulos. No es fácil, pero no debemos rendirnos.

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …

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