Escritora invitada: Tanya Hasselhuhn
Una maestra sabia piensa con anticipación en cómo manejar situaciones difíciles para que, si surgen, ya sepa cómo responder. Aunque no todo lo podemos prever, la sabiduría que Dios nos da, a través de estar en Su Palabra y la oración, nos ayudará a tomar buenas decisiones. Recordemos que: «El temor del Señor es el principio de la sabiduría» (Prov. 1:7). A medida que nuestro corazón teme al Señor y no a los hombres, en este caso a lo que digan nuestras hermanas, podremos amar a nuestras hermanas de manera que glorifiquemos a nuestro amado Señor.
Así que, a continuación, se presentan algunos problemas comunes que pueden surgir durante la dinámica de un grupo pequeño, y quiero compartirte consejos prácticos en cómo resolverlos o responder a ellos con gracia, amor y verdad (Ef. 4:15).
Una nueva integrante en el grupo
Decide de antemano en qué momento deseas introducir a una nueva integrante. Los mejores momentos son al inicio o al final.
Una respuesta larga y confusa
Trata de resumir los puntos más relevantes de lo que se dijo, agradece a la persona, y luego continúa con la siguiente participación.
Una conversación controversial
Si necesitas detener una respuesta o conversación controversial, ¡ora rápidamente! Luego cambia el tema lo antes posible. Tu meta es evitar que una persona ofenda a todo el grupo.
Una manera de interrumpir con gracia es: «Susana, ¿puedo interrumpirte un momento? Gracias por tu comentario, pero necesitamos avanzar».
Una respuesta demasiado personal
Para proteger a alguien de compartir algo de lo que luego podría arrepentirse, puedes decir:
«Susana, como esto es muy personal para ti, ¿te parece si lo hablamos tú y yo más tarde?».
Una vez que ella acepte, continúa: «¿Quién quiere tomar la siguiente pregunta?».
Después, asegúrate de hablar o llamarla, hazle saber que te importa su situación, pero que la interrumpiste porque no querías que compartiera algo privado de lo que luego se sintiera mal. Ayúdala a ver que estabas cuidando de su corazón.
Cuando no sabes la respuesta
Si alguien hace una pregunta que no sabes responder, admítelo con humildad. Luego añade que investigarás y volverás con la respuesta. Si la pregunta es importante, puedes abrirla al grupo; tal vez alguien más pueda ayudar.
Si es una pregunta «difícil», puedes decir: «Esa es una buena pregunta. No estoy segura si hay una respuesta directa en la Biblia, pero si tienes tiempo después del grupo, me encantaría conversar contigo al respecto».
Una respuesta extraña o incorrecta
Si la respuesta no es bíblica, agradece a la persona, y luego trata de obtener una respuesta bíblica de otra integrante del grupo en quien confíes doctrinalmente.
Es ideal que hayas identificado a una o más «hermanas de confianza» en tu grupo, mujeres con discernimiento y respuestas sólidas, según la Palabra. En una situación difícil, puedes llamarlas directamente para que aporten.
No todas las respuestas deben ser perfectas, pero como la facilitadora del grupo, es tu responsabilidad asegurarte de que lo último que se diga sobre el tema sea correcto. En lugar de decirle a alguien que está equivocada, procura «superponer» la verdad sobre la respuesta incorrecta. También puedes decir: «Sigamos explorando; no creo que hayamos llegado todavía a la interpretación correcta».
Una integrante muy habladora o dominante
Primero, ora y pide a Dios sabiduría y amor para tratar correctamente con esta hermana. Trata de llamarla solo para respuestas breves y claras.
Si está levantando la mano insistentemente, puedes decir: «Susana, gracias por tu entusiasmo. Tal vez pueda darte la palabra después de escuchar a algunas de las demás».
Si está siempre del mismo lado del salón, puedes decir: «Quisiera escuchar a alguien de este lado del grupo».
Mujeres charlando entre ellas
Intenta que se sienten separadas. Pide a una de ellas que te ayude con algo mientras el grupo va llegando, para romper la dinámica.
Nadie da la respuesta correcta
Puedes decir: «Esa es una forma de verlo. ¿Alguien tiene otra perspectiva?». O: «Interesante. ¿Quién encontró algo diferente?».
Si es necesario, acude directamente a tus «hermanas de confianza» o explica tú misma la respuesta.
Silencio total: nadie responde
A veces el grupo está desmotivado, otras veces simplemente no quiere participar o se siente inseguro. Puedes añadir un toque de humor: «El silencio es oro… ¡Pero parece que alguien amordazó al grupo!».
También puedes motivar diciendo: «Esta era una pregunta difícil. ¿Quién se anima a intentar responder?».
Una pregunta personal que nadie quiere contestar
Antes de hacer la pregunta, expresa tu expectativa al grupo. Por ejemplo: «Me gustaría escuchar a tres de ustedes. ¿Quién quiere comenzar?».
Mantén contacto visual, una por una, con expectativa. Está bien dejar un poco de silencio para que se animen a responder.
Estas suelen ser las preguntas más importantes porque invitan a la aplicación personal. Si no logras que compartan, entonces comparte tú con honestidad y vulnerabilidad. Eso suele animar a varias a abrir su corazón también.
Y por último…
Aunque no puedes prepararte para cada tipo de dificultad, tener un plan para estas situaciones comunes contribuirá en gran manera a que tu tiempo en grupo fluya mejor. Con un poco de previsión, puedes reducir las distracciones para las mujeres de tu grupo (¡y la frustración para ti como maestra!), permitiendo que el enfoque permanezca en lo principal: estudiar la Palabra de Dios para conocer a Dios y crecer juntas.
Recuerda que todo lo que hacemos es para la gloria de Dios (1 Co. 10:31), y esto incluye en cómo manejamos situaciones difíciles o incómodas para algunas personas. Nuestra labor es representar al Señor en todo lo que hacemos, en cómo tratamos a nuestras hermanas y cómo las apuntamos a Cristo, a poner «la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:2) y a poner «los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Heb. 12:2). Esta es la razón por la cual nos interesamos en resolver situaciones difíciles con nuestras hermanas para que corran a Cristo y en Él encuentren los tesoros de la sabiduría que necesitan (Col. 2:3) y la identidad que les permite caminar y crecer en santidad.
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