Cuando el perfeccionismo parece virtud

En este mundo caído es fácil pensar que ser perfeccionista es algo bonito. Yo misma lo creía: ¿qué puede estar mal en querer hacer todo lo mejor posible, sobre todo para el Señor? Pero cuando lo miramos a la luz de la Palabra, descubrimos que esconde algo más feo: orgullo, crítica, falsa humildad, legalismo… en fin, pecado.

¿Te has dado cuenta de que buscas constantemente alcanzar un estándar imposible? Este blog es para ti.

Cómo lo define el mundo (y por qué no basta)

El mundo define el perfeccionismo así:

  • Una persona que se niega a aceptar todo corto estándar de perfección.
  • La creencia de que es necesario hacer las cosas extraordinariamente bien, sin cometer errores.
  • Según D. Burns, un perfeccionista es alguien que persigue objetivos inalcanzables, se siente inseguro respecto a su valía personal, la cual se determina según su capacidad para cumplir metas.

El mundo reconoce que ser perfeccionista no es saludable, pero a la vez nos empuja a practicarlo. Es irónico, ¿no? En psicología se le llama «Síndrome del Perfeccionista» o «Trastorno Anancástico de la Personalidad». Pero, a la luz de la Palabra, la raíz verdadera de este problema es el pecado.

El perfeccionismo en el ministerio es idolatría

En el ministerio, cuando valoramos el perfeccionismo y lo reforzamos en nosotras mismas y en las demás, entramos en un terreno peligroso. ¿Por qué? Porque ya no solo creemos que somos el estándar, sino que exigimos que las demás mujeres en nuestro equipo cumplan nuestras expectativas y, sutilmente, creemos que merecemos el favor de Dios por cómo servimos. Quizá no lo digamos en voz alta, pero sí lo mostramos en nuestras actitudes: «Yo no haría eso», «Yo siempre soy puntual», «Yo nunca fallo».

Ese tipo de actitud genera tensión constante en nuestros equipos, insatisfacción personal y un ambiente pesado para quienes sirven con nosotras. La vida cristiana no se trata de eso. Dios confrontó mi corazón con estos versículos:

«Los ojos altivos y el corazón arrogante… son pecado». —Proverbios 21:4
«No levanten en alto su frente; no hablen con orgullo insolente». —Salmo 75:5

Y la historia de Nabucodonosor en Daniel 4 me recuerda que Dios resiste a los soberbios y humilla a quienes se engrandecen.

Pero entonces, una pregunta que surge es: ¿a qué conduce el perfeccionismo en quienes lideramos? El perfeccionismo nos hace hipercríticas. Nada de lo que hace el equipo es suficiente, porque no cumple con nuestro filtro. Decimos: «Todo para la gloria de Dios», pero en el fondo queremos la gloria para nosotras mismas. Caemos en la actitud del fariseo en Lucas 18:11: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás…»

Pero Jesús nos recuerda:

«El que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido». —Lucas 18:14

El perfeccionismo en el liderazgo amarga, hace difícil extender gracia a las demás e impide que podamos gozarnos con los logros de las otras mujeres. También nos vuelve idólatras: de nosotras mismas, de nuestros logros, de nuestra visión de cómo «debe» hacerse todo.

Recuerdo que alguien muy amada, que me aconsejaba, me dijo algunas cosas tan valiosas que quiero compartir contigo.

Lo que Dios espera de nosotras

Nadie es imprescindible en el ministerio. Nadie está por encima de nadie. Por más perfecta que quieras ser, eso nunca hará que Dios te ame más ni que te ame menos.

Efesios me recuerda que no es por mis méritos que soy aceptada ante el Padre, sino por la obra completa de Cristo (Ef. 2:8-9). Y eso me libera para liderar con gracia y humildad.

El enemigo quiere hacernos creer que existe la iglesia perfecta, el equipo perfecto, el ministerio perfecto… pero todo eso gira en torno a nosotras. La Biblia nos enseña lo contrario: todo gira en torno a la gloria de Dios.

El perfeccionismo en el ministerio roba el gozo, hace daño a las demás y crea una cultura donde nadie disfruta servir. Pablo, con toda su hoja de vida, dijo:

«Lo tengo todo por basura». —Filipenses 3:8
Y también:
«Mi poder se perfecciona en la debilidad». —2 Corintios 12:9

Dios no te llama a ser perfecta, sino fiel:

«Bien, sierva buena y fiel». —Mateo 25:21

Que podamos vivir a la altura del estándar de Cristo, donde Su yugo es fácil y Su carga ligera.

Si has visto que tus expectativas en el ministerio son irreales, que tus equipos viven bajo presión para cumplir tus estándares, te animo a que vengas a los pies de la cruz. Confiesa ese pecado, déjalo en la cruz y empieza a disfrutar la libertad que solo Cristo ofrece.

Dios no espera que seas perfecta en tu servicio. Espera que seas fiel, que vivas y ministres en Su gracia.

Querida hermana, te invito a que tomes un momento para orar y evaluar tu corazón delante del Señor:

  • ¿Estoy dirigiendo a las mujeres bajo mis estándares o los de la Palabra?
  • ¿He cargado a otras con expectativas imposibles?
  • ¿He olvidado que la gracia que recibí es la misma que debo extender?

Comprométete hoy mismo a dirigir con humildad, a modelar la dependencia de Cristo y a crear un ambiente donde otras puedan florecer y servir con gozo, y se puedan equivocar para aprender sin que tu juicio caiga sobre ellas.

Si este tema te ha hablado, compártelo con otra coordinadora de ministerio o coméntame abajo: ¿cómo has visto al Señor librarte del perfeccionismo en tu ministerio?

Que el Señor nos haga siervas fieles y llenas de gracia.

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Sobre el autor

Yamell de Jaramillo

Yamell es originaria de la República Dominicana. Ama la Palabra de Dios, es firme en sus convicciones y vive apasionadamente la vida cristiana teniendo el deseo genuino en su corazón de poder vivir el señorío de Cristo. Tiene un especial … leer más …


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