Hay días en los que el alma se siente seca, como si las palabras hubieran huido y los pensamientos se desordenaran al intentar orar. Días en los que la rutina, las responsabilidades o el dolor hacen difícil encontrar tiempo o enfoque para buscar a Dios. Como mujer, esposa, madre, abuela, suegra, hija, amiga, hija de Dios, conozco esos días.
Sin embargo, también he descubierto que, en medio de esas temporadas, el libro de los Salmos ha sido como agua en el desierto, un lugar donde mi alma cansada encuentra palabras para clamar, alabar y confiar. Desde mi experiencia durante los años, como una mujer que necesita y depende de Dios cada día, quiero animarte a usar los Salmos en tu vida de oración para conocer más al Señor de tu vida.
Los salmos nos conocen
Una de las mayores bendiciones del libro de los Salmos es que abarca las situaciones y experiencias del ser humano, porque encontramos salmos de alabanza, lamento, gratitud, confianza, arrepentimiento, intercesión y sabiduría. Al leerlos, encuentras palabras para acercarte a Dios tal como estás, sin necesidad de ocultar el dolor, las dudas o incluso el enojo.
Por ejemplo, he encontrado en el Salmo 13 un espejo de mi corazón cuando siento que Dios guarda silencio en medio de mis angustias: «¿Hasta cuándo, Señor? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?» (Sal. 13:1).
Estas palabras me recuerdan que no estoy sola. Que el salmista también enfrentó días oscuros y que Dios no se escandaliza con mi dolor, sino que me invita a expresarlo con libertad.
Convierte los salmos en una oración personalizada
Una de las formas más poderosas de orar con los salmos es personalizarlos. No solo los leemos, los hacemos nuestros. Cambiamos los pronombres, insertamos nombres, situaciones, emociones.
Por ejemplo, el Salmo 23 se puede convertir en una declaración íntima al orar así:
El Señor es mi pastor en cada día de mi vida. Hoy estoy segura que nada me faltará a pesar de que no veo nada. Pero sé que en lugares de verdes pastos me haces descansar; estoy segura que Tú eres mi refugio en quien encuentro paz para ver con claridad lo que aqueja mi corazón. Tú eres quien camina junto a mí como en aguas de reposo. No me sueltes, por favor, y cuando me quiera soltar y desanimar, recuérdame tu Palabra; y si me resbalo, restaura mi alma, Señor.
Padre, guíame por senderos de justicia, no quiero andar en mis caminos de necedad, quiero glorificar tu nombre el día de hoy. Tú sabes que estoy pasando por situaciones difíciles que no concluyen, es como pasar por un valle de sombra de muerte. Pero Tú has prometido estar conmigo, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento, no desmayaré, seguiré adelante viendo a Cristo.
No me dejarás avergonzada, Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; y gracias a Cristo Mi copa está rebosando con el gozo de tu salvación. Te pido que me ayudes a perseverar, mi Pastor amado. No temeré en esta situación, porque el bien y la misericordia están conmigo todos los días de mi vida hasta la eternidad. Amén.
De esta manera, los salmos no solo son lectura devocional, sino una conversación con Dios que nace de lo más profundo del alma.
Ora los salmos en todo tiempo
En momentos de pérdida, enfermedad, ansiedad y soledad, sufrimiento que creía interminable. Cuando enfrenté un diagnóstico difícil, el Salmo 46 fue mi oración constante:
«Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones». —Salmo 46:1
A veces lo repetía con lágrimas. Otras veces lo leía en voz alta mientras caminaba por la casa. Y cada vez, el Espíritu Santo traía consuelo. No porque el problema desapareciera, sino porque la presencia de Dios se volvía más real. Me ha enseñado que la fe no siempre significa ausencia de luchas y sufrimientos, la fe es perseverancia en medio de ellos.
En momentos para interceder por otros. No solo oramos por nosotras, sino por nuestros esposos, hijos, nietos, padres, hermanos de la fe, misioneros, amigas, iglesia, nación.
Por ejemplo, el Salmo 91 ha sido una oración frecuente por mi familia a lo largo del tiempo en el campo misionero. Aquí te comparto un pequeño extracto: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente… No temeré al terror nocturno ni a la pestilencia que anda en oscuridad».
En vez de repetir palabras vacías, oro:
Padre, cubre a mis hijos bajo tus alas. Protégelos en la escuela, universidad, matrimonio, trabajos, ministerios, en sus decisiones, en sus pensamientos. Guárdalos del mal y hazlos vivir bajo Tu verdad.
Recuerdo con gratitud cómo, durante la pandemia, nuestra iglesia inició tiempos de oración utilizando los Salmos a través de las redes sociales. Fueron momentos profundamente significativos, en los que muchas hermanas se unieron en clamor al Señor en medio de tanta incertidumbre. A través de esos encuentros virtuales, no solo fuimos fortalecidas en la fe, sino que también pudimos compartir el mensaje de salvación. Fue hermoso ver cómo muchas personas, tocadas por la Palabra, respondieron con arrepentimiento y comenzaron una nueva vida en Cristo.
En momentos de gratitud. Cuando Dios responde, cuando hay gozo, cuando simplemente recordamos quién es Él, levantamos una oración de gratitud. Todo el tiempo necesitamos recordar quién es Dios y lo que ha hecho por nosotras. Y entonces mi alma se eleva en alabanza. No necesito música ni instrumentos; solo un corazón que reconoce la bondad del Señor. El Salmo 103 es un canto de adoración perfecto para esos momentos:
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios». — Salmo 103:2
Jesús oró los Salmos
Los Salmos apuntan a Cristo, y Él también los oró. En la cruz, citó el Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?».
Jesús conoció el dolor, la traición, el sufrimiento. Y cuando oramos con los salmos, no solo estamos hablando con Dios, estamos hablando con Aquel que caminó por los mismos valles y montes. Él es nuestro Pastor (Salmo 23), nuestra Roca (Salmo 18), nuestro Rey (Salmo 2), nuestro Refugio (Salmo 91), nuestro Redentor (Salmo 130). Cristo es el centro y cumplimiento de cada clamor. Y al orar con los salmos, nuestra fe se ancla más firmemente en Cristo.
Consejos prácticos
Empieza examinando tu corazón. ¿Estás pasando por una temporada de desánimo, tristeza, duda? ¿Necesitas arrepentirte? ¿Te sientes estancada, seca? ¿Quieres dar gracias o interceder por otros? A partir de ver tu necesidad:
- Escoge un Salmo que se relacione más con el estado de tu corazón.
- Toma un cuaderno para escribir tus meditaciones. Importante que incluyas la fecha para dar gracias a Dios cuando Él ha respondido. Estos serán hermosos recordatorios de lo que Dios hace para avivar tu fe en momentos de incredulidad.
- Luego, léelo lentamente, medita, subraya. No tienes que terminarlo en un día.
- Y al final, escribe tu oración basada en lo que Dios te mostró.
- Memoriza un versículo clave. Llévalo contigo durante el día. Óralo en voz alta.
- Invita a una hermana a hacerlo también.
Orar con los Salmos ha transformado mi vida devocional. Me ha enseñado a acercarme a Dios sin pretensiones, a confiar en Su fidelidad en cada temporada, y a depender de Su Palabra más que de mis emociones. Y que no se trata de hacer oraciones elocuentes, sino de un corazón dispuesto para buscar a Dios día tras día.
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