Las relaciones son idea de Dios. De hecho, vemos en el Dios trino, interacción y relación, y porque llevamos Su imagen, Él espera lo mismo de todo ser humano.
No fuimos creados para ser independientes, sino para cultivar relaciones y así darle forma a eso que llamamos comunidad. Una comunidad es ese grupo de personas que comparten intereses, valores, cultura, raza, geografía, etc. Formar parte de una comunidad nos da sentido de pertenencia. En la comunidad, cualquiera que sea su razón de existir, se forjan amistades y relaciones que pueden ser provechosas o no, que pueden durar mucho tiempo o no. Las mismas también pueden llegar a ser profundas o superficiales dependiendo de la afinidad que tengamos mutuamente y del tiempo que le dediquemos. El mundo funciona de esta manera, y esto lo vemos por doquier.
Pero en la Biblia nos encontramos con la comunidad de comunidades: la Iglesia, el pueblo de Dios o la Novia de Cristo. En esta comunidad, como nos enseña Pablo en Gálatas 3:28, «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús». Dentro de ese gran grupo también había ancianos, jóvenes, adolescentes y niños. A lo largo de las Escrituras vemos esa interacción y relación en diferentes etapas de la vida.
Ahora bien, para que ambas cosas se realicen a la manera de Dios, todos debemos ser intencionales, sin importar si somos introvertidos o extrovertidos, tímidos o sociables. Así como Dios fue intencional y tomó la iniciativa de tener relación con Su pueblo, nosotras, como hijas Suyas y parte de Su pueblo, debemos imitar Su ejemplo. Fomentar relaciones no es opcional, es un mandato divino, y esto lo podemos apreciar con más exactitud cuando leemos la frase de «los unos a los otros» que aparece en la Palabra una y otra vez.
En Proverbios 20:29 se nos enseña que: «La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la honra de los ancianos, sus canas». Es interesante ver cómo el proverbista relaciona a ambos grupos, el primero por su fuerza y el segundo por sus canas. Esto nos da a entender que, aunque entre ellos hay años de por medio (quizás muchos), ambos se necesitan mutuamente. El joven fuerte, pero con falta de experiencia, necesita la sabiduría del anciano ya más débil, y el anciano débil necesita la visión fresca y dinámica de la juventud. Dios, en Su sabiduría, distribuye los dones, habilidades y capacidades según las etapas de la vida.
En la Biblia nos encontramos con ejemplos como los de Moisés con Josué, Noemí con Rut, Elisabet con María, Pablo con Tito, Timoteo, Lucas y Silas, que debería provocar en nosotras el llevar a cabo el mandato de Tito 2:3-5 con prontitud y gozo a fin de ser agentes de buena y piadosa influencia que embellezcan Su Iglesia.
Hoy en día se destacan mucho las influencers. No es que me oponga a su labor; hay algunas mujeres excelentes a quienes Dios usa para bien influenciar a otras mujeres, pero de ninguna manera ellas deben sustituir el que las ancianas enseñen a las más jóvenes a ser y hacer lo que Él requiere de toda mujer cristiana. Necesitamos influenciar de tú a tú; presencialmente. El celular o la computadora nunca mostrarán la realidad de quién somos; pero una relación cercana, genuina y transparente, sí lo hará.
Tenemos el privilegio de pertenecer a un grupo pequeño, y todos ellos podrían ser nuestros hijos, pero: ¡Qué bendición han sido para nuestras vidas! Somos amigos. Ellos nos piden consejos abiertamente. Nosotros les consultamos cosas en áreas en las cuales ellos son más competentes. Oímos sus opiniones y les prestamos atención. Es tanto así, que algunas de sus ideas han sido llevadas a los pastores y han ocurrido transformaciones necesarias para el bien de la comunidad. A mí y a mi esposo nos encanta la juventud, y damos gracias al Señor porque nos da el privilegio de ver nuevas generaciones levantarse para continuar Su obra.
Ahora bien, sé que no todas las mujeres pertenecen a un grupo como este, o quizás piensen que con tener un grupo de hermanas de edad similar es suficiente, o tal vez se sientan tan ancianas que ya están fuera de circulación. ¡Nada de eso! Todas estaremos vigentes hasta que tengamos aliento. Además, siempre habrá una más joven a la cual discipular, y otra más anciana que nosotras, de la cual tenemos mucho que aprender. Siempre estamos aprendiendo o enseñando. En el cristianismo no hay estado de inutilidad.
En nuestra Iglesia hemos tenido y tenemos un batallón de ancianas que oran sin cesar por los jóvenes, por las familias, por los líderes, por la predicación de cada domingo, por el Reino, etc. Muchas de ellas están tras bastidores, sustentando en oración a los que dan el frente. Así que, si eres ya muy mayor, aún te queda mucho por hacer.
Una muy buena manera de acercarte a alguna joven o una hermana mayor es presentarte y luego preguntarle cómo puedes orar por ella. Otra manera es decirles a las encargadas del Ministerio de Mujeres de tu iglesia que te gustaría invitar a un grupo de jóvenes a tu casa para brindarles un té con unas galletas o bizcocho, y preguntarles cómo llegaron a los pies de Cristo. Pudieras ofrecerte a cuidar niños en la escuela dominical y así poder entablar conversación con madres jóvenes. Pudieras llamar por teléfono a esa joven o no tan joven que está enferma y preguntarle cómo sigue su salud.
O puedes decirle a una joven que está por casarse, que deseas enseñarle cómo llevar su nuevo hogar, si así quisiera. También, de ser posible, puedes poner tu casa a la orden para algún estudio bíblico. Verás que poco a poco Dios irá bendiciendo tu disposición y haciendo que surja la cercanía, y quizás hasta crezca una profunda amistad, tan profunda que te puedan compartir cosas íntimas que solo se le puede confiar a quienes son discretos, y puedas dar la ayuda o consejo adecuado sobre el asunto expuesto.
Es importante recordar que necesitamos modelar la discreción y la confiabilidad. Seamos genuinas, nosotras no somos perfectas y tampoco somos el parámetro por seguir, pues solo Cristo lo es. El punto es, querida hermana, que estás leyendo este artículo, que en oración le pidas a Dios a quién acercarte con el fin de extender gracia y bendición, y a la vez, que seas accesible para que otra mujer joven o anciana se acerque a ti. Juntas debemos crecer y florecer para embellecer a la Novia de Cristo. Sé creativa y pon manos a la obra.
Recuerdo que hace unos treinta y tantos años atrás invité a un pequeño grupo de ancianas a mi nueva casa. Sabía que eran mujeres de las cuales tenía mucho que aprender. Ellas se sintieron muy halagadas y honradas con la invitación, pero el honor fue mío. Oír a esas mujeres interceder por nuestra familia es algo que atesoro en mi corazón.
Muchas de ellas ya están en la presencia del Señor, pero aún recuerdo esa tarde. ¡Fue todo un privilegio! Pero tuve que tomar la iniciativa y despojarme de cierta vergüenza. Con gran disposición, ellas dejaron sus huellas en mí, y yo anhelo seguir tan hermoso ejemplo.
Espero que seas capaz de romper cualquier obstáculo que te impida dar o recibir para que dejes tus huellas en las mujeres que te rodean para el bien de ellas y la gloria del Dios que servimos y amamos.
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