Cuando me convertí hace 22 años, tenía una sed inmensa de Dios. Quería entender Su Palabra, entender lo que significaba ser una discípula de Jesús en mi caminar diario. Vivíamos en Orlando, Florida y no teníamos muchos creyentes maduros a nuestro alrededor. ¡Tenía tantas interrogantes!
En medio de esa etapa, Dios usó a mi amiga Patricia. Ella vivía en Santo Domingo y recuerdo que iba continuamente a ella con mis preguntas acerca de lo que leía en las Escrituras. Mi nuevo nacimiento y mi recién adquirida fe habían sido una respuesta a sus oraciones, algo que refrescó su propia fe. Ella me escuchó, me animó y caminó conmigo.
Jesús nos dejó una instrucción clara: «Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones» (Mt. 28:19). Hacer discípulos no comienza en un aula, sino en la vida cotidiana, caminando junto a otras. Si llevas años en la fe, si amas a Jesús: tienes algo que una nueva creyente necesita. Aquí te comparto cuatro formas prácticas de acompañarla, y por qué son tan importantes.
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Establece una relación genuina
Antes de enseñar, ama. Conéctate con ella como persona, no como «proyecto personal». Escucha su historia, comparte la tuya y deja que la confianza se vaya cultivando. El discipulado comienza con una relación.
El apóstol Pablo escribió: «Más bien demostramos ser benignos entre ustedes, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos. Teniendo así un gran afecto por ustedes, nos hemos complacido en impartirles no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegaron a ser muy amados para nosotros» (1 Tes. 2:7-8). El discipulado no es solo transmitir doctrina, es compartir tu vida misma.
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Modélale y enséñale el hábito de habitar en la Palabra
Primero que todo, asegúrate de que haya entendido bien el evangelio. Explícale quién es Jesús, qué significa la cruz, las implicaciones que tiene en su vida, y anímala a conocer a Dios a través de Su Palabra.
Una de las cosas más valiosas que puedes enseñarle a una nueva creyente es cómo habitar en la Palabra de Dios. No solo leerla rutinariamente, sino aprender a detenerse, a meditar y dejar que la Escritura transforme su corazón. Puedes empezar leyéndola junto a ella. El Evangelio de Juan es uno de mis preferidos para recomendar a nuevas creyentes.
Muéstrale cómo hacer preguntas al texto: ¿Qué te enseña este pasaje acerca de Dios? ¿Acerca de Jesús? ¿Qué te enseña sobre ti? ¿Ves alguna promesa que debes creer? ¿Algún mandamiento que obedecer? ¿Algún pecado a confesar?
Idealmente, anímala a llevar un plan de lectura sencillo para que pueda cultivar el hábito diario desde el principio, pero más que darle un plan de lectura, muéstrale con tu ejemplo, lo que significa amar la Palabra y deleitarse en ella. El salmista decía: «En mi corazón he atesorado Tu palabra, para no pecar contra Ti» (Sal. 119:11).
Cuando habitamos en la Palabra, no solo aprendemos de Dios, sino que somos transformadas por Él. Enséñale que este hábito nunca debe ser una carga, sino un refugio diario donde Dios puede hablarle, sostenerla y guiarla.
Las nuevas creyentes necesitan alimento sólido. Ayúdala a empezar su caminar con bases firmes: «Deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación» (1 Pe. 2:2).
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Inclúyela en tu vida cotidiana
Invítala a tus actividades. Hazle espacio en tu rutina. Compartan un café, sirvan juntas o simplemente prepararen juntas alguna receta en tu casa, alrededor de tu familia. Esto puede ser más formativo para ella que una clase teórica.
El discipulado se trata de compartir tu vida. Jesús discipuló a sus seguidores comiendo con ellos, viajando con ellos, resolviendo problemas juntos. «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Co. 11:1), dijo Pablo. Eso solo es posible si la otra persona camina cerca de ti.
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Ora con ella y por ella constantemente
Modélale y enséñale acerca de la importancia de la oración. Haz de la oración algo natural entre ustedes.
La oración es vital en la vida del creyente porque es el medio por el cual nos comunicamos con Dios, expresamos nuestra dependencia de Él y alineamos nuestra voluntad con la suya. Filipenses 4:6-7 nos exhorta: «Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús».
Ora con ella y comprométete a orar por ella, por sus necesidades tanto físicas como espirituales. A través de la oración, encontramos consuelo, dirección y fortaleza para vivir una vida que honre al Señor.
Y finalmente recuerda: ¡No necesitas ser perfecta, tan solo estar disponible! Acompañar a una nueva creyente no requiere títulos de seminario ni plataformas, solo disposición y amor por Dios y Su Palabra. Dios puede usar tu testimonio, tus errores, tu tiempo, tu amor. Así como usó a Patricia en mi vida, puede usarte a ti en la vida de alguien más.
Y no olvides que el ministerio más fructífero a menudo comienza en lo invisible, en conversaciones sencillas en los pasillos de la iglesia, en orar por alguien que lo necesite, en acompañar a una mujer que está dando sus primeros pasos en la fe.
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