¿Alguna vez has preparado una enseñanza bíblica o compartido un consejo a otra hermana mientras secretamente pensabas: «¿Les gustará? ¿Lo haré bien o mejor que…?». Si la respuesta es sí, no estás sola. Muchas hemos luchado con la aprobación de otras, en constantemente pensar en cómo agradar a nuestras hermanas en vez de agradar a Dios. Sin embargo, hay una verdad que necesitamos admitir: servir para impresionar a otras no edifica a nuestras hermanas ni glorifica a Dios… solo agota tu corazón. No fuimos creadas para recibir aprobación humana, sino para confiar en la obra de Cristo y recibir la aprobación de Dios por medio de Él.
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¿Nos evaluamos? Señales de que buscas aprobación
Para reconocer si tu necesidad de aprobación de otras está presente en tu forma de vivir, necesitas sentarte y meditar seriamente en lo que piensas y haces. Pregúntate, ¿te desanimas cuando nadie te elogia? ¿Estás ansiosa por escuchar las palabras, como píldoras de alegría para tu corazón: «qué buena enseñanza, hermana»? ¿Comparas las reacciones de las hermanas con las que tuvieron con otra hermana? ¿Modificas tu mensaje, quitando a la Palabra de Dios, para evitar controversias o que te llamen: radical? ¿En vez de estar agradecida de servir, te sientes cansada?
El problema no es meramente que estamos nerviosas; el problema es que, en este mundo caído, nuestro corazón se inclina a recibir recompensas y aplausos de los hombres por nuestro desempeño. Encontrar seguridad en que tu audiencia te apruebe o desapruebe puede volverte esclava de vivir para otras, pero jamás las podrás satisfacer, porque ellas no fueron diseñadas para ser satisfechas por tu buen desempeño. Pablo dijo: «Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo».
Hermana, sé fiel en leer, orar y meditar Su Palabra, examínate constantemente a través de ella y pídele a Dios un corazón que ame a tus hermanas al hablar la verdad en amor (Ef. 4:15). En cuanto te detengas a pensar en qué piensan de ti, en vez de estar agradecida de que Dios te ha usado para servir a tus hermanas en la enseñanza o consejo, pregúntate: «¿El favor de quién busco? Si Dios ya me ha favorecido por medio de la obra de Cristo. Señor, gracias por aprobarme, te pido que hagas germinar tu Palabra en sus corazones».
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¿Por qué es peligroso?
Quiero decirte algo importante: buscar la aprobación de otros para estar seguras, contentas y realizadas, es pecado. Y, como pecado, hay consecuencias en permanecer en él. Quizá notes agotamiento espiritual. Es cansado hacer y hacer para agradar a otras. La Palabra que compartes es de Dios, el poder en el que lo haces es del Espíritu Santo, y el mensaje que las transforma es el evangelio de Cristo; nosotras solo somos mensajeras fieles a Él.
Puede que ya no encuentres gozo en lo que haces, porque constantemente estás pensando en qué dirán las demás personas de ti. La estructura en preparar una buena enseñanza te vuelve rígida, enfocada en lo externo, en vez de ser fiel en conocer a Dios para compartir el mensaje a tus hermanas sobre quién es Él. La consecuencia es que terminas enseñando legalismo o expectativas humanas, en vez de pan verdadero, el maná del cielo (Mt. 7:9), y con ello desviarlas de su atención y dependencia de Cristo. Y el único que puede ayudarlas es Él; la esperanza real viene de lo que Cristo ha hecho por ellas (Ro. 15:13).
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La verdad que te libera
Quizá sabes la verdad de que Dios ya te aprobó en Cristo (Col. 1:22). Sin embargo, solo es información porque sigues persiguiendo la aceptación de otras o estás comparando tus dones con los de otras y eso te desmotiva, te desenfoca y te hace una persona quejumbrosa. Mira lo que le pasó Miriam, la hermana mayor de Moisés, ella dijo: «¿Es cierto que el Señor ha hablado solo mediante Moisés? ¿No ha hablado también mediante nosotros [Miriam y Aarón]? Y el Señor lo oyó» (Nm. 12:2).
Hermana, es liberador reconocer que Dios te ha aprobado en la obra de vida, muerte y resurrección de Cristo, y por eso, sin temor de ser exterminada por tu pecado, puedes acercarte a Él, quien conoce tu corazón y sabe tus debilidades para Su ayuda. Dios confrontó a Miriam, sabemos que la cubrió de lepra y la envió siete días fuera del campamento para que meditara. Eso es gracia de Dios. El Señor nos disciplina para que resolvamos lo que aqueja en nuestro corazón.
Recuérdate la Palabra de verdad: Cristo ya vivió la vida perfecta que tú no vives, que ya enseñó el mejor sermón que todas necesitamos para que lo compartamos con fidelidad. Él ya te aprobó para que lo hagas, ¿quieres otra aprobación si tienes la de tu Señor? ¿Te es suficiente?
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¿Qué hacer?
Primero, si observas este pecado en tu corazón, ve a Dios y arrepiéntete. Pídele perdón por buscar seguridad, satisfacción, felicidad, valor o realización en que otros te aprueben, y recibe Su perdón (1 Jn. 1:9).
Segundo, enseña para una audiencia de Uno (Hch. 20:24), sé fiel al Señor en tu preparación en privado con Él (Mt. 6:6) y cada día vive según Su Palabra para que no tengas nada de qué avergonzarte.
Tercero, reemplaza el temor al hombre con el temor de Dios (Prov. 29:25). Por ejemplo, antes de enseñar o aconsejar, pregúntate: ¿Estoy compartiendo esto para glorificarme o para glorificar a Cristo? No te engañes, sé honesta. Y si tu respuesta es que deseas la aprobación de esta persona, pídele que te recuerde la verdad y revisa si tu enseñanza tiene algún tinte de que está centrada en ti (testimonio, anécdota que te hace ver bien a ti, etc.). Y pregúntate: si nadie me felicita, ¿seguiré obedeciendo con gozo? De por sí, es una bendición servir a otras en el nombre del Señor; considérate dichosa de que Dios te haya capacitado y te esté usando (Nm. 16:9).
Y, por último, rinde cuentas a una anciana que te conoce y sabe de tu pecado, pídele que ore por ti y que te haga las preguntas necesarias, como: «¿De quién buscaste aprobación hoy?», y sé honesta para recibir la ayuda, el recordatorio que necesitas. No camines sola, no tienes de qué avergonzarte, todo ser humano en alguna medida busca la aprobación de alguien más, pero las hijas de Dios estamos llamadas constantemente a vivir en plenitud, libertad y confianza de que ya fuimos aprobadas perfectamente por Dios en Cristo, nada hay qué agregar a Su obra por nosotras.
Llamado a la libertad, plenitud y abundancia en Cristo
El Señor te ha llamado a ser mensajera de Su gracia, y la gracia no necesita aplausos, porque le pertenece al Señor. No necesitas hacer de tu enseñanza o consejo uno atractivo para que te feliciten; de hecho, el evangelio muchas veces es rechazado porque dice la verdad de quién somos y nos apunta únicamente a Cristo. Sé fiel con el mensaje que se te ha dado. Llama a otras a vivir en libertad, porque Cristo les ha mostrado Su verdad; llama a otras a vivir en plenitud, porque Cristo lo llena todo en ellas; llama a otras a caminar en la abundancia de las riquezas en gloria que Cristo ya les ha dado. ¿Empezarás hoy?
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