Durante generaciones, los maestros de la escuela dominical han pregonado las historias de los héroes bíblicos. Noé salvó al mundo construyendo el arca. Abraham se convirtió en el padre de la fe al tener a Isaac en su vejez. Moisés sacó a los israelitas de Egipto. Ester salvó a su pueblo de la destrucción. Muchas de nosotras crecimos escuchando estas historias y decidimos: «¡Yo también quiero hacer algo grande por Dios!».
Nuestra cultura individualista e impulsada por los logros alimentó aún más este deseo. Los niños estadounidenses oyen: «¡Puedes ser lo que quieras ser, hacer lo que quieras hacer, si crees en ti mismo!». Los cristianos simplemente envuelven esta idea en versículos: «¡Todo lo puedes en Cristo que te fortalece!». (No importa que Filipenses 4:13 esté hablando de nuestra capacidad de estar contentos tanto en la plenitud como en el hambre, tanto en la abundancia como en el sufrimiento).
Sin embargo, muchos se encuentran lejos de la grandeza. Veo a mi generación al otro lado de sus sueños de la infancia, entrando en los treinta algo desilusionados. Para algunos que trabajan de 9 a 5, el mayor éxito es mantener las facturas pagadas y al jefe contento. Para muchas madres, el mayor logro de la semana es una cocina limpia y quince minutos de lectura de la Biblia. Otros hicieron algunas cosas «grandes» para Dios justo después de la universidad: viajes misioneros de dos años, prácticas en un ministerio, esforzarse por triunfar como [rellene el espacio en blanco con el trabajo ministerial]. Pero al ver que ese trabajo disminuye, se preguntan qué sigue. Hay demasiado por hacer para cambiar el mundo para Jesús.
¿En qué estamos fallando? ¿Se olvidó Dios de utilizarnos en Su plan para cambiar el mundo? ¿Nos ha dejado de lado para utilizar a otra persona? Tal vez hicimos algo mal o no estábamos prestando atención para escuchar Su llamado. Los anhelos ministeriales insatisfechos atormentan nuestras almas como un ruidoso tic-tac que nos distrae mientras tratamos de seguir con nuestra vida. «Si tan solo pudiera encontrar una salida para lo que estoy dotada», pensamos, «tal vez entonces me sentiría realizada».
Quiero plantear una pregunta muy importante, una pregunta que mi alma necesita que se responda cada día. ¿Quiere Dios que hagamos algo grande por Él?
Moisés: un ejemplo de obediencia
Considera a Moisés. De las personas en la lista de «hizo grandes cosas para Dios», Moisés tiene que estar entre los cinco primeros. ¿No sacó él solo a toda la nación de Israel de Egipto?
No, Moisés no sacó a los israelitas de Egipto; Dios lo hizo. Escucha sus palabras a continuación:
«Por tanto, dile a los israelitas: “Yo soy el Señor, y los sacaré de debajo de las cargas de los egipcios. Los libraré de su esclavitud, y los redimiré con brazo extendido y con grandes juicios. Los tomaré a ustedes por pueblo Mío, y Yo seré su Dios. Sabrán que Yo soy el Señor su Dios, que los sacó de debajo de las cargas de los egipcios. Los traeré a la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob, y se la daré a ustedes por heredad. Yo soy el Señor”». -Éxodo 6:6-8
Puede que estés pensando: «Está bien, lo sé, lo sé. Por supuesto que en última instancia fue Dios quien liberó a la nación, pero Moisés hizo gran parte del trabajo». Pero la respuesta sigue siendo: no. Moisés no sacó al pueblo de Egipto. El canto de alabanza después de que los israelitas cruzaron el Mar Rojo no menciona a Moisés ni una sola vez.
Esto no es solo semántica; no es solo un tecnicismo. Es esencial para nuestra teología. Moisés no hizo algo grande para Dios. Simplemente le obedeció. Dios no necesitaba que Moisés hiciera algo grande por Él. Dios era perfectamente capaz de lograr la liberación de Israel por Sí mismo. No necesitaba ayuda para cambiar el mundo. No estaba buscando a un hombre solo para que hiciera algo grande. Buscaba a un hombre que le obedeciera. Lo que hizo a Moisés utilizable por Dios fue su obediencia y fe, no sus grandes habilidades o aspiraciones.
Cuando pienso en otros héroes bíblicos, lo mismo ocurre. No eran hombres y mujeres que aspiraban a hacer grandes cosas, sino que aspiraban a caminar con Dios y a honrarle en todo lo que hacían.
¿Se puede ser una persona «promedio» para Dios?
Dios nunca nos pide que hagamos algo grande por Él. Lo que nos pide es obediencia. Irónicamente, a menudo puede ser el deseo de hacer grandes cosas para Dios lo que nos impide obedecerlo. El deseo de ser una gran maestra de la Biblia puede distraernos del llamado de Dios a simplemente amar Su Palabra. El deseo de guiar a muchos en la adoración puede distraernos de simplemente vivir una vida de alabanza. El deseo de ser una gran mentora puede distraernos del llamado a discipular a nuestros hijos.
Nos gustaría tener algo que decir sobre cómo somos usadas por Dios, pero francamente eso no es asunto nuestro. Que nuestra obediencia a Dios utilice todos nuestros talentos o ninguno, o que produzca resultados «grandes» o «pequeños», no depende de nosotras. De hecho, en el reino de Dios no existe tal distinción entre grande y pequeño. Solo hay obediencia o desobediencia. Solo Dios tiene el derecho de determinar cuáles son Sus planes para nosotras.
¿Te disgusta la idea de que te pidan que hagas algo «ordinario» por Dios? Recuerda las palabras de Pablo en Romanos 9:20: «Al contrario, ¿quién eres tú, oh hombre, que le contestas a Dios? ¿Dirá acaso el objeto modelado al que lo modela: “Por qué me hiciste así?”».
Mi disposición a ser una persona ordinaria es un tema habitual en mi vida privada de oración. He llegado a la conclusión que si no estoy dispuesta a ser ordinaria para Dios, a hacer lo cotidiano y lo que no llama la atención por amor a Dios, entonces quizás no lo amo tanto como digo. Revela que amo a Dios solo en la medida en que Él engrandece mi imagen. Mis deseos equivocados de grandeza revelan que mi gozo no está en Él, sino en mí misma.
La obediencia empieza con el deleite en Dios
Cuando el deseo de hacer para Dios suplanta el deseo de obedecer a Dios, eso revela que Él ya no es la fuente de gozo. Un corazón deleitado en Dios desea obedecerlo. Un corazón que se deleita en nuestro «yo» desea ver lo que yo puedo lograr. Una persona que se deleita en Dios no le importa como Dios la usa, sino más bien que ella sea útil a Dios, quien es el objeto de su deleite. A una persona complacida en sí misma le importa mucho cómo la usa Dios, porque ver a su «yo», que ella ama, desaprovechado, le causa pena.
Solo el corazón cautivado por Dios puede rebosar de un deseo genuino por obedecerlo. La verdadera obediencia comienza con un plan decidido de conocer a Dios a través de Su Palabra. A medida que encontramos que Él es nuestro deleite, notaremos un incondicional «Sí, Señor» desbordándose de nuestros corazones.
La grandeza no se mide por el número de vidas tocadas, la cantidad de dinero recaudado o el reconocimiento de personas destacadas. No, la grandeza se mide por la obediencia radical y gozosa a Aquel que pagó con Su propia sangre para redimirnos. ¡Cualquier cosa que hagamos para Él ya es un honor!
Hoy Dios no te pide que cambies el mundo; simplemente te pide que obedezcas. La pregunta es, ¿lo harás allí donde estás?
¿A qué forma sencilla de obediencia te está llamando Dios hoy?
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