Llegué a la fe mientras asistía a un estudio bíblico para mujeres, siendo una joven mamá que lidiaba con una prueba que no quería y con un Dios que no entendía. Su plan soberano incluía mucho más que enseñarme acerca de los profetas menores del Antiguo Testamento (cuyos nombres apenas podía pronunciar). El Dios del universo me atrajo, a mí, una mujer devastada por el pecado, a una relación con Él a través de Su Hijo.
A través de las páginas de la Palabra, conocí a Jesús. Él es Aquel a quien mi corazón había estado anhelando todo el tiempo, aunque no lo sabía.
Eso fue hace mucho tiempo, pero fue allí donde aprendí a amar la Palabra. Todavía amo la Palabra. Mi afecto ha crecido porque la conozco más. Pero también soy humana. Hay temporadas en mi vida cuando la Biblia sabe como maná rancio, y otras en que explota en mi paladar como un manjar indescriptible del cielo (y todos los demás sabores en medio de eso).
La maestra de mi primer estudio bíblico era celosa de la Palabra, y me transmitió su pasión. Ella no solo la enseñaba, la vivía y la respiraba. La citaba. La oraba. La amaba. Por su influencia, devoré la Palabra. Cuanto más leía y meditaba, más hambre tenía de ella. Le prometí a Dios que la leería todos los días de mi vida.
Tómate el pulso de tu pasión por la Palabra
¿Quién te influenció a amar la Palabra? ¿Una maestra de escuela dominical? ¿Tu abuela? ¿Una mentora? ¿Una anciana en tu iglesia? Da gracias a Dios por esa persona. Mejor aún, agradécele públicamente o en privado. (¡Gracias, Carmen!) Seguramente su influencia ha ayudado a moldear quién eres hoy, por lo que la misma Palabra ha hecho en ti. ¿No quisieras ser esa mentora que infunda esa pasión por la Palabra a las generaciones de jóvenes?
Puede que no te consideres maestra de la Biblia, pero no tienes que ser la que está al frente del grupo para contagiar el hambre por la Palabra. En realidad, todas enseñamos algo en los diferentes contextos de nuestra vida. Sea lo que sea por lo que eres apasionada, eso será lo que otras adopten. Si la Palabra no es vital para ti, no será vital para ellas. ¿Cómo luce la pasión por la Palabra en una mujer que está siendo moldeada por ella? Tomemos el pulso:
- ¿Ocupa la Palabra mis pensamientos? (Flp. 4:8)
- ¿Está la Palabra atesorada en mi corazón? (Sal. 119:11)
- ¿Tengo un plan para la meditación y memorización diaria de la Biblia? (Sal. 119:97)
- ¿Puedo decir honestamente que la Palabra es mi autoridad para la vida? (Sal. 119:30)
- ¿Estoy transmitiendo mi conocimiento y entendimiento bíblico a alguien más joven? (Dt. 6:7)
- ¿Personalmente recurro a la Palabra cuando estoy ansiosa, en duda, abrumada o en desesperación? (Sal. 119:143)
- ¿La verdad de Dios fluye regularmente de mis labios en la conversación? (Sal. 119:171–172)
- ¿Hay áreas de mi vida donde estoy comprometiendo la verdad? (Sal. 119:128)
Tres estudiantes apasionados de la Palabra
Cuando pienso en estudiantes apasionados de la Palabra de Dios que quiero imitar, el que viene primero a mi mente es el escriba y sacerdote, Esdras. En Esdras 7 se registra tres veces que la mano de Dios estaba sobre él (vv. 6, 9, 28).
«Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar Sus estatutos y ordenanzas en Israel» (v. 10, énfasis añadido).
Esdras guió al pueblo de Dios a amar y obedecer la Ley, aplicando fielmente la verdad de Dios a su propio corazón antes de enseñarla a otros. Se le recuerda por un evento extraordinario en Nehemías 8, cuando los israelitas le pidieron que leyera la Ley de Moisés después de reconstruir el muro de Jerusalén. El pueblo permaneció en atención absorta mientras Esdras leía y explicaba Génesis hasta Deuteronomio desde una plataforma elevada durante seis horas.
Cuando el agua de la Palabra corría sobre sus corazones polvorientos, se arrodillaban, adoraban con sus rostros en tierra, levantaban sus manos, estallaban en «¡Amén, Amén!», e incluso gemían con lágrimas de convicción (Neh. 8:3, 6, 9–10). Celebraban que la Palabra los limpia y regresa a Dios, porque el gozo del Señor era su fortaleza (v. 10).
Bajo el ministerio de Esdras, el asombro por la Palabra de Dios fue restaurado. Su lectura pública y apasionada de la Palabra condujo a un verdadero arrepentimiento y avivamiento, porque su propio corazón había sido avivado por esa misma Palabra.
El amor de Esdras por la Ley incluso impresionó al rey persa Artajerjes (Esd. 7:25). En el libro «What the Bible Is All About» (De todo lo que trata la Biblia), la segunda estudiante que deseo mencionar es nuestra amada maestra de la Biblia, Henrietta Mears, quien nos exhorta: «¡Oh, que vivamos de tal manera que otros aprendan a tener respeto por el Libro de Dios!».¹
La misma Mears siguió el ejemplo de Esdras de «estudiar–obedecer–enseñar» mientras instruía en una clase de escuela dominical en la Iglesia Presbiteriana de Hollywood desde 1928 hasta el día de su muerte, treinta y cinco años después. La asistencia a la clase testifica de su entusiasmo y habilidad como maestra de la Biblia: creció de 450 a 4,200 en dos años y medio. En su punto máximo, sus alumnos sumaban 6,500.
Su ministerio tuvo una profunda influencia en muchos líderes espirituales, incluyendo a Billy Graham. Una mujer que está apasionada por la Palabra, no solo la enseña, sino que la vive, y esa coherencia es poderosa en las manos del Dios que obra en los corazones de Sus preciosas hijas. Al final, toda la gloria es para Él.
En una reciente sesión de grabación, otra amada maestra de la Biblia, la tercera estudiante que deseo mencionar, Nancy DeMoss Wolgemuth, habló con franqueza acerca de la belleza y el poder de la Palabra. Ella compartió, desde el desbordamiento de su corazón, que atesora profundamente la Palabra de Dios, cinco razones por las cuales la Escritura es su fuente suprema de vida y fortaleza, dando una mirada a su caminar personal con Dios.
5 razones por las que la Escritura es la fuente suprema de vida y fortaleza
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La Palabra es una bendición. «Cuanto más tiempo dedicamos a poner la Palabra de Dios bajo un microscopio, leyéndola, pensándola, meditándola, orándola, tratando de entenderla, respondiéndola, temblando ante ella, más tiempo invertimos en este Libro, y somos bendecidas».
- La Palabra transforma vidas. «Cualquiera que tome tiempo para leer y meditar en la Palabra de Dios obtendrá más de ella que si no lo hace. La Palabra de Dios, infundida en nuestras venas espirituales, es poderosa. Es transformadora. Nos da perspectiva de todo lo que sucede a nuestro alrededor».
- La Palabra es un regalo para otros. «Cada día, cuando escucho de personas en diferentes circunstancias y desafíos de la vida, todo lo que sé compartir es lo que Dios me está dando. La Palabra no solo alimenta mi alma, sino que me da algo con qué alimentar a otras almas hambrientas, heridas y necesitadas».
- La Palabra vale la pena. «Es un privilegio. Es un trabajo arduo, pero vale tanto la pena. Lo que sea necesario para que des el siguiente paso en relacionarte con la Palabra de Dios, quizá levantarte un poco más temprano para leer un poco más, quizá sentarte y empaparte en un capítulo por días o semanas, hazlo. Adéntrate en ella. Que ella se adentre en ti. Pídele a Dios que te ayude a entender lo que no entiendes. Y busca a otros también».
- La Palabra es maravillosa. «Ama la Palabra de Dios, a través de ella llegarás a conocer y amar a Dios. Y experimentarás Su amor por ti. Quiero que tengas ese sentido de asombro y reverencia ante el privilegio de conocer, amar y compartir la Palabra de Dios».
Amiga, nunca amarás más a Dios de lo que amas Su maravillosa Palabra. Ese amor va junto. No nos volvamos tibias hacia la Palabra inspirada, infalible y suficiente de Dios, porque terminaremos alejándonos de una relación con Dios.
En los grupos pequeños muchas veces es más fácil infundir esa pasión por la Palabra de Dios, porque estamos presentes y vivimos de cerca nuestras vidas, luchas y celebramos las alegrías. No es una mera pasión emocional, es un avivamiento que se coció en lo privado de tu habitación con el Señor. No podemos enseñar ni dar legítimamente lo que no tenemos.
Podemos escribir, enseñar y saber mucho, pero si no lo estamos viviendo, no transmitirá algo a otras. Dios sigue siendo el autor de la salvación y la santificación, pero nos usa para que nuestras hermanas lo conozcan.
Dios te colocó exactamente donde estás hoy para «estudiar–obedecer–enseñar» como los fieles modelos de las estudiantes que te compartí: Esdras, Henrietta y Nancy. Mientras guiamos a otras al profundo pozo de las Escrituras, no dejemos de ser estudiantes de Su Palabra para vivirla y adoptemos y vivamos las sabias palabras de Josué:
«Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito. Porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito. ¿No te lo he ordenado Yo? Sé fuerte y valiente. No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas». —Josué 1:8–9
¹Henrietta C. Mears, What the Bible Is All About (Gospel Light Publications, 1953), 147.
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