Cuando vine a Cristo y me arrepentí, comencé a caminar por fe. Pero con el tiempo, mi fe empezó a centrarse más en las obras, convirtiéndose en una medida de mi espiritualidad. Muchos de mis esfuerzos por agradar a Dios se convirtieron en una lista de reglas sobre lo que debía o no debía hacer.
Lamentablemente, esa lista no se hizo más corta con los años; al contrario, cada vez aparecían más cosas que «debía» cumplir, y eso me hacía sentir más apta para acercarme a Dios. Revisar esa lista me hacía sentir obediente… y merecedora. Precisamente ahí radica el problema del legalismo: el evangelio debe hacernos sentir lo contrario, inmerecedoras.
Me tomó años darme cuenta de que estaba viviendo en legalismo. Por eso, quiero compartir contigo estas 5 preguntas que me ayudaron a evaluar si estaba caminando en la libertad del evangelio o atrapada en una fe basada en obras.
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¿Puedo ver la gracia de Dios en mi vida?
Cuando reconozco lo poco que merezco el favor y perdón de Cristo, sé que ninguna de mis obras puede hacerme merecedora de Su amor. Cristo murió por mí cuando yo aún le daba la espalda. Si fui salvada por gracia, ¿por qué vivir como si ahora tuviera que ganarme lo que ya recibí?
Ninguna tradición ni mecanismo externo pueden hacerme digna de Cristo. Como dijo J.I. Packer: «La gracia significa el amor inmerecido de Dios hacia personas que no lo merecen y que no tienen derecho a Su favor».
¿Eres consciente de que tu inclinación natural es a pecar, y que Dios lo sabe? Pablo escribió en Romanos 7:18: «Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno…». Y en Isaías 64:6 leemos que nuestras mejores obras, previo a la salvación, no son más que «trapo de inmundicia». Al final, todo lo bueno que hacemos viene de Dios (Ef. 2:10), no de nosotras mismas, porque Él mora en nosotras.
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¿Estoy confiando en mi propia justicia?
El legalismo se basa en una obediencia externa que ignora la verdadera función de la ley. De hecho, la palabra legalismo viene de lex (ley), y describe una actitud que pone su confianza en el cumplimiento de reglas.
Pero la ley no fue dada para salvarnos, sino para apuntar a una realidad mayor. Dios nos dio la ley para mostrar Su santidad y revelar nuestra incapacidad de cumplirla perfectamente. Su propósito es llevarnos a Cristo, el único que la cumplió plenamente.
Como dijo Thomas Watson: «Los que no tengan la ley para gobernarlos, nunca tendrán el evangelio para salvarlos». La ley revela nuestro pecado; el evangelio revela a nuestro Salvador.
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¿Vivo con gozo mi fe?
Jesús tuvo muchos encuentros con los fariseos, quienes vivían bajo una versión extrema de la ley: añadieron cientos de ritos y tradiciones autoimpuestas para parecer más fieles y espirituales. Pero su religión estaba vacía, sin gozo, sin vida.
Su fe estaba centrada en lo externo, no en una relación con Dios. Jesús los confrontó con fuerza: «¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque limpian el exterior del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de robo y desenfreno» (Mt. 23:25). Ninguno de sus ritos les permitió reconocer y disfrutar a Dios hecho carne delante de ellos.
En cambio, Pablo escribe en Romanos 14:17: «El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo». Las obras sin gracia imponen un peso inaguantable. El legalismo roba el gozo, mientras que el Espíritu produce gozo verdadero. Si tu caminar cristiano te agota más de lo que te llena, tal vez no estás caminando en la libertad del evangelio de Cristo.
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¿Puedo identificar la obra santificadora en mi vida?
El legalismo exige perfección inmediata, pero Dios trabaja en nosotros mediante un proceso de santificación. Ser santos es nuestra posición en Cristo, pero ser hechos santos es un proceso progresivo, no un resultado instantáneo.
Y no todo proceso es lineal. Habrá días de avance y días de retroceso, momentos de victoria y otros de lucha. Dios no nos exige perfección hoy, sino dependencia continua de Su gracia.
¿Estás confiando en que Dios te está transformando, o estás exigiéndote a ti misma una santidad que solo Cristo puede producir en ti por medio de Su Espíritu?
Recuerda: el único verdaderamente santo es Dios. Y es precisamente porque no eres santa que necesitas a Cristo cada día para ser hecha a Su imagen (2 Co. 3:18).
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¿Mi obediencia surge del amor o del temor al hombre?
Jesús dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos» (Jn. 14:15). Nuestra obediencia debe surgir del amor a Dios, no del deseo de ser vistos o reconocidos por otros. El legalismo a menudo no obedece por convicción, sino por aprobación social.
En mi caminar cristiano, esto fue real. A veces usaba un lenguaje muy espiritual con otros cristianos para parecer más madura, como si el lenguaje en sí lo pudiera hacer. No escuchaba ni cantaba música secular, pero no por convicción bíblica, sino por miedo a «contaminarme» de lo externo.
Una persona legalista se siente bien cuando es aplaudida por su conducta, pero vacía cuando no hay reconocimiento. Como escribió Tim Keller: «El legalismo dice: “Obedezco, por lo tanto, soy aceptado”; el evangelio dice: “Soy aceptado, por lo tanto, obedezco”». Si tu obediencia te causa orgullo o carga, tal vez no está fluyendo del amor que responde a la gracia.
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Estoy convencida de que Dios quiere que camines en la libertad que Él obtuvo para ti con el precio de la sangre de Su hijo, pero no para abusar de la gracia o usarla como pretexto para el libertinaje (Jd. 1:4, 1 Pd. 2:16, Gal. 5:13).
Pasajes como Colosenses 2:16-23, Filipenses 3:7 y Gálatas 2:11-3:3 nos apuntan a que el legalismo es hipocresía, insensatez, esclavitud y atadura, y lo opuesto es precisamente lo que Él quiere para ti. Dios quiere que andes en gracia, justicia, gozo y fe.
Medita en estos pasajes. Deja que la Palabra de Dios confronte cualquier área de tu vida que haya sido atrapada por el legalismo, y permite que Su gracia te libere. No tienes que vivir agotada tratando de ganarte lo que ya se te ha dado en Cristo, recíbelo con humildad.
Él no te salvó para que vivas bajo la presión del rendimiento, sino para que camines en libertad, como hija amada, confiando en que Su gracia es suficiente y Su Espíritu está obrando en ti. Recuerda: «Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permanezcan firmes y no se sometan otra vez al yugo de esclavitud» (Gal. 5:1).
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