Escritora invitada: Ashley Gibson
Sentada sola en la cafetería das un sorbo a tu latte y miras fijamente tu teléfono. La alegre música, entremezclada con el golpeteo de los baristas preparando bebidas festivas y el murmullo de clientes hablando de sus planes para el día de Acción de Gracias, llena el ambiente. Pero todo ese espíritu navideño no logra contagiarte; al contrario, te hace sentir como una espectadora que observa desde fuera. Sabes que la gratitud y el gozo deberían ser signos de exclamación que apuntan a las verdades que los cristianos vivimos cada día, pero este año tu corazón simplemente no está ahí. En esta temporada de gratitud te preguntas, ¿dónde encaja el duelo?
Hay lugar para ti
Es fácil sentir que no hay espacio para la tristeza o las luchas cuando la gratitud y el gozo parecen ser la norma esperada, pero la verdad es que sí hay lugar para ti, justo donde estás. Las Escrituras dejan claro que el Señor ha creado nuestras emociones. Eso significa que, al igual que todo lo que Dios creó, las emociones son «muy buenas»y, por sí mismas, no son inherentemente pecaminosas.
Jesús caminó por esta tierra como el hombre perfecto, sin cometer pecado alguno, y aún así expresó emociones en muchas ocasiones.
- Cuando Lázaro murió, Jesús lloró (Jn. 11:28–35).
- Antes de que Jesús sanara al leproso en Marcos 1, Él fue movido a compasión.
- En el jardín, la noche antes de su crucifixión, Jesús fue abatido por la angustia y el dolor de lo que estaba por venir (Mt. 26:36-46).
Esto significa que sentir tristeza y aflicción no es algo malo en sí mismo. Hay espacio para que te sientas así, pero la Escritura también deja claro que no somos libres de actuar según nuestras emociones como queramos. Aunque las emociones son dadas por Dios y están destinadas a ser expresadas, deben serlo bajo la autoridad de toda la Escritura y moldeadas por un dominio propio piadoso.
Como creyentes, debemos tener cuidado de no permitir que nuestras emociones nos lleven al pecado. Esto significa que no podemos dejar que el dolor o la tristeza den lugar a la amargura, la ira, acciones que dañen a otros o que nos alejen del Señor, pero sí podemos sentir con profundidad y hacer preguntas mientras buscamos confiar en el Señor y rendirnos a Su voluntad, incluso en las temporadas difíciles.
Ven a la mesa
Cuando tu familia o amigos se reúnan en las próximas fiestas, recuerda que hay espacio para que ellos lloren contigo y también hay espacio para que tú te goces con ellos. Esto no significa que debas forzar una sonrisa y «fingir que lo has logrado», pero sí significa que el aislamiento no es la respuesta (Ro. 12:15).
Aunque puedas sentirte fuera de lugar cuando tu ánimo no se eleva tan alto como el de los que te rodean, no te cierres a estar en comunidad. Intenta acercarte a la mesa (aun si es solo por un rato) con un corazón dispuesto a compartir tus cargas con honestidad, y también a permitir que otros compartan su gozo. El gozo es medicina para el corazón (Prov. 17:22), y podrías sorprenderte al ver cómo la presencia de otros levanta tu espíritu.
Vuelve a empezar: cuenta tus bendiciones
Aunque logres sentarte a la mesa, puede ser difícil mover tu corazón hacia una gratitud genuina. Sabes que deberías estar agradecida, pero la verdad es que, cuando estás atravesando una temporada difícil, esa realidad tiende a consumirlo todo. Niebla tu pensamiento, te da una especie de «amnesia espiritual» y puede llegar a parecer que no tienes nada por lo cual dar gracias. Es el momento más difícil para contar tus bendiciones… y el momento en que más lo necesitas.
¿Has escuchado el himno «Bendiciones, cuántas tienes» dice así:
¿Andas agobiado por algún pesar?
¿Duro te parece esa cruz llevar?
Cuenta las promesas del Señor Jesús,
y de las tinieblas nacerá la luz.
En medio de una temporada difícil, la letra del himno puede parecer insensible o excesivamente optimista y piensas: «Si el autor de este himno estuviera en mi situación, se daría cuenta de que no hay muchas bendiciones que contar», pero hay verdad en estas palabras; aunque cueste asimilarlo, Pablo nos recuerda en 1 de Tesalonicenses 5:18 «Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús».
Da gracias en todo, no solo cuando es fácil encontrar motivos para agradecer. Como creyente, has recibido la mayor bendición de todas: tu deuda impagable ha sido saldada, y en lugar de enfrentar la justa ira eterna de Dios, has recibido la justicia de Cristo.
Esto es inmenso, pero de alguna manera es fácil olvidarlo. Tómate un momento para regocijarse en esta verdad y permite que tu corazón sea orientado: Jesús es suficiente para estar agradecida. Si has recibido el regalo de la salvación, tienes bendiciones incontables por las cuales dar gracias.
A medida que comienzas a dar gracias al Señor por Su regalo de gracia, pídele que te ayude a recordar otros momentos en los que Él te ha bendecido. Empieza por lo pequeño: un lugar cálido para dormir, un estómago lleno, ropa para vestir… y ve aumentando desde ahí. Concéntrate en las formas en que has visto al Señor proveer en tu vida y en la vida de aquellos que amas. Tal vez, antes de que te des cuenta, ya tengas un puñado de bendiciones por las que puedas agradecer al Señor.
Un sacrificio de alabanza
En algunas temporadas es mucho más difícil ofrecer alabanza y gratitud al Señor que en otras, pero no dejes de intentarlo. Hebreos 13:15 dice: «Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan Su nombre».
Durante tiempos de duelo o dificultad, alabar al Señor se siente costoso… y lo es, pero ¿puedo animarte a que le ofrezcas ese sacrificio de alabanza? Decide rendir conscientemente tu vida a un Dios soberano cuyos caminos quizás no entiendas del todo, pero en quien puedes confiar plenamente. Aunque todavía duela, aunque la gratitud venga acompañada de lágrimas, anhelo que en esta temporada encuentres todas las formas en que el Señor merece tu más profundo agradecimiento. Aférrate a Su bondad, porque incluso en los lugares más pequeños y difíciles, puedes encontrarla si le pides que te ayude a verla.
«Abre mis labios, oh Señor,
Para que mi boca anuncie Tu alabanza…
Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito;
Al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás». -Salmos 51:15, 17
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