Escrito por Anna Preston:
«Anna, ¿alguna vez has visto la azotea de la catedral de Milán?».
Acababa de compartir con mi esposo los sentimientos de aislamiento e insatisfacción que había experimentado desde que me gradué de la universidad unos meses antes, y ¡así fue como él respondió! Sorprendida de que su reacción incluyera una mención de la arquitectura del Renacimiento europeo, sacudí la cabeza con confusión. Él rápidamente sacó unas fotos para mostrármelas.
Me explicó que cuando se construyó la impresionante azotea del Duomo di Milano durante los siglos XVII, XVIII y principios del XIX, no se esperaba que fuera una atracción turística para los admiradores en los siglos venideros. Según lo que sabían los constructores y artesanos, nadie tomaría fotos, ni usaría un dron para tomar imágenes épicas, o compraría un tour guiado con el fin de maravillarse con su majestuosa obra. Cuando se construyó la azotea de esta catedral, aparentemente la parte menos importante, su propósito principal era existir solo para que Dios pudiera disfrutarla.
Artesanos humildes y talentosos habían trabajado meticulosamente en cada centímetro cuadrado de la azotea sin tener publicidad ni recibir elogios. Habían ascendido a las agujas de 64 metros esculpiendo el mármol y moldeando los adornos en lugares que tal vez nunca serían apreciados más que en el cielo. Inmediatamente sentí una gran convicción.
Trasladándome en la azotea
Para los constructores del Duomo di Milano, los ojos del Señor eran suficientes; no necesitaban a nadie más como audiencia, y con ese conocimiento se motivaron a trabajar con excelencia, para honrarlo, engrandecerlo y deleitarlo, sin importar nada ni nadie más; esto aplicaba tanto a los lugares «escondidos», como a los más visibles. Tuve que detenerme a reflexionar.
Acababa de dedicar años de esfuerzo durante mi carrera universitaria trabajando en un proyecto creativo de composición de canciones que prometía mucho, solo para darme cuenta de manera inesperada que el proyecto ya no continuaría, además, después de años de servir en mi campus universitario, me encontraba trabajando en un empleo remoto de tiempo completo, donde los únicos latidos de corazón alrededor eran los míos o los de mi pez. También me estaba adaptando a la vida fuera del campus, abrazando las responsabilidades y tareas de cuidar de un apartamento y un esposo.
Mis proyectos creativos, ministerio y relaciones, que antes eran bastante públicos, de repente se volvieron privados y ocultos. Pasaron de los bancos llenos de gente, a la soledad de la azotea, por así decirlo.
¿Cómo estaba cuidando la azotea en mi propia vida? Las partes ocultas que otros tal vez nunca verán. ¿Mi composición de canciones, lavar los platos, mis aisladas cuarenta horas a la semana frente a la computadora? ¿Estaba regocijándose en la oportunidad de servir humildemente para que solo lo viera Dios, como los artesanos de la Catedral de Milán? ¿Había comenzado a ver las partes menos visibles de mi vida como menos valiosas, sin necesidad de tanta atención, porque ya no tenía una audiencia visible?
No solo me sentía un poco abrumada por mi audiencia de Uno, sino que, de manera subconsciente, había decidido que a Él le importaba poco cómo trabajaba en los lugares menos visibles de mi vida, como si mi trabajo fuera para mi gloria en lugar de la Suya.
Nuestro verdadero propósito y recompensa
En Colosenses 3:23-24, Pablo dice: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres,sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven».
Cuando nuestra visión está enfocada solo en esta vida, nos importan mucho más las recompensas inmediatas y perdemos de vista el premio eterno; cuando vemos el trabajo como algo que se hace para las personas y no para el Señor (como solemos hacerlo), tendemos a preocuparnos más por el placer de nuestros observadores humanos que por el de nuestro Padre celestial. ¿Qué nos queda cuando no hay personas alrededor a las que complacer?
Mateo comunica un mensaje similar al de Pablo cuando dice: «tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt. 6:4). Esto también debería impulsarnos a la excelencia en nuestro trabajo, sin importar quién esté alrededor. Lamentablemente, nuestros corazones fácilmente se conforman con la recompensa terrenal de la atención y la gratificación inmediata, dejándonos decepcionadas por la mayor gloria de la recompensa celestial: complacer a Dios.
Pablo lo dice de manera aún más clara en Colosenses 3:22: «Siervos, obedezcan en todo a sus amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor». La tentación de poner más atención a las partes públicas de nuestras vidas no es algo nuevo, aunque ciertamente se ha visto impulsada por inventos modernos como las redes sociales; esta mentalidad egocéntrica ha existido desde que el pecado comenzó. El público de Pablo necesitaba este mensaje en el año 60 a.C. y nuestros oídos modernos también lo necesitan.
El razonamiento de Pablo para trabajar con todo el corazón se basa en el temor del Señor; un profundo respeto, reverencia y asombro por Su poder y autoridad. Nuestro temor al Señor no debe flaquear, así como tampoco debe hacerlo nuestra búsqueda de la excelencia, esto hace que la validación y los aplausos de los demás sean irrelevantes en nuestro servicio hacia Él.
Tu humildad será ferozmente probada cuando tu audiencia sea estrictamente limitada; tu fidelidad al usar tus dones para hacer el trabajo que Dios te ha llamado a hacer se verá desafiada cuando los resultados parezcan inútiles o pasen desapercibidos. Considera estas preguntas:
- Si sabes que puedes tomar un atajo en una tarea de lectura sin que nadie lo descubra ¿lo tomarías?
- ¿Solo te importa tu hogar cuando esperas visitas?
- ¿Eres una madre abrumada, desanimada por la alegría que le traes al Señor cuando sirves a tus hijos día tras día?
- ¿Oras públicamente por las mujeres a las que sirves pero descuidas interceder por ellas en privado?
- ¿Tienes dones creativos pero solo los usas cuando son vistosos y validados por una audiencia?
Como Pablo dijo: «es a Cristo el Señor a quien sirven» (Col. 3:24). Como cristiana, conoces la realidad oculta; la única audiencia que realmente importa, y que tiene valor eterno, es tu audiencia de Uno; con esto en mente, tu trabajo debe sobresalir siempre para Su placer y gloria nada más. Cuando lo haces, descubrirás que satisface las partes más profundas de ti. Su deleite debería ser toda la motivación y satisfacción que necesitas.
Él ve tu azotea
Esta actitud de siervas humildes es el músculo que debemos ejercitar. Ora al Espíritu Santo que te ayude a examinar tu corazón ¿Es el testimonio de Jesús suficiente? ¿Harías lo que haces si nadie más lo supiera? ¿Seguirías utilizando tus dones espirituales aunque Jesús fuera el único observador?
Cuando mi proyecto creativo parecía no tener éxito, desde una perspectiva terrenal, Su Espíritu movió mi corazón: «¿Seguirás creando solo para Mí? ¿Es Mi deleite suficiente para ti?». Cuando no estaba contenta con el esfuerzo de mantener mi hogar y matrimonio en privado, Su Espíritu me desafió: «¿Traerás orden y belleza a este departamento para Mi deleite? ¿Cuidarás de tu esposo para agradarme? ¿Es Mi aplauso y aprobación suficiente para ti?».
Hermana, tu Padre te ve desde lo alto. Como dice el Salmo 139:2-3:
«Tú conoces mi sentarme y mi levantarme;
Desde lejos comprendes mis pensamientos.
Tú escudriñas mi senda y mi descanso,
Y conoces bien todos mis caminos».
Ningún detalle, tarea o esfuerzo es insignificante ante Sus ojos. Él te ve cuando nadie más lo hace.
Su deleite te satisfará y te alentará más que cualquier audiencia terrenal o elogio humano. ¿Cuáles son las áreas de tu vida que necesitan ser atendidas con más intencionalidad, propósito y honor? Que tu azotea cuente la historia de una mujer que teme al Señor y que se complace únicamente con Él como única audiencia. Él te ve.
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