Cuando Dios responde con pruebas

Muchos dicen de forma jocosa: «Ten cuidado de qué le pides a Dios porque te dará esa cosa de formas que tal vez no esperabas». Por ejemplo, si le pides paciencia, Él te dará razones para ser paciente. Y no será como prender y apagar un interruptor, sino que te pondrá en situaciones donde te verás obligada a ser paciente. Las personas lo dicen bromeando, con una risa casi nerviosa, recordando las muchas instancias donde han tenido experiencias similares. Pero yo soy testigo de que esto es muy real porque el Señor no quiere simplemente que seamos perfectas; Él quiere desarrollar nuestro carácter para que seamos más santas cada día, y eso no ocurre desde un lugar de comodidad. Él nos da forma en el fuego.

Recuerdo muy claramente como un día hace ya más de 10 años, me puse de rodillas y le pedí a Dios con lágrimas en los ojos que me diera más confianza en Él. Me había dado cuenta de que estaba en una situación donde todo se me estaba escapando de control cuando lo único que estaba queriendo era justo eso: controlar todo. Tenía meses sintiendo una ansiedad debilitante como nunca la había sentido antes. Mis días me los pasaba preocupada por las cosas pequeñas, y sentía tensión física y emocional. Mis noches estaban llenas con ataques de pánico irracionales o distrayéndome con lo que fuera por el miedo de que me diera un ataque de pánico. 

Así pasaron casi 6 meses, y lo peor es que no había una razón clara. Sucedió de la noche a la mañana, mientras estaba estudiando en la universidad, viviendo con mi mejor amiga, estando en una relación de noviazgo feliz y teniendo una vida de iglesia activa y plena… No hacía sentido, pero hoy miro hacia atrás y veo muy claramente que esta experiencia debilitante era justo lo que necesitaba. Duré meses sufriendo, buscando una solución…médica, mental, física, emocional… lo que fuera necesario, pero nada funcionaba. Hasta que me arrodillé y le pedí al Señor que tomara el control porque no podía sola. Ese día experimenté la rendición real: una entrega profunda de mis miedos, mis fuerzas, mis planes… y mis debilidades. Pude vivir las palabras del Salmo 55:22: «Echa sobre el Señor tu carga, y Él te sustentará; Él nunca permitirá que el justo sea sacudido».

La trampa de mi propia perfección

Después de ese momento, vi un antes y después en mi vida y en mi relación con el Señor. Me volví más dependiente de Él, lo buscaba más en oración y me reencontré con ese primer amor que tuve cuando le rendí mi vida años atrás. Quisiera decir que ese fue el final feliz del cuento de hadas de mi vida… pero el corazón es engañoso y la lucha contra nuestra naturaleza pecaminosa es constante. Quisiera decir que mi lucha con el control terminó ahí, pero eso no es verdad. Fue en ese momento que realmente comenzó mi lucha constante con ceder el poder al Señor. 

Después de esta experiencia, vinieron muchas otras instancias donde mi deseo de controlar salía a la luz:

  • Luché con la expectativa de tener una casa al estilo Pinterest (siempre limpia y organizada como si le fueran a tomar fotos para una revista), cuando en realidad fue un reto encontrar una rutina de limpieza que me gustara.
  • Luché con ser la empleada perfecta que nunca fallaba y que nunca decepcionara a mis jefes, cuando en realidad no había nadie más que tenía esa expectativa de mí.
  • Luché con ser la amiga modelo, cuando en realidad yo soy la que tiendo a aislarme y se me olvida responder los mensajes. 
  • Luché con la infertilidad y no poder comenzar una familia en mi línea de tiempo ideal, cuando hoy reconozco que el Señor me regaló a mi hijo en el momento perfecto: en Su tiempo.
  • Luché con ser la mamá ideal, cuando sé que el Señor no nos pide perfección, sino dependencia en Él.

La lista no se termina ahí, y sé que me quedan muchas pruebas de fuego hasta el día en que el Señor me lleve a Su presencia, pero puedo decir con certeza que pasar por el fuego no es algo que deberíamos evitar. El Señor nunca nos prometió que, al seguirlo, tendríamos vidas de color rosa. Él nos prometió el fuego, Él nos prometió un camino de santificación… ¡Y qué privilegio es caminarlo! No porque el dolor es algo que debemos disfrutar, pero porque del otro lado del dolor, salimos pareciéndonos más a Cristo y anhelando el día que nos sentaremos con Él. 

Por eso, cada vez que he pasado por una prueba donde se me hace difícil ceder el control sobre las circunstancias y los resultados, por la gracia de Dios, Él me ha llevado una y otra vez a mis rodillas en total rendición a Su voluntad.

Volver a rendirme, una y otra vez

Hace poco, en una conversación con una amiga, le contaba que aún lucho con el deseo de control. Una y otra vez llego a un punto de sentir que todos los palitos que he puesto con tanto esfuerzo «se me están cayendo»: como mamá, como esposa, como amiga, como empleada. Y en esos momentos, Dios me vuelve a recordar que no se trata de mí. No se trata de cuán bien cumpla mis roles. Se trata de Él.

Mi amiga me dijo algo que quedó grabado en mi corazón: «A veces como mujeres cristianas nos obsesionamos con ser la mujer hacendosa de Proverbios 31, como si eso fuera el estándar de nuestra salvación. Pero nuestro llamado no es ser una fotocopia de esa mujer; ella es un ejemplo, no un molde. Nuestro llamado real es ser como Cristo».

¡Qué verdad tan liberadora! No tengo que cargar con el peso de alcanzar una perfección inalcanzable. No tengo que construir mi valor en base a mi productividad, mi virtud o mis logros. Porque si eso fuera así, entonces la gracia no tendría sentido. Efesios 2:8-9 lo dice claramente: «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».

Mi estándar no es la perfección humana. Mi estándar es Cristo. Y, gloriosamente, Cristo ya vivió esa perfección por mí.

Rendirse no es rendirse

En un mundo que valora la autosuficiencia, la palabra «rendirse» suena a fracaso. Pero en el reino de Dios, rendirse es el inicio de la verdadera vida. Es confesar que no podemos… y creer que Él sí puede. Es decir con confianza: «Señor, ya no quiero controlar, ya no quiero fingir, ya no quiero demostrar. Quiero descansar en Ti».

Hermana, quizá tú también estás en una etapa donde el Señor te está pidiendo que le rindas algo: tus finanzas, tus planes, tu tiempo, tus expectativas, tu salud, tus hijos, tu corazón… Sea lo que sea, no tengas miedo. Él es digno de confianza.

«Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas». -Proverbios 3:5-6

Y si ya te has rendido antes, pero hoy te sientes cargada otra vez, recuerda que la rendición no es un evento único, sino un estilo de vida. Es tomar nuestra cruz cada día y seguirle (Lc. 9:23), sabiendo que en cada entrega hay más libertad, más gozo, más santificación y más comunión con nuestro Salvador.

Hoy oro por ti, hermana. Que puedas soltar, rendir y confiar. Y que en ese acto de fe, experimentes el dulce descanso de pertenecer a un Dios que lo sostiene todo… incluso a ti.

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Sobre el autor

Sarah Gygax

Sarah es una hija de Dios, salva por Su gracia. Es originaria de Santo Domingo, República Dominicana donde vive con su esposo Ricardo y su hijo Mateo. Es miembro de la Iglesia Bautista Internacional donde sirve a universitarios en el … leer más …


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