Cuando la oración se convierte en nuestro refugio

¿En qué área de tu vida estás enfrentando una lucha o atravesando una aflicción? Seguramente, por tu propia experiencia, ya has notado quae vivir en un mundo quebrantado por el pecado conlleva enfrentar momentos difíciles. Tal vez hoy estés lidiando con una dolencia física, una herida emocional, una situación financiera desafiante, una decepción en alguna relación importante, la enfermedad de uno de tus padres… o incluso la pérdida de alguno de ellos.

La vida cristiana no es fácil, pasamos por momentos difíciles sin duda, y esto es parte de vivir en un mundo quebrantado por el pecado. Y aunque en medio de una adversidad lo que te voy a decir suene sin sentido, debes saber que tenemos esperanza. 

¿Has visto a una madre (no creyente) llorar por el fallecimiento de uno de sus hijos? El dolor que provoca la muerte es profundo y real para cualquier ser humano. Sin embargo, como hijas de Dios, nuestro sufrimiento no es igual al de quienes no tienen esperanza. Nosotras enfrentamos el dolor con la certeza de que esta vida no es el final. Como creyentes, sabemos que nos aguarda algo infinitamente mejor: cielos nuevos, tierra nueva y vida eterna junto a Cristo cuando Él regrese en Su gloria.

Cuando pienso en la realidad de que como creyentes no debemos sufrir como los que no tienen esperanza, hay un par de cosas que se vienen a mi mente que es bueno poner en práctica en momentos de aflicción.

Clama al Señor

«En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios; desde Su templo oyó mi voz, y mi clamor delante de Él llegó a Sus oídos». –Salmo 18:6

«Pero Tú, oh Señor, eres escudo en derredor mío, mi gloria, y el que levanta mi cabeza.

Con mi voz clamé al Señor, y Él me respondió desde Su santo monte». –Salmo 3:3–4

Como estos salmos, hay muchos otros que nos recuerdan en medio de nuestra aflicción que tenemos a un Dios clemente y compasivo. Un Dios fiel que escucha a aquellos que vienen a Él con un corazón contrito y humillado (Sal. 51:17). Como hija de Dios, puedes estar segura de que tienes un buen Padre omnisciente y omnipresente que conoce lo más íntimo de ti y está atento a las oraciones de los Suyos.

Jesús, al enseñar a orar a Sus discípulos, les enseñó lo que nosotros conocemos como la oración del Padre Nuestro, que inicia: «Padre nuestro que estás en los cielos…». Con esto, Jesús estaba dando entrada a Sus seguidores al mismo Padre creador del cielo y de todo lo que existe. 

Amada hermana, tenemos a un Dios en los cielos que es cercano y al cual podemos llamar «Padre nuestro». Clama a Él en tu aflicción, preséntale tu dolor, recuerda que Él es un Padre compasivo que cuida de los Suyos; puedes venir a Él en oración y estar segura de que Él escucha el clamor de Sus hijos.

Recuerda Su Palabra

«Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado”. El que está sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”». –Apocalipsis 21:1–5

Esta porción de la Palabra la encontramos un capítulo antes de que se termine toda la Biblia. ¿No es increíble la esperanza que se nos da? Como te decía al inicio, vivimos en un mundo quebrantado por el pecado; encontramos sufrimiento en todas partes, nosotras mismas experimentamos diversas aflicciones, y parece que el mundo está cada vez peor.

En medio de tu adversidad recuerda las promesas que el Señor nos ha dejado en Su Palabra. Él nos ha asegurado en Su Palabra que llegará el día en que Él habitará entre nosotros, Dios mismo estará entre nosotros. Él limpiará toda lágrima que hay en tus ojos; ya no habrá más tristeza ni dolor, tampoco habrá más clamor. Vimos en el punto anterior que podemos clamar a Él y Él nos responde, pero cuando el tabernáculo de Dios esté entre nosotros, ya no habrá necesidad de más clamor.

El Señor, mi hermana, hará nuevas todas las cosas, todas tus aflicciones serán parte del pasado, ya no habrá más sufrimiento. ¿No es esta una esperanza que anhelar? Por ello no sufrimos como sufren los que no tienen esperanza, pues ciertamente nuestra esperanza es segura y nuestro futuro glorioso, nos espera una ciudad santa, una nueva Jerusalén.

Es mi deseo que el Señor, a través de Su Espíritu Santo, te ayude a tener perspectiva y recordar las verdades eternas que te puedan alentar en momentos de dificultad. Te animo de igual manera a ser vulnerable y compartir tus aflicciones con otras hermanas en la fe en tu iglesia local. Seamos de ánimo unas a otras, recordemos juntas las verdades eternas que nos harán libres de vivir hundidas en el sufrimiento en este mundo caído.

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Sobre el autor

Débora Cázares de Rivera

Débora es originaria de Coahuila, México, pero actualmente reside en Nuevo Mexico, junto a su esposo Jordan Rivera y sus dos hijos.

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