Cuando la promesa tomó forma humana

Hace poco, en una clase de español de primer grado con mi hija Abbie, aprendimos sobre los cuentos populares. Descubrimos que se caracterizan por ser anónimos y muy conocidos, ya que han sido transmitidos de generación en generación. Un ejemplo clásico es «Caperucita Roja».

Esto me hizo pensar en cómo, la encarnación de Cristo podría ser vista por muchos de la misma manera: como una linda historia de un bebé que nació en un pesebre rodeado de animales y que simplemente se transmite de generación en generación, sin detenernos a meditar en lo verdaderamente asombroso que fue ese evento. Porque no se trata de un simple relato, sino del más grande misterio, como lo llama J. I. Packer en su libro «Conocer a Dios». Él mismo dice que: «la afirmación cristiana realmente asombrosa es que Jesús de Nazaret es Dios hecho hombre», y que es ahí, «en lo que aconteció en esa primera Navidad, donde yacen las profundidades más grandes e inescrutables de la revelación cristiana. “El Verbo se hizo hombre” (Jn. 1:14); el Todopoderoso apareció en la tierra en forma de un niño indefenso».

Y no solo eso, sino que Él también habitó entre nosotros, «y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14).

¿Ves la doctrina de la encarnación de Cristo como un cuento popular o realmente entiendes lo que significa? ¿Comprendes lo que significa que Dios haya habitado entre los hombres? ¿Por qué crees que creer en esta verdad es tan importante? 

Es mi deseo hoy profundizar, a la luz de la Palabra, en esta poderosa afirmación del apóstol Juan: «El Verbo… habitó entre nosotros», y animarlas a meditar un poco más en cómo esta maravillosa verdad es tan asombrosa y tan real, de modo que recordemos cada día el verdadero significado de la Navidad y nunca perdamos el asombro. Y al hacerlo, que podamos ver también la mano amorosa de Dios obrando a lo largo de toda la historia humana, guiando a Su pueblo conforme a Su plan eterno: habitar con ellos y habitar en ellos.

En el principio Dios habitó con los hombres en el jardín del Edén

El propósito de Dios al crear al hombre era que ellos fueran Su pueblo y Él Su Dios. Adán y Eva disfrutaban de una relación cara a cara con Dios. Pero ellos pecaron. Entonces, Dios no habitó más con ellos, los expulsó de Su presencia. 

Dios nos creó para que vivamos con Él, pero por causa de nuestros pecados, Él nos apartó de Su gloria, de Su presencia (Ro. 3:23). 

Pero Dios no nos dejó sin esperanza, el libro de Génesis nos cuenta que Él sigue con el deseo de hacer de nosotros Su pueblo y que lo veamos a Él como nuestro Dios, lo vemos en la promesa de Dios a Abraham, cuando le manifestó que de Su simiente haría un pueblo que sería Su pueblo (Gn. 17:7-8). 

En el tabernáculo y en el templo Dios habitó con los hombres en Israel

Vemos cómo en el libro de Éxodo, Dios le dio todos los detalles a Moisés para construir el tabernáculo. Y una vez que todo fue finalizado como Dios lo había indicado, la gloria de Dios llenó el tabernáculo (Ex. 40:34-36). Luego de la caída del hombre, las personas volvieron a ver a Dios entre ellos. Dios habitaba en medio de Su pueblo. 

Luego vemos cómo Salomón, al finalizar la construcción del templo, oró, y la gloria del Señor llenó la casa , Dios estaba habitando con Su pueblo (2 Cro. 7:1-2).

Dios habitó con los hombres en Israel. Pero, el pueblo de Israel fue infiel a Dios, y Dios los entregó a sus enemigos, y el templo fue destruido. Dios le muestra en una visión al profeta Ezequiel que Su gloria se iría del templo por causa de su infidelidad (Ez. 11:20, 22 y 23). 

Pero Dios no los dejó sin esperanza: «Les daré un corazón para que me conozcan, porque Yo soy el Señor; y ellos serán Mi pueblo y Yo seré su Dios, pues volverán a Mí de todo corazón» (Jer. 24:7).

En Jesús, Dios habitó con Su pueblo

El Antiguo Testamento finaliza con un deseo del pueblo de Dios de ver nuevamente Su gloria en medio de Su pueblo. Hasta que un día, después de 400 años de silencio, la presencia de Dios volvió a estar con Su pueblo. Esta vez no en un templo material, sino en un bebé humano recién nacido. El Hijo de Dios, Emmanuel, verdaderamente hombre y verdaderamente Dios. ¡Dios con nosotros nuevamente! 

Dios habitó con nosotros para redimirnos. Esto nos muestra el deseo ferviente de Dios de querer habitar en medio de Su pueblo. ¡Su amor es maravilloso! Dios quiere habitar con nosotros a pesar de nosotros. 

El Verbo eterno, el Verbo que estaba con Dios y que es Dios, el Creador, se hizo humano para morir y salvarnos. Jesús hizo Su tabernáculo entre nosotros. «…y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14). ¡La gloria de Dios de nuevo en medio de Su pueblo!

Pero Su pueblo lo crucificó y lo mató. El perdón de nuestros pecados costó un precio muy alto; Jesús, el Hijo de Dios, el hombre perfecto, murió en manos de los hombres que Él creó. 

Dios no los dejó sin esperanza: «Pero Yo les digo la verdad: les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, se lo enviaré» (Jn 16:7).

Jesucristo resucitó y fue llevado a los cielos prometiéndoles que el Espíritu Santo vendría sobre ellos. 

Ahora, el Espíritu de Dios habita en Su pueblo

Dios habita en nosotros, Su pueblo, la iglesia. «¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 Cor. 3:16).

Que verdad tan consoladora es saber que Dios hoy vive en nosotros mientras caminamos hasta el cielo.

En Su Regreso, Dios habitará para siempre con Su pueblo

El cumplimiento final de Su plan, habitar eternamente con Su pueblo. Una restauración total de la relación del hombre redimido con Dios, mucho más maravillosa que en el Edén. 

«Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: “El tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado”». -Apocalipsis 21:3-4

Hermana, la encarnación de Cristo no es un cuento popular; es el momento cúspide del cumplimiento del plan eterno de Dios: habitar con nosotros. 

Si eres creyente, te invito a…

  • Asombrarte cada día de la fidelidad de Dios en cumplir lo que había prometido, de habitar entre y con nosotros, a pesar de nuestras infidelidades.
  • Cuéntale a la siguiente generación este maravilloso plan cuyo Autor conoces bien.
  • Responde con gratitud y adoración, no solo en Navidad, sino todos los días.

Y si aún no conoces a Cristo…

  • Te invito a meditar en la encarnación a la luz de la Palabra, y tal como el apóstol Juan lo presenta en su evangelio, «para que creas que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengas vida en Su nombre» (Jn. 20:31).

No reduzcamos la encarnación de Cristo a una tradición navideña; más bien, sin importar la fecha, meditemos en que Aquel que vino a habitar entre nosotros, ahora habita en nosotros, y volverá para habitar con nosotros por la eternidad.

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Sobre el autor

Yuliana Fragozo Bermúdez

La gracia y la misericordia de Dios la alcanzó cuando se encontraba sedienta buscando agua en un pozo. Esa misma gracia inmerecida le permitió casarse con Andrés Aguilar, quien es uno de los pastores fundadores de la Iglesia Cristiana Vida … leer más …


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