Dios con nosotros: El Emmanuel que no se va con diciembre

Pocas palabras en los evangelios expresan tanto consuelo como esta promesa de Jesús: «No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes» (Jn. 14:18). En ellas resuena la ternura de un Dios que conoce el miedo de la soledad, la fragilidad de nuestra fe y la necesidad que tenemos de sentir Su presencia. Estas palabras fueron pronunciadas en una noche de incertidumbre, cuando los discípulos estaban por enfrentar uno de los momentos más oscuros de sus vidas: la crucifixión de su Maestro; pero Jesús no los dejó sin esperanza. Les aseguró que, aunque físicamente se iría, Su presencia seguiría viva entre ellos.

Esta promesa sigue siendo el ancla del alma para todo creyente que atraviesa tiempos de silencio, duda o dolor. Cristo no nos ha dejado solas. Dios está entre nosotras.

Quisiera compartir contigo algunas reflexiones que han venido a mi alma al saber que Él sigue entre nosotros.

  1. La promesa en medio de la despedida

El capítulo 14 de Juan nos transporta al aposento alto, donde Jesús comparte con Sus discípulos las últimas horas antes de Su pasión. El ambiente está cargado de emociones: tristeza, confusión y temor. Ellos habían dejado todo para seguirle. Habían visto milagros, escuchado palabras de vida y sentido el amor incomparable de Su presencia; pero ahora, Él les habla de Su partida.

En ese contexto, Jesús pronuncia estas palabras:

«No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes». -Juan 14:18

El término huérfanos refleja una profunda vulnerabilidad: la sensación de pérdida, abandono y soledad. Jesús sabía que al morir y ascender al cielo, Sus discípulos podrían sentirse así: desamparados, confundidos, sin guía; pero Su promesa fue clara y personal: «Vendré a ustedes».

No se refería solo a Su resurrección, sino también a la venida del Espíritu Santo, quien haría real y continua Su presencia en ellos.
A través del Espíritu, Cristo seguiría acompañando, enseñando, fortaleciendo y consolando a Su pueblo.

Esa promesa no se limitó a aquel grupo de discípulos; es una promesa viva para ti y para mí hoy. Cada vez que el corazón se siente vacío, cada vez que la vida pesa, estas palabras siguen siendo verdad: Jesús no nos deja huérfanas.

  1. Su presencia constante por medio del Espíritu Santo

Jesús sabía que la presencia física tenía sus límites. Solo podía estar en un lugar a la vez, pero al enviar al Espíritu Santo, Dios mismo estaría presente en cada creyente, en todo tiempo y en todo lugar.

«Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre». -Juan 14:16

La palabra consolador proviene del término griego «parakletos», que significa «alguien llamado para estar al lado». Así es el Espíritu Santo: nuestro ayudador, nuestro defensor, nuestro amigo fiel.
Él no solo está con nosotras; habita en nosotras. Y es precisamente por eso que no estamos solas, aunque a veces nos sintamos así.

En los días de angustia, cuando las fuerzas parecen agotarse, el Espíritu nos recuerda las palabras de Jesús. Nos enseña a orar, nos consuela en el dolor y nos da la paz que el mundo no puede ofrecer. Su presencia es invisible, pero real. Es el testimonio silencioso de que Cristo vive en nosotras.

Cuando abrimos la Escritura y una verdad ilumina el corazón, es Su Espíritu obrando.
Cuando cansadas nos levantamos a orar sin saber qué decir, Él intercede con gemidos indecibles.
Cuando la esperanza parece desvanecerse, Su voz susurra: «No estás sola»

Así se cumple la promesa de Jesús cada día: Él vino a nosotras, y siempre está con nosotras.

  1. No huérfanas, sino hijas adoptadas

La promesa de Juan 14:18 no solo habla de presencia, sino de identidad. Jesús no dijo simplemente: «no las dejaré solas», sino «no las dejaré huérfanas». Esas palabras revelan un cambio de relación: ya no somos extrañas, sino hijas.

«El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». -Romanos 8:16

En Cristo, la orfandad espiritual termina. Por medio de Su sacrificio, fuimos reconciliadas con el Padre, adoptadas en Su familia y selladas con el Espíritu como garantía de nuestra herencia eterna.

Por eso, cuando el enemigo susurra que no somos amadas, cuando la tristeza intenta convencernos de que Dios está lejos, podemos levantar la mirada y decir con convicción: «Soy hija de Dios. No estoy sola. Nunca me dejará. Él vive en mí».

La orfandad espiritual es reemplazada por una comunión viva con el Padre:

  • Donde antes había culpa, ahora hay perdón.
  • Donde había temor, ahora hay seguridad.
  • Donde había distancia, ahora hay intimidad.

Cristo no solo vino a salvarnos; vino a adoptarnos. Y el Padre perfecto nunca abandona a Sus hijas.

  1. Su presencia en lo cotidiano

A veces creemos que la presencia de Dios solo se experimenta en momentos de gran emoción espiritual, pero Jesús prometió estar con nosotras todos los días (Mt. 28:20). Eso incluye los días comunes, los silencios largos y las rutinas aparentemente simples.

Dios está entre nosotras cuando preparamos una comida con gratitud, cuando perdonamos a nuestro esposo, enseñamos a nuestros hijos la Palabra, cuando perdonamos al que nos ofende, cuando servimos, cuando descansamos en fe.
Cada acto sencillo, hecho en obediencia y amor, se convierte en un espacio donde Su presencia se manifiesta.

El Espíritu Santo no necesita templos majestuosos para obrar. Habita en el corazón rendido. Y donde Él habita, hay paz, guía y consuelo.

Por eso, cuando te sientas sola, mira a tu alrededor. Dios está en esa habitación silenciosa, está en el suspiro que se convierte en oración, está en la Palabra que lees en todo tiempo. Él está entre nosotras.

Su presencia no depende de lo que sentimos, sino de lo que Él prometió. Y Su promesa nunca falla.

  1. La promesa que trasciende el tiempo

Jesús no solo aseguró Su presencia por medio del Espíritu, sino que también prometió Su regreso.

«Y si me voy y les preparo un lugar, vendré otra vez y los tomaré adonde Yo voy; para que donde Yo esté, allí estén ustedes también». -Juan 14:3

Vivimos entre dos venidas: la venida del Espíritu que habita en nosotras, y la venida futura de Cristo en gloria. Mientras esperamos ese día, Su Espíritu nos sostiene, Su Palabra nos guía y Su amor nos guarda.

Cada lágrima, cada batalla, cada paso de fe, se sostiene en la promesa firme de Su compañía eterna. Aun cuando no entendemos los caminos de Dios, podemos descansar en lo que sí sabemos: Él no nos deja huérfanas.

Y llegará el día en que esa promesa se cumplirá plenamente. Veremos Su rostro. Sentiremos Su abrazo, y todo lo que hoy creemos por fe se transformará en una realidad gloriosa.

Nunca solas, siempre acompañadas

Jesús no solo habló de Su amor; lo demostró. Prometió estar con nosotras, y ha cumplido esa promesa día tras día, generación tras generación.
 

Él no nos deja sin consuelo, sin dirección, sin esperanza. Por eso, cuando el alma se sienta vacía, repite esta verdad: «No estoy sola. No soy huérfana. Cristo está conmigo».

Él camina a nuestro lado, habita en nuestro corazón y guía nuestros pasos. Su Espíritu nos acompaña en la enfermedad, en la pérdida, en la alegría y en el descanso. Y cuando el mundo parezca incierto, Su voz sigue diciendo con ternura: «No los dejaré huérfanos; vendré a ustedes».

Dios no está lejos.
Dios está entre nosotras.

Ayúdanos a llegar a otras

Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?

Donar $3

Sobre el autor

Liliana Llambés

Liliana Llambés, ha estado casada por mas de 30 años con su mejor amigo Carlos Llambés es madre de cuatro hijos y abuela de diez nietos. Posee una Maestría en Estudios Teológicos y Maestría en Consejería Bíblica, ambas otorgadas por leer más …


Únete a la conversación