Di a luz a mi hijo con dos anclas dibujadas en mis pies.
A medida que mi barriga de embarazada crecía, también lo hacía mi miedo. Era mi cuarto bebé, así que ya había leído todos los libros y páginas web, conocía las realidades prácticas de la preparación al parto. Hice mi maleta y un plan para el parto, aun así, mi ansiedad persistía. Necesitaba algo más, algo con más peso, para tranquilizar mi agitado corazón; así que tomé un marcador y me dibujé anclas en la parte superior de los pies. Cuando por fin llegó el momento de dar a luz a nuestro hijo Ezra, las miré fijamente con cada contracción y funcionó. A pesar de un parto complicado, mi corazón se mantuvo firme porque esas anclas representan dos realidades inquebrantables sobre el carácter de Dios: Dios es bueno y Dios es soberano.
Ya he escrito sobre la soberanía de Dios. La soberanía de Dios significa que Él siempre tiene el control, Él gobierna todo y no se somete a nada ni a nadie más que a Él mismo. Escucha cómo se describe Su soberanía en Colosenses 1:16-17:
«Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes que todas las cosas, y en él todas las cosas subsisten».
Es un consuelo saber que Dios nunca puede ser destituido, pero puede ser un consuelo áspero -más parecido a una lija que a una colcha suave- cuando no vemos que Dios también es bueno.
Nuestro Dios siempre bueno
Tal vez hayas participado en un servicio religioso en el que alguien dice: «Dios es bueno» y la congregación responde con un «¡TODO EL TIEMPO!», ¡eso es verdad! Dios nunca deja de ser bueno y Dios nunca deja de hacer lo que es bueno para Sus hijos. Puede parecer elemental, pero realmente vale la pena gritar a pleno pulmón sobre la bondad de Dios.
El Salmo 14 y Romanos 3 afirman que «nadie hace el bien, ni siquiera uno». Como pecadoras, somos propensas a hacer el bien para nosotras mismas, pero no para los demás. Podemos tener días buenos, pero todos los pecadores luchan por ser buenas personas. No es así con Dios.
La bondad no es algo que Dios hace. La bondad es lo que Él es.
En el Salmo 119:68 el rey David declaró: «Bueno eres Tú y bienhechor».
Digámoslo juntas: «Dios, bueno eres Tú y bienhechor. Bueno eres Tú y bienhechor».
La creencia fundamental de que Dios es bueno es esencial para confiar en Él. Es necesaria para preservar nuestra esperanza y alegría. Es obligatorio si queremos servirle fielmente en los altibajos de la vida.
Esperanza en la barra de búsqueda
Una vez busqué en Google: «¿Cuándo necesita un barco dos anclas?». ¿La respuesta? En una tormenta.
En aguas tranquilas basta con un ancla. Pero cuando los vientos y las olas azotan un barco, se necesita una segunda ancla. Si un barco está amarrado por una sola, girará y girará, y al final, la cuerda se romperá. Pero si se echa una segunda ancla, la embarcación puede resistir hasta la más dura de las tormentas.
Si no creemos que Dios es soberano, nos parecerá débil e impotente para manejar nuestro mundo y nuestras vidas. Si no creemos que Dios es bueno, parecerá cruel, como si tuviera el poder de cambiar las cosas pero simplemente decidiera no hacerlo. Por eso, dibujé esas anclas en mis pies.
En cada temor. . .
Ante toda fuente de ansiedad. . .
Cada momento de tristeza…
Cada tormenta que llega a nuestras vidas. . .
Cada altibajo. . .
Podemos estar ancladas, amarradas a la verdad de que Dios es bueno y Dios es soberano. Él tiene el control, no nosotras. Como Él siempre es bueno, podemos confiar plenamente en que siempre será bueno con nosotras.
¿Operas desde la creencia inquebrantable de que Dios es bueno? Tu respuesta es tu verdadero norte y determinará la trayectoria de tu vida.
Cuando nuestros ojos entenebrecidos por el pecado se iluminen con todo lo que Dios ha hecho por nosotras, no habrá duda: Él es bueno y hace el bien. Podemos vivir con esa seguridad ahora, ancladas en la esperanza del carácter inmutable de nuestro buen Dios.
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