Escritora invitada: Yeimy de Robainas
He enseñado a mi hijo desde pequeño que Dios siempre está presente y nada se esconde de Él. Para recordarlo, usamos la pregunta: «¿Dios me ve?» y la respuesta: «Sí, aunque yo no lo vea, Él siempre me ve». A sus 3 años, le gusta jugar con sus peluches y hacerles preguntas, esperando que yo les dé voz. Ahora también conversa con Jesús: «Jesús, estoy comiendo», «¿Quieres un poquito?», «Jesús calma la tormenta». A veces, en su inocencia, dice: «Jesús no temas porque yo estoy contigo», y yo le aclaro que es al revés: Jesús es quien cuida de él.
El punto que quiero resaltar es que Samu me ha recordado una verdad gloriosa: Dios es cercano. Me alegra ver que ya desea hablar cada día con el Dios que lo ve y lo acompaña.
La Palabra lo confirma, pero la encarnación de Jesús es la máxima expresión de esa cercanía: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14). El evangelio entero muestra a un Dios que, siendo pleno en Sí mismo, decidió acercarse para rescatarnos. Aunque estábamos lejos por nuestro pecado, Él nos amó primero y en Cristo nos perdonó, adoptó y aseguró una relación eterna con nosotras.
Lo más tierno es que Dios no solo quiso acercarnos, sino que Él mismo se acercó: vino a esta tierra, se hizo como nosotras y participó de carne y sangre «para librar a los que, por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud» (Heb. 2:14-15).
Él no obró desde el cielo: vino en persona, convivió entre los hombres y dio Su vida para redimirnos. Así brilla el corazón de un Dios profundamente cercano y amoroso, que nos rescató del temor para darnos libertad y hacernos Suyas para siempre.
El asombroso misterio del Dios que se hizo hombre
La encarnación de Cristo es un misterio glorioso e incomprensible, lleno de amor, gracia y humildad infinita: «Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne…» (1 Ti. 3:16). Que el Dios eterno, santo y todopoderoso se hiciera hombre, frágil y necesitado, supera nuestra comprensión. Y está bien que así sea, porque sigue siendo un misterio extraordinario.
Jesús vino como un bebé indefenso, vivió en pobreza, trabajó, se cansó, lloró, se alegró, oró y dependió del Padre. Aunque sin pecado, fue tentado y sufrió dolor real en Getsemaní y en la cruz. Y aun así, siempre hizo la voluntad del Padre.
¡Qué gracia indescriptible y qué realidad incomparable la de un Dios que se acerca para permanecer eternamente con nosotras!
La cercanía del Dios hecho hombre: ¿que implica para nosotras?
-
Exaltación y adoración de Dios
Meditar en la encarnación y en la cercanía de Dios hacia nosotros, al hacerse hombre; debe avivar nuestra adoración. Nos compromete y nos impulsa a exaltar y honrar semejante amor y gracia por siempre. Por Su humillación escapamos de la ira de Dios. Entonces, alabemos con gozo y fuerza a nuestro Redentor. Miremos y valoremos con admiración lo que Cristo ha sido y es con nosotros; y demos gracias, gracias y gracias otra vez.
- Fe fortalecida y seguridad
El hecho de que Cristo naciera de una mujer y fuese semejante a nosotros; excepto en cuanto al pecado, fue para que Su naturaleza santa y obediencia perfectas fueran puestas a nuestra cuenta. Jesús tomó nuestro lugar para hacernos justos en Él ante Dios Padre. Eso significa que nuestra justificación es completa. Todas nuestras culpas son quitadas y Su sangre nos limpia de nuestras manchas y corrupción. Esto es maravilloso porque fortalece nuestra fe en el Señor. Gracias a la encarnación confiamos en que la obra de salvación de Dios, a través de Su Hijo, fue totalmente eficaz. Tenemos seguridad en Sus promesas porque todo fue consumado en Cristo, que era Dios, pero hombre al mismo tiempo. Esto aleja nuestra dudas y temores para descansar en Su gracia perfecta y salvación.
- Comunión íntima y cercana con el Señor
Conocer que Dios es cercano no es lo mismo que experimentarlo. Santiago nos recuerda: «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes» (Stg. 4:8). El mismo que se encarnó en Belén sigue acercándose hoy a nosotras. A veces el pecado y la incredulidad nos roban ese gozo, pero en Cristo siempre hay perdón y esperanza.
Que la encarnación nos impulse a cultivar comunión íntima con Dios: conocerle, amarle y obedecerle cada día. Aunque no lo veamos, Cristo intercede por nosotras y Su Espíritu habita en nuestros corazones, consolándonos, fortaleciéndonos y recordándonos Su verdad. ¡Él es el Dios cercano en cuya presencia vivimos, nos movemos y existimos! (Hch. 17:28).
- Consuelo y ánimo en nuestras luchas y aflicciones
La encarnación de Jesús nos da consuelo en medio del dolor, las cargas y las tentaciones. «Él tenía que ser hecho semejante a Sus hermanos en todo… para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel» (Heb. 2:17-18). Porque fue tentado como nosotros, puede socorrernos en nuestras luchas.
Cristo se identifica con nosotras: entiende nuestras dudas, angustias y deseos de rendirnos. Ha pasado por el sufrimiento y conoce lo que sentimos. Por eso, «acerquémonos con confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para la ayuda oportuna» (Heb. 4:15-16).
Él estuvo ahí primero. Él lo vivió. No estamos solas. Hoy tenemos abiertas las puertas de Su trono, donde siempre hallaremos gracia y nunca rechazo.
- Cercanía y compasión hacia otros
Tener un Dios cercano no solo nos hace receptoras de Su gracia y misericordia, también nos llama a compartir Su amor, paciencia y bondad con nuestras hermanas en la fe, aun en medio de sus luchas y caídas. Así como Cristo es un sumo sacerdote fiel y misericordioso con nosotras, debemos ser pacientes y compasivas con los demás, dando de gracia lo que de gracia hemos recibido.
También estamos llamadas a acercarnos a quienes no conocen a Cristo, pues necesitan desesperadamente experimentar la cercanía de este Dios que se hizo hombre para salvarnos. Él se despojó de Su gloria y se acercó; ahora nos pide que lo reflejemos, negándonos a nosotras mismas y mostrando con amor al Dios presente y cercano.
Con la fe de un niño, disfrutemos de la presencia de nuestro Señor en cada momento, confiando en que nunca nos dejará ni nos desamparará. ¡Qué Dios tan especial el nuestro! Que esta verdad nos abrace y nos guarde siempre junto a Su corazón.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación