El problema no es que no sepas, es que no quieres rendirte

¿Te has puesto a pensar que antes de conocer a Cristo peleabas una guerra contra Él? Toda la humanidad quiere conducirse como mejor le parece, satisfaciendo sus propias necesidades o deseos sin considerar en lo absoluto el señorío de Dios. Toda la humanidad se ha apartado de una relación con su Creador, solamente existen aquellos que pertenecen a su familia, y quienes pertenecen al «príncipe de la potestad del aire». Lo que hace el evangelio es reclamar a las naciones nuevamente bajo el reino de Dios, por eso la gran comisión implica ir y hacer discípulos a todas las naciones.

Si tú eres parte del reino Dios, entonces hay cosas evidentes que tendrían que estar ocurriendo en tu vida: rendirnos a Dios implica transformar nuestra cosmovisión, y ese, mi hermana, es un gran cambio, pero ¿de qué te tienes que rendir? Eres una «buena persona», jamás has cometido un delito, ni llevas una forma desenfrenada de vida, es más, hasta vas a la iglesia y sirves activamente en ella.

Bueno, volvamos al principio. Al «nacer de nuevo», en ese punto de nuestra historia, hemos creído por fe en Jesús, nos hemos arrepentido de nuestros pecados y (en teoría) al cambiar de reino, hemos cambiado de lealtades, con esto le hemos dado a nuestro Señor el control total sobre nuestra vida, pero ¿esto ha ocurrido de verdad?

Rendir tu vida a Cristo no es algo que haces solo en el momento de la conversión, es algo que debes hacer de forma intencional ¡todo el tiempo! Esa vez que hiciste una confesión de fe, fue el comienzo de rendir tu futuro al Señor, de una vida entregada a Su voluntad.

¿Debo rendirlo todo?

Piensa en todo lo que tienes: casa, hijos, coche, dinero, tiempo, trabajo, salud, la forma en la que te alimentas, la clase de programas que ves, todo aquello que escuchas, etc. Podrías encontrarte en una etapa de rebeldía en la que sabes lo que tienes que hacer, pero eliges desobedecer: «Yo sé que a Dios no le gusta esto, pero eso es más fuerte que yo». Bueno, todo eso le pertenece a Dios y la respuesta a la pregunta es: sí, como creyente estás llamada a entregar a tu familia, tus finanzas, tu tiempo, tus ojos, oídos y todo lo demás a Aquel que es digno, dueño y Señor de todo.

Nancy DeMoss Wolgemuth, en su libro Rendición, menciona: «La fe salvadora genuina siempre va acompañada de arrepentimiento y debe estar seguida de un crecimiento constante en obediencia a Dios (2 Pd. 1:4-8); eso no significa obediencia perfecta, obviamente, pero sí un deseo de pasar de la rebeldía a una mayor rendición y satisfacción en Dios».

Entonces, vivir en rendición debe ser la norma para cada hijo de Dios.

El problema surge cuando creemos erróneamente que rendirse es opresivo y esclavizante; no obstante, la rendición es un lugar en el que nos encontramos plenas en Dios y somos bendecidas por Él porque estamos bajo Su perfecto cuidado. 

Me gustaría que estudiemos un pasaje que nos da un claro ejemplo de una persona que quería rendirse a Dios «parcialmente».

«Cuando Jesús salía para irse, vino un hombre corriendo, y arrodillándose delante de Él, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”. Jesús le respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino solo uno, Dios. Tú sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no hurtes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre”. Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud», dijo el hombre.Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: “Una cosa te falta: ve y vende cuanto tienes y da a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; entonces vienes y me sigues”. Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque era dueño de muchos bienes». -Marcos 10:17-30

Al comenzar este evento, parecía que el hombre sabía quién era Jesús. ¿Cómo lo sabemos? Le llamó «maestro bueno» y también parecía que estaba interesado (notamos su urgencia cuando sale corriendo detrás de Él) en relacionarse con Él. Jesús le dijo: «Repite esta oración conmigo», «Debes levantar la mano y caminar al frente para profesar tu fe». ¡No! Jesús no exaltó el emocionalismo del joven (que seguramente hubiera hecho una sencilla oración), Jesús lo lleva a enfrentarse con una realidad turbia, su corazón. Este hombre no estaba dispuesto a renunciar a todo.

Queremos vida eterna justo como ese hombre, ¿cierto? Y buscamos a Jesús porque sabemos que es el único que puede satisfacer nuestras necesidades más profundas, pero ¿somos intencionales al buscar y obedecer? Y no solo hablo de forma externa o de no tener pecados «escandalosos», sabemos que Dios ve nuestro corazón más que nuestro exterior, Jesús le puntualiza que debe obedecer los mandamientos para tener vida eterna y pareciera que este joven era lo suficientemente íntegro y humilde (u orgulloso) para arrodillarse ante Jesús y pensar que todos los había obedecido a la perfección.

Probablemente te preguntes: «¿Por qué Jesús le pide guardar los mandamientos si nadie puede hacerlo?». Precisamente ahí es a donde Jesús quería llegar, nuestro Señor quiere hacerle notar a este hombre que es incapaz de cumplir con cada mandamiento a la perfección para entonces dirigirlo al Único con una vida perfecta, pero ¿qué pasa? ¡Pareciera que nos topamos con el segundo mejor hombre del mundo! Uno que en estricta teoría lo había logrado. 

Jesús quiere mostrarle, por medio de un área de su vida, que realmente no ha cambiado de lealtad, él pertenece a otro reino que no es el de Dios. Ese es el verdadero gran problema, no conseguiremos salvación si de entrada no entendemos que no somos buenas, que somos incapaces de ser obedientes; debemos reconocer y confesar ante Dios que hemos pecado y que necesitamos relacionarnos con Cristo no bajo nuestros términos, como este joven quería hacerlo, sino en Sus términos (Ro. 3:10-12).

Él «es demasiado bueno» en sus propios términos, el joven prácticamente le está diciendo a Jesús: «¿De qué tendría que arrepentirme si todo lo he hecho bien? ¿De qué o para qué me tengo que rendir? ¿Es posible alcanzar la salvación sin arrepentimiento?». El joven rico parecía necesitar a Jesús, pero no por las razones correctas, él no veía su pecaminosidad, aunque sí sabía que no tenía salvación, la salvación que solo se obtiene por medio del arrepentimiento genuino (1 Jn. 1:9, Hch. 3:19-20, Lc. 5:31-32, Sal. 51:1-4).

Aquí hay dos asuntos delicadamente entrelazados, el joven cree que es bueno, pero también sabe que no es salvo, ¿cómo es que ambas cosas pueden coexistir? Es la verdadera frontera entre ambos reinos, de un lado está el falso cristianismo que cree que «es bueno» y, sin saber, convive de cerca con las sectas y religiones que pretenden alcanzar la vida eterna, el propósito y el significado por medio de sus buenas obras. Jesús le está mostrando al joven que su lealtad no es para Jesús y el reino de Dios, sino que es una rebeldía «bien vestida» que resulta ser un mal disfraz cuando se le arroja la luz del evangelio. 

Estos dos asuntos deberían llevarnos a una seria reflexión donde podemos analizar que en ocasiones estamos luchando por crecer y santificarnos en clara dependencia a Aquel que es el único bueno, o por otro lado, la falta de sumisión solo refleja tu verdadera lealtad, una que nunca ha pertenecido al reino de Dios por medio del evangelio. Porque el evangelio, en términos de esta charla, no es otra cosa que rendirse a Dios, abandonar nuestra lealtad a nosotras mismas y nuestros vanos esfuerzos por presentarnos «correctamente delante de Él», y recibir por fe la obra salvadora de Jesús.

El ejemplo del joven rico en Marcos 10 muestra que, aunque podamos aparentar estar en el camino correcto, sin un corazón dispuesto a renunciar completamente a lo que nos aleja de Dios, no podemos experimentar la verdadera salvación. La rendición a Cristo no es opresiva, sino liberadora, porque al someternos a Él, encontramos el propósito y la paz que solo Su reino puede ofrecer. Nos invita a una transformación profunda, donde nuestra cosmovisión y nuestras prioridades cambian, reflejando la sumisión al Rey que gobierna sobre todo. La pregunta crucial es, entonces: ¿a qué reino perteneces y a quién estás verdaderamente rindiendo tu vida?

Todos los recursos que tienes son elementos activos en una batalla, no existe la neutralidad pasiva; o estás entregando tus recursos a Dios o estás luchando a favor del reino enemigo. La neutralidad no existe. ¿A quién están sirviendo tus recursos hoy? Ora, examina tu corazón y ríndete de forma intencional a Dios para el alcance de Su reino.

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Sobre el autor

Valeria Arredondo

Valeria Arredondo originaria de la Ciudad de México, es licenciada en Derecho y tiene un Certificado Avanzado de estudios ministeriales por South Western Baptist Theological Seminary, actualmente ha comenzado el proceso de certificación de Consejería Bíblica por ACBC; tiene una … leer más …


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