«Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que querían». -Juan 6:11
Si alguna vez has criado a un «cachorro humano», puedes empatizar con mi lucha con el presupuesto del supermercado. El costo de alimentar a cuatro hijos (más mi esposo y yo) es grande. En una semana promedio consumimos dos galones de leche, seis cajas de cereal, dos barras de pan y cuatro docenas de huevos (¡y eso es solo el desayuno!). Mis hijos pueden comer muchísimo; somos bendecidos por tener los recursos suficientes para alimentarlos tanto como deseen.
Mis hijos nunca han experimentado el hambre real. Aun así, se despiertan cada mañana preocupados de que algún día tendrán que hacerlo.
«Mamá, ¿qué hay para desayunar?»
«Mamá, ¿puedo tomar un bocadillo?»
«Mamá, ¿qué hay para comer?»
«Mamá, ¿tenemos alguna botana?»
«Mamá, «¿Qué hay para cenar?»
«¿Puedo tomar un bocadillo? ¿Puedo tomar un bocadillo? ¿Puedo tomar un bocadillo?»
En cada viaje por carretera escucho la misma pregunta llena de preocupación, muchas veces antes de que el auto haya salido de casa: «Pero ¿qué vamos a comer?».
Es gracioso y frustrante a la vez, pero también revelador. ¿No tenemos todos un miedo constante y persistente de que este será el día en que el Señor se olvide de nuestras necesidades o nos haga pasar necesidad? Incluso cuando preparamos nuestras mesas con platos hermosos y guarniciones para el Día de Acción de Gracias, hay una parte de nosotras que teme que mañana no tendremos lo suficiente.
Asustadas de la escasez
Considera el milagro registrado en Juan 6:1-5. Las multitudes habían visto que Jesús podía hacer milagros, pero observar la obra del divino favor de otros solo aumenta los anhelos de nuestro propio corazón. Seguramente cada persona deseaba un milagro para sí misma. En este sentido, estas personas son un arquetipo de nosotras. Cada una de nosotras tiene un anhelo profundo y urgente, de que Jesús nos llene.
Antes de que la multitud que se acercaba llegara a Él y se reuniera para escuchar Su sermón en la ladera, Jesús se volvió hacia Su discípulo de confianza, Felipe, y le preguntó: «¿Dónde compraremos pan para que coman estos?». Como nos dice el versículo 6, Jesús no hizo la pregunta porque no supiera dónde encontrar alimento para la multitud, sino para ver si Felipe sabía de dónde vendría la provisión. Las necesidades de la multitud no sorprendieron a Jesús. Como una madre que prepara bocadillos para un viaje por carretera, Él sabía que necesitaban ser alimentados.
«Felipe le respondió: “Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un pedazo”».
Felipe tenía los hechos correctos, pero ¿dónde estaba su fe? Él estuvo en la boda de Caná, donde Jesús convirtió el agua en vino (Jn. 2:11). Había visto a Jesús sanar al hijo del funcionario en Capernaúm (Jn. 4:46–54). Había presenciado al hombre paralítico levantarse de su lecho de enfermo junto al estanque de Betesda (Jn. 5:1–8). Sin embargo, no creyó que Jesús pudiera suplir la magnitud de necesidades que se acercaban hacia ellos. Solo hizo falta que unos cuantos seguidores hambrientos revelaran la verdad: Felipe actuaba desde la escasez.
La escasez, al parecer, es parte inherente de ser personas quebrantadas en un mundo quebrantado. El temor de mis hijos de que no tendrán suficiente para comer no se basa en su experiencia, el pecado ha estampado una mentalidad de escasez en sus pequeños corazones, y también la ha estampado en el tuyo.
Llenos hasta rebosar
Aunque la enseñanza principal en la historia en Juan 6 es que Jesús mismo es nuestra provisión, detengámonos un momento para considerar una lección secundaria. Examinemos cómo nuestras propias actitudes hacia la comida señalan problemas más amplios de fe. ¿Qué dice el comer en exceso de forma crónica sobre nuestro caminar con el Señor? ¿O usar la comida como una fuente constante de indulgencia? ¿O el temor a las calorías? ¿O la obsesión por comer únicamente orgánico? ¿O la profunda vergüenza ligada a esa rebanada de pastel cubierto con crema batida? Muchas veces, estos no son solo problemas con la comida, son problemas de fe. Recordatorios de que solo Jesús puede satisfacernos por completo.
De regreso a la ladera.
«Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban sentados; y lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que querían. Cuando se saciaron, dijo a Sus discípulos: “Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada”». -Juan 6 11–12
Esta no es una historia ficticia. Aquellas canastas llenas de sobras eran tan reales como la pantalla que tienes delante, pero ¿no son también un poco metafóricas? Al igual que mis dulces hijos, nos despertamos cada día con anhelos. El obrar de Cristo que hemos visto en el pasado, a menudo, no nos basta para sostenernos en el presente. Tememos quedarnos sin nada.
Estos son los hechos, aquí podemos depositar nuestra fe:
- «El colma de bienes tus años» (Sal. 103:5).
- «Nada bueno niega a los que andan en integridad» (Sal. 84:11).
- Él satisface: «todas sus necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Flp. 4:19).
Las sobras del Día de Acción de Gracias que pronto llenarán tu refrigerador están contando una parábola. El milagro de los panes y los peces nos muestra algo más que la capacidad de Jesús para llenarnos: revela que Él puede llenarnos hasta rebosar, y si lo permitimos, esta verdad puede mover nuestro corazón de la escasez a la abundancia. Esa, sin duda, es una buena razón para dar gracias.
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