Heridas con voz dulce: el engaño de una lengua sin guía, Parte 1

A lo largo de mi caminar con Cristo, he atravesado momentos en los que he caído en el pecado de usar palabras que no agradan al Señor. También he sido testigo de esta lucha en otras hermanas dentro del contexto de la iglesia local, en distintas circunstancias. Por eso, siento la responsabilidad y la gracia de compartir lo que Dios ha estado trabajando en mi corazón, reconociendo humildemente que aún estoy en proceso de santificación. Lo que leerás a continuación nace de mi experiencia y anhelo que sea de ayuda para ti, tal como lo sigue siendo para mí.

He escuchado frases que reflejan este mismo conflicto interior: «Es que no puedo evitarlo… cuando estoy molesta, lo digo», «Siempre termino diciendo cosas que después lamento», «Mis palabras han herido más de una vez a mi esposo, a mis hijos, a mis hermanas en Cristo». Estas expresiones no solo me son familiares, sino que también describen mi propia batalla —una que el Señor ha comenzado a redimir con Su verdad y Su gracia.

Quizás, si estuvieras discipulando a una mujer que lucha con su lengua, éstas serían algunas de sus confesiones. Porque luchar con nuestras palabras —ya sean explosivas, críticas, sarcásticas o simplemente negligentes— es una batalla espiritual, profundamente conectada al corazón.

Jesús lo dijo con claridad: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12:34). Por tanto, si discipulamos a una mujer en esta área, debemos llevarla al corazón del evangelio, donde Cristo transforma lo interno, y lo externo cambia como resultado.

Más que un mal hábito, una batalla del corazón

El uso de las palabras no es un tema menor. En la Escritura, hablar no es solo una función humana, es un acto espiritual con consecuencias eternas. Dios creó el mundo por Su Palabra (Gn. 1); el Verbo se hizo carne (Jn. 1:14); y nuestros labios pueden glorificar o deshonrar a Dios (Stg. 3:9-10).

Por eso, si discipulas a una mujer que realmente lucha en esta área, debes abordarla con la Escritura abierta, los oídos atentos y una convicción firme: solo el evangelio transforma la lengua porque transforma el corazón.

  1. Comienza con la raíz: el corazón, no la lengua

Jesús dijo: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12:34).

Este principio es clave en el discipulado. No discipulamos y aconsejamos simplemente para cambiar el comportamiento externo, sino para tratar con lo que subyace en lo profundo del alma.

Ayúdala a identificar qué deseos dominan su corazón cuando habla impulsivamente:

  • ¿Busca tener la razón?
  • ¿Está defendiendo?
  • ¿Está controlando a otros mediante sus palabras?

Llévala a ver que la solución no es el silencio forzado, sino la renovación del corazón. Solo un corazón transformado puede producir palabras llenas de gracia (Col. 4:6).

Toda consejería bíblica, que es un discipulado profundo, empieza con la verdad de que el problema no está solo «en lo que digo» sino en «lo que soy por dentro».

El apóstol Santiago lo describe con fuerza: «También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad... contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno…» (Stg. 3:6). Este versículo no está para condenar sin esperanza, sino para mostrarnos que necesitamos redención, no solo moderación.

¿Qué hacer como mentora o discipuladora?

  • Llévala a examinar su corazón. ¿De dónde vienen sus palabras destructivas? ¿Es ira, orgullo, inseguridad, impaciencia? ¿Se siente con el derecho de decir todo lo que piensa?

  • Muéstrale que necesita más que silencio: necesita transformación. El fruto del dominio propio (Gal. 5:22-23) nace del Espíritu, no de una voluntad humana más fuerte.

Hazle esta pregunta clave la próxima vez que hablen:

¿Qué crees que está alimentando tu lengua? ¿Tu herida, tu ira, tu deseo de controlar, tu temor o el Espíritu de Dios?

  1. Enseña que el dominio propio es fruto, no fuerza

Muchas mujeres han intentado dejar de hablar impulsivamente, y han fallado. ¿Por qué? Porque la lengua no se disciplina sola. Santiago lo dice con ironía: «Porque toda clase de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se puede domar y ha sido domado por el ser humano, pero ningún hombre puede domar la lengua» (Stg. 3:7-8).

¿Entonces estamos condenadas a hablar mal toda la vida? ¡No! La buena noticia es que lo que el hombre no puede domar, Dios sí puede transformar. Por eso, discipular a una mujer en esta lucha implica:

  • No darle simplemente reglas «No hables así, no digas esto», sino conducirla a la vida del Espíritu.
  • Mostrarle que el dominio propio es parte del carácter de Cristo en nosotras. Y que al buscar Su presencia, leer Su Palabra y caminar en obediencia, sus palabras comenzarán a cambiar.

Gálatas 5:22-23 describe el fruto del Espíritu. Una mujer que lucha con su lengua necesita crecer en tres frutos en particular:

  • Dominio propio (para callar cuando debe),
  • Paciencia (para no reaccionar),
  • Amor (para hablar con compasión y verdad).

Enséñale que este fruto no es producto del esfuerzo humano, sino del Espíritu Santo obrando a través de los medios de gracia: la Palabra, la oración, la comunión con la iglesia, y el arrepentimiento diario.

Así que discipúlala no para que solo «hable mejor», sino para que adore mejor a Dios con cada palabra.

Una sugerencia práctica para ti es que hagan un estudio juntas del fruto del Espíritu, especialmente del dominio propio. Cada semana memoricen un versículo y hagan una evaluación práctica de cómo respondió con sus palabras.

  1. Edifica con lo que edifica

Una de las herramientas más útiles en el discipulado de mujeres que luchan con la lengua es enseñarles a reemplazar palabras que destruyen por palabras que edifican.

Efesios 4:29 dice: «No salga de la boca de ustedes ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan».

Este pasaje tiene dos partes: una advertencia y una instrucción. No se trata solo de no decir lo malo, sino de aprender a decir lo que edifica.

¿Cómo puedes ayudarla en esto?

  • Hagan una lista de las frases que dice comúnmente que son dañinas: críticas, quejas, sarcasmos, gritos, murmullos.
  • Luego, ayúdale a encontrar cómo reemplazarlas con palabras de ánimo, verdad, corrección con gracia, o simplemente silencio.
  • Enséñale a orar antes de hablar, especialmente en momentos de tensión.
  1. Enfócate en el poder redentor de las palabras

Las palabras no solo hieren. Las palabras también sanan. Dios mismo nos salvó por medio de una Palabra viva (Jn. 1:1), y el evangelio es un mensaje que se proclama.

Muéstrale que sus palabras pueden convertirse en instrumentos de redención para otros. Proverbios 15:1 nos recuerda: «La suave respuesta aparta el furor, pero la palabra hiriente hace subir la ira».

  • ¿Cómo puede usar su lengua para apaciguar conflictos?
  • ¿Cómo puede hablar palabras de aliento en su hogar?
  • ¿Cómo puede bendecir con sus labios a su esposo, hijos o hermanas en la fe?

Dios no solo quiere callar su lengua para que no cause daño; Dios quiere usar su lengua para Su gloria.

Este tema da para mucho más, y lo meditaremos con calma. Durante esta semana continuaremos profundizando en cómo el Señor trata con nosotras en el área de nuestras palabras.

Te invitamos a volver en unos días para leer la segunda parte de esta reflexión, ¡Sigamos creciendo juntas en gracia y verdad!

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Sobre el autor

Liliana Llambés

Liliana Llambés, ha estado casada por mas de 30 años con su mejor amigo Carlos Llambés es madre de cuatro hijos y abuela de diez nietos. Posee una Maestría en Estudios Teológicos y Maestría en Consejería Bíblica, ambas otorgadas por leer más …


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