Mentoría sin ídolos: cuando Cristo es el centro, no tú

«Dios no me necesita».

Escrito con un plumón para pizarrón en mi espejo, esta frase me saludaba cada mañana del año 2009. Acababa de comenzar un trabajo en el ministerio de jóvenes y me encantaba. Enseñar la Biblia a chicas de preparatoria y modelar una vida de oración y obediencia a Dios era el trabajo de mis sueños.

Sin embargo, con el tiempo, la dependencia se infiltró en algunas de estas relaciones de mentoría. Necesitaban hablar conmigo, buscaban mi consejo, querían mi sabiduría. La presión y la ansiedad que sentía al no poder satisfacer cada necesidad me llevaron a tomar el plumón y escribir esta verdad frente a mis ojos cada mañana: Dios no me necesita.

Aunque ya no estoy en el ministerio juvenil, ahora doy clases de estudio bíblico en mi iglesia y ayudo a coordinar un grupo de universitarias que se reúnen en casa. Aun así, las raíces de la dependencia siguen brotando. A veces provienen de ellas: una joven universitaria cree que si hablara conmigo podría liberarse de cierto pecado. Otras veces, soy yo: me convenzo de que solo yo puedo ayudar en determinada situación. En ambos casos, esas raíces deben ser arrancadas, porque amenazan con desviar el verdadero propósito de la mentoría: cultivar la dependencia de Cristo.

Es difícil creer que una relación de mentoría bien intencionada pudiera convertirse en algo no sano, pero sucede. La necesidad y codependencia pueden infiltrarse sin previo aviso, desplazando a Cristo del centro. Lo he visto en mi propio corazón y en el de otras mujeres. 

Señales de estar a la deriva

Pero, ¿cómo es posible que el deseo de invertir en la vida de otra persona por amor al evangelio llegue a desviarte? En sí, ese anhelo no es incorrecto. Sin embargo, nuestros corazones, tan propensos a desviarse, y nuestro enemigo, astuto y disfrazado como ángel de luz, pueden distorsionar el buen diseño de Dios si no permanecemos alertas y con una mente clara (1 Pd. 5:8).

¿Cómo saber si una relación de mentoría está empezando a desviarse hacia la zanja de la necesidad? Aquí hay algunos indicios: 

1. Fomenta la exclusividad y la apropiación.

No hay nada de malo en reunirse individualmente con una mentora, pero si nuestra seguridad llega a depender de esa relación, esta puede volverse obsoleta, desarrollando síntomas de apropiación («ella es mi mentora / ella es mi discípula») y de exclusividad («nadie más puede entrar en nuestro círculo»). ¿Cómo puedes saber si esto está ocurriendo? Si sientes celos cuando pasa tiempo con alguien más, o si te cuesta abrir el grupo a otras personas, hay un problema. Recordemos que, aunque Jesús atendía necesidades individuales, con frecuencia estaba rodeado de los doce discípulos o del círculo más cercano: Pedro, Jacobo y Juan.

2. La discípula está creciendo en dependencia de la mentora, no de Cristo.

Por supuesto, es más fácil acudir a alguien que pueda darte una respuesta, que aprender a crecer en sabiduría y discernimiento; es más fácil depender de las habilidades de alguien que puedes ver, que esforzarte en desarrollar esas habilidades por ti misma. Pero el objetivo de la mentoría es modelar y fomentar la dependencia de Cristo, no de otra persona. Si, con el tiempo, necesitamos más a nuestra mentora que a Cristo, algo está mal.

3. La mentora disfruta ser necesitada en lugar de sentirse agobiada por la necesidad.

Seamos honestas: puede sentirse muy bien ser necesaria para alguien, y no en el sentido de «mi bebé llora y me necesita» o «mis padres ancianos dependen de mí», sino en el sentido de «eres espiritual y te admiro». A veces puede ser difícil reconocer cuándo hemos empezado a tener el pensamiento de «me siento valiosa cuando otros me necesitan», pero haríamos bien en cuidar nuestros corazones de esta tentación. Si sentimos que alguien cree que necesita de nosotras para estar bien, deberíamos preocuparnos, no sentirnos satisfechas.

Lecciones de Juan el Bautista

Antes de desecharlo todo sin más, recordemos que ¡realmente necesitamos amistades de mentoría! Los cristianos con más experiencia definitivamente tienen algo que ofrecer a quienes están comenzando. La pregunta es: ¿a quién está apuntando principalmente la mujer cristiana? ¿A sí misma o a Cristo?

Por eso me encanta Juan el Bautista, consistentemente apuntaba a Cristo a quienes lo seguían. Realmente encarnó la profecía sobre él en Isaías 40:3: «Una voz clama: “Preparen en el desierto camino al Señor; allanen en la soledad calzada para nuestro Dios”».

Juan vivía, hablaba y actuaba de una manera que gritaba: «Yo no soy Cristo, pero sé quién es». Él direccionó los corazones de los demás para que conocieran a Jesús y entonces lo siguieran. En Juan 1:35-37, podemos ver cómo modeló una de las formas más puras y simples del discipulado.

«Al día siguiente Juan estaba otra vez allí con dos de sus discípulos, y vio a Jesús que pasaba, y dijo: “Ahí está el Cordero de Dios”.Y los dos discípulos le oyeron hablar, y siguieron a Jesús».

Juan usó toda su vida para apuntar a Jesús. Era un experto en hacer que sus discípulos se convirtieran en seguidores de Jesús, no de él. Tanto así, que algunos de sus discípulos llegaron a preocuparse al ver que su ministerio estaba disminuyendo:

«Vinieron a Juan y le dijeron: “Rabí, mira, Aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien diste testimonio, está bautizando y todos van a Él”». -Juan 3:26

La respuesta de Juan ante esa preocupación nos deja tres principios clave que debemos buscar al mentorear a otras.

 1. Conoce quién no eres.

«Ustedes mismos me son testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él”». -Juan 3:28

Así como Juan, necesitamos tener muy claro que no somos el salvador del mundo. Aunque esta verdad puede parecer sencilla de afirmar con nuestra mente, nuestras acciones muchas veces revelan lo difícil que es vivirla en la práctica.

¿Con qué frecuencia actúas bajo la mentalidad de: «Si yo no hago ______, nadie más lo hará?» ¿Crees que eres la única persona con la capacidad o los dones necesarios para ayudar? ¿Te cuesta decir no por miedo a lo que pueda pasar si no intervienes?

Dios no nos necesita. Él es un Salvador suficiente, tanto para nosotras como para los que nos rodean. No somos Cristo, y es bueno dar testimonio de esa verdad cuando otras comienzan a acudir a nosotras como si lo fuéramos.

2. Conoce tu trabajo.

«El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio, que está allí y le oye, se alegra en gran manera con la voz del novio. Y por eso, este gozo mío se ha completado». -Juan 3:29

Jesús es el esposo, la iglesia es Su esposa. Juan se veía simplemente como el amigo del esposo, y se alegraba al ver la unión del pueblo de Dios con Cristo mismo. Su tarea era preparar corazones para unirse a Cristo y señalar al pueblo de Dios hacia su verdadero esposo.

En la mentoría, mi meta no es formar una versión en miniatura de mí misma ni ganar seguidores para mí. La meta es señalar, de manera constante e intencional, a cada persona en mi vida hacia su esposo celestial, y alegrarme al ver cómo crecen en su dependencia de Él.

Yo también soy parte de esta esposa, lo cual significa que, en ocasiones, quienes antes fueron guiadas por mí terminan siendo quienes me apuntan a Jesús cuando me desvío. Aunque es una experiencia que humilla, es buena, correcta y tal como debe ser.

3. Conoce tu meta.

«Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya». -Juan 3:30

El objetivo de Juan nunca fue aumentar su propia influencia o hacer crecer su ministerio, sino exaltar y expandir el ministerio de Cristo. No era una meta opcional, era una necesidad: Él debe crecer, y yo debo disminuir. Nos haría mucho bien imitar a Juan en esto. Debe ser innegociable que, aquellas a quienes influimos, vean a Cristo como más grande y glorioso. Nosotras, por amor a Él, debemos menguar bajo la sombra de su grandeza.

Desyerbando el jardín

Tanto si eres la mujer mayor o la más joven en una relación de mentoría, todas necesitamos arrancar las malas hierbas de la necesidad emocional mal dirigida.

Mujeres mayores:

  • ¿Tus acciones comunican «Me necesitas, corre a mí» o «Necesitas a Jesús, corre a Él»?
  • ¿Estás modelando una dependencia en los métodos que tú has desarrollado o una dependencia total en Cristo?
  • ¿Te preocupa que una mujer más joven parece incapaz de progresar sin ti en su vida?

Estas son malas hierbas que debes arrancar del hermoso jardín de la mentoría.

Mujeres jóvenes:

  • ¿Estás poniendo toda la presión en una sola mujer mayor para que te ayude a crecer o tienes un pequeño grupo de mujeres piadosas a quienes puedes acudir?
  • ¿Estás haciendo el esfuerzo de ir primero a Cristo antes de acudir a una mentora?

Estas también son malas hierbas que necesitas quitar de este jardín.

Las amistades multigeneracionales son demasiado valiosas y demasiado importantes como para permitir que una necesidad mal enfocada las contamine. Necesitamos ver en la vida de otras mujeres que van unos pasos delante de nosotras lo que significa depender de Jesús. Luchemos por mantener a Cristo en el centro de todas nuestras relaciones de mentoría.

Nota de la editora: Una versión de este artículo apareció originalmente en el antiguo blog Leader Connection de Revive Our Hearts.

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Sobre el autor

Kelly Needham

Kelly Needham espera persuadir a tanta gente como sea posible que nada se compara con conocer a Jesús. Está casada con el cantante y compositor, Jimmy Needham, cuyo ministerio de compartir el Evangelio a través de sus canciones lo ha … leer más …


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