Nuestra fragilidad… y el Salvador que la comprende

Nuestros cuerpos cuentan una historia. Muchas de nosotras tenemos una cojera, no solo por heridas físicas (aunque actualmente tengo el tobillo fracturado), sino porque cargamos con las secuelas emocionales de todo tipo de quebrantos. Si hubiera sido por nosotras, ¿habríamos elegido escribir tanta debilidad en la historia de nuestra vida?

Pensé en eso la semana pasada mientras veía a una nueva amiga de Afganistán moverse de un lado a otro frente a la estufa; mezclaba ingredientes frescos para preparar una comida típica y me contaba historias sobre cómo huyó de su país. Cuando se sentó a comer, habló de sus primeras semanas asistiendo a la escuela en América. El trauma había afectado tanto su cuerpo que, aunque quería prestar atención en clase, lo único que podía hacer era dormir.

Mientras me hablaba sobre su familia, mi hermano se preparaba para regresar a la unidad de oncología para una nueva ronda de análisis sanguíneos. Ahora está en remisión, así que le han retirado el catéter, pero aún queda una cicatriz cerca de su corazón. Cada vez que espera los resultados de los análisis, toda mi familia siente una tensión en el pecho.

Después de sus análisis, una mujer en la iglesia me detuvo para preguntarme por sus resultados. En ese momento, no mencionó que su relación sentimental había terminado la noche anterior, pero la hinchazón en sus ojos delataba su dolor; el maquillaje cubre hasta cierto punto. La conversación me recordó a otra persona de nuestra comunidad que recientemente publicó una petición de oración que describía lo abrumada emocionalmente que se sentía, así como su agotamiento físico. Alguien respondió con el comentario: «Eso es demasiado para un corazón, dulce amiga».

Es demasiado para un corazón.

Nuestro Dios ilimitado conoce nuestros límites

Hace unos meses tenía en mi agenda escribir una publicación para el blog de Revive Our Hearts, pero la reemplazamos en el último momento. El peso de todo lo que mi familia había vivido durante el proceso de cáncer de mi hermano había afectado profundamente mi mente, y tratar de pensar se sentía como caminar en el lodo. Sentía más ganas de llorar que de escribir; me costaba toda mi energía simplemente levantarme de la cama.

Imprimí el Salmo 103:13-14 y lo dejé sobre mi escritorio:

«Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen. Porque Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que solo somos polvo».

Necesitaba saber que el Señor lo sabía: Él sabía que toda mi familia se sentía frágil, sabía que era demasiado para cargarlo solos; no sé cuántas veces tomé ese pedazo de papel con ese versículo en mis manos, leyendo una y otra vez las palabras y orándolas de vuelta al Señor:

«Señor, no solo conoces mis circunstancias, puedes ver lo difíciles que son y eso te importa. Conoces los límites de mi corazón y de mi mente; sabes que es demasiado para cargarlo yo sola. Lo sabes porque eres quien sustenta mi vida; sabes que somos frágiles, sabes que estamos exhaustos, lo sabes y no nos dejarás solos. ¿Nos darías paz?».

Él sí nos dio paz. Nos sostuvo durante esa etapa, pero incluso en medio de Su provisión llena de gracia, no se cumplieron todos nuestros anhelos. En esos momentos, permanecía un deseo de consuelo tangible.

Como mujer soltera, a menudo escucho a mis amigas en una etapa similar, expresar cuánto anhelan tener a alguien que las abrace físicamente en sus momentos más difíciles. Como seres encarnados, creados no solo con alma sino también con cuerpo, Dios nos hizo con un deseo profundo de intimidad. 

Esa necesidad no disminuye la gracia ni el poder de Dios en nuestras vidas, ni niega de ninguna manera la suficiencia del evangelio; de hecho, puede ayudarnos mientras «consideramos a Jesús» (Heb. 3:1) y recordamos que la encarnación de Cristo, el hecho de que el Hijo de Dios fue un hombre real con un cuerpo real, es nuestra esperanza en los momentos en que nos sentimos frágiles.

Todas las partes de la humanidad

Podemos estar tan absortas en nuestro propio mundo que perdemos de vista la maravilla de que Jesús caminó en esta tierra y experimentó la misma debilidad que enfrentamos nosotras. En «Incomparable: 50 días con Jesús», Nancy DeMoss Wolgemuth nos invita a considerar cuán asombrosa es esta realidad: «Su encarnación por nosotros requirió identificarse con nosotros», dijo ella. «Parte de lo que hizo que todo este plan fuera tan ingeniosamente efectivo es que Él restringió, por un tiempo, el uso y la expresión plenos de Sus capacidades divinas, para que Él, como nosotros, pudiera experimentar (la parte física, intelectual, social y psicológica). Todas las partes».

En su libro, Nancy cita al teólogo Wayne Grudem, quien mencionó que la encarnación de Cristo fue «por mucho, el milagro más maravilloso de toda la Biblia, más maravilloso que la creación, más sorprendente que la resurrección. De hecho, Grudem escribe que “permanecerá por la eternidad el más grandioso milagro, el más grandioso misterio de todo el universo”», Nancy continúa diciendo:

«Nunca comprenderemos del todo, por supuesto, el pensamiento divino detrás de este acontecimiento llamado encarnación. (La palabra proviene de un término en latín que significa “hacer carne” o “hacerse carne”). ¿Por qué Jesús eligiría asumir nuestras debilidades, fragilidades y limitaciones humanas?

Imagina ser omnipotente, todopoderoso, y aun así necesitar los cuidados parentales de una madre y un padre; imagina ser omnisciente, que todo lo sabe, y aún así tener que aprender a caminar; ser la Palabra eterna de Dios, y aún así tener que aprender a leer; imagina haber creado los océanos, y sin embargo tener sed de agua; imagina haber hablado para poner las estrellas en su lugar, y aún así acostarte por la noche debajo de ellas».

Imagina a Jesús huyendo de Su tierra natal hacia Egipto (Mt. 2:13-15) y experimentando el trauma que vivió mi amiga afgana cuando huyó a América; imagina a Jesús recibiendo la noticia de que un miembro de Su familia estaba enfermo, imagina que sintiera el dolor tan profundamente en Su cuerpo que levantarse de la cama se volviera difícil. 

Al leer «Incomparable», me hizo volver a pensar en el Salmo 103:13-14 y verlo desde una perspectiva diferente. Dios el Padre no solo sabía de qué estamos hechas y recordaba nuestra fragilidad, sino que respondió enviando a Su Hijo a la tierra para ser un Salvador capaz de compadecerse de nuestras debilidades (Heb. 4:15). Jesús sabe lo difícil que es ser humano; conoce íntimamente cómo el sufrimiento puede ser demasiado para que un corazón lo soporte. 

Jesús, quien tenía una relación perfecta con el Padre y no conocía el pecado, aun así habría sido susceptible a las mismas necesidades de contacto humano. Lo vemos en los evangelios interactuando físicamente con las personas que encontraba: tomándolas de la mano, tocando sus rostros y acercándose a ellas en medio de su quebranto. 

Él también supo lo que se siente no recibir consuelo físico en los momentos en que Su corazón lo anhelaba. Como hombre soltero, no tuvo esposa que lo cuidara en las noches más difíciles. En el jardín de Getsemaní, en Mateo 26:36-46, en medio de Su angustia, Sus propios discípulos fueron encontrados durmiendo, justo cuando Su alma hubiera necesitado la cercanía y el consuelo de su presencia.

«Les preguntó, “¿Conque no pudieron velar una hora junto a Mí?” (v. 40). La realidad de la encarnación es que Cristo escogió someterse a lo roto de este mundo y experimentar momentos tan dolorosos como este.

¿Por qué haría Jesús algo así? Él habitaba en lugares celestiales, en palacios celestiales. ¿Por qué se sometería a nacer en un establo? Era el Hijo amado de Dios. ¿Por qué aceptaría convertirse en el Hijo del Hombre rechazado?...

¿Por qué? Aun si entendiéramos (la encarnación) por completo (que no es así), solo humillándose hasta ese grado podríamos ser salvos de nuestros pecados. No había otra manera “Tenía que ser hecho semejante a Sus hermanos en todo” de lo contrario, no habría «propiciación por los pecados del pueblo» (Heb. 2:17)».

Esperanza para momentos de fragilidad

Nuestra esperanza, para los momentos en que nos sentimos frágiles y para cada momento entre ellos, está en lo que Dios hizo a través de la encarnación de Cristo. Como un padre se compadece de sus hijos, el Señor mostró Su amor inmensurable hacia nosotras al enviar a Su propio Hijo al mundo para cargar con todo el peso de la fragilidad humana. Porque Él eligió someterse a las debilidades de la carne, podemos confiar en que Aquel que sostiene el mundo en Sus manos, un día nos sostendrá a nosotras. 

Nuestros cuerpos cuentan una historia de quebranto, pero las manos y los pies marcados de Jesús tienen la última palabra. Considéralo a Él cuando te sientas frágil, y considéralo también cuando tu corazón anhele consuelo. Puedes estar segura de que la debilidad que sientes hoy no durará para siempre, sigue mirando a Jesús con esperanza, aferrándote a Él hasta que extienda Sus brazos y te reciba en casa.

Nancy DeMoss Wolgemuth, Incomparable: 50 Días con Jesús (Chicago: Moody Publishers, 2024).
 

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Sobre el autor

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Katie Laitkep

Katie trabajaba como maestra en un hospital cuando Dios la llamó a unirse a Revive Our Hearts como escritora del personal. Su sitio web, apatientprocess.com, es un registro de la fidelidad del Señor en las enfermedades crónicas, porque incluso en … leer más …


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