Todo a Cristo yo me rindo,
Con el fin de serle fiel;
Para siempre quiero amarle,
Y agradarle solo a Él.
Este es un fragmento de uno de los himnos más cantados en la historia de la iglesia. Para aquellos que han tenido la oportunidad de cantar himnos clásicos; este «Yo me rindo a Él», es uno de los más hermosos que he escuchado en mi vida cristiana.
Este himno fue escrito por Judson Van de Venter mientras recordaba el día que había rendido su vida a Cristo y se había dedicado totalmente al servicio cristiano. «Durante mucho tiempo había luchado entre desarrollar mis talentos en el campo del arte y entrar a tiempo completo al trabajo evangelístico. Finalmente, las idas y venidas de mi vida concluyeron y un día entregué toda mi vida a los pies del Señor Jesucristo. Me hice evangelista y descubrí, en el fondo de mi alma, una vocación desconocida para mí. Dios puso una canción en mi corazón, y tocando una suave melodía me hizo cantar», declaró Judson Van de Venter.
Qué poderosas palabras que han marcado mi vida como mujer, y sé que ustedes pensarán lo mismo que yo he llegado a pensar, qué difícil es rendirle todo a Cristo cuando deseamos nosotras tener el control de nuestras vidas. Pero qué hermoso y edificante es, cuando sobre el altar de Dios, rendimos ante Él nuestras vidas con el fin de serle fiel, de amarlo para siempre y agradarle en todo lo que hagamos. Cuando estamos postradas a Sus pies y decidimos dejar a un lado todos los placeres de esta carne caída y decidimos seguirle de todo corazón; esto es glorioso.
Cuando decimos «Yo me rindo a Él» esto implica algunas cosas:
1. Debemos tener una entrega total:
reconocer que Dios tiene el control y que nuestra voluntad debe estar alineada con Su voluntad (Ro. 12:1).
2.Debemos tener una confianza plena:
confiar en que Dios sabe lo que es mejor, incluso cuando las circunstancias no tienen sentido desde nuestra perspectiva humana (Prov. 3:5-6).
3. Debemos renunciar al ego y al orgullo:
soltar el deseo de tener el control absoluto o de actuar según el propio juicio sin considerar Su guía divina (Mt. 16:24).
4. Debemos aceptar Su propósito divino en nosotras:
estar dispuestas a seguir el camino que Dios tenga preparado, aunque implique sacrificios o cambios importantes para nosotras (Jer. 29:11).
La mayor adoración y el mayor servicio a Dios ocurren cuando obedecemos la súplica del apóstol Pablo en Romanos 12:1: «Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes». El cristianismo sin este principio de rendición de corazón a nuestro Señor sería vivir en una contradicción de la esencia misma de lo que es seguir a Jesús. Ya que después de haber rendido nuestras vidas a Cristo como Salvador y Señor, ahora debemos aprender lo que significa poner en práctica una vida de rendición, decir continuamente «No» al yo y «Sí» a Dios. Como dice Gálatas 5:16-17: «Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen».
Toda mi vida le pertenece a Dios: mi dinero, mi carrera, mi familia, mi esposo(a), mis hijos, mi cuerpo, mi tiempo…TODO.
Cuando jugamos a ser el «rey», cuando insistimos en establecer nuestro propio reino y sostener nuestro derecho a gobernar, nos colocamos inevitablemente en guerra con el Dios soberano del universo; una batalla en la que no tenemos posibilidad de ganar. ¡Cuántas veces no he luchado con esto y no dejo que sea el Señor quien tome las riendas de mi vida!
Cuando reconocemos que Él es el creador de todas las cosas y nosotras simplemente somos Sus criaturas, que Él es eterno y nosotras finitas, que Él es todopoderoso y nosotras no, que Él no necesita de nosotras pero nosotras dependemos de Él hasta para respirar, entonces es ahí cuando verdaderamente nos hemos rendido a Él.
No hay duda que «El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hch. 17:24-25).
Al entender esto nos damos cuenta de que el ondear la bandera blanca no significa «me rindo, no puedo más», sino «¡al fin la victoria!». ¿Por qué victoria? Porque he decidido rendirlo todo ante Aquel que tiene el poder de tomarlo todo.
Para concluir, me gustaría que meditáramos en la hermosa letra de este himno y recordemos que Su plan es mejor para nosotras. Y que cuando nos rendimos a Él y dejamos que sea nuestro amado Dios que tome el timón de nuestra barca, andaremos seguras.
«Todo a Cristo yo me entrego
con el fin de serle fiel.
Para siempre quiero amarle
y agradarle solo a Él.
Coro:
Yo me rindo a Él.
Yo me rindo a Él.
Todo a Cristo yo me entrego
Quiero serle fiel,
Todo a Cristo yo me entrego
a sus pies postrado estoy.
Los placeres he dejado
y le sirvo desde hoy.
Todo a Cristo yo me entrego,
sí, de todo corazón.
Yo le entrego mi alma y cuerpo,
busco hoy Su santa unción.
Todo a Cristo me he rendido,
siento el fuego de Su amor.
Oh, que gozo hay en mi alma
¡Gloria, gloria, mi Señor!».
Dios les guarde sin caída.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación