Pero… ¡será glorioso!

Se elevan los signos de exclamación hacia arriba, contando una serie de cosas buenas, admirables y ventajosas, y los puntos suspensivos avanzan hacia adelante. De pronto, una palabra en el medio que rompe la música de alegría y que nos recuerda repetidamente que algo no está bien, que no es tan bueno como lo pintan, que no quisiéramos que esté ahí, y si pudiéramos, lo quitaríamos de en medio. Esa palabra de 4 letras que nos recuerda que debajo del sol no todo es perfecto y que siempre falta algo. Ese «pero» que baja el ritmo y los signos de exclamación a una silenciosa y tenue melodía. Veamos ese «pero» en la vida de una pareja en la Biblia con la que podríamos sentirnos identificadas y así aprender de ellos.

Lucas 1:5-7 nos cuenta la historia en días del rey Herodes (¡uff, un margen no muy bueno!) en las montañas de Judea; el sacerdote Zacarías de la clase de Abías, y su esposa, Elisabet, quien era de las hijas de Aarón. Mejor no podía ser, un matrimonio ideal. Ambos creyentes de familias cristianas e involucradas en el servicio al Señor.

Ambos, no uno más que otro, ambos eran justos delante de Dios. No aparentaban ser justos ante la gente, eran ancianos, maduros espiritualmente; además, irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Si quieres entender qué implicaba eso, lee el libro de Levíticos. Cualquiera podría cansarse con tantos mandamientos y requisitos y no tomarlos tan a pecho, relajarse durante un tiempo o hacerlo como fuera, pero ellos no. ¡Eran irreprensibles! 

¡Wow! ¡Es algo admirable! Y ahora viene esa palabra que anuncia tristeza, que cambia el tono (v. 7, explicación añadida): pero «no tenían hijos, porque Elisabet era estéril (primer problema), y ambos eran de edad avanzada (segundo problema)». Suficiente para llorar, detener el impulso y tirar la toalla, y Satanás susurrarle: «Dios no es tan bueno, no es justo, no merece tu servicio…».

¿Cuántas veces has escuchado esas palabras? O estas: «Dios nunca va a responderte, no ores más por eso, a Él no le importa». Ellos tal vez la escuchaban como dardos ardientes en sus almas, pero no le hicieron caso, pues ese es el punto. Escucharlas no es el problema, creerlas sí es el problema, porque son mentiras que no proceden de la Verdad, aunque son engendradas por Satanás y construidas de nuestra débil percepción de Dios y nuestros temores. 

Pero qué maravilloso saber que los testimonios del Señor son muy firmes (Salmos 93:5) y que esto está escrito ahí como garantía. Ya tenemos la revelación completa a diferencia de ellos, un tiempo en el que la historia se estaba desarrollando aún. Por lo tanto, con más razón podemos confiar y no dejarnos derrumbar por el dolor, la crisis, la prueba, y todos esos «peros» que se presentan en nuestras vidas. 

Zacarías y Elisabet tuvieron razones para seguir, sabían que Dios era digno de su confianza y fidelidad a pesar de no darles un hijo o lo que tanto deseaban. Habían aprendido a confiar en Él y a escucharlo solo a Él. Aprendieron a estar satisfechos en Él. Lo más maravilloso es saber que Dios fue ese límite, esa línea que les guardó en sus altas y bajas para llevar a cabo ese plan perfecto detrás de lo imperfecto.

Uno de esos repetidos días de servicio, en todos esos años, fue «el día». El día que le dio sentido a todo, el día que iluminó ese sendero para saber que Dios es fiel y escucha. 

«Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto». -Lucas 1:8-17

¡Qué hermoso propósito! ¡Qué privilegio! Preparar el camino del Señor. Zacarías y Elisabet nunca imaginaron tal bendición y propósito detrás de todos esos años de esterilidad. 

Seguramente tú tampoco imaginas qué puede haber detrás de ese prolongado desierto de tu vida, te preguntas qué de bueno puede haber detrás de este dolor tan grande. Pero tienes un fiel testimonio y una promesa viva en Romanos 8:28 y muchos pasajes más. Puedes confiar y esperar, cuando el Señor enderece el tapiz, te asombrarás de cada hilo de colores que al revés veías enredado y las agujas hincaban.

Cada dolor de nuestra vida es una nota armónica en el pentagrama de la alabanza de la gracia de Dios. En Su perfecto plan redentor, todo sonará al final hermoso como una canción de gratitud y asombro al ver Su obra acabada. Ahora vemos por espejo oscuramente, mas veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido (1 Co. 13:12).

Todos los años de esterilidad de esta pareja anciana no era el resultado de una maldición o castigo como tal vez algunos de su época podrían pensar. Tampoco era una situación irremediable y, menos, un desperdicio. No era un olvido de Dios, ni una atención sorda a sus oraciones; «tu oración ha sido oída» tampoco una ignorancia a la fidelidad y constancia de su servicio al Señor. Era parte de un plan perfecto que ellos, sin saber, se estaba desarrollando en todos esos años mudos y de dolor silencioso. Jesucristo sería anunciado por su descendencia y Su camino preparado por el fruto de lo que una vez fue esterilidad.

Sirve mientras esperas, aunque lo entiendas o no lo entiendas. Confía, aunque parezca no encajar en tu lógica o tu plan. No es tu plan, es el de Dios, y el de Dios es mejor y perfecto.

Solo se está trazando la senda para que Jesús sea visto y pueda establecer Su gobierno en tu vida y la de otros. Es difícil, ¡pero será glorioso!

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Sobre el autor

Yeiner Matos

Yeiner Matos

Yeiner vive en un pueblo costero del municipio de Mariel en la provincia Artemisa en Cuba. Está dedicada a su hogar y la crianza de sus dos hijas al lado de su esposo, quien está a cargo del ministerio pastoral … leer más …


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