Mi abuelo Webb era un experto en arreglar lo que estaba roto, tal vez de él heredé ese deseo de restaurar lo que se ha dañado.
En realidad, yo no lo llamo «arreglar», lo llamo redimir.
Redime vasijas rotas
Tengo una blusa favorita, es roja y tiene mangas holgadas. Como pasa con la mayoría de mis blusas, cuando el material roza contra el botón de mis pantalones se hace un agujero ahí. Eso sucedió, pero al ser mi blusa preferida, no podía deshacerme de ella; así que la «redimí», utilice pegamento para tela y agregué algunos brillos que cubrieran el agujero. ¡Ahora es nuevamente hermosa y hasta he recibido halagos por ella!
Algunas amigas convierten cosas desgastadas en decoraciones elegantes para sus casas. Tengo amigas que han rescatado perros y otros animales y ahora son sus mascotas. Cada una, a su manera, está haciendo su propia labor de redención. Según una historia de Japón del siglo XV, un emperador tomó unas vasijas dañadas con grietas visibles y pidió que fueran reparadas; pidió a los artesanos que usaran laca de oro para rellenar todas las grietas. Reconoció la fragilidad, pero no se detuvo allí. Entendió la belleza que era posible si redimía las vasijas agrietadas. (Hoy en día, esa práctica se llama Kintsugi.)
Todas cargamos con la ruina que deja el pecado. En nuestro interior, estamos profundamente dañadas, como esas vasijas agrietadas, pero Dios, nuestro Creador, es también el Redentor supremo.
Nos compró nuevamente
En la Biblia, «redimir» es comprar algo nuevamente. El deseo de Dios es rescatarnos de la destrucción del pecado y la muerte eterna, y darnos Su justicia y vida eterna. Él redime y repara a las personas quebrantadas, y quiere redimir lo que el enemigo, Satanás, nos ha robado. El pecado causa estragos tremendos en nuestras vidas, pero Dios quiere redimirnos de todo, pues podemos llegar a ser hermosas gracias a su gracia: «nueva creación para alabanza de Su gloria». Y todo es posible porque Jesús pagó el precio por nuestra redención.
En las Escrituras lo vemos:
- Somos personas «rotas» (Ro. 3:10, 23; 5:12, 19; Ecl. 7:20; 1 Jn. 1:10).
- No tenemos esperanza (Ro. 6:23; Heb. 9:27; Col. 1:21–22).
- Dios tiene un plan para redimirnos (Jn. 3:16–17; Ro. 5:7–8; 2 Cor. 5:21).
- Tenemos que rendirnos a Su proceso redentor recurriendo a Jesús (1 Jn. 1:9; Jn. 3:3–7; Hch. 17:30–31; Ro. 10:9–10, 13; Mc. 8:36).
- No podemos arreglarnos nosotras mismas (Ef. 2:8–9; Ro. 3:27–28; 2 Tim. 1:9; Tit. 3:5).
- Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, nos convertimos en algo verdaderamente bello, una nueva creación (2 Cor. 5:17–18a; Gal. 2:20; Ez. 11:19–20; Ef. 2:10; Ro. 12:1–2).
Muchas veces queremos que Dios arregle nuestro quebrantamiento, pero no entregamos nuestras vidas a Su control y cuidado; esto es tonto, ¡es una necedad! Quizás ni siquiera nos damos cuenta de que estamos rotas, pero ¿de qué otra manera podemos explicar las constantes «grietas» en nuestra vida? Esa sensación de vacío, dolor, confusión, destrucción y falta de propósito.
Cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas, Dios está ahí esperando, pero ¡es más sabio reconocer nuestro quebranto y recurrir a Él antes de eso! Solo Él puede sanar nuestras grietas espirituales, y lo hace de maravilla.
Amiga, ¿has entregado tu quebranto a Dios? ¿Cómo está obrando en tu vida para redimir lo que el enemigo te ha robado?
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