El legado de dos padres piadosos
Débora: Robert y Nancy Wolgemuth reflexionan sobre el legado espiritual que sus padres les dejaron.
Robert Wolgemuth: Yo podía escuchar el timbre de la voz y los pasos de mi papá desde las escaleras mientras él caminaba por toda la casa orando.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Él me animó a amar al Señor con todo mi corazón. A él no le importaba si nos hacíamos ricos. No le importaba si teníamos trabajos impresionantes. Él solo quería que conociéramos y sirviéramos a Cristo.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Confía en Dios para escribir tu historia», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de julio de 2025.
Como le llamabas, ¿«Papito», «Papi» o «Papá»? ¿Qué te viene a la mente cuando piensas en tu padre? Ahora bien, sé que no todas tienen buenos recuerdos de sus …
Débora: Robert y Nancy Wolgemuth reflexionan sobre el legado espiritual que sus padres les dejaron.
Robert Wolgemuth: Yo podía escuchar el timbre de la voz y los pasos de mi papá desde las escaleras mientras él caminaba por toda la casa orando.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Él me animó a amar al Señor con todo mi corazón. A él no le importaba si nos hacíamos ricos. No le importaba si teníamos trabajos impresionantes. Él solo quería que conociéramos y sirviéramos a Cristo.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Confía en Dios para escribir tu historia», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de julio de 2025.
Como le llamabas, ¿«Papito», «Papi» o «Papá»? ¿Qué te viene a la mente cuando piensas en tu padre? Ahora bien, sé que no todas tienen buenos recuerdos de sus padres. Puede que tu mente recuerde imágenes dolorosas de tu padre, o quizás tu padre estuvo totalmente ausente de tu vida.
Muchas de nosotras sí tuvimos papás que nos amaron e hicieron lo mejor posible para cuidarnos. Ya sea que la relación con tu papá sea tensa o estable, dolorosa o casi perfecta, todas tenemos una responsabilidad dada por Dios de honrar a nuestros padres, tal y como lo describe el capítulo 20 de Éxodo.
No hace mucho tiempo, Michelle Hill, quien sirve en el equipo de producción de Revive Our Hearts, se sentó con la anfitriona del programa, Nancy DeMoss Wolgemuth y su esposo Robert, y reflexionaron sobre el legado que sus padres les dejaron.
A medida que escuchas, te animo a considerar como tú puedes hacer un mejor trabajo honrando a tus padres. Aquí está Michelle Hill conversando con Robert y Nancy Wolgemuth.
Michelle Hill: Como estamos honrando a nuestros padres, yo quiero escuchar de ustedes pequeños fragmentos de cómo eran sus padres y qué hicieron para formar su carácter. Pero voy a empezar preguntándoles, ¿qué es lo primero que les viene a la mente sobre sus padres?
Robert: Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi papá me llevan a una tienda de repuestos para autos que él tenía. Es una historia larga y maravillosa. Mi papá no lo aparentaba, pero él era un emprendedor. Él era pastor de una iglesia. Y un día, salió a buscar una pieza para su automóvil, pero esta aún no había llegado. Así que le dijo al dueño de la tienda: «¿Me vendes este negocio?», y el dueño le dijo que «Sí».
Así que en ese momento se convirtió en un pastor de un pueblo en Pensilvania que compró una tienda de repuestos para automóviles, y conesa tienda pudo costear las necesidades de toda la familia, nuestra universidad, y todo lo demás. Mi papá estaba en el ministerio, y nunca cobró un salario porque tenía esa tienda de repuestos.
Y es algo sorprendente, porque he conocido emprendedores que son como los vendedores de autos, muy insistentes. Pero él no era así, era muy sobrio y reflexivo, y sabía muy bien lo que quería hacer. Pudo desarrollar la tienda de autopartes en cuatro tiendas más. Y me parece poder verlo trabajando detrás del mostrador, en sus aguas, porque a él le encantaban los automóviles. Así que ese es uno de mis primeros recuerdos.
Michelle: ¡Wow! Ese es un recuerdo fantástico. ¿Y tú, Nancy?
Nancy: Bueno, llegas a una edad en que los recuerdos ya no están tan claros como una vez lo fueron. Y no te puedo describir quizás los primeros que tuve. Pero sí puedo recordar algo que era muy importante en nuestra familia (y que ya no es tan común en estos días)…
Éramos una familia grande. Mis padres tuvieron seis hijos en sus primeros cinco años de matrimonio, y luego un séptimo hijo unos años después. Así que nuestras comidas familiares eran bulliciosas. Había mucha conversación; éramos una familia muy comunicativa.
Todos los días desayunábamos juntos a las 8 de la mañana y cenábamos juntos a las 7 de la noche. Y cuando mis hermanos y yo éramos niños, pensábamos que esa hora era una tortura. Todos nuestros amigos cenaban a las 5 de la tarde, pero nosotros esperábamos a que mi papá llegara del trabajo para estar todos juntos en la mesa.
Y a medida que fuimos creciendo y otras cosas surgieron en nuestras vidas, no siempre estábamos todos juntos en la mesa, pero era algo importante en nuestra familia. No era algo muy estructurado; teníamos devocionales familiares de vez en cuando, pero conversábamos de cosas interesantes y divertidas.
A mi familia le gustaba conversar sobre política y asuntos de actualidad, pero también sobre las cosas del Señor y de las cosas que más le importaban a mi papá. Como hombre de negocios, a él le encantaba hablar de las oportunidades que se le habían presentado ese día. Oportunidades para compartir el evangelio con alguien, o nos leía una carta que habíamos recibido de un misionero al que apoyábamos como familia.
Así que no puedo decirte que hubo una reunión familiar en particular que pudiera ser una gran historia. Pero pienso que, mirando hacia atrás mientras crecíamos, esos tiempos juntos en la mesa, en esas comidas, con mi papá en la cabecera, literal y figurativamente, fueron muy importantes.
Michelle: Así es, recuerdos maravillosos. A medida en que tu papá les instruía sobre Dios, sobre su Padre, ¿cómo recuerdas que eran algunas de esas conversaciones?
Nancy: Estaban entretejidas en las fibras de nuestras vidas. Mi papá no era un predicador, aunque sí tuvo muchas oportunidades para compartir el evangelio con otros hombres de negocios. Él siempre tenía al Señor presente en sus temas de conversación. Él decía: «¡Probablemente no me vuelvan a invitar!».
Él compartía su testimonio sobre cómo, como un hombre joven, había llegado a la fe en Cristo. Y luego invitaba a las personas y les daba la oportunidad de si querían recibir a Cristo. Él era muy abierto sobre su fe, pero al mismo tiempo, muy natural al respecto.
Crecimos pensando que ese tipo de conversaciones eran naturales y normales. No era como si estuviera hablando de la vida y luego de Cristo. ¡Jesús es nuestra vida! Mis padres hicieron mucho ministerio que se llevó a cabo en y a través de nuestro hogar.
Nosotros veíamos a las personas llegar al conocimiento de Cristo en nuestro hogar. Y veíamos a nuestros padres ministrando a parejas con problemas en sus matrimonios, y nuestra familia era parte de todo esto.
Orábamos por las personas. Decíamos: «Bueno, Fulano de tal…». Mi papá nos hablaba sobre una persona que había conocido. «¿Conoce esa persona a Cristo?». Eso se convirtió en… bueno, quizás todo esto suene increíble para algunos cuya educación fue diferente, pero para nosotros era algo muy natural en nuestra vida diaria.
No fue algo abrumador como para decir: «¡Vaya! ¿Aún estamos hablando de Dios?». No era para nada así. Mi papá amaba al Señor, y amaba la Palabra de Dios. Así que era algo más vivido que enseñado. Sabíamos que su tiempo cada mañana con el Señor era algo santo y sagrado, pero no como diciendo: «Tengo que hacer esto; tienes que tener devocionales diarios». Era su vida, era lo que él amaba.
Amaba aprender sabiduría de la Palabra de Dios. Él nos amaba, le encantaba escucharnos y le encantaba dejarnos hablar. Recuerdo una comida en la que todos estábamos hablando muy alto y al mismo tiempo. Y miré y pensé: ¡Ninguno está escuchando, nadie está escuchando! ¡Todos estamos hablando!
En muchas ocasiones era un caos. A mi papá no le gustaban esos caos, así que nos tranquilizaba. No se trataba de él; se trataba del Señor y se trataba de nosotros. Quería que desarrolláramos nuestros dones y fortalezas. Él era el que nos daba ánimo.
Y Él acostumbraba llamarme su «hija mayor favorita». Bueno, yo soy la primogénita, así que… Pero lo interesante fue que, cuando mi padre murió repentinamente a los cincuenta y tres años de un ataque al corazón (hace ya más de cuarenta años)... yo no llegué a tener una relación con mi papá durante mi vida adulta; y el fin de semana que él murió fue el fin de semana en que yo cumplí mis veintiún años.
Luego de que mi padre se fue a estar con el Señor repentinamente, los siete hijos comparamos notas. ¡Nos dimos cuenta de que cada uno pensaba que era su hijo favorito! (¡Claro que yo lo era!) ¡No, todos pensábamos eso! Y es algo muy tierno de parte de un padre lograr eso con cada uno de sus hijos.
Y te voy a dar la clave para eso. Mi papá era un hombre muy ocupado. Él había construido un negocio muy próspero, tenía muchas responsabilidades, obligaciones y citas de negocio, así que no tenía mucho tiempo libre.
Pero él tenía a mi mamá, una esposa que lo apoyaba, lo animaba, lo afirmaba, y quien se propuso que nuestro hogar fuera organizado y funcionara de manera tal, que cuando él pasaba tiempo con nosotros, no tuviera que ocuparse de los asuntos prácticos del funcionamiento de la casa. Ella se encargó de organizar el hogar y de afirmar a mi papá.
Y pienso también en esas comidas en la mesa. Mi papá tenía una dieta muy peculiar. No comía especias, ni salsas. Él era griego, pero no podía comer nada más fuerte que la sal.
Así que nada de guisos. Su dieta consistía en carne y papas y punto, sin ningún condimento; una comida sin sazón. Y yo no supe, hasta que mi papá falleció, que a mi mamá le encantaba la comida sazonada y picante. ¡Le fascinaba la salsa tabasco! Ella empezó a agregarla a sus comidas luego de que mi papá murió. Y durante todos esos años, él no se lo impidió, pero ella adaptó su vida y sus gustos a las preferencias de mi papá y no porque él la obligara.
Ellos realmente se amaban y se querían y se apoyaban el uno al otro. Pero mi papá no habría podido estar, probablemente, tan cerca de todos nosotros, dadas sus limitaciones de tiempo, si no hubiera contado con el apoyo de una esposa, que le permitía ocupar ese espacio de papá y hacer solo lo que un padre puede hacer.
Michelle: ¿Sabes?, mientras hablabas Nancy, y compartías sobre tu papá, y al escuchar sobre este increíble legado, ¡tu rostro se ilumina cuando hablas de él! Para mí, que soy una mujer joven, ver esto es algo maravilloso que me hace decir: «Algún día quiero sentir esa emoción por mi padre, porque quiero honrarle».
Nancy: Y eso no sucede de la noche a la mañana. Eso viene en la medida en que maduramos y nos damos cuenta. Yo creo que cuando era joven di muchas cosas por sentado.
Una de las razones por las cuales mi rostro se ilumina cuando hablo de mi papá, ¡es porque la cara de mi papá también se iluminaba cuando él nos veía! (y quisiera llorar). Él no era perfecto; tuvo una juventud rebelde, podríamos decir que desenfrenada y salvaje. Él estuvo lejos del Señor, muy lejos.
Todo eso trajo mucho dolor en su vida. Él y mi mamá no iniciaron su familia hasta unos años después. Él ya era un hombre maduro cuando ellos se casaron. Había crecido en su fe, pero aún tenía vestigios de su mal temperamento antes de conocer a Cristo, y eso no desapareció de la noche a la mañana.
Se volvía irritable, especialmente cuando estaba cansado. De hecho, la mañana en que falleció, yo estaba en casa ese fin de semana por mi cumpleaños número veintiuno, y él estaba un poco fuera de sí. Estaba muy cansado. No sabíamos que probablemente estaba teniendo un ataque al corazón. Lo que te quiero decir es que él no siempre fue un gran cristiano gozoso y maravilloso.
Pero era humilde. Él podía volver en sí y corregir lo mal hecho. No intentaba hacernos creer que él era algo más de lo que era. De hecho, nunca dejó de asombrarse de que Dios lo hubiera salvado. ¡Nunca dejó de maravillarse de eso!
En realidad, solo vi a mi papá llorar en dos tipos de conversaciones. Una era cuando hablaba de cómo el Señor lo salvó. Nunca superó eso; simplemente le asombraba que Dios lo hubiera redimido.
Y también lloraba cuando hablaba de su papá, quien era, aparentemente (aunque yo nunca lo conocí), era un caballero, un hombre encantador. Pero cuando él hablaba de su papá, quien probablemente no conoció al Señor, ni tuvo una relación Cristo, mi padre se ponía muy sentimental.
Y esa era una de las razones por las que mi papá tenía esa pasión por hablarle a las personas de Cristo, porque sabía que su papá no había tenido eso. Él sabía que Dios lo había rescatado de un trasfondo muy perdido y duro. Y sabía que toda persona sin Cristo, en la iglesia o no, está perdida eternamente, y eso lo afectaba.
Así que, más importante que darnos cosas materiales, él estaba muy interesado en que no fuéramos malcriados. Teníamos amigos que sus padres ganaban mucho menos de lo que mi papá ganaba en su negocio. Pero mi papá se aseguraba de que apagáramos las luces, de que mis hermanos usaran sus pelotas de tenis hasta que estuvieran peladas. Él era ahorrativo.
Él no quería que fuéramos adictos a las cosas, pero sí quería usar todo lo que Dios nos hubiera dado, incluyendo un hogar maravilloso, para ayudar a otros a conocer a Cristo. Él nos enseñó valores. Nos enseñó que lo más importante es la eternidad: el alma de las personas, más que nuestra propia felicidad, es encontrar nuestra mayor felicidad amando lo que Dios ama y amando a Dios. Mi padre era un hombre que amaba la santidad.
Y Robert, tú y yo hemos hablado sobre cómo la santidad, en el trasfondo en el que tú creciste, era más como un concepto negativo. Y creo que la razón por la que yo crecí amando el concepto de la santidad fue porque mi papá creía que no había un gozo mayor que tener un corazón puro y escoger el camino de la santidad.
Y no era una lista de cosas que podías o no podías hacer, era el «camino al gozo». Y de nuevo, no recuerdo a mi papá hablar de estas cosas, porque era algo que estaba el aire que respirábamos, en el que crecimos. Fue algo que percibimos de muchas maneras.
Mi papá, por ejemplo, antes de ser cristiano, realmente tenía un problema con el alcohol. Tenía una personalidad bastante adictiva. Él había sido un apostador antes de ser salvo. Le encantaba el riesgo, así que tenía una personalidad un tanto compulsiva. Algunas personas tienden más hacia el comportamiento adictivo que otras.
Bueno, él conocía eso de sí mismo, así que tomó decisiones importantes cuando conoció a Cristo. Y si te dijera cuáles fueron algunas de ellas, podrías pensar: Bueno, pero era es legalismo. Pero no lo era, jamás volvió a consumir alcohol.
Michelle: Él sencillamente amaba al Señor.
Nancy: Él amaba al Señor, y él no quería nada que pudiera hacerlo tropezar, ni a él ni a sus hijos en los años por venir. Él conocía los estragos que el alcohol tuvo en su propia vida y en la vida de otras familias que él conocía.
Así que no era simplemente decir: «No beberé», sino hacerte la pregunta (y solo digo esto por cómo él se sentía al respecto): «¿Por qué lo harías? ¿De qué te serviría?». La gente puede pensar diferente, pero no puedo agradecer al Señor lo suficiente. Y esto que diré ahora sonará como si hubiéramos crecido en otra época o en otro planeta.
No íbamos al cine en familia. En esa época, muchas iglesias o cristianos pensaban que no era bueno, así que no era nada raro. Pero el razonamiento era tal que no teníamos televisión en nuestra casa. Y mientras más lo digo, más personas piensan: ¡Wow! ¡Pero eso fue muy negativo! Pero no lo fue para nada; fue un gozo.
Mi papá nos decía: «Si tienes televisión, estás ahí sentado viéndola a altas horas de la noche llenando tu mente con cosas que no tienen ninguna importancia». Y debo aclarar que sí nos divertíamos; teníamos noches de familia; noches de juegos. A veces, alquilábamos películas para proyectarlas en una noche en familia (quizás algunas de ustedes recuerden lo que era eso).
Nos divertíamos, nos reíamos; hablábamos de diferentes temas; leíamos libros; íbamos a lugares muy interesantes. Así que hablábamos, leíamos y disfrutábamos más que hacer cosas sin sentido.
Y ahora, cuando veo a compañeros y amistades que su trasfondo era el de la cultura del momento, se les hace muy difícil tener un corazón para Dios porque de niños sus mentes quedaron atrapadas en las cosas de este mundo, sus valores y filosofías. Y con esto no quiero decir que esas cosas en sí mismas son malas. ¡Pero qué gozo poder tener las mentes de tus hijos atrapadas en Cristo, en Su Palabra, en relaciones, en la familia!
Mi padre habría sido el primero en decir: «Cometimos muchos errores como padres. Hay muchas cosas que desearíamos haber hecho de otra manera». Lo hicieron antes de que hubiera libros y seminarios y talleres y conferencias para ayudarte en la tarea como padres.
Así es que él se sumergió en la Palabra de Dios. Cada día de su vida cristiana, él leía dos capítulos del Antiguo Testamento, un capítulo del Nuevo Testamento, cinco Salmos y un capítulo de Proverbios.
Michelle: Wow, todos los días.
Nancy: Todos los días, desde el año en que Dios lo salvó hasta que se fue al cielo veintiocho años después. No falló ni un solo día. El libro de Proverbios, por ejemplo, moldeaba su vida cada día.
Esa sabiduría lo ayudó a crecer como hombre de Dios, pero también lo ayudó a crear un ambiente que llevó a sus hijos a ver a Dios en su papá y a querer conocer a nuestro Padre que está en los cielos, de quien incluso el mejor padre terrenal es un mero reflejo.
Michelle: Ahora, Robert, ¿qué hay de ti? Creciste, te casaste, tuviste hijos y nietos, ¿cómo influyó tu padre en tu vida? ¿Cómo recuerdas tus años de niño?
Robert: Muy parecido a Nancy. De hecho, hay mucha similitud entre Art DeMoss y Sam Wolgemuth: hombres sobrios, hombres de la Palabra, hombres estrictos, hombres de mucha disciplina personal. Ambos superaron por mucho las expectativas del matrimonio. Ambos se casaron con esposas que los superaron con creces. Ambos se casaron con mujeres excepcionales.
Nancy DeMoss, la madre de Nancy, y Grace Wolgemuth, mi madre, realmente cambiaron la vida de nuestra familia por su espíritu y por su amor hacia nuestros padres.
Cuando mi padre llegaba a casa, y esta es una familia tradicional donde mi madre se quedaba en casa y mi padre trabajaba, puedo recordar claramente a mi papá caminando hacia la puerta de atrás y mi madre paraba cualquier cosa que estuviera haciendo, literalmente, y ponía sus brazos alrededor de su cuello y lo besaba en la cara, en la boca, delante de todos nosotros sin ningún tipo de reparo; algo que en aquella época no era muy común.
Asíque, creo que mi papá tenía esa confianza en sí mismo y en lo que podía hacer con su vida porque mi madre le decía que él podía. Ella fue un increíble estímulo para él, porque no tuvo una madre que lo alentara.
Y al final de su vida, a sus ochenta años, le pregunté si su madre alguna vez le dijo: «Estoy orgullosa de ti». Él respiró profundamente y me dijo: «No, jamás». Entonces él vivió toda su vida sin escuchar esos elogios de sus padres, pero lo recibió de mi madre, de esta señora llamada Grace.
Y para darles una perspectiva diferente de mi padre, además de lo que Nancy ha dicho sobre su papá, mi papá era un hombre sedentario: él estudiaba, leía y escribía. Pero pienso que se esforzaba en dedicar tiempo para nosotros.
Si pudiera hablar con él hoy, le diría: «Eso estuvo fuera de tu zona de confort». Y él me diría: «Sí», y luego me diría: «Salgamos a jugar».
Mi papá jugaba baseball en la Universidad. Con un bate de baseball y una pelota dura de grandes ligas, podía batear bastante bien, de manera consistente. El mismo lanzaba la pelota y la bateaba para que mis hermanos y yo la atrapáramos. Y déjame decir que esto era así, literalmente, durante horas y horas.
Cuando dejábamos caer la pelota, él nos decía: «Un buen jugador del jardín central hubiera agarrado esa». O, si nos tirábamos de cabeza, ensuciándonos el pantalón de lodo y grama tratando de agarrar la pelota, él gritaba: «¡Manténganse en pie! Su mamá tiene que lavar esos pantalones».
Recuerdo a mi papá en ese ambiente. Recuerdo verlo predicar, y otra vez estudiar, quedarse dentro de la casa tranquilo. Todas esas cosas están en mi memoria. Creo que él hacía un gran esfuerzo en salir a jugar con nosotros. Y si hay algún principio práctico sería ese, porque es tan fácil permitir que nuestros hijos se entretengan con otras cosas en las manos y no decirles: «Vengan, suelten eso y vamos afuera a jugar».
Eso fue un regalo para mí, porque yo conozco la tentación de solamente quedarme tranquilo adentro, donde la temperatura es agradable. Pero mi papá me motivó a dejar de hacer cualquier cosa para ir a jugar afuera.
Y con eso me refiero a que pienso que hay algo maravilloso que sucede cuando los muchachos juegan afuera. El aire, el olor a grama; disfrutar la belleza de los árboles, las flores y cualquier otra cosa. Me alegro de que mi papá superara, probablemente, su aprensión a salir a la calle, y saliera a jugar conmigo a la pelota por horas. Fue un regalo que nunca olvidaré.
El Señor ha sido muy bondadoso conmigo en mostrarme lo que es ser un papá que salió de su zona de comodidad. Él hizo eso por mí y por mi familia y mis hermanos. Ese es un recuerdo feliz para mí.
Michelle: Si tuvieras hoy una oportunidad de hablar con él, ¿qué le dirías?
Robert: Bueno, yo le daría las gracias. Le daría las gracias por su disciplina. Le agradecería por orar conmigo cada mañana, como lo hacía el papá de Nancy. De nuevo, hay tantas similitudes entre mi papá y el papá de Nancy.
Mi papá oraba en voz alta. Y hay algo muy interesante cuando se ora en voz alta: tu mente se distrae menos y estás realmente hablando.
Por ejemplo, ahora al estar hablando aquí no estoy pensando en nada más. Pero si estuviéramos sentados y mirándonos sin hablar, todo tipo de cosas vendrían a mi mente, mi horario de esta tarde, lo que voy a hacer este fin de semana, etc.
Pero el hablar cambia eso, hace que te enfoques. Y mi papá sabía eso. Yo podía escucharlo desde las escaleras. No escuchaba bien las palabras, pero sí el timbre de su voz y sus pasos mientras caminaba orando por toda la casa.
Nosotros sabíamos que oraba por nosotros y que oraba por el mundo. Mi papá era un cristiano internacional. Si viajas por el mundo hoy, hay muchas personas que recuerdan a Sam Wolgemuth. Así que en resumen, todas estas cosas son buenas: lanzar una pelota de béisbol, recibirla en el aire, y luego escuchar a mi padre orar y darme cuenta del respeto que le tenían muchas personas.
Él me ayudó cuando era niño, aunque en ese momento yo no pensara que él era tan extraordinario. Pero mientras más pasa el tiempo, más me doy cuenta de lo especial que era ese hombre.
Michelle: Nancy, si tú pudieras tener una oportunidad de decirle algo a tu papá, ¿qué le dirías?
Nancy: Le diría cuán agradecida estoy, porque gran parte de lo que soy, y gran parte de cómo veo a Dios hoy en día, fue moldeado por mi papá. Y también gran parte del ministerio que estamos haciendo en Revive our Hearts, tiene una enorme huella en Latinoamérica.
Mi padre tenía un gran peso por Latinoamérica. Él no hablaba español, pero viajó a Latinoamérica muchas veces. Compartía su testimonio, predicaba el evangelio por medio de la traducción. ¡Y aprendió como tres palabras y ese era todo su vocabulario en español! Pero su corazón estaba ahí.
De hecho, él y mi madre, en su luna de miel, mi papá estaba entre varios negocios en ese momento, pero ellos tomaron tres meses y viajaron haciendo ministerio en Latinoamérica: Cuba, República Dominicana, las pequeñas islas Británicas del Caribe, y Haití. Ese era su corazón. Él vio a Dios obrando. Incluso nos llevó en un viaje misionero a México.
No estamos hablando de cosas grandes o impresionantes, sino de pequeñas iglesias, de pueblos con animales en las calles y por los pasillos de la iglesia mientras él compartía el evangelio, invitando a las personas a venir para conocer a Cristo.
Y décadas después pienso en lo mucho que Dios está haciendo por medio de Aviva Nuestros Corazones, que empezó como una visión en el corazón de mi papá. ¡Él estuviera fascinado si lo viera! Quizás él sí lo ve, quizás sí lo sabe. Yo sé que estaría fascinado de verlo.
Él me animó, y le doy gracias por eso, a amar a Dios con todo mi corazón. A él no le importaba si nos hacíamos ricos o si teníamos trabajos impresionantes. Él solo quería que amáramos y sirviéramos a Cristo como fuera, significara lo que significara. Así que le daría las gracias por todo eso.
Él fue un hombre de negocios exitoso, pero cuando éramos niños no nos empujó al mundo de los negocios, aunque sabía que probablemente se podía ganar más dinero allí. Él nos decía: «El mundo de los negocios es muy exigente y hay que saber si ese es el llamado de Dios para ustedes».
Y yo sé que a él le hubiera encantado ver la decisión que Dios puso en mi corazón durante todos estos años de servir al Señor, de estar en un ministerio vocacional. Y no lo hubiera desalentado el hecho de que yo no me casara hasta los cincuenta y tantos, porque eso era lo que Dios quería para mí.
No me habría dicho: «Pero… ¿Y cuándo es que te vas a casar?». Yo no llegué a compartir con él mi vida adulta, así que no tuvimos ese tipo de conversaciones, pero si él hubiese estado cuando Robert vino a mi vida, él lo hubiera celebrado en grande. Él quería que buscáramos e hiciéramos la voluntad de Dios, porque eso era lo único que a él le importaba, y yo le doy gracias a Dios por eso.
Le daría las gracias por la carta que recibí en mi cumpleaños número dieciséis, cuando iniciaba mi primer año en el instituto bíblico. Y como sabes, él dictaba las cartas con una vieja grabadora, y su secretaria las transcribía a máquina.
Michelle: ¡Ah, sí! ¡Claro!
Nancy: Él las firmaba y las enviaba por correo. Yo la recibíel día de mi cumpleaños número dieciséis, y me decía cuán orgulloso estaba de mí, lo agradecido que estaba por mí, y me afirmaba lo que él había visto en mi corazón por el Señor y por el ministerio.
No recuerdo si fue en esa carta o en otra que él citaba un pequeño coro de una canción que tenía grabado en una placa de mármol sobre su escritorio: «Solo una vida, pronto pasará, solo lo que haces para Cristo durará». Así que le agradezco por trasmitirme esas creencias en lo más profundo de mi ser: que aquello que verdaderamente importa es Cristo y la eternidad.
Y definitivamente todo lo que soy hoy, todo lo que estoy haciendo, mi mamá también debe recibir parte de ese honor y crédito, porque lo hicieron juntos. Mi mamá ha vivido ahora como viuda durante más de cuarenta años y ha continuado el legado en la vida de sus hijos y de sus nietos. Así que un enorme agradecimiento es lo que tengo en mi corazón. ¡Gracias, gracias!
Débora: Ella es Nancy DeMoss Wolgemuth, compartiendo palabras de honor para su padre, Arthur DeMoss, y también para su madre. Se unieron a ella su esposo Robert Wolgemuth y Michelle Hill.
Ya sea que honrar a tu padre te suene difícil o fácil, las Escrituras son muy claras en que no es opcional. Así que piensa cómo puedes expresar esos pensamientos sobre tu padre de manera que él sea exaltado y colocado a la mejor luz posible.
Quizás quieras escribir tus pensamientos, y formalmente leerlos para él, si está vivo. Pero aun si no lo está, puedes honrarlo por las cosas buenas que hizo. Nancy y Robert lo hicieron hoy a medida que reflexionaban en voz alta sobre el legado que sus padres les dejaron.
El episodio de hoy fue posible en parte por el equipo de colaboradoras mensuales de este ministerio y a través de donaciones financieras regulares. Si has donado anteriormente queremos decirte, ¡muchas gracias! Tu donación contribuye a que más mujeres de todo el mundo conozcan la libertad que Cristo les da.
Llamándote a hablar palabras de honor y encontrar libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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