Día 253 | Daniel 7 – 9
Sueños y visiones
Nuestro Dios desea que conozcamos Su Verdad, y como el excelente Maestro que es, nos repite un concepto o enseñanza con elementos diferentes para que nunca olvidemos lo aprendido. En el capítulo 7 vemos que Daniel recibe en sueños una nueva visión durante el primer año de Belsasar; esto ocurre algunos 50 años después del sueño de la estatua de Nabucodonosor.
En el capítulo 2 vemos los cuatro reinos representados por oro, plata, bronce y hierro. Ahora el sueño muestra los mismos cuatro imperios, pero representados por bestias:
- El Babilónico, con el símbolo como de un león con alas de águila, al cual le fue dado «corazón de hombre», que representa al gran Nabucodonosor.
- El Medo Persa, semejante a un oso que se levanta de un costado, y entre sus dientes tenía tres costillas que aluden a la conquista de …
Sueños y visiones
Nuestro Dios desea que conozcamos Su Verdad, y como el excelente Maestro que es, nos repite un concepto o enseñanza con elementos diferentes para que nunca olvidemos lo aprendido. En el capítulo 7 vemos que Daniel recibe en sueños una nueva visión durante el primer año de Belsasar; esto ocurre algunos 50 años después del sueño de la estatua de Nabucodonosor.
En el capítulo 2 vemos los cuatro reinos representados por oro, plata, bronce y hierro. Ahora el sueño muestra los mismos cuatro imperios, pero representados por bestias:
- El Babilónico, con el símbolo como de un león con alas de águila, al cual le fue dado «corazón de hombre», que representa al gran Nabucodonosor.
- El Medo Persa, semejante a un oso que se levanta de un costado, y entre sus dientes tenía tres costillas que aluden a la conquista de tres imperios: el Lidio, Caldeo y Egipcio.
- El Griego, representado por un leopardo con cuatro alas. Su rey, Alejandro Magno, cuando sube al poder, conquistó todo el mundo conocido a la velocidad de un leopardo. Las cuatro alas representan a sus cuatro amigos, los generales: Lisímaco, Antípater, Casandro y Seléucido, quienes se dividen el reino a la prematura muerte de Alejandro en el momento de su mayor poderío.
- El Romano, representado por una bestia con dientes y diez cuernos (símbolo de supremacía y violencia), la cual era espantosa, terrible y fuerte en gran manera. Ella devoraba, desmenuzaba y hollaba con sus pies todo lo que encontraba. Precisamente así actuó la brutal Roma en sus conquistas.
En cuanto al cuerno pequeño, unos creen que representa un poder político-religioso que surgiría luego de la caída de Roma, lo que se conoce como el Sacro Imperio Romano, el cual persiguió y mató a muchos creyentes europeos durante la Inquisición. Sin embargo, otros creen que apunta al Anticristo.
Al final de la visión, Daniel recibe buenas noticias:
«Son cuatro reyes que se levantarán de la tierra. Pero los santos del Altísimo recibirán el reino y poseerán el reino para siempre, por los siglos de los siglos. Hasta que vino el Anciano de Días y se hizo justicia a favor de los santos del Altísimo. Y su dominio [cuerno] le será quitado, aniquilado y destruido para siempre. Y la soberanía y el dominio y la grandeza de todos los reinos debajo de todo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Su reino será un reino eterno». – Daniel 7:17-18, 22, 26-27
Nuestro amado Jesús volverá, destruirá todos los reinos terrenales y establecerá Su Reino en la tierra. Nosotras reinaremos con Él; así que no temamos a ningún gobierno humano. Algún día llegarán a su fin. ¡Qué gran esperanza y consuelo!
Un sueño perturbador
El sueño en el capítulo 8 sucede en el tercer año del reinado de Belsasar, quizás algunos doce años antes de la caída de Babilonia. En él ve un carnero con dos cuernos, los cuales tipifican la fuerza y el poder. Este representaba al Imperio Medo Persa. Este último se vuelve más poderoso con el ascenso de Ciro, quien hace grandes conquistas en las regiones de Elam, Anatolia, Babilonia, etc., y a quien Dios unge para una tarea muy especial: permitir el regreso de los judíos a su tierra y la reconstrucción del Templo en Jerusalén (Is. 45).
Como vemos, Dios siempre deja un remanente fiel que continúa Su obra en la tierra, e increíblemente usa los medios que jamás se nos ocurrirían para hacerlo. En este caso, usa un rey pagano. Definitivamente, las estrategias celestiales son muy diferentes a las nuestras.
De estos cuatro reinos sobresale el de Seléucido, con un dirigente representado por otro «cuerno pequeño», establecido en Siria y el cual pondría la mira en muchos territorios, en especial en «la tierra gloriosa», es decir, Palestina. Dios permite que este se engrandezca en gran manera, por lo cual llega a creerse igual al Señor de los cielos. Su nombre: Antíoco IV, Epífanes.
Si lo que hizo Belsasar fue espantoso, lo hecho por este hombre va más allá de todo lo que podemos imaginar: saqueó Jerusalén, quitó el culto al Señor Dios, suprimió el judaísmo, quiso destruir los escritos que los escribas copiaban fielmente con el fin de preservar la Palabra del Señor. Mandó a comer alimentos impuros, estableció el culto a sus dioses griegos, erigiendo un altar a Zeus en el lugar santísimo del templo, y forzó a los sacerdotes a sacrificar cerdos (animales declarados inmundos) en el altar del sacrificio. Esto se conoce como la «abominación desoladora».
Unos 200 años después, Jesús menciona este horrible hecho en Mateo 24:15. Según los eruditos, dicha «desolación» tiene un doble cumplimiento: lo predicho por Daniel, que se cumplió con la barbaridad hecha por Antíoco. El otro cumplimiento anunciado por el Señor sucedería cuando el general romano, Tito, asolaría y destruiría a Jerusalén, lo cual sucedió en el año 70 d.C. Los judíos, huyendo por sus vidas, se dispersan por todo el mundo hasta ese entonces conocido.
Con la llegada de Jesucristo, el reino de los cielos llegó a la tierra. El tiempo que transcurre entre Su nacimiento, vida, muerte y resurrección, hasta Su regreso en gloria, se denomina los últimos días. Como las profecías nos lo anunciaron, en ese lapso de tiempo muchos enemigos de Dios se levantaron, hoy en día siguen levantándose, y en el futuro muchos más se levantarán. Pero llegará el día en que se levante el más inicuo de todos los inicuos, el Anticristo, «a quien el Señor matará con el espíritu de Su boca, y destruirá con el resplandor de Su venida» (2 Ts. 2:8).
Llegamos al capítulo 9 y vemos que es el primer año del reinado de Darío. Para este tiempo, Daniel calcula los años que llevan en cautiverio, y le parecía que la profecía de Jeremías 32 pronto estaba por hacerse realidad: los desterrados volverían a su amada tierra, tal y como el Señor había prometido. De nuevo, ¿qué vemos qué hace? Busca a Dios en oración y ruego, en ayuno, cilicio y cenizas, expresando así el sentir más profundo de su corazón. Para Daniel, orar era un «estilo de vida».
Su oración contiene elementos que hacen de la misma una hecha conforme a la Palabra: adoración, confesión y petición. Reconoce la majestad, misericordia, justicia, fidelidad, omnipotencia, soberanía y amor de Dios.
Humillado, ruega ser oído. Implora recibir el perdón de todos los pecados del pueblo, los gobernantes y líderes religiosos. También se incluye a sí mismo. No hay ni un asomo de «superioridad». Su mayor anhelo era que el rostro del Señor volviera a resplandecer sobre el santuario asolado. Deseaba que Dios oyera, viera y considerara a Su pueblo. Apela al perdón nacional «por amor de Dios mismo».
Al orar usó diferentes nombres de Dios o pronombres alusivos a Él unas 51 veces. ¡Qué oración y qué apelación! Nada de peticiones personales o materiales, sino peticiones de restauración espiritual y de reconciliación. ¡Cuánto deseaba ver la promesa del Señor hecha realidad! Aunque Daniel no volvió a su amada tierra, gimió, lloró y clamó por su restauración.
Otra cosa a destacar es que tan pronto Daniel abrió su boca para orar, el cielo entró en acción; su oración era tan intensa que viene en su ayuda el varón Gabriel. Este le hace saber que era «muy amado», literalmente: «Alguien considerado precioso». Y también Gabriel le declara el significado de la profecía de las setenta semanas.
En resumen, este es un período de 490 años en el cual suceden estas cosas:
- El regreso de los cautivos a Israel y la reconstrucción de Jerusalén.
- La llegada del Mesías; 483 años más tarde.
- Rechazo y muerte de Cristo.
- La nueva destrucción de Jerusalén a manos de Tito en el 70 D.C. por su rechazo al Mesías.
¿Qué aprendemos de estos maravillosos capítulos?
- Que todos esos reyes, los cuales llegaron a creerse «dioses», junto con sus gloriosos reinos, pasaron. Conocemos de ellos en los libros de historia. Las ruinas que aún quedan en pie son testigos silentes de que ningún reino terrenal jamás permanecerá.
- Que Dios ha cumplido cada profecía. Este es uno de los argumentos más efectivos para fortalecer la fe. También validan los hechos históricos cuando el evangelio es predicado.
- Que nosotras formamos parte de ese remanente dejado por Dios en la tierra para que defendamos la Verdad, aun la oposición que enfrentemos.
- Que debemos evitar a toda costa el orgullo, soberbia y altivez que estos reyes demostraron.
- Que nuestro glorioso Dios controla la historia y usa los medios que considere adecuados para llevar adelante Su obra. Y que por mucho que los inicuos intenten frenarla, del Señor ha sido, es y será la VICTORIA total y final. ¡Aleluya!
- Que debemos de llevar una vida de oración ferviente, continua y con argumentaciones sólidas basadas en el carácter, los atributos, la Palabra y las promesas que ella contiene. ¡Grandes cosas suceden cuando oramos con estas cosas en mente!
- Que cada una de nosotras, sus siervas, al igual que Daniel, somos «muy amadas y preciosas»; formamos parte de Su Pueblo, y el Señor nos ve de esta manera:
¿Qué atributos de Dios sobresalen en estos pasajes?
¿Cómo te inspiran estos versículos para permanecer fiel y confiada en el Señor?
Ve a la sección de comentarios al final de la página y escríbenos cuál fue tu reflexión de la lectura de hoy. ¡Nos encantará leerte!
«Venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y Su reino uno que no será destruido». -Daniel 7:13-14
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la series de podcast.
Únete a la conversación