Día 307 | Juan 8 – 9
«Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar». -Juan 9:4
Capítulo 8
Vete y no peques más: la compasión de Jesús
Al iniciar hoy nuestra lectura, vemos a Jesús teniendo más encuentros con personas en gran necesidad.
El capítulo 8 abre con el relato de la mujer que fue encontrada en adulterio. La ley indicaba que este hecho era condenado con apedreamiento. Así que, los fariseos, que siempre andaban buscando pretexto para sorprender en alguna herejía a Jesús para condenarlo, le trajeron a la mujer y la colocaron en el centro de todos.
Y Él, sin responder a sus preguntas sobre la ley, les dijo: «El que de ustedes esté sin pecado, sea el primero en tirarle una piedra». A este punto puedo imaginar sus caras de asombro. Lo que los …
«Nosotros debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar». -Juan 9:4
Capítulo 8
Vete y no peques más: la compasión de Jesús
Al iniciar hoy nuestra lectura, vemos a Jesús teniendo más encuentros con personas en gran necesidad.
El capítulo 8 abre con el relato de la mujer que fue encontrada en adulterio. La ley indicaba que este hecho era condenado con apedreamiento. Así que, los fariseos, que siempre andaban buscando pretexto para sorprender en alguna herejía a Jesús para condenarlo, le trajeron a la mujer y la colocaron en el centro de todos.
Y Él, sin responder a sus preguntas sobre la ley, les dijo: «El que de ustedes esté sin pecado, sea el primero en tirarle una piedra». A este punto puedo imaginar sus caras de asombro. Lo que los fariseos querían lograr, solo mostró su ignorancia de la ley y su mala intención, porque la ley condenaba que ambos, el hombre y la mujer, sorprendidos en adulterio, debían ser apedreados. Y Él no se involucra en enseñarles esto porque sus corazones no les interesaba la razón, solo querían encontrar motivo para deshacerse de Él.
Pero a la mujer, Jesús le dijo: «Yo tampoco te condeno. Vete; y desde ahora no peques más», que tiene su mejor traducción en «Vete y deja tu vida de pecado», sigue con tu nueva vida y no regreses a ese pecado, porque Jesús, el verdadero Señor y Salvador, te ha perdonado; no te condena más. No puedo imaginar la paz que esta mujer habrá sentido.
Jesús conoce todo. Y le mostró Su compasión y misericordia por su pecado. Su reprensión es con compasión, pero no para dejarla en su pecado y que siga viviendo como quiera, sino para que viva en libertad, y deje ese pecado de una vez por todas, porque en Cristo encontró Su razón de vivir. Pregúntate:
- ¿He abandonado los pecados de los que con Su sangre he sido lavada, o persisto en ir tras ellos coqueteando con el pecado?
- ¿Tengo misericordia ante el pecado de otros o solo quiero que se les aplique la ley?
- Si el pecado está en mi naturaleza, ¿traigo todos los días mis motivaciones, deseos y pensamientos pecaminosos a Su cruz?
La luz del mundo y la verdad que nos hace libres
Después del encuentro con esta mujer, Jesús continuó enseñando en la misma fiesta de los tabernáculos. Una de las actividades que se realizaban consistía en encender cuatro grandes lámparas en el patio de las mujeres en el templo. El pueblo danzaba y cantaba con antorchas en las manos. Como en el anterior ritual del lavamiento que vimos ayer. Jesús aprovechó e hizo Su segunda declaración: «Yo soy la luz del mundo». De inmediato, esto lo colocaba como el Mesías.
«Pero para ustedes que temen a Mi nombre, se levantará el sol de justicia» (Mal. 4:2). Ser la luz era algo solo reservado para el Mesías esperado. Y allí estaba Jesús diciendo que Él y solo Él era la luz que alumbraba a los hombres. Él daba testimonio de Sí mismo, pero también el Padre que lo envió. Lo había hecho en el bautismo cuando dijo que era Su Hijo amado y que en Él estaba Su complacencia. El Padre y Jesús son uno. Por lo que creer en Cristo es conocer y tener intimidad con el Padre.
No creer en Cristo tiene un alto costo, es morir en nuestros pecados. De igual manera, creer en el Hijo de Dios es creer en la verdad que nos hace libres. Esa es la verdadera libertad. No es ser liberada de un poder civil o de cualquier otra atadura social que puedas tener. Su Palabra es verdad y es la que examina nuestros corazones y nos llama a venir a Él.
Los fariseos no estaban dispuestos a creer porque eran descendientes de Abraham. Sin embargo, Jesús les dice: «Ustedes son de su padre el diablo y quieren hacer los deseos de su padre. Él fue asesino desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso ustedes no escuchan, porque no son de Dios».
Esta fue y es siempre una palabra dura. Por eso los fariseos le llamaron samaritano porque ponían en duda Su procedencia. Conocían que Jesús era hijo de José y que este lo crió como su propio hijo, pero no estaban dispuestos a admitir Su divinidad, que era el Hijo de Dios encarnado.
Cristo les dice que Abraham vio su día y se gozó en Él desde lejos, y esto, junto a lo que ya les había dicho antes, era motivo para procurar matarle.
Capítulo 9
Jesús sana a un ciego y enseña que hay condiciones o enfermedades que no son fruto del pecado, sino que Dios las orquesta para Su gloria. Así fue el caso de este ciego que leímos, que al ser sanado, las obras de Dios se manifestaron en él.
Seguramente, nos llamó la atención que Jesús hizo lodo y lo untó en sus ojos y lo envió a lavarse a Siloé. Quizás para mostrarse como el Dios creador que del lodo hizo al primer hombre y le dio aliento de vida. Ellos estaban cuestionando Su deidad, y esta analogía debió llevarlos a recordar Génesis 2:7, sobre el aliento de vida. Jesús estuvo en el principio, el Verbo de Dios, el que creó al hombre en el Edén.
Era día de reposo y esto trajo nuevas molestias en los religiosos, los cuales estaban solo interesados en guardar la religión, las leyes, y no en tener compasión. Por eso interrogaron a los padres del ciego, que con temor dijeron que su hijo podía responder por él mismo. Los fariseos habían acordado expulsar a Jesús de la sinagoga, por lo que puedes imaginar el ambiente de tensión y temor, y en medio de eso el que fue curado dijo: «Si (Jesús) es pecador, no lo sé; una cosa sé, que yo era ciego y ahora veo».
- ¿Puedo dar testimonio de igual manera que el ciego: ¡solo sé que yo era pecadora y ahora soy limpia porque veo a Cristo!?
- ¡Que el temor a los hombres no nos selle los labios o nos paralice para clamar Sus grandes obras en nuestras vidas! (Prov. 29:25)
- Tú y yo hemos sido creadas para la alabanza de Su gloria. ¡Qué cada día sea uno para dar testimonio de esto al mundo!
- ¿Qué otras verdades acerca de quién es Cristo aprendiste?
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