Transgénero nunca jamás | Mi testimonio de transformación

Esta semana tuvimos el privilegio de tener a Laura Perry en el pódcast Joven Verdadera; una mujer que Dios transformó luego de vivir diez años como transgénero. En esos episodios, ella respondió a inquietudes que están presentes en las jóvenes confundidas en su sexualidad. Y para complementar esa entrevista, hoy compartimos contigo su testimonio completo para animarte a rendirte a los brazos amorosos de tu buen Dios. Te anticipamos que esta publicación será más larga que lo usual, pero te garantizamos que una vez empieces a leer, no querrás parar hasta el final. [Lo que vas a leer es una adaptación del testimonio de Laura en la conferencia Revive 21.]

En el preescolar participé en una obra de teatro en la que cantamos canciones infantiles. Este fue uno de los momentos más vergonzosos de mi vida. Yo no era el payaso de la clase. No me gustaba ser el centro de atención, pero los papeles fueron asignados por la maestra. Cuando solo quedaba un personaje por asignar, me eligieron a mí para interpretar a Humpty Dumpty. ¡Estaba mortificada! Me metieron en una gran bolsa de plástico llena de periódicos en forma de huevo. Mi único trabajo era sentarme en la pared mientras leían la rima y luego caerme y romperme. 

Recuerdo que las líneas eran…

«Humpty Dumpty se sentó en un muro,
Humpty Dumpty tuvo una gran caída.
Ni todos los caballos ni todos los hombres del rey
pudieron a Humpty recomponer».

Eso fue lo que sentí durante gran parte de mi vida. Mi vida acababa de quedar destrozada sin posibilidad de reparación y no había nadie que pudiera arreglarla, nadie que pudiera recomponerla.

Cuando era niña, crecí en un buen hogar cristiano. Estábamos en la iglesia cada vez que se abría la puerta y escuchaba todas las historias bíblicas. Estuve en competencias bíblicas, participé en la escuela bíblica de vacaciones y fui a una escuela cristiana, hice «todo lo correcto».

Amo a mi madre y no la culpo, porque la realidad es que todos somos pecadores. Ella simplemente no se daba cuenta. Ella se esforzaba tanto en su propia carne por agradar a Dios; su vida se trataba acerca de marcar las casillas correctas. Sabía leer las Escrituras, orar, servir en la iglesia, enseñar, tocar piano; sin embargo, no tenía una relación profunda con el Señor. 

Cuando yo era pequeña, ella a menudo estaba demasiado estresada. Estaba haciendo tantas cosas que simplemente no tenía tiempo para mí, al punto de que comencé a sentirme rechazada por ella a pesar de que me amaba mucho. Ahora lo entiendo, pero ella no sabía cómo demostrarlo. Cuando era niña, constantemente me empujaban hacia mi papá. Me dijeron que me parecía mucho a mi papá. «Eres como él; actúas igual que él; te pareces a él». Hasta que poco a poco comencé a identificarme con mi papá.

A medida en que crecía, me ponía cada vez más celosa de mi hermano, que parecía tenerlo todo. Era seis años mayor que yo. Era muy popular; tenía muchos amigos y mi mamá lo trataba mucho mejor. Honestamente, comencé a desear ser mi hermano. Ya me estaba identificando mucho con los chicos porque pasaba todo el tiempo con mi papá y mi hermano. Entonces me encontré en el patio de recreo practicando deportes con los niños en lugar de jugar con las niñas.

Mi identidad se estaba fracturando cada vez más porque cuanto más comenzaba a pensar en mí misma de esa manera, comencé a fantasear preguntándome: «¿Y si hubiera sido un niño?». Comencé a escribir historias en las que me identificaba como niño y vivía en este mundo de fantasía.

Luego, cuando estaba en la escuela secundaria, descubrí que me diagnosticaron síndrome de ovario poliquístico. Así que, mi sistema femenino no solo no funcionaba, sino que me causaba un dolor constante, crónico e insoportable todo el tiempo. Este cuerpo, que yo no deseaba, no estaba funcionando muy bien. A los catorce años, los médicos me dijeron que probablemente nunca quedaría embarazada. Aunque no me gustaba mucho ser niña, todavía existía ese instinto de desear tener hijos, pero ahora me decían que eso probablemente nunca sucedería.

Comencé a alejarme del Señor y a enojarme con Él. No creí que el diseño de Dios para mí era bueno. Pensé que sabía más que Dios.Traté de huir de la fe. Quería ser lo opuesto a un cristiano. Deseaba pecar tanto como fuera posible. Quería hacer todo lo que me habían dicho que no hiciera, porque estaba muy enojada y muy herida.

Me hundí en el pecado sexual. Pensé que eso me traería felicidad y satisfacción. Pensé que eso me ayudaría a obtener el valor que estaba buscando, pero la realidad me hizo sentir como una basura. En medio de mi quebranto, un día pensé: «La razón por la que esto nunca funciona es porque se supone que sea el hombre de la relación. Si yo fuera el hombre, sabría cómo tratar a una mujer». Entonces comencé a cambiar mi forma de pensar. Viví en un mundo de fantasía durante varios meses y empezó a volverme loca. Me consumía la idea de que tenía que convertirme en hombre.

Finalmente decidí buscar en Google y ver si alguien más sentía lo mismo que yo. Me sorprendieron los miles de resultados que surgieron. Eso me colocó en un grupo donde validaron mi fantasía pecaminosa. En ese momento pensé que era un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer. Quería convertirme en hombre y borrar por completo la existencia de «Laura». No quería ni siquiera recordar que había sido una niña, había mucho dolor en mi corazón.

Cuando comencé a seguir ese camino y comencé a tomar hormonas, mi voz comenzó a cambiar y comenzó a crecer vello facial. Luego cambié mi nombre legalmente y me sometí a una cirugía irreversible. Estaba con una pareja que también vivía como transgénero. Era un hombre que vivía como mujer. 

Mientras estaba acostada en la mesa de operaciones, mirando todas las líneas de corte con puntos morados en mi pecho donde el médico iba a abrirme, pensé: «¿Y si ella tiene razón? ¿Qué pasa si realmente estoy en manos de Satanás? ¿Qué pasa si me despierto en el infierno?». Pero estaba tan desesperada por esto, lo creía tanto, que estaba dispuesta a tirar los dados. Pero por primera vez en años oré y le pedí a Dios que me perdonara la vida. Sabía que necesitaba a Dios. Sabía que Él tenía el control.

Me desperté de mi cirugía y me olvidé de Dios. Estaba muy feliz con los resultados. 

Aun después de mi cirugía de tórax, me di cuenta de que la cirugía realmente no me había convertido en un hombre. Un par de años después pensé: «Es porque todavía tengo todos los órganos femeninos; cuando me extirpen todos los órganos femeninos, será real». Entonces, me extirparon todos los órganos femeninos y eso todavía no lo hizo real.

Pero cuando comencé a investigar de las complicaciones de esas cirugías irreversibles, quedé devastada. Si hay alguien escuchando que está considerando esto, por favor, ¡estas cirugías son tan malas! Hay tantas complicaciones, han sucedido tantas cosas horribles. Además de eso, nunca son reales. Me di cuenta de lo falso que iba a ser. 

Estaba devastada. Me di cuenta de que en realidad nunca iba a ser un hombre. Me enfrentaba a este infierno mental todos los días. 

Cuando estaba en lo más bajo de lo más bajo, Dios comenzó a obrar en mí de una manera muy simple. Estaba trabajando en un sitio web para mi mamá, para su estudio bíblico. Durante aproximadamente seis meses pasé por este período en el que la llamaba todos los días y le hacía preguntas sobre lo que estaba aprendiendo, y Dios comenzó muy lentamente a reconstruir nuestra relación fracturada.

A medida que comencé a interesarme más y más en la Palabra, finalmente un día dije: «Mamá, ¿qué me ha pasado? Hace seis meses estaba a 180 grados de donde estoy ahora». Dije: «Todo lo que quiero es escuchar la Palabra de Dios. ¡Nunca había querido eso en toda mi vida! ¿Que pasa conmigo?».

Ella dijo: «He estado orando para que Dios te atraiga de regreso como un imán».

Pensé: «Vaya, eso es lo que Dios ha hecho». No tenía ninguna explicación para ello aparte de que Dios había respondido su oración, porque sabía que nunca había querido eso. Entonces me di cuenta del poder de Dios, que Dios estaba respondiendo a sus oraciones.

Esa noche regresé a casa y comencé a arrepentirme de cada pecado que se me ocurrió. Cuando comencé a recordar todos mis pecados, pensé: «¿Por qué Dios me querría? ¡Dios, soy un producto dañado! No hay manera de que puedas restaurar mi vida». Pero tuve este increíble encuentro con el Señor un par de días después donde Él me demostró que aún no había terminado conmigo. Entregué mi corazón al Señor completamente. Estaba tan asombrada de que este Dios todavía me quisiera, que quisiera mi vida rota.

Dios comenzó a convencerme de la forma en que estaba viviendo y no sabía qué hacer al respecto, porque no había manera de que volviera a ser mujer. Esa ni siquiera era una opción. Así que seguí tratando de acallar la convicción, pero Él seguía trayendo más y más. Fue tan gentil y tan paciente.

Durante los siguientes meses, comencé a luchar con el Señor, y Él quería que saliera de ese estilo de vida, pero yo no quería. Empecé a pensar en alguna salida a esto. Estaba empezando a odiar y arrepentirme de haber hecho esto, pero al mismo tiempo no había manera de que volviera a ser mujer. Finalmente estaba en este pozo profundo y oscuro del que no podía salir, y le rogué al Señor durante más de un mes, con todo mi corazón, que simplemente me quitara la vida, porque no veía salida. Estaba en un pozo profundo y oscuro del que no podía salir y podía ver la luz en la cima, pero no tenía salida.

Me recordó este versículo, Mateo 16:24–26. Dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque cualquiera que quiera salvar su vida, la perderá; pero cualquiera que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y, sin embargo, perder su propia alma? ¿O qué dará a cambio de su alma?».

Sabía que Él me estaba pidiendo que me alejara de todo. Pensé: «¡Señor, no puedo hacer esto! No tenía la fe para eso en ese momento. Pero Él había ido edificando mi fe poco a poco. Como el joven gobernante rico, que había hecho todo lo correcto. Obviamente en el orgullo de su corazón pensó que los había guardado perfectamente, pero Jesús dijo: «Una cosa te falta», y ese fue el momento. «¿Vas a renunciar a todo lo que significa [todo] para ti?».

Dije: «Está bien, Señor», y honestamente pensé que iba a ser miserable el resto de mi vida. Todavía podía imaginarme la iglesia en la que había crecido y pensé: Me voy a sentar en la parte de atrás de la iglesia y todos me van a despreciar. Van a decir: «¡Ya es hora de que ordenes tu vida». 

Regresé a casa de mis padres. ¡Eso era lo último que quería hacer a los treinta y tres años! Regresé a esa iglesia a la que dije que nunca volvería. Al entrar me abrazaron. Le dije a Dios que necesitaba ayuda para amar mi nombre nuevamente, y esa mañana 300 personas me llamaron Laura. Dije: «Está bien, no me encanta, ¡pero al menos me estoy acostumbrando!». 

Cuando fui al estudio bíblico de mi mamá, estas mujeres que habían orado por mí durante años me abrazaron con tanto amor, y me abrazaron como a una más de las mujeres. ¡Me quedé tan impresionada por lo que Dios estaba haciendo en mi vida!

Él comenzó a quitar las capas y a ayudarme a perdonar y a soltar las heridas y la amargura… La amargura había destruido mi vida. No fue culpa de mi mamá, ni de nadie; fue mi propia amargura y falta de perdón. (He 12:15-16) Fue mi propia amargura la que me alejó del Señor. Es posible que esas raíces amargas no te lleven a seguir un camino transgénero, pero tal vez hayan hecho que te desvíes del Señor de otra manera. Tal vez te ha causado dureza en el corazón. 

Compartí la historia sobre Humpty Dumpty antes y cómo mi vida acababa de quedar completamente destrozada y sentí que estaba reducida a cenizas. De hecho, en un momento recuerdo esta imagen de recoger el montón de cenizas de mi vida y decir: «Señor, si puedes hacer algo con ello, puedes tenerlo, porque lo he arruinado todo. No tengo ningún recurso. No hay nada que yo pueda hacer».

Quizás estás en ese barco hoy. Tal vez sientas que tu vida acaba de quedar reducida a cenizas. Quizás eres como ese huevo roto y nadie puede volver a armarlo. Pero hay un Rey que sí puede. Tal vez todos los caballos del rey y todos los hombres del rey no pudieron volver a juntar a Humpty Dumpty, pero el Rey de reyes ha resucitado mi vida, ¡y hoy le estoy muy agradecida! 

¡No solo he abrazado mi feminidad, sino que me encanta ser mujer por primera vez en mi vida! Estoy muy agradecida a nuestro Señor y Salvador que puede redimir y restaurar todo lo que el enemigo ha robado en su vida. 

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Sobre el autor

Laura Perry

Laura Perry

Laura Perry es una autora y oradora que comparte su historia de cómo Jesucristo la rescató de una identidad transgénero. Ahora es miembro del personal de tiempo completo de First Stone Ministries en la ciudad de Oklahoma. También ha tenido … leer más …

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