3 trampas latentes para las maestras del ministerio de mujeres

En los últimos años hemos visto fracasar a líderes eclesiásticos influyentes y respetados, descalificándose a sí mismos para el ministerio. Fracaso tras fracaso nos desconcierta, y nos preguntamos cómo puede suceder esto. ¿Qué acontecimientos, hábitos o pasos en falso condujeron a finales tan desafortunados? Por supuesto, podemos llevar esta pregunta demasiado lejos, queriendo saber y ver todas las cosas que solo Dios puede. Pero dentro de lo razonable es una pregunta útil, incluso protectora. Buscar una respuesta puede ayudarnos a evitar un desenlace similar, al mismo tiempo que promovemos un ministerio fiel durante tantos días como Dios quiera darnos.

Gracias a Dios que Él nos da una respuesta en Su Palabra, y creo que se encuentra en el corazón de los desafíos de nuestro ministerio, así como en la mayoría de los fracasos públicos que hemos presenciado.

«El temor al hombre es un lazo, pero el que confía en el Señor estará seguro» (Prov. 29:25). 

Podemos estar motivadas por el temor del hombre o por el temor del Señor. La pregunta es: «¿Cuál te motiva a ti?». Al final del día, ¿el «¡Bien hecho!» de quién nos importa más?

Tres trampas destructivas del temor al hombre

Las «trampas» que el temor del hombre amenaza con tender pueden ser tan numerosas y diversas como los líderes que caen en ellas, pero hay tres que me vienen a la mente como trampas comunes. ¿Te resultan familiares?

Trampa #1: Orgullo

La tentación de idolatrar los elogios y la aprobación de la gente (sí, incluso de las personas a las que servimos) puede conducir a la ambición egoísta, la codicia, la comparación, la crítica y el descontento, todos ellos centrados en uno mismo. Como maestra, si anhelas llamar la atención, si tu estado de ánimo depende de lo que la gente diga o piense, si estás constantemente comparando tu trabajo y tus resultados con el de otras personas, si eres adicta al trabajo, o si tu meta es imponer tu influencia sobre los demás, querrás estar atenta a la trampa destructiva del orgullo.

Trampa #2: Desobediencia

El temor al hombre puede llevarnos a hacer cosas que nunca pensamos que haríamos. Ya sea que el poder nos tiente a comprometer nuestras creencias o que nos paralicemos por el miedo al fracaso; la tentación de obedecer a la gente (incluso a nuestra propia carne) en lugar de a Dios puede ser fuerte. Si no te gusta sentirte fuera de lugar en el mundo, si te sientes tentado a pecar porque sabes que Dios te perdonará después o si piensas en encubrir tu pecado ante, amigos y colegas de confianza, querrás estar atenta a la trampa de la desobediencia.

Trampa #3: Autosuficiencia

Las maestras del ministerio pueden caer en la tentación de la autosuficiencia. Incluso podemos sacrificar el cuidado del alma por el servicio. Ayudar, cuidar y servir a la iglesia es ciertamente algo bueno, pero solo Jesús es el Salvador. ¿Cuántas veces tratamos de ser pseudo salvadores, diciendo que sí a todos y a todo? Solo Jesús es el Señor, quien nos gobierna con Sus mandamientos llenos de bondad, pero a menudo dejamos que otros actúen como pequeños señores, diciéndonos lo que tenemos que pensar y hacer. Si servir a Dios (y a los demás) ha sustituido el amor a Dios, si estás constantemente preocupado por perder el respeto o el afecto de la gente o si estás regularmente agotado, querrás vigilar la trampa de la autosuficiencia.

La vía de escape

La noticia de esperanza es que Dios nos ofrece una salida de estas trampas destructivas: 

«No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres. Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistirla» (1 Cor. 10:13).

¿Cuáles son algunas vías de escape que Dios nos ofrece cuando tenemos miedo de las personas y nos sentimos tentadas a ponerlas en Su lugar?

#1: El camino del amor

Cuando idolatramos la alabanza y la aprobación de la gente, quedamos atrapados en el orgullo. Pero cuando miramos a Jesús, en toda Su grandeza, esplendor y belleza, comprendemos cuán insignificantes somos en comparación, y, sin embargo, cuán amados somos por Él. Nuestra aceptación en la familia de Dios, comprada con sangre, nos recuerda que nada puede separarnos de Su amor, ni siquiera la desaprobación o la crítica. El inmenso e inmutable amor de Dios, demostrado en Su Hijo, nos libera y nos capacita para amar y servir a las personas para Su gloria, en lugar de utilizarlas para la nuestra.

#2: El camino de la obediencia

Cuando cedemos a la presión de grupo o a los deseos carnales, quedamos atrapadas en la desobediencia. Pero cuando obedecemos a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29), caminamos de una manera que le agrada y honra. La Palabra de Cristo tiene la última palabra sobre nosotras, y seremos sometidas a esta norma cuando comparezcamos ante Su trono: «Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo» (2 Co. 5:10). Nuestras buenas obras dan testimonio de la autenticidad de nuestra fe (St. 2:17), y que Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe, que ve y conoce todas las cosas, nos obliga a temerle y a seguirle, procurando serle agradables (2 Cor. 5:9).

#3: El camino de la dependencia

Cuando complacemos a otros hasta el agotamiento, quedamos atrapadas en la autosuficiencia. Hacemos, hacemos y hacemos por Jesús en lugar de descansar en Su obra, que ya está hecha. Necesitamos recordar que nuestras limitaciones dadas por Dios existen con un propósito: enseñarnos a depender de Él y animar a la gente que estamos guiando en la misma búsqueda. Queremos que vean a Cristo en nosotras, la esperanza de gloria, y que Su gracia es suficiente para sostenernos. Así que consideramos que es nuestra alegría servir con la fuerza que Él suministra, incluso si esto significa parecer inadecuadas a algunas personas. Con gusto nos gloriamos en la debilidad para poder gloriarnos en Cristo (2 Cor. 12:9). 

«El temor del hombre es un lazo», nos advierte la Escritura, «pero el que confía en el Señor estará seguro» (Prov. 29:25). Las maestras del ministerio podemos creer y llevar con nosotras esta promesa, tanto como una sobria advertencia contra la destrucción de las personas temerosas, pero también como un fuerte estímulo para temer al único cuyo «¡Bien hecho!» importa verdadera y eternamente.

Algunas secciones de este artículo han sido extraídas del libro Fight Your Fears: Trusting the Character and Promises of God When You Are Afraid.


 

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