Esta pregunta tiene una respuesta muy fácil, ¿no crees? Si la realizara desde una plataforma, ya puedo escuchar a las mujeres gritando: ¡fiel! O si preguntara en un grupo pequeño, ya puedo imaginar los gestos de las mujeres expresando: «¿Qué clase de pregunta es esta? ¡por supuesto que fiel!». Sin embargo, ¿nuestras acciones y pensamientos lo demuestran?
Desde aquel mordisco letal en Génesis 3, el «yo» de todo ser humano se ha elevado al máximo, enceguecido su juicio para colocarse en un lugar que no le pertenece y olvidando dar el lugar a Su creador y Salvador. El espíritu de la época de esta cultura engaña a la mujer al redefinir la verdad de lo que significa ser relevante y ser fiel. Lentamente los corazones de las mujeres responden como Eva: «Vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y […] deseable para alcanzar sabiduría» (Gn. 3:6).
Reconocer la verdad de tu corazón
Ser relevante significa ser importante, notable, sobresaliente o destacado. Notemos el verbo «ser»; nos habla de convertirnos en, nos apunta a la motivación del corazón y nos recuerda que, por el pecado, todas tenemos la inclinación de buscar ser relevante por nuestros medios. Pregúntate: ¿qué siento cuando me reconocen la labor que he realizado? Pero, ¿qué pasa cuando no reconocen la labor que hice o le dan más crédito a otra hermana por la misma labor que yo hice? Cuando estoy enseñando en el grupo pequeño, ¿qué me motiva? ¿Qué pienso cuando alguien me dice que no entendió mi enseñanza? Cuando sé que alguien de mi grupo conoce a una hermana reconocida, ¿me acerco a ella para que me la presente? ¿Por qué?
Bendito sea nuestro Dios que por medio de Cristo nos abre los ojos para ver nuestro corazón y nos ilumina el entendimiento para comprender quién es Él y quiénes somos nosotras. Lo primero es que necesitamos reconocer que sí deseamos los reflectores apuntando hacia nosotras, no importa lo que digamos, todas apreciamos los aplausos, las felicitaciones y la admiración, al aceptarlo, nos robamos la gloria que solo le pertenece a Dios.
Hace unos años, una amiga anciana me dijo: «Yo aprendí a ser una anciana de pasillo, porque me conozco. Prefiero guardarme de las luces porque sé lo que hacen a mi corazón, si eres fiel haciendo esto, Dios se encargará de usarte como Él desea». Por cierto, mi amiga anciana recibió este consejo de Nancy Demoss Wolgemuth muchos años antes.
La Biblia nos advierte sobre este tema:
«Así dice el Señor:
“No se gloríe el sabio de su sabiduría,
Ni se gloríe el poderoso de su poder,
Ni el rico se gloríe de su riqueza;
Pero si alguien se gloría, gloríese de esto:
De que me entiende y me conoce,
Pues Yo soy el Señor que hago misericordia,
Derecho y justicia en la tierra,
Porque en estas cosas me complazco”, declara el Señor”». -Jeremías 9:23-24
«Y cualquiera que se engrandece, será humillado, y cualquiera que se humille, será engrandecido». -Mateo 23:12
Lo segundo es que pongas en perspectiva tu necesidad de ser relevante para exaltarte y que otros te admiren. Dios lo advirtió al pueblo de Israel y nos lo advierte a nosotras que, por amor, muchas veces no permite que nuestros planes avancen.
«Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos. […] y todo lo que tengas se multiplique, entonces tu corazón se enorgullezca, y te olvides del Señor tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto de la casa de servidumbre. Pero sucederá que, si alguna vez te olvidas del Señor tu Dios y vas en pos de otros dioses, y los sirves y los adoras, yo testifico contra ustedes hoy, que ciertamente perecerán». -Deuteronomio 8:2, 13, 19
Hermana, el peligro de buscar ser relevante ¡es olvidarte de Dios! Guarda tu corazón de construir tu reino a través de las redes sociales, de copiar o imitar a otras que son populares o de no rendir cuentas a una hermana de las motivaciones de tu corazón. Guárdate de que cada una de estas acciones que apuntan a un ídolo, justo como Dios se lo advirtió al pueblo de Israel. Cuando reconoces lo que hay en tu corazón puedes correr a arrepentirte y pedir perdón a Dios; por Su fidelidad, Él te perdona y limpia de toda maldad.
Aplica la fidelidad de Dios a tu corazón
Si has reconocido tu anhelo de ser relevante por lo que haces, ahora reemplaza esa necesidad al recordar la fidelidad de Dios, confiando en el poder del Espíritu Santo. El salmista en su larga oración dedicada al Señor y Su Palabra dice: «Tu fidelidad permanece por todas las generaciones; Tú estableciste la tierra, y ella permanece» (Sal. 119:90).
Porque Dios es fiel y te ha mostrado Su fidelidad en salvarte por la fe en la Persona y obra de Cristo y te sostiene con el poder del Espíritu Santo, puedes menguar para que Él crezca. La obra que haces no se trata de ti, pues lo que puedes hacer es porque Él es fiel. Entonces, vives para Él, anhelas ser fiel a Él y no a tus deseos. Este es un recordatorio diario porque todos los días deseamos ser relevantes para nuestra familia, en la iglesia o en el grupo pequeño. Escogemos ser fieles porque Cristo es suficiente para nosotras, los aplausos no nos definen, sino que exaltan a Cristo que ha sido fiel en permitirnos servir, quien ha dado los dones, y nos ha dado vida nueva en Él para hacer lo que hacemos.
La fidelidad de Dios hace toda la diferencia en cómo vemos nuestra vida. Si Dios es fiel, Su promesa acerca de hacernos más como Cristo permanece y se cumple (Fil. 1:6); si Dios es fiel, Su promesa acerca de sostenernos en la adversidad y en las pruebas, se cumple (1 Pe. 4:13); si Dios es fiel, tu vida tiene propósito e identidad para representarlo con gozo en este mundo (Ro. 14:8); si Dios es fiel, te gozarás en servir a otras mujeres para que ellas crezcan y brillen incluso más que tú (Mt. 20:26). La fidelidad de Dios hace toda la diferencia en cómo elegimos vivir cada día.
Sé ejemplo
Por lo tanto, vive fielmente cada día frente a tu familia, a tus vecinos y con tus hermanas que discipulas o que te escuchan enseñar en tu iglesia local. Vive engrandeciendo el nombre de Dios mientras tú menguas. Vive para servir a otras, sin ver número, sin utilizar a nadie para tus propósitos. Vive para que el evangelio de Cristo sea conocido, atesorado y vivido en medio de tu grupo pequeño y de tu hogar. Vive apuntando a las hermanas a amar a sus esposos, enseñar a sus hijos y a otras hermanas, y honrar a los pastores. Como Pablo dijo: «Sean imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Co. 11:1).
Hermana, la búsqueda de ser relevante tiene tinte del espíritu de esta época: mírenme. Sin embargo, el evangelio dice: miren a Cristo. Cuando nuestra mirada está fija en Él, nuestra vida buscará exaltar la fidelidad de Dios para serle fiel.
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