Cómo poner fin a la rivalidad entre hermanos

La amistad entre hermanos es una noción contracultural. Los shows de televisión, las películas y los libros rara vez representan a los hermanos como aliados.  La rivalidad entre hermanos ha pasado de ser un desafío ocasional a un estándar cultural.

Bajo este estándar, los padres funcionan como referís y jueces –acabando con las peleas, imponiendo sanciones y dirigiendo a los hermanos a irse cada uno por su lado. Pero la Biblia indica que la hermandad (tanto física como espiritual) consiste en más que solamente tolerarse unos a otros.

He estado reflexionando sobre Proverbios 18:24 “El hombre de muchos amigos se arruina, pero hay amigo más unido que un hermano.” Cuando el escritor de Proverbios quiere que la forma más profunda de amistad cobre sentido, en esencia dice “imagina la profundidad de una amistad que excede aún aquella entre los hermanos.” Señala el amor fraternal como el estándar de oro.

Llegué a la maternidad sin una visión de que mis hijos se volvieran amigos.  Crecí como la única niña entre cuatro hermanos, y “antagonista” ni siquiera se acerca a lo que describe la dinámica entre nosotros.  Nuestras peleas iban desde la agresión verbal, física hasta la sicológica. Nos amábamos unos a otros, pero realmente nunca aprendimos a agradarnos unos a otros sino hasta que maduramos.

En contraste, mi esposo se ha referido a su hermana Emily como su mejor amiga de toda la vida. Al principio pensé que debía estar mintiendo. Pero había evidencia –fotos de ellos en la adolescencia tomados de las manos (¡tomados de las manos!) en un viaje a Disney, abrazándose de cuerpo completo en una reunión familiar, y yendo juntos hacia un baile de graduación cuando ella no tenía quien la acompañara.

Quería burlarme para decir que, según las estadísticas, eran anormales. Pero también quería tener esperanza. ¿Y si Jeff y yo pudiéramos criar a nuestros cuatro hijos para que fuesen los mejores amigos? A pesar del consenso abrumador de que no era posible, comenzamos a diseñar un plan para intentarlo. Consultamos a los padres de Jeff.  Preguntamos a padres mayores cuyos hijos fuesen amigos, rastreamos libros sobre crianza. Y logramos recopilar un puñado de principios con los cuales guiarnos:

No tener favoritos. La rivalidad entre hermanos puede crecer debido a la percepción (correcta o no) de que un hijo es más favorecido que el otro por papá y mamá. Les decíamos a los chicos que cada uno era el favorito de manera única. No les amábamos por igual, pero de manera única con la misma intensidad.

Nada de burlas. Esta fue difícil para mí. Había crecido entre el sarcasmo y las burlas, convirtiéndome en una de clase mundial en ambas. Al no permitírselos, nuestro hogar se convirtió en un lugar donde los chicos se sentían a salvo de la agresión verbal que en cualquier otro lado sería la norma a seguir. En lugar de eso, le dimos prioridad a la afirmación, apartando un tiempo para verbalizar lo que verdaderamente nos agradaba unos de otros.

Recordatorios frecuentes.  Cuando se levantaban los conflictos, les recordábamos, “Tu hermana es tu mejor amiga.”  Y también se los recordábamos cuando reinaba la paz.  Repetíamos lo que queríamos que fuese una realidad entre ellos hasta que se convirtiera en lo que ellos esperaban que fuese verdad.

Juntos versus separados. Más que luchadores separados, los impulsábamos para que se acercaran, asignándoles una consecuencia compartida (como alguna tarea) que hicieran juntos.  No era nuestra labor el “separarlos” sino el “juntarlos.” Si el conflicto continuaba, cancelábamos las actividades fuera del hogar. Mientras no pudieran llevarse bien con su mejor amigo en casa, los amigos de fuera podían esperar.

Tiempo en cantidad. Como la amistad profunda tiene su raíz en experiencias compartidas, pasamos incontables horas juntos como familia.  Aunque reconocíamos el valor de las amistades y actividades fuera, no dejamos que ninguna monopolizara el tiempo libre de nuestros hijos. En treinta años, su mejor amigo en el futbol será solamente un recuerdo distante, pero los mejores amigos con quienes comparten apellidos estarán en sus vidas por siempre.

¿Por qué tendemos a descartar la idea de que nuestros hijos siendo los mejores amigos unos de otros? ¿por qué nos conformamos con la rivalidad? Francamente, como madre, es más fácil ser una referí que una reconciliadora. Es más fácil separarlos que pastorearlos –al menos a corto plazo.

Pero conforme atestiguo la profunda amistad que ha crecido entre mis hijos, afirmo que el beneficio a largo plazo es que valió la pena el esfuerzo. Un amigo que permanece más cercano que un hermano es una joya rara. Un hermano que sea el mejor amigo es un tesoro de por vida. Y una familia llena con hermanos que son amigos lleva un testimonio convincente del evangelio de la paz.

Jen Wilkin es esposa, mamá y maestra de Biblia. Es la autora de Mujer en la Palabra y None like Him.

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Sobre el autor

Jen Wilkin

Jen Wilkin

Jen Wilkin es conferencista, escritora y profesora de estudios bíblicos para mujeres en Dallas, Texas. Ella y su familia son miembros de The Village Church, donde actualmente es parte del equipo de trabajo. Jen escribe … leer más …


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