El perfume de mi nardo

Algunos dicen que, “el gran error de Adán y Eva fue creer el engaño de la serpiente”, ¿creer el engaño?, ¡yo podría contar de esto!

La Biblia dice en Génesis 1:27. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Pues yo nací mujer, dicen que tan linda, que me querían robar en una oportunidad, pero al crecer no pensaba lo mismo y en pequeños detalles empecé a oponerme a esa condición femenina de una manera casi imperceptible, pero al final con consecuencias sustanciales.

Lo primero fue rechazar mi femineidad y hasta tomé una postura encorvada que me ayudaba a esconder mis pechos. A los 14 años de edad, hice cortar mi cabello y toda mi vida lo conservé entre corte casi militar o máximo hasta la nuca. Cubrí la mayor parte del tiempo mis piernas con jeans o sudaderas y, en fin, oculté todo vestigio de lo femenino. Cuando ingresé a la universidad, escuchaba charlas y burlas en las que se asociaba mujer bella con “mujer bruta o cabeza-hueca”, así que me esmeré en dar una imagen “más intelectual”, esforzándome en ocultar cualquier atisbo de belleza.

Al tener un encuentro con Dios se da una verdadera revolución en mi vida. De pronto, cae toda venda de mis ojos y después de tratar áreas tan complicadas como la amargura, (pero ese es un tema que traté en otro blog), pierdo la pereza por exaltar mi parte femenina tan aporreada.  Difícil tarea, pues, por causa de no ejercitarla, estaba raquítica la pobre.  Le permití crecer a mi cabello hasta la espalda y di paso a usar faldas, vestidos y toda clase de prendas que sólo podemos llevar las mujeres. Enderezo mi cuerpo hacia adelante, y voy consintiendo que esa parte femenina, que obligué a esconderse toda una vida, salga de su cautiverio. Al inicio, sentí rechazo y ganas de escapar, pero insistí y ahora sigo el movimiento.  Juego con mi cabello, sin dejar de mirarme en ese espejo en el que ahora estoy empezando reconocerme, a pesar del paso de los años.

No busco bajar de peso ni borrar el tiempo. Solo aceptarme y cuando logro despojarme de todo, sale a flote toda la femineidad reprimida y puedo sentirme libre. Soy bella por el hecho de ser mujer, Dios me regaló atributos para ser exaltados como se hace con lo más sublime de la creación: una puesta de sol, el mar sereno, un bello horizonte, o una hermosa flor. La parte encantadora de nuestra naturaleza femenina Dios nos la regaló, para causar el mismo efecto de los más hermosos paisajes: dar sosiego al alma cansada y paz a quienes buscan reposo en nosotras.

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Sobre el autor

Marcela Sosa

Marcela Sosa

Marcela Sosa, es una mujer apasionada por Cristo.  Al beber “agua viva”, quiere contar a las personas, que encuentra en su camino, las maravillas de Dios. Tiene tres hijos y cuatro nietos. Graduada en Comunicación Social-Periodismo de la “Universidad de … leer más …


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