Mi hijo no me ama

Por Laura Booz

¿Existe algo peor para una madre que sentir que su hijo no la ama?

Creo que es una de las grandes aflicciones silenciosas de la maternidad. No hablamos de ello con frecuencia porque sentimos que es tan personal, tan humillante.

Pero no es el fin del mundo. Te lo prometo.

De hecho, es una invitación a la esperanza, a buscar la redención, a crecer.

Hubo un tiempo cuando uno de nuestros hijos no me amaba.

Cuando arropaba a este pequeño en su cama y besaba sus suaves mejillas, mi hijo miraba el techo, ignorando mi cariño. Le decía, «te amo, cariño», y no escuchaba respuesta alguna.

Esto sucedía noche tras noche.

Durante el día, percibía una distancia, una separación, algo helado.

Dolía tanto que traté de ignorarlo por un tiempo.

Pero finalmente tenía que enfrentar la realidad. Tuve que admitirlo, ahora mismo mi hijo no me ama.

Al descansar sobre la almohada esa noche, con el corazón partido, le pregunté a Dios lo que debía hacer. Me mostró cuál era la causa del problema.

Descubriendo el porqué

Hacía poco había tenido otro bebé, estaba cansada y estresada. Cuando por fin ponía a dormir al bebé, mi niño de dos años hacía un berrinche masivo que reventaba los oídos. En mi agotamiento y estrés tomaba a mi hijo por los brazos y ásperamente «¡detente!» (Eso por supuesto, era cero por ciento efectivo). El Espíritu Santo me reveló que cada vez que maltrataba a mi niño durante el día, estaba cavando una zanja entre nosotros.

Me apena admitir que esta era la razón por la cual mi hijo no me amaba, y por la que mis expresiones de amor parecían caer en oídos sordos. En un torrente de lágrimas, me arrepentí de mi pecado y le pedí al Espíritu Santo que me fortaleciera, me suavizara, y me diera la sabiduría para recuperar el corazón de mi hijo.

Al siguiente día me puse manos a la obra. Me senté cara a cara con mi hijo y le pedí perdón por mi impaciencia y aspereza. Le expliqué por qué continuaba perdiendo la paciencia, pero finalmente tomé la responsabilidad por mis acciones. Le dije, «la manera en que te he tratado ha estado mal ¿me perdonas? Le estoy pidiendo al Espíritu Santo que me ayude a crecer en paciencia y bondad. ¡Ya lo verás! Él va a ayudarme a crecer».

Cuando Dios nos lleva a amar suceden los milagros

Nunca olvidaré la manera en que mi tierno niño me miró a los ojos, asintiendo con todo el entendimiento del mundo. Durante los siguientes días y semanas, el Espíritu Santo me ayudó a trabajar duro para reconectarme con mi hijo. Me disculpaba de inmediato si perdía los estribos. Intencionalmente me acercaba a mi pequeño durante el día, comprometida a extenderle amor físico, verbal y tangible sin importar su respuesta.

Dios me llevó a entender que nunca debía pedir un abrazo, ni exigir un «te amo». Me conducía a dar, dar, dar. Sin esperar nada a cambio –ni siquiera en la privacidad de mi propio corazón. Eso es lo que el Espíritu Santo me estaba pidiendo y capacitándome para hacer.

Aprendí que cuando nuestros hijos no nos tratan bien somos invitadas a imitar a Cristo: a amar sin esperar nada a cambio. Podemos atesorar Su ejemplo para nosotras en las Escrituras.

«Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo.» (Ef. 4:32)

Disfruta la reconciliación

Me alegra decir que transcurrió poco tiempo y esa frialdad se disipó y mi bullicioso pequeño volvió a ser amoroso devolviendo besos y abrazos, haciendo contacto visual e incluso iniciando el «te amo». Me da gusto decir que nuestro amor ha sido fuerte por años desde entonces y que nunca hemos vuelto a tener una temporada como ésa.

Lo que aprendí de esa experiencia es que como padres, siempre tenemos el privilegio de amar incondicionalmente.

En lo que a mí respecta, puedo decir que los hijos comienzan practicando el rol del «hijo pródigo» a la edad de dos años, encontrando fácilmente razones para rechazar nuestro amor y a nosotras. Alrededor de ese tiempo, nosotras también tenemos un papel que podemos practicar. Cuando nuestros hijos nos alejen, nuestro Padre celestial nos invita a emularlo, a practicar el amor que Él siempre nos ha extendido: Él nos invita a ser el padre del hijo pródigo, siempre amoroso, siempre recibiendo.

Propongo que en tiempo real, como seres humanos reales, se vea así:

  • Buscar cuál ha sido nuestra contribución a la ruptura de la relación, pidiendo a Dios que nos ayude a ver lo que podemos hacer para ganar a nuestro hijo de regreso.
  • Confesar nuestro pecado y pedir a nuestros hijos que nos perdonen, con la frecuencia que sea necesaria.
  • Repetirnos la historia de la gracia de Dios hacia nosotras –y hacia ellos– a través de Jesús nuestro Salvador.
  • Perseguirlos, pasar tiempo con ellos, sonriéndoles, riéndonos con ellos, mostrándoles que son un deleite a nuestro corazón y que están seguros en nuestro hogar.
  • Perdonar, perdonar, perdonarlos, algunas veces confrontando, pero siempre perdonar.
  • Y amar tangiblemente, verbalmente, y sin solicitudes, como Dios nos ha amado a través de Cristo.

Nuestro llamado es a rendirnos y vestirnos de humildad, a intercambiar nuestros sentimientos lastimados por Su perdón, y a llevar el enojo de nuestro hijo a Jesús, en lugar de guardarlo en el corazón.

Al hacerlo, estaremos obedeciendo a nuestro Padre celestial, quien ve nuestra obediencia conforme extendemos nuestros brazos hacia Él en amor. «Te amo Papá» Él escucha. ¡Cuán profundamente dulce!

Y, encima de todo eso, podríamos ganar el corazón de nuestros hijos y llorar con alivio, y ese amor triunfará una vez más.

«Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad. Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual en verdad fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.  

Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones.

Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios el Padre.» (Col. 3:12-17)

PD: En esta publicación hablo de niños pequeños porque todavía no tengo experiencia con hijos adolescentes o jóvenes adultos. Sin embargo, tengo el presentimiento de que el proceso es similar. Mamá con hijos mayores, nos encantaría que añadieras tu percepción en los comentarios. ¿Lo harás?

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