Mis hijos no me pertenecen del todo

Cuando escojo una película o serie me inclino por aquellas que cuentan una historia de la vida real, a pesar de que por lo general los guionistas le agregan una que otra cosa que no hace parte de la historia original para atrapar la atención de la audiencia. A diferencia de esas películas, en las Sagradas Escrituras hay una historia de la vida real que no tiene necesidad de agregarle nada más para captar nuestra atención, sobre todo si somos madres.

Esta historia de una madre y su pequeño hijo, capturó mi corazón, durante mi embarazo. Tanto así que tomé el nombre de su hijo para el mío, deseando en mi corazón ser capacitada por Dios para seguir ese ejemplo de madre, que amó más al Dador de su bendición que a la misma bendición.

Si me pidieran ser guionista de esta historia para Netflix, el título que le colocaría sería: “Samuel: el que fue pedido y fue cedido”. Pero como eso no es probable que pase, es mi intención presentarles en esta publicación, una pequeña reseña y algunas enseñanzas de esta súper interesante historia, en la que una madre piadosa entendió que su hijo no le pertenecía del todo.

Ana era una mujer estéril que entendió que Dios no le había concedido tener hijos, pero que demostró ser una adoradora constante. A pesar de su aflicción, ella era intencional en buscar a Dios en oración. Las Escrituras nos cuentan que cada año, ella y su esposo subían a la casa del Señor a presentar sacrificios y a adorar.

¿Qué harías tú en su lugar?

A pesar de los “silencios de Dios” nuestra mejor decisión es seguir orando y adorando a nuestro Buen Dios mientras Él se encarga de escribir nuestro guión.

Ana hizo voto con el Señor, no exigiendo “sus derechos”, sino con una actitud de humildad, reconociendo el poder de Dios para responder a su petición. Parte de este voto consistía en que Dios le diera un hijo varón y ella se lo devolvería para que le sirviera por toda su vida.

Hasta este punto podríamos pensar que Ana estaba tan desesperada por tener un hijo que sin medir sus palabras le prometió algo a Dios que no podría cumplir una vez sostuviera en sus brazos a su bebé. ¿Te desprenderías de tu hijo, para que le sirva al Señor luego de orar por él por largos años?

Ana nos muestra cómo podemos acércanos a Dios con humildad presentando nuestras peticiones, no con la intención de ponerle un ultimátum a Dios, sino con la confianza de que Dios es poderoso y soberano para responder nuestras oraciones si es Su voluntad.

Dios escuchó la oración de Ana y le concedió por gracia su petición. Ella dio a luz a un hijo, al cual le puso por nombre Samuel. Esto nos permite inferir que en los planes de Dios ya se encontraba la vida de Samuel.

Dios nos escucha y responde a nuestras oraciones conforme a Su voluntad y a Su tiempo. Dios escogió el año, el mes, el día y la hora en que nació Samuel. Así también sucedió con nuestros hijos, Él mismo los formó. (Salmos 139:13,16).

Si lees el versículo 22 y eres como yo (que antes de ver el final de una serie comienzo a sacar mis propias conclusiones), dirías que: “Yo lo sabía, Ana no quiere desprenderse de Samuel”. “Era lógico, cómo una madre entregaría a su único hijo y tan pequeño”, “Yo haría lo mismo, me quedaría con mi hijo, Dios lo entenderá”.

Antes de seguir haciendo conjeturas sigamos leyendo la Biblia. Esto solo nos deja ver que tenemos mucho que aprender de Ana, ella se dedicó a su hijo en esta etapa de apego y lactancia.

Las siguientes palabras de Ana lo dicen todo:

“Yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida.”

“Lo llevaré para que se presente delante del Señor y se quede allí para siempre.”

“Todos los días de su vida estará dedicado al Señor.”

¿Eres consciente de que la vida y el futuro de tus hijos le pertenecen al Señor?

Ana entendía que Samuel era una bendición del cielo, pero su amor por Aquél que bendice era mayor que la bendición recibida. Eso le dio la valentía para confiar la vida de Su hijo en las manos del Señor.

Ana no sabía sí Dios se le revelaría a su hijo, pero ella hizo su parte, por fe lo apartó para Él. Este testimonio nos anima a tener una disposición gozosa de orar para que nuestros hijos sean siervos del Señor, aún desde la etapa de embarazo. Querida mamá, ¡nunca es demasiado pronto para orar por la salvación de nuestros hijos!

Ustedes se preguntarán ahora: ¿Si ofrezco mis hijos al Señor serán salvos? ¿Si soy una madre piadosa como Ana mis hijos tendrán la garantía de ser apartados por Dios para salvación y para el ministerio? La respuesta es no y no. Ana entendía que su hijo (al igual que los nuestros), era un pecador en necesidad de un Salvador. La Palabra de Dios en Romanos 3:11 dice que, no hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que busque a Dios.

Dios llamó a Samuel mientras servía en Su templo. Esto nos debe motivar a promover y animar a rodear a nuestros hijos del pueblo donde habita Dios: su iglesia. Nuestro Buen Padre puede por gracia y misericordia abrir sus oídos y hacerlos sensibles a Su voz.

Debemos ser intencionales en involucrar a nuestros hijos con el cuerpo de Cristo incluso desde que son bebés. Querida mamá, ¡nunca es demasiado pronto para llevar a tus hijos a la iglesia!

Aunque seamos padres cristianos nuestros hijos necesitan tanto el Evangelio como cualquier otro pecador. No sabremos cuántas veces nuestros hijos deberán escuchar el Evangelio, nuestra responsabilidad es exponerlos a la Verdad de Su Palabra. Hasta que no crean por fe en la obra de Cristo, no pueden ser llamados hijos de Dios. ¡La fe no se hereda!

Si Dios te concede ser madre luego de largos años de espera, ¿le devolverías ese regalo en un acto de rendición a Dios? ¿Entregarías tus hijos por causa de los propósitos eternos de Dios?

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Sobre el autor

Yuliana Fragozo Bermúdez

Yuliana Fragozo Bermúdez

La gracia y la misericordia de Dios la alcanzó cuando se encontraba sedienta buscando agua en un pozo. Esa misma gracia inmerecida le permitió casarse con Andrés Aguilar, quien es uno de los pastores fundadores de la Iglesia Cristiana Vida … leer más …


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