Un legado de vida

La Gran Comisión es un tema fundamental de nuestra vida como cristianas, sin embargo, no sé si te pasa a ti, pero cuando escucho este término me asusta un poco porque pienso que debo salir a las calles con un megáfono o algo así y realmente no soy una persona que se sienta cómoda subiendo a un banquito en una plaza y proclamando a gritos que Cristo es Rey y que no hay salvación fuera de Él. 

Me encantaría tener ese valor para ir al Zócalo de la Ciudad de México, donde pueden reunirse hasta 339,300 personas, y proclamar mi fe, pero aún lucho con el «qué dirán» y el temor de ser abucheada o incluso arrestada por causar alboroto. Reconozco que quizá aún me falta amar más como Cristo para pensar en los otros antes que en mi comodidad. Sin embargo, a pesar de que sigo siendo una obra imperfecta, el Señor en Su Palabra me alienta a saber que esta gran tarea puedo llevarla a cabo en mi día a día de una manera distinta y que refleja mi diseño como mujer mientras me dejo moldear por Él y me dará el valor para salir a las plazas algún día.

Al reflexionar acerca de la Gran Comisión no puedo solo pensar en la proclamación a grandes multitudes, sino que me llama a pensar más allá en el llamado que esta implica: a enseñar a obedecer los mandatos del Señor. 

Desde la segunda ley hasta los proverbios (Dt. 6:6-7, Prov. 22:6), se nos insta a enseñar, es decir a instruir, modelar, señalar, y transmitir conocimientos. Pablo dice a Tito que las ancianas deben ser maestras del bien y de la Palabra, me alegra que esto tenga que ver con la tarea principal de nuestra vida cristiana. 

Somos llamadas como mujeres a ser maestras del bien, a enseñar a otras los principios y estatutos de Dios para que podamos obedecerlo y conocerlo mejor. Podríamos decir que debemos enseñar a aquellos a los que les hemos proclamado la verdad del evangelio con la Palabra de Dios, pero no solo sentadas en aulas frente a libros de estudio, sino modelando y mostrando el impacto de estas verdades en nuestra propia vida de modo que exclamen como está escrito en Deuteronomio 4:6-7: 

«Ciertamente esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente.Porque, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella como está el Señor nuestro Dios siempre que lo invocamos?». 

No sé qué te suena más aterrador, salir y proclamar el evangelio ante desconocidos o invitar a las hermanas de tu iglesia a conocer íntimamente tu vida. El hecho es que tenemos una hermosa oportunidad y una gran responsabilidad de proclamar el evangelio en nuestra iglesia local, pero gloria a Dios que para esta tarea todas hemos sido llamadas, equipadas y diseñadas por Él para darlo a conocer y exaltarlo.

No todas tendremos una plataforma para proclamar el evangelio a cientos de personas, pero todas tenemos la oportunidad de impactar vidas a través de nuestra vida diaria, enseñando y modelando la bendición de vivir en obediencia y rendición a Cristo.

Este mandato de Tito 2 se expresa diferente en cada etapa de la vida. Como sabemos, hemos sido creadas para ser ayuda idónea y dadoras de vida. A pesar de la caída, y gracias a la redención en Cristo, nuestro diseño original ha sido restaurado en nosotras; a través del Espíritu que mora en ti y en mí, podemos reflejar el carácter de Cristo, enseñando obediencia y rendición a nuestro Padre mediante el ejemplo de una vida transformada por la Palabra de Dios.

Me encanta cómo nuestro Señor, a través de Pablo en su carta a Tito, nos da instrucciones más precisas sobre cómo podemos ser esas maestras del bien. Nos enseña el carácter que debemos modelar y cómo debemos transmitirlo a las generaciones venideras con nuestras vidas. En esta carta, en el capítulo dos, podemos ver detalladamente cómo debe lucir la vida de una mujer que vive de manera contraria a la cultura del mundo. En este caso, Pablo describe cómo las ancianas de la iglesia en Creta debían destacarse por su fe y conducta, contrastando con las mujeres que no habían creído en Jesús.

«Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada». -Tito 2:3-5

Dios nos da esta tarea y nos equipa, permitiéndonos reflejar que nuestro Dios es un Dios relacional. Este atributo, presente en nosotras, facilita el discipulado de las generaciones a través de nuestra presencia en sus vidas. Desarrollamos relaciones cercanas y significativas, cuidando de ellas, fomentando la unidad y caminando juntas en una relación honesta, real y auténtica. Esto nos lleva a relacionarnos de manera personal, experimentado a Cristo, animándonos mutuamente, orando y aprendiendo más de Él. Dios nos diseñó para seguir el modelo de discipulado que Jesús mismo nos mostró con Sus discípulos.

Sí, Jesús habló a las multitudes, pero también se rodeó de un grupo cercano, con el que desarrolló una relación íntima y personal. Tomó a un pequeño grupo, Sus doce discípulos y compartió con ellos Su vida cotidiana: comió, viajó, oró y les enseñó con paciencia. Cuando no entendían Sus parábolas, se las explicaba en privado. Les modeló cómo vivir agradando al Padre y cumpliendo Su voluntad, cómo acudir a Él en momentos de angustia o cómo pasar tiempo con Él cada día. Les permitió verlo retirarse para orar, revelándoles Su total dependencia al Padre en todo momento; también se mostró vulnerable cuando, en medio de Su angustia y esperando lo que vendría en Getsemaní, les pidió que le acompañaran a orar.

Jesús nos dejó claro que el legado de nuestra vida es enseñar a otras a caminar con Él, y que esto no solo consiste en reunir multitudes y llamarlos a aprender la Palabra, algo que es muy importante y básico en la vida cristiana, sino que también nos modeló qué hacer discípulos implica ser amigos, caminar juntos, compartir la vida y, en ese proceso, modelar la obediencia práctica a nuestro Dios.

«Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». -Mateo 28:19-20

El modelo del discipulado de Jesús implica un compromiso profundo con aquellos a quienes discipulamos: 

«Ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.Y a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén». -Efesios 3:18-21

Se trata de vivir, experimentar y palpar a Cristo en nuestras vidas, proclamando con nuestra vida, de generación en generación, el amor de Dios entre Sus hijos. Que, a través de este amor y el temor que surge al conocer Su santidad, deidad y poder, aquellas a nuestro alrededor abracen la verdad de nuestra necesidad de salvación y el amor que Él derrama sobre nosotras, dándonos una nueva identidad y una nueva vida para Su gloria y nuestro regocijo.

Como mencionaba, Deuteronomio 6:6-7 nos insta a que Su palabra, Sus estatutos y mandamientos estén profundamente guardados en nuestro corazón, y que los repitamos a nuestros hijos e hijas espirituales. Debemos compartirlos en todo momento: «cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (v. 7). En todo tiempo, la clave es estar cerca y presentes.

El fundamento de nuestro impacto en las generaciones futuras debe ser la Palabra de Dios, no nuestra experiencia, ni nuestros sentimientos, sino Su Palabra viva en nosotras. Debemos enseñar a otras a amarlo, obedeciendo Sus instrucciones, para vivir una vida que le honre.

Discipular es caminar de la mano, invertir en sus vidas, escudriñando la Escritura y viendo su transformación en nosotras. Mientras más nos acerquemos a la Palabra de Dios y experimentamos su impacto en nuestra vida, más seremos un reflejo de Su verdad, enseñando el bien a todas las personas que nos rodean. 

¿Estás dispuesta a caminar junto a las nuevas generaciones e impactar sus vidas con lo que Dios está haciendo en la tuya cada día? ¿Será tu legado reflejar el amor de Cristo a través de vivir y compartir Su evangelio?

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Sobre el autor

Myrna Ortiz

Myrna es de la Ciudad de México, donde también reside y ha sido testigo de lo que el Señor hace en esa gran y concurrida ciudad. A través del servicio a las mujeres en su iglesia local, Myrna aprendió a … leer más …


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