
Sed agónica, agua viva: la palabra de agonía
Débora: ¿Hay alguna situación difícil, realmente difícil, que estás enfrentando? Nancy DeMoss Wolgemuth te recuerda que Jesús puede identificarse.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Escucha, no hay nada que tú y yo podamos experimentar alguna vez en el ámbito físico, emocional, espiritual, relacional o psicológico, nada que experimentemos en el ámbito del sufrimiento que Jesús no haya participado en nuestro nombre.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Escoge agradecer», en la voz de Patricia Saladín. Hoy, 14 de abril de 2025.
«Tengo sed». Estamos a punto de escuchar que esta frase no es solo una petición de una bebida. Es una declaración profunda. Nancy continúa en la serie «Incomparable».
Nancy: Mientras hemos estado considerando las siete palabras de Cristo en la cruz, los sufrimientos de Cristo están llegando a su fin. Ha pasado por su agonía más intensa, ese período de gran oscuridad …
Débora: ¿Hay alguna situación difícil, realmente difícil, que estás enfrentando? Nancy DeMoss Wolgemuth te recuerda que Jesús puede identificarse.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Escucha, no hay nada que tú y yo podamos experimentar alguna vez en el ámbito físico, emocional, espiritual, relacional o psicológico, nada que experimentemos en el ámbito del sufrimiento que Jesús no haya participado en nuestro nombre.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Escoge agradecer», en la voz de Patricia Saladín. Hoy, 14 de abril de 2025.
«Tengo sed». Estamos a punto de escuchar que esta frase no es solo una petición de una bebida. Es una declaración profunda. Nancy continúa en la serie «Incomparable».
Nancy: Mientras hemos estado considerando las siete palabras de Cristo en la cruz, los sufrimientos de Cristo están llegando a su fin. Ha pasado por su agonía más intensa, ese período de gran oscuridad durante tres horas, desde el mediodía hasta las tres de la tarde.
Ha sido condenado y abandonado por Su Padre, no porque haya hecho algo para merecer esto, sino porque Él se hizo pecado por nosotros. Él estaba colgado allí en aquella cruz en nuestro lugar, muriendo la muerte que nosotros merecíamos.
En la última sesión, consideramos el cuarto clamor desde la cruz, pronunciado allí a las tres de la tarde, en la etapa más abrumadora del sufrimiento y la agonía de Cristo en la cruz, cuando clamó: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27:46). Ahora los tres últimos clamores siguen a este en rápida sucesión. Hoy queremos ver la quinta y la más corta de las siete palabras que Jesús pronunció desde la cruz.
Permíteme invitarte a buscar en tu Biblia el Evangelio de Juan, el capítulo 19. Comenzando a leer en el versículo 28:
«Después de esto, sabiendo Jesús que todo ya se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí una vasija llena de vinagre [o como dicen algunas de sus traducciones, “de vinagre de vino”]. Colocaron, pues, una esponja empapada del vinagre en una rama de hisopo, y se la acercaron a la boca. Entonces Jesús, cuando hubo tomado el vinagre, dijo: “¡Consumado es!”. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu»(vv. 28-30).
Hoy queremos considerar estas palabras: «Tengo sed». En griego en realidad es una palabra de dos sílabas. La palabra anterior: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», fue un clamor de angustia espiritual. Esta palabra es un grito de angustia física. Como dice Oswald Sanders en el libro El Cristo Incomparable: «Aquel que comenzó su ministerio con hambre persistente (allí en la tentación del desierto) lo está concluyendo con una intensa sed».
Permítanme hacer varias observaciones sobre la sed de Jesús, esta palabra que pronunció desde la cruz y algo de lo que quizás implicó. En primer lugar, está el evidente agudo sufrimiento físico. En las últimas veinticuatro horas, Jesús había estado en el Huerto de Getsemaní:
- Había sudado grandes gotas de sangre allí en el huerto mientras oraba afligido a su Padre celestial.
- Había pasado por varios juicios injustos, fue llevado de un líder a otro, y en cada uno de los juicios involucró tormento físico y latigazos.
- Había pasado por la crucifixión.
- Había perdido muchos fluidos corporales: sudor y sangre.
La deshidratación intensa es uno de los efectos de la crucifixión. De hecho, la sed intensa, si lo piensas bien, es realmente una de las peores formas de angustia física.
Por eso Él clama, no por hambre, sino por Su sed. Es sorprendente, cuando lo piensas, que el Creador de los océanos, los ríos y la lluvia, Aquel que envió un diluvio para cubrir la tierra, Aquel que hizo brotar agua de una roca para los sedientos hijos de Israel, ahora estuviera sediento y necesitando agua desesperadamente.
Creo que esta palabra es para nosotras una dulce y preciosa evidencia de la humanidad de Jesús. Hemos hablado de eso a lo largo de la serie, el hecho de que Él era completamente Dios, pero también el hecho de que Él era completamente hombre. Él soportó y experimentó todas las debilidades y limitaciones de nuestra humanidad, pero sin pecado.
A Dios no le da sed. Pero como Dios en carne humana, Jesús tuvo sed. Él tenía que experimentar plenamente todas las debilidades de nuestra humanidad. Desde su nacimiento hasta su último aliento, Él compartió nuestra humanidad, se identificó con nosotras, entró en nuestros sufrimientos y Hebreos 2 nos dice que fue para poder ser un «sumo sacerdote misericordioso y fiel»(v. 17).
Escucha, no hay nada que tú y yo experimentemos jamás en el ámbito físico, emocional, espiritual, relacional o psicológico, nada que experimentemos en el ámbito del sufrimiento que de alguna manera Jesús no participó en nuestro lugar.
Así que, cuando sufrimos, incluso en áreas muy físicas y prácticas de necesidad y privación, tenemos un gran Sumo Sacerdote que ha estado allí antes que nosotras, que sabe, que comprende, que es compasivo y misericordioso y que puede ayudarnos en nuestro momento de necesidad. ¡Alabado sea el Señor!
Ahora, ya le habían ofrecido un trago de mirra y hiel a Jesús. Era una poción sedante para aliviar el dolor. Pero como recordarán, Él había rechazado esa bebida para poder estar en pleno dominio de Sus sentidos, o en pleno uso de Sus facultades, para experimentar la copa llena de sufrimiento que Dios le dio, que incluía la sed, para experimentar toda esa gama de sufrimiento, para poder pagar plenamente el precio de nuestro pecado. Él rechazó ese primer trago porque Él quería mantener Su mente clara, para poder meditar en las Escrituras y orar. Él se negó a calmar el dolor.
Quiero aprovechar aquí para decir algo: hay cosas que podemos tomar para mitigar el dolor, que pueden hacernos sentir mejor. No creo que haya nada malo en ello. Pero, ¿no amas a un Salvador que rechazó cualquier tipo de paliativo para poder soportar plenamente todo el sufrimiento, cada gota de ese sufrimiento, por nosotras? Él rechazó ese sedante, esa primera copa que se le ofreció.
Ahora que Sus sufrimientos estaban casi llegando a su fin, ahora que casi había terminado de beber la copa de la ira de Dios, aceptó el vino agrio que le ofrecieron. Ese vino agrio habría sido un vino barato, común en la época, que era usado por la gente común y los soldados lo bebían mucho.
Así que, probablemente habría estado allí, al pie de la cruz. Era un vino muy diluido con agua, por lo que podía calmar eficazmente la sed. Con esa bebida humedeció sus labios, lo que le permitió lanzar un último grito triunfante antes de morir. Incluso tomar esa bebida, en parte fue para permitirse cumplir el resto de Su misión allí en la cruz.
Es interesante para mí, que Jesús no clamó por su sed hasta muy cerca del final de su sufrimiento. No es porque no tuviera sed antes. Estaba sediento. La Escritura nos dice eso y lo veremos en un momento. Pero me dice que Él no estaba obsesionado con las necesidades físicas de Su cuerpo mientras estaba sufriendo allí en la cruz.
Él está más bien preocupado (como lo hemos visto con las otras palabras) por las necesidades de los demás. Estaba enfocado en la naturaleza espiritual de esta batalla. El hecho de que estaba siendo ofrecido como sacrificio por el pecado.
Luego, vemos una hermosa demostración de autocontrol en el hecho de que Él no menciona siquiera Sus sufrimientos físicos, hasta el final. Solo una vez durante esas seis insoportables horas en la cruz, Él clamó acerca de Su sufrimiento físico. Y cuando lo hizo, fue en cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento y de acuerdo con la voluntad de Su Padre. De lo contrario, a lo largo de todas esas horas, no hay evidencia de Su clamor pidiendo alivio, ni hay evidencia de queja, solo sufrimiento en silencio.
Leí a un comentarista del siglo XIX que tenía esta manera curiosa de describirlo. Él dijo:
«¡Con qué facilidad nos hacen llorar! ¡Qué irritables y malhumorados nos volvemos ante las pequeñas molestias! Se supone que un dolor de cabeza, un dolor de muelas, un resfriado o cualquier otra cosa leve es justificación suficiente para perder todo autocontrol y hacer que todos en casa se sientan incómodos».1
Él no tenía comida, no tenía sedantes, ni agua, ni alivio para los apetitos y necesidades humanas. Además del sufrimiento de estar separado de la comunión con el Padre. ¡Él hizo todo por mí, por ti y por nosotros! A menudo estoy concentrada en las necesidades y antojos de mi carne, a tal punto que con una sola punzada de hambre ya siento que me voy a desmayar.
Todos los que están cerca de mí necesitan saberlo. He estado en ayunas durante veinte minutos y ya no puedo soportarlo. Siempre buscando y exigiendo formas de satisfacer mis necesidades y mis antojos. Tengo tanta dificultad para negarme a mí misma por solo unos minutos, unos momentos. Pero aquí está Jesús, el Cristo incomparable, perseverando con dignidad y dominio propio.
Ahora, creo que este clamor de sed era más que una simple expresión de angustia física. Fue eso, claro, pero creo que hubo más que eso. En primer lugar, revela el profundo respeto y reverencia que Jesús tenía por la Palabra de Dios.
Puede que digas: «¿Tengo sed? ¿Cómo revela eso el profundo respeto y reverencia que Jesús tenía por la Palabra de Dios?». Bueno, mira Juan capítulo 19, versículo 28: «Después de esto, sabiendo Jesús que todo ya se había consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”». Él lo dijo para que se cumpliera la Escritura.
Numerosas profecías del Antiguo Testamento ya se habían cumplido en el transcurso de la vida y el ministerio terrenal de Jesús. De hecho, todas las profecías se habían cumplido excepto una. Esa profecía se encuentra en el Salmo 69. Es un salmo mesiánico (así que permíteme animarte a que tomes un tiempo para leer el Salmo completo)
Ese salmo mesiánico nos da una descripción gráfica de la pasión de Cristo, de los sufrimientos del Mesías. Así que déjame leerte solo algunos versículos de ese salmo.
Versículo 4:
«Más que los cabellos de mi cabeza son los que sin causa me aborrecen; Poderosos son los que quieren destruirme, sin razón son mis enemigos».
¿Te suena como lo que sufrió Jesús? Es un salmo mesiánico, una profecía de su sufrimiento.
Versículo 9:
«Porque el celo por Tu casa me ha consumido, y los insultos de los que te injurian han caído sobre mí… La afrenta ha quebrantado mi corazón, y estoy enfermo; esperé compasión, pero no la hubo; busqué consoladores, pero no los hallé» (vv. 9, 20).
Abandonado. Completa y absolutamente solo y abandonado. Todas esas predicciones se habían cumplido. Pero hay una profecía en este pasaje que aún tenía que cumplirse.
Salmo 69 versículo 3:
«Cansado estoy de llorar; reseca está mi garganta…».
Versículo 21:
«Y para mi sed me dieron a beber vinagre».
La profecía del Mesías sufriente, escrita cientos de años antes: sediento, clamando, recibiendo vinagre para beber. Hay un pasaje similar en el Salmo 22 al que hemos hecho referencia anteriormente en esta serie, otro salmo mesiánico profético.
Versículo 14:
«Soy derramado como agua, y todos mis huesos están descoyuntados; mi corazón es como cera; se derrite en medio de mis entrañas. Como un tiesto se ha secado mi vigor, Y la lengua se me pega al paladar; Me has puesto en el polvo de la muerte» (vv. 14-15).
Esas eran profecías del Antiguo Testamento que Jesús conocía. Estaba familiarizado con ellas. Había estado meditando sobre ellas. Sabía que hablaban de Él. Anhelaba que se cumplieran. Tenía la intención de que se cumplieran. Toda profecía que alguna vez se haya hablado acerca de Él debía cumplirse. Toda la Palabra de Dios debía cumplirse. Por eso Él clama: «Tengo sed», a fin de que se cumplieran estas Escrituras.
Qué increíble imagen de Jesús honrando la Palabra, y Su supremo cuidado de que se cumpliera, de que se obedeciera, y de que Él se sometiera a ella. Al reflexionar, pienso sobre la atención que Jesús dio a ese pequeño detalle de la Escritura.
En primer lugar, ¿cuántas de nosotras habríamos siquiera conocido ese detalle de las Escrituras, mucho menos habríamos pensado en ello en ese momento, y mucho menos nos habría importado lo suficiente como para, en medio de un dolor insoportable, hacer el esfuerzo de alzarse en la cruz para poder pronunciar esas palabras después de una tortura y una agonía indescriptibles, luchando por respirar, para decir esas palabras y asegurarse de que se cumpliera una pequeña frase de la Palabra de Dios?
- ¿Amamos la Palabra de Dios de esa manera?
- ¿La honramos de esa manera?
- ¿Estamos así de familiarizadas con ella?
- ¿Meditamos en ella?
- ¿La hemos memorizado?
- ¿La recordamos en nuestros sufrimientos?
Cuando digo: «Tengo sed; tengo hambre», y me quejo de mis circunstancias, no lo digo para cumplir las Escrituras. Lo digo para satisfacer mi carne. Jesús lo dijo no para satisfacer Su carne, sino para cumplir las Escrituras.
- ¿Me importa que la Palabra de Dios sea honrada en medio de mi sufrimiento?
- ¿Me importa mostrar el carácter de Dios cuando sufro?
Cuando la Palabra de Dios en 1.ª Pedro capítulo 5, versículo 7 dice: «Echando toda su ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de ustedes», ¿me importa que la forma en que respondo a la presión muestre al mundo cómo es que se cumpla ese pasaje?
Cuando la Palabra de Dios dice que «Den gracias en todo» (ver Fil. 4:6), ¿doy gracias, solo porque es lo correcto, o también porque quiero que otros vean la Palabra de Dios cumplida a través de mi vida?
Me da convicción solo el hecho de pensarlo. La reverencia, el respeto, el honor por la Palabra de Dios que vemos. Él lo dijo para que se cumpliera la Escritura.
Ser como Cristo es tener ese mismo corazón, ese deseo de que cada palabra de Dios se cumpla en y a través de nosotras. En este clamor: «Tengo sed», veo también, y nuevamente, más allá de la sed física, una imagen de la sed espiritual, una imagen de Jesús anhelando esa restauración de la comunión con su Padre que Él había sacrificado por nosotros.
Me recuerda un pasaje del Salmo 42, los versículos 1 y 2. Quizás Jesús estuvo pensando en este salmo durante esas horas.
«Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por Ti, oh Dios, el alma mía».
¿Recuerdas cuál fue la palabra anterior de la cruz? «Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?». Entonces, al decir «tengo sed», claro que estaba ahí la dimensión física. Pero también estaba diciendo: «Tengo sed de ti, oh Dios. Te deseo. No quiero Tus regalos. No quiero Tus bendiciones. Te deseo más que a cualquier otra cosa en este mundo».
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?»(Sal. 42:2).
«Oh Dios, anhelo tu presencia. Anhelo volver a tener comunión contigo. Anhelo estar contigo como lo hemos estado por toda la eternidad pasada y como lo estaremos por toda la eternidad futura». Existe esta sed, este anhelo de la presencia de Dios, de Su presencia dulce, refrescante, que sacia y llena, sabiendo que nada más en esta tierra o en el cielo puede saciar la sed de nuestras almas como Dios mismo.
También veo en este clamor: «Tengo sed», que Jesús estaba soportando por nosotros los tormentos del infierno. Por supuesto, uno de los tormentos del infierno que Él soportó fue la separación de Dios. En esas horas, Jesús soportó una eternidad de separación de Dios. Tan feroz fue el juicio del Padre derramado sobre Él. Pero otro tormento del infierno del que leemos en las Escrituras es una sed insaciable.
Recuerdas en Lucas 16 la parábola del hombre rico y Lázaro que Jesús contó. Había un hombre rico en el infierno. Le rogó a Abraham que enviara a Lázaro, un hombre pobre al que había despreciado y que no le había importado, para que Lázaro mojara su dedo en agua y refrescara su lengua reseca en el infierno. Solo una gota de agua. Sed insoportable.
Cuando Jesús clama:«Tengo sed», refleja la angustia de su alma al probar los fuegos del juicio del infierno por toda la humanidad.
Mi amigo Krummacher, del siglo XIX, cuyo libro El Salvador Sufriente he citado muchas veces en esta serie, habla del sufrimiento vicario de la maldición por Jesús. Él dice:
«[Jesús] probó, en la medida de lo posible, todos los tormentos de los condenados. Para evitarnos, a los pecadores, la sed de una infinita ausencia de consuelo, ¡Él se sometió a tal tormento en Su capacidad de mediador!».
Como nuestro mediador, como nuestro representante, soportó esa infinita ausencia de consuelo, esa infinita sed profunda, esos insaciables fuegos del infierno, para que nosotros no tuviéramos que soportarlos. Luego continúa diciendo:
«¡Oh qué pozo de consuelo nos ha abierto con Su sed!»
Él soportó una sed intensa para que nuestra sed fuera aliviada, para que fuera saciada. Lees esto una y otra vez en las Escrituras. Recuerda lo que Jesús le dijo a la mujer samaritana:
«Jesús le respondió: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”»(Jn. 4:13-14).
Juan capítulo 7:
«Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz: Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba. Él que cree en Mí, como ha dicho la Escritura: “De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva”» (37–38).
El último capítulo de la Biblia dice, en Apocalipsis 22: «Y el que tiene sed, venga: y el que desee, que tome gratuitamente del agua de la vida» (22:17).
Como dijo un poeta: «Sufrió sed en el monte del Calvario para que nuestros corazones sedientos se saciaran».
¿Puedo simplemente recordarte que Él es el único que puede saciar la sed más profunda de tu corazón, que tu sed nunca será satisfecha con nada ni nadie que no sea Jesús? Así que hoy, déjame pedirte que vengas a Jesús. Ven a Aquel que dijo: «Tengo sed». Saca tu copa y di: «Señor, llena mi copa. Sacia mi sed». Él lo hará.
Te damos gracias, oh Señor, por todo lo que soportaste por nosotras. No somos dignas. Debíamos haber sido nosotras las que hubiéramos dicho: «Tengo sed». Pero Tú soportaste esos tormentos insaciables del infierno, esa aguda sed física, la aguda sed de separación de Tu Padre, para que nosotras pudiéramos ser llenas de agua viva. Oh Señor, gracias, gracias. Amén.
Débora: Sin lugar a duda, estas dos palabras que Cristo pronunció desde la cruz: «Tengo sed», fueron vastas y profundas. Nancy DeMoss Wolgemuth te ha mostrado por qué. Este mensaje es parte de una serie titulada «Incomparable», la cual explica quién es Jesús y lo que Él ha hecho a favor de los Suyos. Puedes escuchar los episodios anteriores de esta serie en AvivaNuestrosCorazones.com o en la aplicación Aviva Nuestros Corazones.
Y estamos por llegar casi al final, pero queremos animarte a adquirir el libro que acompaña esta serie titulado, «Incomparable: 50 días con Jesús». Este es un recorrido de cincuenta días, inspirado en el clásico libro de Oswald Sanders, «El Cristo incomparable». Con este recurso serás guiada a explorar la singularidad de la vida, el impacto y las enseñanzas del Señor Jesús.
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¿Cuál fue la palabra más importante jamás pronunciada en la historia de la humanidad? Nancy dice que esa palabra fue proclamada por Jesús en la cruz. Mañana ella te dirá cuál fue. Por favor regresa con nosotras aquí, a Aviva Nuestros Corazones.
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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