Tres razones para perdonar de manera radical, con Erin Davis
Débora: Aquí está Erin Davis.
Erin Davis: Hace un tiempo tomé un vuelo sola. Para que te hagas una idea, soy de esas personas que, en cuanto se sientan, bajan la mirada. Me pongo los audífonos, no porque esté escuchando algo importante, sino porque no quiero conversar con la persona que se siente a mi lado.
Sé que esto puede parecer grosero o distante, pero no es mi intención. Simplemente bajo la cabeza. Aunque tengo que admitir que esa postura me deja con dolor de cuello.
Así que, básicamente, trato de comunicar con mi lenguaje corporal: «No estoy interesada en hablar». Pero en ese vuelo en particular, la mujer que se sentó a mi lado no captó el mensaje.
Yo estaba leyendo un libro cristiano —ni siquiera recuerdo cuál era— cuando ella inició una conversación y me preguntó sobre el libro. Le respondí con frases …
Débora: Aquí está Erin Davis.
Erin Davis: Hace un tiempo tomé un vuelo sola. Para que te hagas una idea, soy de esas personas que, en cuanto se sientan, bajan la mirada. Me pongo los audífonos, no porque esté escuchando algo importante, sino porque no quiero conversar con la persona que se siente a mi lado.
Sé que esto puede parecer grosero o distante, pero no es mi intención. Simplemente bajo la cabeza. Aunque tengo que admitir que esa postura me deja con dolor de cuello.
Así que, básicamente, trato de comunicar con mi lenguaje corporal: «No estoy interesada en hablar». Pero en ese vuelo en particular, la mujer que se sentó a mi lado no captó el mensaje.
Yo estaba leyendo un libro cristiano —ni siquiera recuerdo cuál era— cuando ella inició una conversación y me preguntó sobre el libro. Le respondí con frases cortas, aferrándome a mi plan de mantenerme al margen… pero ella insistió. Así fue como terminé teniendo una de las conversaciones más profundas de toda mi vida.
Débora: ¿Quieres saber lo que pasó después? ¡Quédate con nosotros!
Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Escoge perdonar», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 1 de agosto de 2025.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El perdón es el centro de todo lo que defendemos como cristianos. No habría evangelio si no fuera por el perdón. Pero el perdón también puede ser difícil.
Erin Davis compartió lo mismo en su programa de radio The Deep Well (El pozo profundo), que es producido por Revive Our Hearts. Me pareció un programa tan bueno que quise compartirlo con nuestra audiencia en Aviva Nuestros Corazones.
Ahora volvamos a la historia de Erin sobre la mujer sentada a su lado en el avión. Estamos a punto de descubrir qué tiene que ver esta historia con la verdad de perdonar. Aquí está Erin.
Erin: Esta mujer era creyente y esposa de pastor. Me compartió la historia del asesinato de su esposo. Te ahorraré los detalles… aunque ella no lo hizo conmigo. Fueron descripciones gráficas y horribles.
Estaba en ese vuelo porque había viajado para asistir al juicio en el que se dictaría sentencia al hombre acusado de matar a su esposo. Su propósito era estar frente a él, mirarlo a los ojos y decirle —con el corazón en paz— que lo perdonaba. Era una mujer frágil, de cabello canoso, probablemente de unos setenta años, y se notaba que la batalla que había enfrentado había dejado marcas en ella. Yo no sabía qué decir.
En realidad, ella no buscaba respuestas de mi parte, sino que simplemente compartía su historia de la forma más amable y sincera. De vez en cuando se secaba las lágrimas de los ojos. Sentí que debía decir algo, así que me di la vuelta, la miré a los ojos y le dije: «¿Son ciertas las promesas de Dios?».
Yo necesitaba saberlo. Necesitaba saber si lo que Dios dice en Su Palabra —eso de que está cerca de los quebrantados de corazón— era verdad (ver Salmo 34:18). Porque su corazón estaba roto, y no había forma de que volviera a ser el mismo.
Necesitaba saber si Dios realmente podía darle la fuerza, por medio de Su Espíritu Santo, para dar un paso tan difícil… uno que, sinceramente, yo ni siquiera podía imaginar que alguien fuera capaz de dar. Y necesitaba saber —de verdad necesitaba saber— si era posible perdonar a alguien por una ofensa tan horrible.
Esa mujer no dudó ni un segundo. Me miró y me dijo: «¡Todas y cada una de ellas!». Desde entonces, he pensado en ella un millón de veces. Y creo que es porque, en muchas ocasiones, yo también he estado frente a la decisión de perdonar o no a alguien que me ha herido.
Y no te alarmes. No creo que me hayan herido más que a cualquier otra persona, pero lo cierto es que los pecadores pecamos, ¿verdad? Y muchas veces, lo hacemos unos contra otros.
El perdón no es una lucha exclusiva de quienes seguimos a Cristo. Estoy convencida de que todo ser humano, en algún momento, ha sido herido, traicionado, ofendido, maltratado o abusado. Todos, sin excepción, tenemos que decidir qué vamos a hacer con ese dolor: si lo dejaremos consumirnos por dentro o si escogeremos perdonar.
Ahora bien, aunque el acto de perdonar puede ser universal, la razón por la que lo hacemos es completamente distinta para quienes estamos en Cristo. Entonces, la forma en que perdonamos es bastante universal, pero la razón por la que perdonamos es claramente diferente para aquellas de nosotras que estamos en Cristo.
Hoy quiero compartir contigo tres razones radicales para perdonar de forma radical.
Y sí, lo dije dos veces a propósito: radical. Porque el tipo de perdón al que Dios nos llama realmente lo es. Y las razones por las que podemos perdonar, también lo son.
Así que aquí va la primera razón. Puedes perdonar radicalmente porque has sido perdonada de manera radical. Escucha lo que dice Efesios, capítulo 4, versículos 31 y 32:
«Sea quitada de ustedes toda amargura, enojo, ira, gritos, insultos, así como toda malicia» (v. 31).
Puedes buscar estas palabras en el diccionario si quieres, pero no hace falta. Tampoco necesitas explorar los idiomas originales. La palabra «toda» aquí significa exactamente eso: toda. Pablo dijo: «Quita toda tu amargura», y eso es justamente lo que quiso decir: toda.
Quita toda tu ira, todo tu enojo, todos tus gritos, tus insultos, tu malicia… y deshazte de ellos. El versículo 32 nos muestra la alternativa: «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo».
Aquí, en Su Palabra, Dios nos da una progresión paralela. Por un lado, la escalera descendente de la ira: amargura, enojo, gritos, calumnia, malicia. Por el otro, el contraste glorioso: amabilidad, misericordia, perdón. Pídele al Señor que mantenga tu corazón tierno.
No te quedes con el rostro endurecido y el corazón frío hacia quien te ha herido. ¿Sabes cuándo sucede eso? Cuando dejas de ver a esa persona como alguien hecho a imagen de Dios.
Sé amable de forma intencional. Porque solo después de pedirle a Dios que ablande tu corazón, y de actuar con amabilidad —aunque cueste—, podrás dar ese paso tan desafiante: perdonar.
Y hay algo crucial que debes recordar si vas a perdonar como quien ha sido perdonada: Todas somos trofeos de la gracia de Dios. Todas y cada una de nosotras. No sé si Dios tiene una vitrina de trofeos, pero si la tiene, ¡todas estamos allí por pura gracia!
Ninguna de nosotras llegó a ese lugar por mérito propio. No fue por desempeño, ni por lo mucho que nos esforzamos. Fue solo por lo que Cristo hizo por nosotras. Si pudieras ver todo lo que Dios ya te ha perdonado —de verdad, si pudieras contemplarlo en su totalidad—, creo que perdonar radicalmente te resultaría un poco más fácil. Porque quienes han sido tocadas por la gracia, inevitablemente se convierten en portadoras de esa misma gracia.
Así que, si hoy te cuesta perdonar a alguien, regresa al principio. Recuerda por qué tú fuiste perdonada. Y luego, suelta todo lo demás. Déjalo ir. Entrégalo.
La segunda razón radical para extender un perdón radical es esta: la justicia humana es limitada, pero la justicia de Dios es perfecta. A veces nos aferramos a ofensas que, si somos honestas, son pequeñas. Son heridas superficiales. Incluso, a veces, solo se trató de un malentendido.
Pero quiero que sepas que ese no es el enfoque de lo que estamos hablando aquí.
Porque, otras veces, el dolor es real, profundo, devastador. Hay quienes están escuchando este programa que han sido víctimas del pecado de otros de formas increíblemente dolorosas. Algunas han sufrido abuso por parte de personas que tenían poder o autoridad sobre ellas.
Y muchas de nosotras —quizás tú también—, cuando éramos niñas, fuimos marcadas por el pecado ajeno de una forma que distorsionó nuestra forma de pensar, de sentir, de vernos a nosotras mismas… de ver a Dios. A todas nos han mentido. A muchas nos han quitado algo que nunca podremos recuperar.
Ese tipo de heridas no desaparecen de la noche a la mañana.
Y quiero reconocer algo importante: hay un sentido legítimo de justicia cuando te enojas con alguien que ha pecado contra ti. A veces, ese enojo es la única forma en que se puede señalar que lo que ocurrió fue, en efecto, una injusticia.
Pero aquí está el problema —y lo sabemos, incluso observando nuestro propio sistema judicial: la justicia humana, aun en su mejor versión, sigue siendo imperfecta. Escuchamos frases como: «¡Quiero justicia! ¡Quiero presentar mi caso en los tribunales!».
Y a veces eso sucede. El caso llega a juicio, se dicta sentencia, parece que se ha hecho justicia.
Pero, por dentro… no sentimos el alivio que esperábamos. ¿Por qué? Porque la justicia humana no puede sanar el alma. No puede restaurar lo perdido. No puede borrar el daño. Te lo dice alguien con experiencia directa. Creo que ya estoy en la lista VIP de jurados de mi zona —estoy a punto de cumplir mi tercer mandato como jurado en mi condado.
Muchas personas que conozco nunca han sido llamadas a servir como jurado, pero a mí me siguen llamando… ¡y servimos durante seis meses!
Vivo en una zona rural de los Estados Unidos, así que supongo que no hay muchos nombres en la lista, por eso casi siempre me toca.
Pero antes de que puedas formar parte del jurado de un caso, tienes que pasar por muchas audiencias preliminares, donde se determina si calificarás o no.
Y déjame decirte algo: incluso con los mejores abogados, con los argumentos más sólidos, en el mejor día en la corte, rara vez se obtiene verdadera justicia.
Por eso, amo tanto lo que dice Deuteronomio 32:3-4. Antes de leértelo, déjame darte el contexto —porque ya sabes, cada texto forma parte de un contexto.
Este pasaje forma parte del discurso de despedida de Moisés, ese líder tan amado que había guiado al pueblo de Israel durante años, a través del desierto, en momentos gloriosos y en otros muy difíciles. Toda la nación se había reunido para escucharlo por última vez.
En el versículo 3, Moisés declara: «Porque yo proclamo el nombre del Señor; atribuyan grandeza a nuestro Dios». Y en el versículo 4 añade: «¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos Sus caminos son justos». No, no lo leí mal. Sé que suena a mala gramática —¡y lo es!—, pero también es una verdad gloriosa.
Moisés no se limitó a decir que Dios es justo —aunque ciertamente lo es—. Tampoco simplemente afirmó que Dios ama la justicia —aunque sabemos que eso también es verdad—.
Lo que Moisés hizo fue mucho más profundo: mientras suplica al pueblo que se aferre a lo que es verdad sobre Dios, declara: «[Dios] es la Roca, Su camino es perfecto y todos Sus caminos son justicia».
El versículo 4 continúa diciendo: «Dios de fidelidad y sin injusticia, justo y recto es Él». ¿Por qué era tan importante que Moisés les recordara esto?
Porque el pueblo estaba a punto de entrar en una tierra nueva, enfrentar nuevos desafíos, y vivir bajo sistemas que, aunque estructurados, no siempre serían justos.
Iban a ver injusticias. Iban a sufrir por decisiones humanas. Y lo mismo aplica a nosotras hoy.
¿Por qué necesitaba Moisés que el pueblo supiera que Dios es justo y que todos sus caminos son justicia? Bueno, porque iban a experimentar mucha justicia imperfecta, a pesar de los sistemas que habían establecido. Y eso es cierto para nosotras también.
En el discurso de Moisés hay una aplicación práctica en el área del perdón. En primer lugar, empezamos dando gloria a Dios. Escuché a alguien decir recientemente (aunque ni siquiera creo que esa persona estuviera hablando del perdón), esa persona dijo: «Si alguien te dice: “¡No pienses en un elefante rosa!”, en lo único que vas a pensar será en un elefante rosa».
Bueno, ahora mismo estoy pensando en un elefante rosa. Pero si en lugar de eso te dijeran: «Piensa en un elefante turquesa con el pelo plateado y estrellas sobre los ojos», eso es lo que vas a pensar.
Lo mismo sucede con el perdón. Si te repites: «No pienses en esa persona que te hizo daño. No pienses en lo que dijo. No pienses en la ofensa», terminarás atrapada justo ahí, en eso mismo.
Porque tu mente necesita enfocarse en algo… o, mejor dicho, en Alguien.
Entonces, cuando estés en esa lucha —¡y sí, reconozco que perdonar no es fácil!—, cuando tu corazón esté batallando, pero en lo profundo realmente deseas perdonar y no estás segura de poder hacerlo, empieza por darle gloria a Dios. Porque, en última instancia, solo tienes tres direcciones hacia donde enfocar tus pensamientos.
Opción número 1: puedes mirar hacia afuera, hacia los demás. Y seamos honestas, cuando alguien te ha herido, es difícil no pensar en esa persona. Opción número 2: puedes mirar hacia adentro, hacia ti misma —tu reputación, lo que esto te ha costado, lo mucho que duele—.Y la tercera opción: puedes mirar hacia arriba, hacia Dios.
Mientras estés atrapada, proclamando los hechos de lo que esa persona te hizo, o girando en tu propio dolor y enojo… perdonar se te hará casi imposible.
Muy pronto tú y yo tendremos la oportunidad de poner esto en práctica —¡te lo aseguro!—.
Cada vez que surja una situación en la que tengamos que perdonar a alguien, aprovechemos el momento y decidamos: «¡Voy a proclamar el nombre del Señor! Voy a exaltar la grandeza de nuestro Dios».
Así fue como empezó Moisés. ¿Por qué?
Volvamos al versículo 4: «¡La Roca! Su obra es perfecta, porque todos Sus caminos son justos; Dios de fidelidad y sin injusticia, Justo y recto es Él». Esto no es lo mismo que repetir pensamientos positivos o frases motivacionales. Esto es mucho más profundo.
Porque la obra de Dios es perfecta. Siempre lo ha sido. Siempre lo será. Tú y yo nunca tenemos que preocuparnos de que alguien se vaya a salir con la suya, porque la obra de Dios es perfecta.
Él es un Dios fiel.
No hay pecado en Él, ni puede tolerar el pecado —¡ni siquiera un poco!—. Él es justo y recto. Y por eso, tú y yo podemos soltar el martillo de nuestra justicia personal y dejar que sea el Señor quien se encargue. Su justicia será perfecta.
Ahora bien, ¿será como tú esperas? No. ¿Se parecerá siempre a lo que tú consideras justo en esa situación? Tampoco. Y gracias a Dios por eso, porque nosotras solemos mirar la justicia a través de un lente empañado por nuestro propio pecado. En cambio, la justicia de Dios es pura. Es verdadera. Es santa.
Por eso, en Romanos capítulo 12, versículos 19 al 21, Pablo escribió: «Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos…». ¿Y por qué Pablo habla en términos tan radicales? Quita toda malicia. Toda ira. Nunca tomes venganza tú misma.
Y el versículo 19 continúa: «…sino den lugar a la ira de Dios». Pablo no está diciendo que nunca hay necesidad de justicia o de venganza. Lo que está diciendo es que no es nuestro lugar ejecutarla.
Y tengo que ser honesta: si alguien tuviera que escoger entre enfrentar mi ira o la ira de Dios, definitivamente debería escoger la mía. Porque la ira de Dios será completa. Será santa. Y será justa.
Al final del versículo 19 leemos: «Porque escrito está: “Mía es la venganza, Yo pagaré”, dice el Señor». Y en el versículo 21 añade: «Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque haciendo esto, carbones encendidos amontonarás sobre su cabeza. [Pablo está citando aquí Proverbios 25:21-22.] No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien».
¿Y cómo logramos eso?
¿Cómo podemos ser amables con quienes nos han herido?
¿Cómo mostramos amabilidad a personas que siguen haciéndonos daño… y ni siquiera parecen arrepentidas? Solo hay una forma: podemos ser amables mientras confiamos en Dios, porque Él se encargará de hacer justicia.
Cuando Pablo escribió: «No seas vencido por el mal», él está diciendo: «¡No dejes que esto te consuma!». «No permitas que el mal que alguien te hizo tome el control de tu corazón. Recházalo, porque Dios es justicia».
¡Y esto es radical! ¡Te lo advertí!
Ahora, la tercera razón radical para que perdones radicalmente es a causa de la cruz. Ya hemos hablado de lo que Cristo logró en la cruz por ti: fuiste perdonada radicalmente. Pero ahora quiero que te detengas a pensar en esto: ¿qué hay de lo que Él hizo en la cruz por la persona que te hirió?
Esto, honestamente, es algo que mi conciencia lucha por comprender.
Es muy difícil aferrarse a la amargura y al enojo cuando te das cuenta de que Jesús también fue a la cruz por él o por ella. Seguramente has escuchado esa frase: «La falta de perdón es como beber veneno y esperar que la otra persona muera».
Y sí, es cierto. El resentimiento corroe el alma. Pero, aunque esa es una verdad importante, no creo que sea la razón más radical para perdonar. Ya hemos hablado de extender gracia, porque hemos recibido gracia.
Hemos dicho que podemos perdonar porque confiamos en que Dios hará justicia. Todo eso sigue siendo cierto. Pero hay una razón aún más profunda, más poderosa, más gloriosa…
La razón verdaderamente radical para perdonar es lo que Cristo logró en el Calvario.
Así que, detengámonos un momento… en la cruz.
No voy a citar los evangelios esta vez, pero escucha lo que dice Isaías 53:5-6:
«Pero él [Jesús] fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados».
Estas no son simplemente palabras bonitas de iglesia. No es solo un pasaje que leemos durante la Pascua y luego olvidamos. Son reales. Sus heridas fueron reales. Y también fue real el hecho de que fue molido por nuestras iniquidades en la cruz.
Luego, en el versículo 6, Isaías escribió:
«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros».
Eso incluye los pecados de la persona que te hirió tan profundamente.
Esos pecados fueron puestos sobre los hombros de Cristo en la cruz.
Cada pecado que ha sido cometido contra ti —y cada uno que será cometido— fue puesto sobre Cristo.
Y Él los tomó voluntariamente. Pero no terminó ahí. El precio que Jesús pagó para redimir ese pecado —o mejor dicho, para redimir al pecador que te cuesta tanto perdonar— fue altísimo.
Cristo fue arrestado por ese pecador. Cristo fue humillado por ese pecador. Cristo fue golpeado hasta sangrar por ese pecador. Y, finalmente, Cristo murió por ese pecador.
Me siento incómoda, incluso al hablar de esto. Me siento incómoda, incluso al pensar en lo que Dios soportó —por mi pecado… y por el pecado de otras personas.
Porque, cuando retenemos el perdón, lo que en realidad estamos haciendo es cometer un doble crimen espiritual.
Estamos esperando que alguien pague un precio que ya fue pagado, y que Jesús pagó con un sufrimiento profundo en la cruz. No tenemos ese derecho.
Romanos 5 nos recuerda que, por la sangre de Cristo, derramada voluntariamente en la cruz, la ira de Dios ha sido completamente satisfecha.
Y eso lo cambia todo.
Me encanta esa línea del himno de los Gettys. ¿A ti no también?
«Más en la cruz, cuando murió,
La ira de Dios Él propició
Pues mi pecado Él cargó [y puedo añadir, incluyendo los pecados cometidos contra mí]
Y por Su muerte vivo yo».
Cristo no tuvo que permanecer en la cruz ni un segundo más por la persona que estás luchando por perdonar, de lo que tuvo que hacerlo por ti. ¡Él ya se encargó de eso! Eso es lo que lo hace tan radical. Y una de las cosas más parecidas a Cristo que jamás harás es extender perdón a alguien que no lo merece.
Ahora bien, esto no significa que estoy diciendo que lo que te hicieron estuvo bien. Tampoco significa que eres débil o que, de alguna forma, la otra persona ganó.
Lo que estás afirmando con tu perdón es algo muchísimo más poderoso:
Estás afirmando que la cruz es suficiente. Y déjame preguntarte: ¿hay alguna afirmación que realmente valga más la pena? Vivimos en un mundo consumido por la ira y la amargura. Es más: se han convertido en una especie de moneda cultural.
Y quiero que lo sepas: las empresas usan nuestro enojo, nuestra indignación, para vendernos todo tipo de cosas. Tienen que mantenernos enfadados… para que eso funcione.
Además, estamos inmersas en una cultura obsesionada con los derechos personales, incluyendo ese supuesto «derecho» a seguir enojadas con quienes nos han hecho daño.
Así que, ¡el perdón es un acto de rebelión radical contra los poderes de las tinieblas! Es contracultural. Es una forma de mostrar la belleza de Cristo en medio de un mundo roto…un mundo que nos está mirando.
Y yo te pregunto: ¿Qué está enseñando tu vida sobre la belleza y el poder del perdón?
Siempre tengo este deseo profundo en mi corazón: que las mujeres que me escuchan sean hacedoras de la Palabra de Dios. No quiero que seas simplemente una oyente.
No quiero que escuches un episodio como este y pienses: «Eso fue...…¡qué un buen pensamiento!», y luego sigas con tu vida como si nada.
No. Quiero que lo vivas. Quiero que tomes esta verdad y la pongas en práctica —hoy mismo—, confiando en que el perdón radical es posible, porque Cristo ya lo hizo posible en la cruz.
Me gustaría animarnos a seguir el modelo de Moisés.
Cuando me enfrento a la necesidad de perdonar, a veces parece como si mi mente repitiera, una y otra vez, esos «pódcasts» de la ofensa. Es como si volviera a reproducir cada palabra, cada momento, cada herida, que esa persona sufra, aunque solo sea un poco, como yo sufrí. Que vea, aunque sea un destello, del dolor que me causó.
Y cuando esos sentimientos emergen —porque lo hacen—, recuerdo algo que mi pastor nos ha enseñado: «Cuando necesites perdonar, ora para querer hacerlo». Porque muchas veces, ni siquiera tenemos el deseo de perdonar.
Así que oro: «Señor, dame el deseo de perdonar». Tengo familiares que están en esa categoría; personas que han hecho cosas realmente graves contra mí y contra los que amo profundamente.
No quiero tener falta de perdón. Pero, a veces, la tengo. Aun así, sé que no soy esclava de esa falta de perdón. Sé lo que tengo que hacer. Y así empiezo, como empezó Moisés: alabando a Dios por lo que Él es.
Digo: «Dios, todos Tus caminos son justicia. Tú eres la Roca; no hay injusticia en Ti».
Y luego le pido a Dios que los bendiga —específicamente.
No con una bendición genérica, sino con aquello que realmente deseo para mi propia vida. Y finalmente —lo sienta o no—, porque los sentimientos no son hechos, y tengo la libertad de sentir lo que siento, aunque no lo entienda por completo, le digo a Dios: «La perdono». No porque quiera. No porque se lo merezca. No porque me haya escrito esa larga carta de disculpas con la que he fantaseado tantas veces… (Esa carta, probablemente, nunca llegará).
Le digo: «La voy a perdonar porque Tú me perdonaste. Porque confío en que nadie se va a salir con la suya. Porque todos Tus caminos son justicia. Y porque Tú —Jesús— ya te encargaste de esto en la cruz».
Nancy: Amén. Erin Davis regresará para orar con nosotros. Ella nos dio tres razones convincentes por las que necesitamos perdonar radicalmente. El perdón es una parte clave de vivir tu fe en Cristo. Y como Erin nos recordó, las Escrituras nos dicen que necesitamos perdonar como Cristo nos ha perdonado.
Y puede que al escuchar a Erin, tu corazón se haya agitado y sabes que necesitas profundizar en esta área del perdón. Así que quiero animarte a que no lo ignores, porque probablemente sea el Espíritu Santo que está conmoviendo tu corazón. Puede que hayas escuchado esto antes: el perdón es como liberar a un prisionero.
En cierto sentido, el acto de perdonar es liberar a aquella persona que hemos mantenido como prisionera a través de nuestra amargura. Pero una vez que perdonamos, nos damos cuenta de que éramos nosotras las que estábamos en esa prisión. Espero que hoy sea el día en el que des el primer paso hacia el perdón.
Débora: Así es. Y hermana, quizá una de las maneras de dar el primer paso hacia el perdón es aprendiendo aún más sobre qué significa. Por lo tanto, quiero animarte a adquirir una copia del libro de Nancy «Escoge perdonar». En este libro ella profundiza sobre todo este tema del perdón y sus implicaciones en la vida del creyente. Para obtener más información sobre cómo adquirir tu copia, visita AvivaNuestrosCorazones.com o en la transcripción de este episodio encuentra el enlace que hemos puesto para que puedas encontrar fácilmente el libro de Nancy «Escoge perdonar».
Gracias por acompañarnos el día de hoy. Erin Davis nos acompaña nuevamente para orar con nosotras y terminar este episodio.
Erin: ¡Señor, no hay nadie como Tú! Cuando se trata de responder al dolor, somos tan diferentes a Ti. Pero una y otra vez, la vida nos presenta oportunidades —a veces duras, a veces dolorosas— para crecer y parecernos un poco más a Ti.
Así que oro ahora por cada persona que está escuchando. Si ha estado conectada con este episodio, es probable que ese nombre ya haya surgido en su mente. Que ese momento haya vuelto a tocar una fibra sensible. Que ese dolor haya sido expuesto otra vez.
Y por eso oro, Señor: que por el poder de Tu Espíritu Santo le des la fuerza para caminar este proceso, no con sus propias fuerzas, sino con los ojos puestos en Ti. No en el dolor, no en la otra persona, sino en Ti.
Cuando no sabemos cómo orar, Tu Palabra nos recuerda que el Espíritu intercede por nosotros. Así que, Espíritu Santo, te pedimos que nos ayudes a orar. A orar por bendición, incluso para quienes nos han herido. Y luego, que nos ayudes a dar ese paso —ese paso real— hacia el perdón. Y que nos sostengas para hacerlo una y otra vez, tantas veces como sea necesario.
En Tu nombre oramos, Jesús. Amén.
Débora: Amén.
Antes de concluir el episodio de hoy, quiero saber: ¿hay alguna abuela escuchándonos hoy? Queremos invitarte a ser parte del Reto para abuelos de Aviva Nuestros Corazones, un recurso diseñado especialmente para ti, nuestro deseo es animarte a vivir esta etapa con propósito y dejar una huella eterna en la vida de tus nietos.
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