Según el predicador Charles Spurgeon, los seis salmos que van del 95 al 100, forman un mismo poema profético que el autor de Hebreos cita en el capítulo uno versículo 6 mencionando la introducción del Primogénito en el mundo. Aunque cada uno de estos salmos tiene un tema central, todos de una manera u otra apuntan a un tema fundamental entre ellos: el establecimiento del reinado del Mesías.
El día de hoy nos enfocaremos solo en 4 de estos salmos.
El Salmo 95 afirma la divinidad del Señor y Su poder sobre la naturaleza. Lo que el salmista hacía era alentar al pueblo a servir a Dios con acción de gracias. La nación de Israel conocía y había sido testigo de los hechos maravillosos y portentosos de Dios, no solamente entre las demás naciones, sino en Su misma creación.
Ante tal majestad, los hijos de Dios solo pueden postrarse delante …
Según el predicador Charles Spurgeon, los seis salmos que van del 95 al 100, forman un mismo poema profético que el autor de Hebreos cita en el capítulo uno versículo 6 mencionando la introducción del Primogénito en el mundo. Aunque cada uno de estos salmos tiene un tema central, todos de una manera u otra apuntan a un tema fundamental entre ellos: el establecimiento del reinado del Mesías.
El día de hoy nos enfocaremos solo en 4 de estos salmos.
El Salmo 95 afirma la divinidad del Señor y Su poder sobre la naturaleza. Lo que el salmista hacía era alentar al pueblo a servir a Dios con acción de gracias. La nación de Israel conocía y había sido testigo de los hechos maravillosos y portentosos de Dios, no solamente entre las demás naciones, sino en Su misma creación.
Ante tal majestad, los hijos de Dios solo pueden postrarse delante de Su creador y adorar. Pero el corazón del hombre es perverso y busca enorgullecerse y tentar a Dios y ponerlo a prueba como si tuviera la misma posición del Dios Todopoderoso.
El Salmo 97 es una continuación de estos hechos poderosos; hablan de la supremacía y soberanía del Señor, trayendo a memoria muy probablemente la aparición del Señor en el monte Sinaí (Ex. 19:16-20), donde el Señor proclamó Su justicia, revelándola delante de todos los pueblos.
El Salmo 98 nos invita a cantar a Jehová un cántico nuevo porque ha hecho maravillas y ha traído liberación. Sin duda, la nación de Israel conocía la gran liberación que habían experimentado una y otra vez al salir de Egipto, y no solamente de esa nación pagana y opresora, sino de la propia rebeldía de su corazón. El Señor había buscado pastorearlos hasta llevarlos a la Tierra Prometida a través del liderazgo de Josué y había usado a los jueces para conducirlos en Sus caminos. El versículo 3 dice: «Se ha acordado de su misericordia y de su verdad para con la casa de Israel», y viene para juzgar a toda la tierra.
En el Salmo 99 se nos dice que Jehová, sentado entre querubines, en completa majestuosidad y soberanía, hace temblar la tierra y debe ser alabado por la justicia de Su gobierno. Un gobierno justo y vengador por amor de Su nombre y honra a Su santidad, pero lleno de misericordia pues había mostrado ser un Dios perdonador.
Estos salmos resaltan el carácter de Dios de tal manera que dejan a la audiencia sin alternativa en cuanto a la respuesta que deberían tener ante el Señor, su Dios y Hacedor. Dado que: «¡el Señor reina!», Su justicia prevalece y Él es santo, Israel debería responder en aclamaciones de alabanza y gratitud. Pero ¿qué nos muestra la historia de Israel? La idolatría y rebeldía marcaron sus vidas, aun cuando habían sido testigos de la obra de Dios. El salmista describe cómo estos se rebelaron contra el Señor por la incredulidad de sus corazones y advierte a los lectores acerca de tal rebelión contra el Señor, la cual impidió que esa generación entrara en la Tierra Prometida.
A pesar de que este Dios tan inmenso y maravilloso era su Dios y ellos estaban bajo Su tierno cuidado, ellos ponían a prueba al Señor demostrando su incredulidad y rebelándose contra Él (Num. 14:22-23, 28-32). Más adelante, el autor de Hebreos menciona esta seria advertencia en contra de la incredulidad tres veces (Heb. 3:7, 15, 17). El corazón que conoce y confía en el Señor rebosa de adoración y asombro ante el entendimiento de quién es Dios. Por ese hecho, el salmista escoge un lenguaje muy específico, demandando una respuesta drástica de la audiencia: «aclamen, prorrumpan, estremézcanse».
La grandeza y majestuosidad del Señor demanda tanto la adoración completa de nuestro corazón como la total obediencia de nuestro actuar. De igual manera, cuando consideramos quién es Dios y todo lo que Él ha hecho, debemos responder en alabanza y gratitud. El ver y no alabar la belleza de Dios es rechazar a Dios mismo y rebelarse contra Él; este es el resultado de la incredulidad.
Estos salmos nos llevan a contemplar: ¡cuán grande es Dios! ¡Nuestro Dios! El Dios que reina, que «guarda la vida de sus santos», que es justo, misericordioso y fiel, que escucha la oración de sus hijos y que es perdonador y vengador de las malas obras.
Para meditar:
- ¿La idolatría y rebeldía marcan tu vida a pesar de ser testigo de la obra de Dios en ti?
- ¿La grandeza y majestuosidad del Señor te lleva a la adoración y obediencia completa de tu corazón?
- Amadas, cantemos al Señor por Su grandeza, alabémoslo por Su belleza y doblemos la rodilla ante su majestuosidad en temor y temblor, pues nuestro «Dios es fuego consumidor».
«Vengan, adoremos y postrémonos; doblemos la rodilla ante el Señor nuestro Hacedor. Porque Él es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de Su prado y las ovejas de Su mano». -Salmos 95:6-7a
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