Día 258 | Joel
Hoy iniciamos el libro del profeta Joel, con un anuncio triste de destrucción por plagas, pero que termina con la esperanza de gloria. Dios estaba profetizando pruebas a Su pueblo con el fin de que ellos vinieran a un arrepentimiento genuino, un quebrantamiento de corazón. Al leerlo, solamente venía a mi mente que es un llamado que se repite una y otra vez en la Palabra. De esta forma llegamos a Dios, desoladas, muchas veces desgastadas, llenas de dolor y sequedad, por vivir vidas lejos de Él, por abrazar creencias y costumbres de este mundo como algo en que podemos tener seguridad.
Al igual que Judá, podemos ver nuestras vidas en este libro y recordar que las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, para que con la paciencia y el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza, …
Hoy iniciamos el libro del profeta Joel, con un anuncio triste de destrucción por plagas, pero que termina con la esperanza de gloria. Dios estaba profetizando pruebas a Su pueblo con el fin de que ellos vinieran a un arrepentimiento genuino, un quebrantamiento de corazón. Al leerlo, solamente venía a mi mente que es un llamado que se repite una y otra vez en la Palabra. De esta forma llegamos a Dios, desoladas, muchas veces desgastadas, llenas de dolor y sequedad, por vivir vidas lejos de Él, por abrazar creencias y costumbres de este mundo como algo en que podemos tener seguridad.
Al igual que Judá, podemos ver nuestras vidas en este libro y recordar que las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, para que con la paciencia y el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza, dice Romanos 15:4. De esta manera te invito a que nos acerquemos al segundo profeta menor, con un libro corto, pero con un mensaje poderoso.
El profeta en el Antiguo Testamento era llamado por Dios para anunciar los designios de Él. A veces el profeta podría hablar cosas para su tiempo y para el momento en que el pueblo vivía, y otras veces no sabía cuándo sucederían, como pasó con Isaías cuando anunció la llegada del Mesías. En el caso de Joel, sucedió de las dos maneras. Las plagas hablaban de la condición presente y los años siguientes, pero también vemos cómo se menciona por primera vez el Día del Señor, y se hace con relación a ese día futuro de juicio que aún no ha sucedido. Este se convierte en el tema principal del libro de Joel.
Empecemos el recorrido por el libro.
De una forma casi poética, Joel anunció una sucesión de plagas que vendrían sobre Judá y Jerusalén.
El anuncio de las plagas.
Dios les va a hablar a los moradores de la tierra con plagas tan grandes como nunca se habían visto en la tierra, pero, por otro lado, también eran un símbolo de un pueblo fuerte e innumerable que caería sobre Judá. Pero lo que va a suceder no ha acontecido antes: cuatro tipos de insectos serían las plagas que destruirían todo. Y la desolación no será solo en el campo, sino en el pueblo y en el santuario.
Dios llama a su pueblo al ayuno, a la humillación y a volverse a Él. Desde los ministros del Señor, hasta cada hombre, los llama a volverse en ayuno y aflicción, en gemido y oración.
Hoy no vivimos en una sociedad puramente agrícola como ellos, pero hoy vemos otro tipo de plagas que destruyen nuestras familias, vidas y posesiones importantes. Damos cabida a larvas de insectos espirituales, no lidiamos con el pecado que nos seca por dentro. El pecado deja desolación y amargura; hay deterioro en nuestras relaciones fruto de esa destrucción, y si callamos, nos pasa como decía David: «Mientras callé se consumieron mis huesos…». Nos consumimos por dentro.
Quizás hemos sido tolerantes, permitiendo que a lo que Dios llama malo lo llamamos bueno; no defendiendo la vida, no haciendo misericordia. Quizás por no parecer fanáticas o religiosas no estamos dando frutos porque nos alejamos de la Vid verdadera. Tal vez hemos preferido cavar cisternas rotas que no retienen agua, que beber de la fuente de agua viva. ¿Qué podemos hacer? Al igual que ellos: clamar a nuestro Dios y volvernos a Él.
- Oh, Señor, ten misericordia de mí cuando no veo el mal como Tú lo ves, cuando no llamo pecado lo que tú llamas pecado.
Estos versículos fueron muy significativos para mí en un tiempo de pérdidas materiales muy grandes. Como Judá, años atrás, todo lo que teníamos como familia fue arrasado y solamente recibimos el daño y la desolación. Pero con este libro y en ese momento, Dios me mostró que el camino siempre es el mismo: volvernos al Señor.
El lamento del profeta.
¡Ay de ese día, porque cercano está el Día del Señor! Será un día de tinieblas, pero también un día de luz y de promesas. Hermosos son los contrastes que Dios nos invita a vivir como Sus hijos: morir para vivir, dejarlo todo para tenerlo todo, a Jesús. Este es el Día de nuestro Señor Jesucristo, el que menciona 2 Pedro 3:10, que no sabemos cuándo será, pero es seguro. Pedro dice: «Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas».
Dios está llamando al arrepentimiento. Este se convierte en el tema central de este libro, pero siempre su mensaje es el mismo cuando nos arrepentimos: «Entonces el Señor se llenará de celo por Su tierra. Y tendrá piedad de Su pueblo».
¿Cómo puedo responder ante un llamado como este? ¿Me lleva a ver mis caminos, mis motivaciones, me lleva a ver si vivo para el Señor de manera que le agrado en cómo hablo y cómo vivo cada día ante mi familia, mi jefe, mis hermanos o aquellos ante quienes Dios me ha colocado? Muchas veces estamos envueltas en nosotras mismas, olvidando para quién hemos sido rescatados, pero este fue y es siempre un llamado a volvernos a Él, a regresar a Sus sendas.
La invitación al regocijo. Dios ha respondido y hecho grandes cosas, y el profeta invita a que el pueblo se goce en Sus obras. En respuesta a la oración, Dios traerá la lluvia, la temprana y la lluvia tardía. Él hará maravillas, cosas imposibles para los hombres. Dios puede hacer más allá de cómo pedimos o entendemos por Su poder en nosotros (Ef. 3:20). Porque nada es imposible para Él si está en Sus propósitos. Por eso, estos versículos 21-27 del capítulo 2, fueron un consuelo enorme para Judá en esos tiempos tan difíciles. Lo fueron entonces y lo son ahora para nosotras. Nuestro Dios es el mismo ayer, hoy y siempre (He. 13:8); y consolará a Su pueblo siempre, traerá lo necesario en Su tiempo, siempre que nos hayamos vuelto a Él. Por eso el consuelo de Judá es el nuestro.«El nombre de nuestro Dios es la única garantía para que esto sea necesario», dice Matthew Henry. Dios promete no dejarnos avergonzados.
La promesa de su Espíritu y la esperanza futura.
Su Espíritu es prometido a Su pueblo a través de Joel. En Cristo, esto fue cumplido en Hechos 2:17-18, en Pentecostés. Antes de esto, el Espíritu iba a la persona que Dios lo enviaba. Pero ahora sabemos que Él vive en nosotras al conocer íntimamente a Jesús. Al dar tu vida a Él, ese mismo Espíritu prometido es el que vive en ti, el que te muestra cómo vivir de una manera que le agrade al Padre.
Rasguemos nuestros corazones, amadas, no nuestras ropas. ¡Volvámonos a Él! Que nuestro arrepentimiento venga desde el interior y se muestre externamente en frutos, y Dios, que escudriña los corazones, pueda ver el dolor que tenemos por ellos. ¿Cuál es la promesa? Dios perdonará a Su pueblo; no hay nada más hermoso ni más preciado que esto. Su gracia nos levanta y nos restaura.
En este libro, como en ningún otro, se nos da una mirada de la batalla de las naciones en el Valle de Josafat, muy lejano aún para Judá, pero cuando Jesús vuelva, separará las ovejas de los cabritos. ¡Día grande para la tierra! Día de victoria y de gozo que Sus hijos hemos esperado por siglos.
¿Y tú? ¿Lo esperas?
¿Cómo hablan a tu vida hoy estas verdades?
¿Es Dios tu fortaleza y la canción de tus días? Ven, y díselo en tus palabras.
Déjanos tus comentarios sobre tu reflexión personal de la lectura de hoy. ¡Seamos animadas las unas con las otras!
«Entonces el SEÑOR se llenará de celo por Su tierra. Y tendrá piedad de Su pueblo». –Joel 2:18
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