Día 329 | Romanos 10 – 12
«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno». -Romanos 12:3
Sufrimiento por la incredulidad de Israel y oración por salvación
Me imagino que casi todas nosotras sentimos un gran pesar por nuestros familiares inconversos y por la incredulidad del mundo en general. Al igual que nosotras, Pablo se dolió por la incredulidad de su pueblo Israel y el rechazo a Jesús como el Salvador.
Al llegar al capítulo 10, nuevamente encontramos que el anhelo de su corazón era la salvación de Israel; este deseo lo convirtió en oración. Durante mucho tiempo, al igual que los suyos, tuvo celo de Dios; pero, no conforme a un …
«Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno». -Romanos 12:3
Sufrimiento por la incredulidad de Israel y oración por salvación
Me imagino que casi todas nosotras sentimos un gran pesar por nuestros familiares inconversos y por la incredulidad del mundo en general. Al igual que nosotras, Pablo se dolió por la incredulidad de su pueblo Israel y el rechazo a Jesús como el Salvador.
Al llegar al capítulo 10, nuevamente encontramos que el anhelo de su corazón era la salvación de Israel; este deseo lo convirtió en oración. Durante mucho tiempo, al igual que los suyos, tuvo celo de Dios; pero, no conforme a un pleno conocimiento, sino como apasionado defensor del judaísmo y amante de la Ley, e hizo gran oposición a los seguidores de Jesús. No obstante, cuando se encontró con el Cristo glorificado, rumbo a Damasco, ahí todo cambió. De perseguidor pasó a ser un predicador del evangelio de Cristo. Su deseo era dar a conocer que «el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree en Él».
Los judíos rechazaron a Cristo y, a pesar de las evidencias, le dieron muerte. Eligieron apoyarse en su propia justicia basada en obras y no aceptaron por fe la justicia que Cristo compró en la cruz. Ante tal desprecio, a los ojos de Dios, Israel fue considerado un pueblo rebelde.
Pero, como Dios no hace acepción de personas, ni por su raza, posición social o económica, intelecto o capacidades, sino que da la gloriosa esperanza de que: «Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo». No importa si es judío o gentil, «todo el que cree en Él no será avergonzado».
Porque un día ese gran Dios «se dejó hallar, cuando no le buscábamos» y abrió nuestros ojos al evangelio, así nosotras pudimos hacer esa confesión de labios y rendir nuestra vida a Cristo como nuestro Señor. Ahora tú y yo formamos parte de Su pueblo. Ahora somos verdaderas «israelitas», «descendientes de Abraham» e «hijos de la promesa».
Ante tan inmerecido privilegio, tenemos una inmensa responsabilidad: proclamar el evangelio a aquellos que aún no le han conocido. Como lo que hemos recibido es de pura gracia, nuestro deseo debe ser que Su Palabra corra por toda la tierra, y para que esto suceda, debemos apoyar en oración y económicamente a «esos hermosos pies que anuncian la paz, que anuncian buenas nuevas».
Sabemos que no todos creerán y que la salvación pertenece al Señor, pero nuestro deber es ir o enviar a evangelizar.
- A la luz de lo expuesto, medita en las siguientes preguntas: ¿Sufres por la incredulidad rampante de nuestra presente generación? ¿Oras que el evangelio llegue a cada rincón de este planeta? ¿Recuerdas cómo eras antes de aceptar al Señor y esto te mueve a compasión por los perdidos? ¿Estás dispuesta a apoyar la causa de Cristo y a Sus mensajeros?
Un remanente preservado
A pesar de la incredulidad de gran parte de Israel, leemos en el capítulo 11 que Dios no los ha desechado por completo. Pablo, al igual que miles de israelitas creyentes a lo largo de la historia, son ejemplos tangibles de la gracia que perdona, transforma y preserva.
Hasta el día de hoy y todos los que resten en esta tierra, Dios se ha reservado y guardado para Sí mismo, un remanente de toda nación, tribu, pueblo y lengua. Aunque las cosas parezcan muy oscuras, como en los días de Elías y en este tiempo presente, no todos se doblarán ante los «baales» de este mundo. Es cierto que una inmensa mayoría de la humanidad, al igual que gran parte de Israel, vive con endurecimiento de corazón; sin embargo, podemos estar seguras de que esa gracia soberana e inagotable que se extendió en el pasado y que se extiende en el presente, se seguirá extendiendo al futuro hasta alcanzar a todos los escogidos.
En los versículos 11-24, el apóstol, ante la audiencia compuesta en su mayoría por gentiles, hace unas declaraciones muy importantes que resumiremos con los siguientes enunciados:
- Israel, descrito aquí como un olivo y primicias santas, pecó y se sentenció a sí mismo a más endurecimiento y al rechazo divino al darle la espalda al Dios que lo había escogido.
- El remanente de ellos, Dios lo ha reservado a través de los tiempos, para ser salvo por gracia, y no por obras. La salvación siempre fue por fe.
- Debido a este rechazo, las inmensas riquezas del evangelio pudieron llegar a nosotros los gentiles, haciendo posible la reconciliación con Dios.
- De una manera increíble, Dios usa la aceptación del evangelio entre los gentiles y las bendiciones que de este se derivan para provocar a celos a Israel, de modo que este pueblo pueda volverse de nuevo al Señor, el cual es poderoso para hacerlo.
- Los gentiles jamás deben jactarse del privilegio concedido en la bondad de Dios, menospreciando a los judíos incrédulos, los cuales fueron juzgados con severidad.
- La actitud correcta ante ambas cosas debe producir temor reverente a Dios.
El misterio revelado
Al llegar a los versículos 25 y 26, nos encontramos con la palabra «misterio», que significa una verdad que no habría podido conocerse a menos que Dios la revelara. Notemos que Dios le reveló a Pablo un misterio, pero ¿qué significaba dicho misterio? Para entenderlo debemos considerar esta palabra en el siguiente contexto: Israel ha sido endurecido parcialmente, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo.
Este pasaje ha dado lugar a muchas suposiciones, que no podemos detallar aquí. Pero, estudiando y oyendo sermones de pastores y maestros entendidos en la materia, lo que más se acerca al pensamiento de Pablo en forma resumida es lo siguiente:
Cuando leemos la frase «todo Israel será salvo», esto no significa que como raza cada israelita recibirá salvación. Lo que sí podemos saber, porque la Escritura así lo enseña, es que Dios siempre ha tenido y tendrá un remanente de judíos o israelitas creyentes. Los que de ellos no crean, seguirán siendo endurecidos.
Esto es lo que se conoce como «interdependencia entre la salvación de gentiles y la salvación de israelitas» y, a su vez, es el misterio revelado.
Al final de los tiempos, cuando nuestro Señor vuelva con toda Su gloria y esplendor, esa «plenitud» o número de gentiles será completado; paralelamente y al mismo tiempo, todos esos remanentes o «plenitud» de judíos de todas las edades serán reunidos y vendrán a ser aquello a lo que se refiere la frase de que «todo Israel será salvo».
Esta maravillosa historia de redención de judíos y gentiles es descrita en Apocalipsis 7:9:
«Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en las manos».
En respuesta a tan gloriosa revelación, Pablo en los versículos 33-36 concluye con una doxología o alabanza que exalta: «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén».
Capítulo 12
En esta epístola hemos visto cómo Pablo describe, de una forma sistemática y coherente, lo que significa e implica el evangelio de Jesucristo. Como todo buen maestro, y habiendo explicado la teoría, luego pasa a demostrar cómo llevarla a la práctica.
Veamos ahora cómo el apóstol enlaza los primeros once capítulos con los seis restantes. Me encanta la forma en que lo hace. Se vale de unas simples pero significativas palabras: «Por tanto».
En este capítulo 12, lo primero que Pablo hace es una exhortación apelando a «las misericordias de Dios». ¿Cuáles son esas misericordias? Todo lo que resumimos al empezar.
Debemos ofrecer nuestro cuerpo, es decir, todo nuestro ser: mente, voluntad y emociones como una ofrenda o sacrificio «vivo», porque Cristo nos otorgó nueva vida y es «santo», porque por medio del Espíritu Santo somos santificados, y somos «agradables» a Dios, puesto que este ofrecimiento es hecho voluntariamente y con gratitud y por la obra de Cristo en nuestro lugar.
Estos tres elementos han de dar forma al «culto», es decir, la adoración más lógica, racional, razonable o consciente, que puede tributársele al Dios que ha mostrado tanta misericordia a nuestro favor.
En el versículo 2 también se nos dice de no amoldarnos o adaptarnos a la corriente de pensamiento y criterio de este mundo en que vivimos, el cual cada día se distorsiona más y más. ¿Cómo logramos esto? Transformando nuestra mente mediante una renovación constante.
El verbo «transfórmense» o «metamorfosis» que aparece en el texto significa que debemos dejar que el Espíritu Santo nos transforme continuamente mientras va renovando nuestra mente por medio de la Palabra. Nuestro deber es conocer y guardar la Palabra. El del Espíritu es transformarnos, con el fin de que haya más de Cristo y menos de nosotras mismas. Cuando esto sucede, entonces verificamos y podemos discernir Su Voluntad, lo cual es bueno, aceptable y perfecto.
En el versículo 3 nos indica que ese conocimiento teológico debe ser puesto en práctica primero con nosotras mismas. Como nos enseña el pasaje, Dios nos ha concedido dones según nuestra medida de fe. Por medio de esa fe o confianza seremos bendición al Cuerpo de Cristo en general al usar los dones conferidos. Pero, ¡cuidado con sentirnos superiores a los demás! Su deseo es que pensemos de nosotras mismas con cordura, con sobriedad, con buen juicio y con buen sentido, a fin de no creernos la gran cosa.
Los versículos del 4 – 8 nos recuerdan que no somos islas, sino parte del cuerpo de Cristo y todos miembros los unos de los otros. Cada miembro tiene una función particular y a la vez deberes generales para con su comunidad.
Bueno, amada hermana, no sé qué don Dios te ha concedido de gracia, lo que sí sé es que debes usarlo para Su gloria y edificación de la iglesia a la cual perteneces. Cuando cada una hace su parte, ese Cuerpo funciona bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, como nos enseña Pablo en Efesios 4:16, produciéndose entonces lo que conocemos como unidad dentro de la diversidad. Funcionar según los dones produce un equilibrio maravilloso en la novia de Cristo.
Todo creyente tiene su parte dentro del Cuerpo, así que no te excuses con el hecho de que te veas insuficiente o con poca capacidad. El asunto es: ¡no te quedes sentada y desarrolla el talento que Dios te confirió! Recuerda, ningún trabajo o servicio hecho para el Señor y Su reino es en vano; de Él cada uno recibirá su recompensa.
Pasemos ahora a los deberes generales que se mencionan en los versículos del 9 al 21. Como no deseo que esta meditación se haga más larga, solo los detallaré brevemente:
- Amar de forma genuina y sin hipocresía o fingimiento.
- Aborrecer lo malo y aplicarnos o disponernos a lo bueno.
- Mostrar afecto fraternal, los unos a los otros.
- Preferir honrar al otro, considerándolo mejor que uno mismo.
- Servir al Señor con espíritu fervoroso, sin pereza o tardanza.
- Gozarnos en la esperanza, lo cual nos permitirá perseverar en el sufrimiento y dedicarnos a orar.
- Ayudar a los demás en sus necesidades y ser hospitalarios.
- Bendecir, no maldecir a los que nos acosan o persiguen.
- Identificarnos con la alegría de los demás sin envidia, y entristecernos con sus penas.
- Fomentar la unidad evitando la altivez o altanería y asociarnos con los más humildes.
- No ser sabios en nuestra propia opinión.
- No pagar a nadie mal por mal.
- Respetar (literalmente considerar) que todo nuestro proceder esté bien ante los demás.
- Procurar o hacer todo el esfuerzo posible por vivir en paz con todos, evitando altercados.
- No procurar venganza por nuestra propia cuenta, sino dejar todo asunto en manos de Dios, ya que Él ha prometido que en Su tiempo la ejecutará. Nuestro deber es hacer todo lo contrario: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua» (Prov. 25:21).
- Por último, Pablo exhorta a no ser vencido por el mal o permitir que el enemigo tome ventaja, a no maquinar el mal para devolverlo, sino todo lo contrario: vencer con el bien, es decir, vivir esa vida de fe a la que hemos sido llamadas mostrando amor a Dios y a los demás.
¿Sabes qué significan todas estas cosas? Vivir según vivió nuestro amado Jesucristo. Dios nos ayude a andar a la luz de tan glorioso llamamiento.
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